La fiesta de los tiburones, del narrador y ensayista cubano Reynaldo
González (1940), es un libro testimonial que por más de veinte años ha
conquistado el interés de los que buscan la historia sin axiomas ni
preconceptos. En su primera edición agotó una tirada de 27,000 ejemplares,
notable en cualquier medio cultural del mundo. Una nueva edición cubana ha
salido de las prensas, bajo el sello que lo dio a conocer, el de la Editorial
de Ciencias Sociales. Texto de obligada referencia para especialistas y para
quienes disfrutan los ardides de la narrativa, crónica de costumbres,
reconstrucción histórica y crítica social, La
fiesta de los tiburones cuenta las vidas de los cubanos de abajo, en un
contexto hostil, sin posibilidades de combatir los males que los victimaban.
Los treinta primeros años del siglo xx, en Cuba, su vida republicana, quedan
vistos por gente que vivió una tragedia colectiva a ritmo de conga electoral.
La república de generales y doctores, de liberales y conservadores, del choteo
que trocó la autocrítica en caricatura, retratada con fuerza reveladora y con
tanto rigor como placer. Junto al detallado acopio de testimonios que arman el
libro, una manifestación coral, lo enriquece la preocupación por el lenguaje
que caracteriza la labor de este narrador — “verdadera fiesta del lenguaje
popular”, lo calificó la prensa especializada— y un contrapunto de notas y
apéndices nacidos de una amplia investigación histórica.
Un gran amigo de
Reynaldo González, el argentino Julio Cortázar, fue uno de los primeros
lectores de La fiesta de los tiburones.
En carta del 17 de marzo de 1979, le expresó: “La fiesta es una verdadera fiesta. Qué placer abrirlo en cualquier
parte y encontrar tanta vida, tanta savia —hay el horror y la ignominia, claro,
pero por encima de eso está la fuerza y la belleza de Cuba, su indestructible
vitalidad—. Para mí, amigo de collages
y de montajes, tu libro tiene además una riqueza interminable, que se renueva
cada vez que lo tomo. ¡Qué diferencia con la “historia” que nos enseñaban de
niños! Ahí se entra de lleno en la realidad, en la poesía popular, en el humor,
en la rebeldía contra la alienación. Has hecho un formidable trabajo, hermano,
que te agradezco como compañero y como cubano de adopción (así me siento, lo
sabes)”.
Reynaldo González
es uno de los escritores de más amplia y notable trayectoria en las letras
cubanas. Recientemente ganó el Premio Italo Calvino 2000 con su novela Al cielo sometidos, una fabulación de
hechos acontecidos a finales del siglo xv, y un homenaje a la picaresca
española. Publicada en La Habana por Ediciones Unión y en Milán por Marco
Tropea Editore, será presentada en la próxima feria del libro de Madrid por el
sello Alianza Editorial.
En el centenario de
la República de Cuba, La Jiribilla entrega el segundo capítulo de La fiesta de los tiburones. Narra uno de
los hechos más dramáticos del primer cuarto del siglo xx: la guerra que sofocó
el alzamiento de “Los Independientes de Color”, asociación política que
procuraba la igualdad racial. Como en todo el libro, el autor combinó los
testimonios con textos del periódico El
Pueblo, que se editaba en Ciego de Ávila, ciudad donde hizo la
investigación para su libro, y lo enriqueció con notas muy elaboradas.
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“No hay negro guapo ni tamarindo dulce”
Vine en
un barco negrero.
Me trajeron.
Caña y látigo el ingenio.
Sol de hierro.
Sudor como caramelo.
Pie en el cepo.
Aponte me habló sonriendo.
Dije: —Quiero.
¡Oh muerte! Después silencio.
Sombra luego.
¡Qué largo sueño violento!
Duro sueño.
[...]
Pasó a
caballo Maceo.
Yo en su séquito.
Largo el aullido del viento.
Alto el trueno.
Un fulgor de macheteros.
Yo con ellos.
[...]
¡Oh Cuba! Mi voz entrego.
En ti creo.
Mía la tierra que beso.
Mío el cielo.
Nicolás Guillén
Julio
Yo le
puedo hablar de casi todo el ingenio, pero lo que más conozco son los aparatos
mecánicos. Eso es lo mío. Siempre me apasionaron las máquinas. Mi sueño fue
verme entre ellas, moviéndolas, aceitándolas. Por eso, después que llegué de
Costa Rica busqué trabajo en un ingenio azucarero. Hacía falta gente con ganas
de trabajar y en eso me presenté yo. Sabía que al principio no podía tocar una
máquina ni por asomo, porque no tenía preparación, pero ya me iba acercando.
