Tuesday, June 27, 2017

Memoria de la Masacre de San Juan

YURI F. TÓRREZ

La memoria es un recurso altamente político. Es la imperiosa necesidad de rescatar del olvido a los derrotados de la historia. Es la politización de la memoria. O, por el contrario, sirve para un uso perverso: desactivar el contenido histórico a fin de reducirlo en un rito grotesco. Estas cavilaciones emergen a propósito de los 50 años de la Masacre de San Juan en la mina Siglo XX. Este hecho luctuoso no solamente marcó inexorablemente el devenir del sindicalismo boliviano, sino que hoy signa la memoria de aquellos pobladores, dirigentes o (ex)mineros en el otrora campamento minero de Siglo XX, hoy municipio de Llallagua.

En vísperas de la conmemoración de la Masacre de San Juan, Radio Pío XII, haciendo méritos a su eslogan “La Radio que se hace pueblo”, organizó un coloquio con los sobrevivientes de aquella jornada angustiosa del amanecer del 24 de junio de 1967. En ese coloquio emergieron testimonios, muchos de ellos desgarradores. Allí la memoria hizo que la historia se politizara. Como dice el periodista Carlos Soria Galvarro en un artículo publicado recientemente en La Razón (18.06.2017), esta masacre fue una estrategia preventiva para abortar, entre otras cosas, la mita (salario de una jornada de trabajo de los mineros) destinada a la guerrilla guevarista, que por esos días se desplazaba por el monte boliviano. De allí que la figura del Che se encuentre impresa en el casco del minero y en sus pancartas, un ícono imperecedero asociado incuestionablemente a la lucha y resistencia de los mineros.    

La paradigmática sirena instalada en el techo de la sede de la Federación de Trabajadores Mineros, ubicada en Plaza del Minero, emite un sonido inconfundible que evoca a las grandes movilizaciones y concentraciones históricas del movimiento minero. Pero en el alba del 24 de junio, jornada escogida para conmemorar los 50 años de la Masacre de San Juan, ese retumbo adquirió un sentido propio, al evocar la tragedia provocada por el gobierno de René Barrientos Ortuño el 24 de junio de 1967, cuando el dirigente minero Rosendo García Maisman, como si se tratase de un acto de Sísifo, alcanzó a activar aquella sirena antes de ser asesinado por las fuerzas represivas que en ese momento invadían la radio La Voz del Minero. Ese sonido anunció que algo estaba pasando: era el horror de la Masacre de San Juan.

Aquel dirigente minero caído se erigió en un ícono imperecedero, cuyo heroísmo se condensa en la inmolación de más de 20 caídos en esa masacre. En cada esquina de la Plaza del Minero, cuando los vestigios de las fogatas se extinguían, aparecían cadáveres desparramados en las calles. Esa imagen dantesca está alojada en la memoria de los sobrevivientes de la masacre. Un rentista minero rememoró: “Las balas pasaban por nuestros ojos”. Y otro decía: “Veía las balas como ceniza”. Esa impronta de dolor quedó en la retina de los ojos de aquellos testigos oculares de ese amanecer angustioso. Entonces, el pasado se fundió en el presente. A pesar de que el Gobierno actual quería apoderarse de la celebración, lo que hubiese significado confirmar la máxima “la historia se repite dos veces. Una como tragedia, y la otra como comedia” de Carlos Marx, fue más fuerte la memoria insurgente, que impidió que esta conmoración sea politizada grotescamente por el poder.

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De LA RAZÓN (La Paz), 27/06/2017

Fotografía: Portada de LA PATRIA, Oruro


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