Cuando vine, con diecinueve años y ya casado, Cuba tenía abundancia de plata y,
en el campo, escasez de mano de obra. Llegué con otro costarricense, buena
persona pero que no tenía mucha suerte. Quería caer bien, tocaba la guitarra
durante los descansos, pero los cubanos lo dejaban solo con su música y se
buscaban a otro, porque él era más pesado que agua de pozo. Ahí aprendí que en
Cuba se puede todo menos caer pesado y me las arreglé para aclimatarme y
ganarme el cariño de la gente. Yo me siento aquí como pez en el agua.
Empecé
como peón en una cuadrilla que tiraba leña para el central Stewart, en esos
carritos de línea que llaman chispitas. La leña se arrastraba hasta el ingenio,
para combustible. Entonces se gastaba poco petróleo, se ahorraba al máximo. Con
leña y bagazo se debía mantener la molienda. Me dirán que la zafra era más
pequeña, pero también teníamos al jefe encima, echándonos el ojo y con la
amenaza de despido al menor despilfarro. Ahora, aquí pasa algo que no entiendo.
Usted ve esas chimeneas vomitando humo negro, petróleo quemado, oro quemado. Es
un desatino. Yo creo que cuando habló el instalador alemán, el intérprete no
supo explicar lo que decía y algo pusieron virado. Ese gasto de combustible,
esa pérdida de vapor y vuelta a calentar, no está bien. Que no crean estos
muchachitos ingenieros que la torre llena de humo prieto es una gracia. A la
flusería de la caldera se le hace daño con ese petróleo crudo, se le va pegando
y necesita mayor presión. Hay que limpiar más los conductores y eso de estar
limpiando tanto, desgasta. La cosa no es hacer una zafra grande, congraciarse y
echar la casa por la ventana. Lo difícil es terminarla bien y dejar preparada
la zafra del otro año... Óigalo, óigalo. Ahora mismo está resoplando. ¿Ve?
Exceso de vapor. ¿Y ese humo tan negro? Es como una asfixia. No puede respirar.
Tiene que buscar salida por la válvula de escape. Si no, revienta.
La
gente no sabe que las máquinas sienten y padecen; piensan que van a ser
eternas, que las pueden tratar sin cuidados, sólo porque son de hierro. Eso no
es así. Una máquina tiene las mismas necesidades de un ser humano. El que la
atienda, que comprenda sus necesidades, que aprenda a conocerlas y
satisfacerlas. ¿Usted las oye? Pitan. Están pidiendo algo. Agua o vapor. Algo
quieren. Aunque también yo creo que el pito está mal ajustado con la
instalación automática. Debe sonar antes de que sea tarde, para dar chance al
operario. No debe decir: paré. Debe avisar: Ey, señores, voy a parar. Entonces
sí estaría bien colocado el pito y el obrero podría moverse a tiempo, para
controlar el vapor, recortar el combustible y meter agua. Es como la digestión
de la gente. Sí que es. ¿Usted abusa de su estómago? No. ¿Y por qué abusar del
estómago de una máquina? ¿No toma agua para bajar la comida? Y si anda medio
malo, ¿no busca bicarbonato? El estómago de las calderas también se resiente
con las malas digestiones. Yo, cuando veo humo, me erizo. Da pena ver las
máquinas quejándose porque tienen la flusería sucia. Ese trajín tendrá que
verse y el intérprete deberá explicar por lo claro qué cosa dijo el alemán...
Bueno,
a lo que íbamos, que cuando hablo de máquinas me embullo y sigo por otro
trillo. Usted no tenga pena, avíseme si me descarrilo y así hablamos de las
huelgas, de lo que me pidió.
Mi
cuadrilla daba viajes al monte, a buscar leña. Era un trabajo durísimo. Entre
cuatro nos enredábamos con troncos de cincuenta y sesenta metros y había que
pujar para moverlos. Como uno busca la mejoría, pedí trabajar de ayudante en la
reparación de los molinos. Allí sí estaba contento, entre las máquinas,
aliviándolas de una zafra y preparándolas para otra. Es igual al descanso de la
gente. Usted llega, se baña, está un rato cómodo en la casa, duerme y ya puede
trabajar de nuevo. Armábamos y desarmábamos las cuchillas, ajustábamos las
chumaceras. Yo en lo mío, aprendiendo un oficio
y, claro, con un poquito más de sueldo.
Me
pusieron de engrasador cuando empezó la zafra. Imagínese, viendo moverse las
máquinas que habíamos armado y que conocía muy bien. Yo le digo a usted que
siempre me traté de tú con las máquinas, les aprendí las cosquillas, los
achaques, las jaquecas. También fui ayudante de molino. Ya en esto se exigía
más capacidad, y era otro sueldo. Pasé a la sección de máquinas de vacío, como
ayudante, y aprendí cosas nuevas. Y así... es la misma historia de mucha gente
en este central. Un obrero entraba en una compañía y sabía que ahí iba a echar
su vida. Muy poca gente de la que se posó en firme estuvo cambiando. Y aquí hay
gente que ni en vacaciones ha salido de Stewart en muchos años.1
¿Usted
ha reparado en esa máquina alemana, de las viejas, que hay a la entrada, como
quien va del laboratorio a la derecha? Ha salido buenísima. Imagínese, que es
del año seis, cuando emplazaron el central. A medida que la fábrica creció
tuvieron que ponerle bombas auxiliares, pero ninguna como ella. Es buena la
maquinita alemana esa. Buenísima. Los
mecánicos la miramos con cariño y con respeto. Es veterana y parece en su plena
juventud. ¿Un poco anticuada, regañona? Sí, pero eficiente. No ha envejecido en
sus servicios, que es lo importante. Tiene achaques de vejez, pero si usted
piensa en los años que lleva en la lucha, se queja poco y nunca dice que no. La
casa de calderas se amplió y mantener el vacío pedía más fuerzas de las que
ella produce. Usted sabe que se debe mantener el funcionamiento en veintisiete
pulgadas de vacío, más o menos. Puede trabajarse con veintiséis, con
veinticinco, pero no se debe. La maquinita esa produce el vacío en los tachos
para sostener las templas de ebullición. Si no fuera por el vacío, las mieles
caerían y le harían daño a los aparatos, se le pegarían en las paredes del
estómago y se los irían comiendo. Usted puede ver el movimiento de la templa
por los ojos de cristal que tiene cada tacho. Llega la miel y están las
calandrias produciendo vapor, haciendo la digestión. Cuando la presión afloja,
los obreros bajan del piso de calderas, desesperados, porque les hace daño a
las paredes de los tachos. Tiene que ser muy malo y desentendido el obrero que
vea eso y no se alarme.
Allí
tienen una maquinita americana, nuevecita ella, no pasa de los cinco años pero
ha salido mala cabeza... Un desastre esa maquinita. Ya se rompió tres veces en
esta zafra. Pocos días antes de llegar usted largó hasta la voladura. No la
saben tratar o es mala. Si no fuera porque estoy viejo y porque cómo va a
pararse ese aparato ahora, en plena zafra, yo la registrara, para encontrarle
la dolencia. Cuando se le descubre el malestar, se le ayuda. Las máquinas,
aunque sean de hierro, son igualitas que las mujeres: tienen sus días malos y
sus jaquecas. Si en esos días usted las fuerza, se ponen como locas. Me gustó
ser moledor y lo hice unos cuantos años. Un moledor tiene que juntar
conocimientos mecánicos y químicos. Por suerte, conocí a Serafín, un
laboratorista buena gente, hombre de conciencia limpia, que no se puso con
reparos y me enseñó los condimentos de la caña y la forma de sacarle hasta la
última gota de azúcar. No se trata de mover aparatos y basta. Hay que llevar la
molida, cuidar que todo esté en su puesto. ¿Una rotura? Acudir rápido. ¿Está en
marcha normal el tándem? Mantener en su forma correcta la imbibición y la
extracción de jugo. ¿Puso mucho agua? En las calderas tienen que vaporizar más
y eso afecta las mieles finales. El colchón de bagazo crece, se producen
atoros, se para la molienda. Ese bagazo no es buen combustible, por la humedad.
¿Hay poca agua? Es un lío, se pierde el azúcar. El colchón se escurre sin hacer
una molida a fondo y la extracción es pésima. El moledor tiene que buscar el
equilibrio y no dejarlo todo a la casa de calderas. El azúcar se empieza a
hacer desde que la caña entra al tándem. Le digo a usted que una buena molida
es complicada pero, cuando se logra es lo más bonito del mundo.
Atomización
política
Una
lista curiosa de agrupaciones políticas que en la actualidad, con distintas
tendencias, contienden en la arena de los asuntos públicos:
Partido
Conservador Nacional, Partido Liberal Zayista, Partido Liberal Asbertista,
Partido Reeleccionista, Consejo Nacional de Veteranos, Agrupaciones de Hijos de
Libertadores, Asociación de Emigrados Revolucionarios, Auxiliares de la
Revolución, Sociedad de Presos y Deportados Políticos, Veteranos de la Raza
Negra, Miembros del Ejército Libertador Zayista, Liga de Constitucionales de
Agosto de 1906, Clubs Patrióticos de Cuba, Clubs Pro-Aspiazu, Clubs Pro-Matías
Duque, Clubs Pro-Loynaz, Clubs Pro-Nodarse, etcétera.
Todas
estas agrupaciones desean el bien de Cuba. Todas están integradas por
patriotas, de buena cepa, inmaculados si se quiere. ¡No podemos quejarnos!
(11 de
enero de 1912.)
Felipe
Ya le
dije: por una puerta entró José Miguel Gómez en Palacio y por otra salí yo de
Stewart. Me mudé para Ciego y empecé a trabajar en la hojalatería. Él dando
tumbos en la presidencia y yo aprendiendo un oficio, que nunca le sobra al
hombre pobre. ¿Cómo no iba a aprenderlo, y rápido, si el tiempo que gasté en
Stewart fue como tirarlo a la basura? Ya no arrastraba la encomienda de Elvira
y me iba mejor. Nunca fui hombre de vicios ni de tomaderas, así que el dinerito
que me entraba me alcanzaba y hasta podía guardar en rachas buenas.
Me
empaté con Mercedes, pero ya sin tomar en serio a las mujeres. Había estado
metido con Elvira hasta la pared de enfrente y eso pasa una sola vez en la
vida. Mercedes era otra cosa. No pedía mucho y se callaba cuando veía un meneo
que no estaba claro. Sabía que yo andaba arisco y si empezaba con los celos y
las exigencias, levantaba la pata. Si se quedaba preñada, se sacaba el muchacho
aunque fuera parándose de cabeza mañana, tarde y noche, y así, hasta que vino a
descuidarse, por el año doce, y tuvimos a Ramoncito, un cabezón igualito a mí.
Eso me emocionó, no crea. Yo pensaba en la malograda Elvirita y este hijo me
venía a llenar un poco la vida. Entonces sí le dije a la gente que Mercedes era
mi mujer. Esos compromisos los traen los hijos. Al principio lo mío con
Mercedes era como un negocio, sin otra complicación que pugilatear la comida y
taparle los agujeros a la techumbre. Después fue un matrimonio como otros,
aunque yo no me embelesaba. El trastazo de Elvira me había dejado con los ojos
abiertos.
Una vez
me tropecé con mi cuñado, en el parque de Ciego de Ávila. Andaba en trámites
para la Stewart. Su primera intención fue zafarme el cuerpo, parece que
avergonzado por lo que había hecho Elvira, pero yo fui a buscarlo. No tenía por
qué cargar con la culpa de ella. Me dijo que Elvira estaba por Morón, sola
todavía, y que su familia no quería recogerla. No le pregunté más detalles.
¿Qué me importaba? Le hablé del central, de las compras que estaba haciendo. Me
habló de política, para salir del paso, y porque era una cosa que conocía bien.
Parece que José Miguel no salpicaba tanto como los liberales de La Trocha
habían esperado. Los políticos grandes, uno tras otro se le iban virando. Y
entró la moda de levantar a Zayas. El mismo cuento: bastaba y sobraba que uno
estuviera en la silla para que los demás empezaran a elogiar al otro. Zayas
para aquí, Zayas para allá y no había otro que sacara a Cuba del fanguero.
La
República salvada
¿Hemos
triunfado? No. Ha triunfado el Partido Liberal, ha triunfado Cuba. El Partido
Liberal porque ha realizado un gran acto de justicia. Cuba porque se regirá, al
fin, por un gobierno liberal de verdad, soñado por la mayoría desde aquella
fecha en que fue derrotado el invicto y nunca bien llorado Bartolomé Masó.2
La
asamblea nacional, conjunto de patriotas esclarecidos, en su mayoría absoluta,
no podía decidirse por otro candidato que por aquel que fuera nexo
inquebrantable de unificación liberal; no podía dudar al elegir entre varios
candidatos: tenía forzosamente que pronunciarse por el que más virtudes
compendiara, por el que más caudal de talento ofreciera para realizar obra de buen gobierno en nombre
del liberalismo, y todas estas cualidades las reúne el doctor Alfredo Zayas. Y
por ello esa asamblea lo eligió; eligió al coloso de la tribuna, al literato
insigne, al estadista célebre, al patriota incorruptible que, así en la guerra
como en la paz, supo y sabe mantener incólumes sus principios de democracia
pura y amor a la patria.
Ha
triunfado Zayas a pesar del gobierno que lo combatía por sistema, a pesar de
los ambiciosos que hasta la última hora le han hecho la guerra sin cuartel,
aunque arrastrando la condenación pública. Tal triunfo es decisivo, glorioso.
Con
Zayas ha triunfado nuestro partido, demostrando que no es accesible al
cunerismo y que desprecia a los ambiciosos para, poniendo sólo su pensamiento
en la Patria, obrar bien y con arreglo a los dictados de su conciencia honrada.
Los adversarios políticos tienen ya frente a sí una candidatura ideal: Zayas y
Manduley. Dos esclarecidos en todos los órdenes de la vida nacional, y aquellos
vaticinios de un triunfo por ellos preconizado cáense por su base al empuje
arrollador de la candidatura de la mayoría.
No
podemos dar hoy más que un solo viva: a Cuba que se salvará con el advenimiento
de una situación liberal.
¡Viva
Cuba!
(17 de
abril de 1912.)
Felipe
La
asamblea nacional se puso de acuerdo en llevar a Zayas, eso fue cierto, y así
parecía que estaban en contra del gobierno, pero eran ellos mismos quienes
tenían la sartén por el mango. A que eso no lo dijo el periódico... Era un
juego viejo dar vivas a otro y ponerse a criticar, mientras se gobierna. Cuando
se acercaban las elecciones, a los liberales les gustaba aparentar que se
oponían a lo mal hecho. El pueblo les creía y a meter la mano otra vez, que era
lo único que les interesaba. El otro candidato se retrajo y dejó a Zayas de
aspirante único. Zayas habló bien de él en un mitin y empezó la propaganda para
su presidencia.
Pero
algo pasaba con el pobre Zayas, como una salación, que nunca llegaba a
presidente aunque el comité lo apoyara y se hicieran muchas reuniones de las
fuerzas viva. Le decían el eterno aspirante y no había en Cuba político más
fatal que él. La primera vez, cuando la Guerrita de Agosto y la intervención,
José Miguel le arregló la cama y se quedó solo, con el respaldo de la asamblea
liberal. Zayas tuvo que engancharse de vice o renunciar al jamón. Entre una
cosa y otra agarró la vicepresidencia, que si no era la chupeta en grande, se
le parecía. La segunda vez tenía todo compuesto y hasta la asamblea lo eligió
candidato y los comités municipales se pusieron a encaramarlo por las nubes,
cuando ¡fuácata!, los negros le secaron el petardo de la Guerrita del Doce. Le
rompieron el pasodoble y por poco se declara otra intervención del americano en
Cuba, que ganas no le faltaron.
Eso le
pasó a los liberales por brutos. Yo le digo a usted que si dejaban en paz al
partido de los negros no pasaba ni jota. Con la mala voluntad y las divisiones
que había en Cuba, ¿qué blanco votaba por los negros? Había negros que iban de
comparsa de los blanquitos; esos seguían pensando como en tiempos de España.
Pero los blancos políticos querían a los negros de comparsa en sus
candidaturas. Los liberales no lo pensaron bien. Se encapricharon en que los
negros no debían organizarse, que eso era racismo, que era ilegal. Los que
buscaron el odio entre las razas fueron ellos, para que la gente no viera las
muchas cosas malas que hacían y que dejaban hacer.
Las
cosas iban de mal en peor en Cuba, había hambre y desvergüenza, y el gobierno
aprovechó a los Independientes de Color para tenernos entretenidos. En aquellos
tiempos, lo que más se veía por las calles era la gente pidiendo limosna y la
prostitución. A una campesina que llegaba al pueblo y tenía un tropiezo moral,
el mismo que la perjudicaba la convencía de que se pusiera a negociar con el
cuerpo por los portales, en competencia. Ciego se llenó de casas de la vida.
Eso se lo pueden contar otros. Era una vergüenza que La Trocha se volviera lo
que se volvió, con tanta prostitución, juego prohibido y atracos.3 El país estaba igual de embarrado, pero a
José Miguel le dio por acabar con los negros. Hizo una campaña grandísima y
puso por delante a los mambises. Quienes lo ayudaron más fueron los negritos de
las sociedades, y los abogados negros como Martín Morúa,4 que inventó una ley en contra del Partido
Independiente de Color. El gobierno ya andaba de cabeza y el levantamiento de
los negros vino a ponerle la tapa al pomo.
La prostitución
Sin
entrar en profundidades filosóficas, con sólo saber que la humanidad ab origene es imperfecta, no estaríamos
muy lejos de la verdad definiendo lo que es la prostitución de la manera
siguiente: “El ejercicio de actos ilícitos, tácitamente consentidos en todas
las épocas por las potencias y gobiernos del mundo entero, por ser emanados de
la propia imperfección humana, y que siendo per
se inmorales, per accidens son
beneficiosos a la sociedad, en cuanto que son males menores, de cuya tolerancia
se siguen grandes bienes”. Efectivamente: compuesta la sociedad de seres
imperfectos, en el desenvolvimiento de la vida social, de alguna forma tienen
que revelarse esas imperfecciones. Los cuerpos orgánicos, en el ejercicio de
sus funciones tienen actos que realizar para su propia conservación y actos por
los cuales eliminan y arrojan fuera de sí cuantas sustancias puedan oponerse a
la salud que ellos apetecen.
No de
otro modo sucede en el orden moral; cuando la sociedad quiere mantener
incólumes aquellos principios por los cuales ella se rige y gobierna, tiene que
repeler y arrojar fuera de sí cuanto a ello se oponga, pero sin olvidar que son
seres defectibles los obligados a cumplir con esos principios. De donde se
deduce que si para mantener con más firmeza esos principios hay que tolerar
ciertos procedimientos, sin los cuales dichos principios no podrían mantenerse;
dicho se está que, bajo ese punto de vista, la tolerancia sería indirectamente
un bien.
Y he
aquí el porqué de la tolerancia de la prostitución a través de todas las épocas
y en todos los países del mundo. Falta, pues, que a ese mal-bueno se le dé el
destino que por su índole debe dársele. Lo que se tolera por necesidad no puede
ir mezclado con lo que se practica por obligación. Ejercer la prostitución en
los lugares destinados a practicar la honestidad y la pureza, equivaldría a
colocar las letrinas en los lugares más limpios y aseados de la casa. Y sin
embargo, las letrinas, aunque feas y repugnantes, son necesarias, para que no
sea una letrina la casa entera.
También
la prostitución es necesaria para el mantenimiento de las buenas costumbres en
la sociedad, pero debe ejercerse a honesta distancia de ésta, para que no
parezca todo una prostitución. Y terminamos con aquella sentencia tan sabida
del Apóstol: “Quiso más Dios sacar bienes de los males, que no que el mal no
existiera”.
(5 de abril de
1921.)
¿Por
qué no se protesta?
En
otros tiempos, no muy lejanos, las casas de lenocinio que se establecían en
lugares inadecuados o impropios de su residencia, bastaba con que uno o dos
padres de familia dieran aviso a las autoridades locales para que esos focos
desaparecieran. Hoy, que tenemos dos clases de sanidad, que paga el pueblo
religiosamente, se encuentran dichas casas repartidas en tan rara promiscuidad
y tan al público descuido consentidas, que no sabe uno que pensar de ese hecho,
llegando a creerse, si lo resultante de su consentimiento será algún chivo a los berridos del cual la moral
fenezca a manos de los encargados de defenderla. El cronista de El Pueblo
pregunta: ¿Por qué los padres de familia no protestan? Pues por una sola razón.
¿No hay un cuerpo de inspectores de sanidad? Creemos que sí. ¿No es bastante la
manifestación de esos inspectores ante la jefatura de su servicio, la cual manifestación
puede dar con lujo de detalles de dónde y por qué existen esos focos? Creemos
que sí. ¿Para qué sirven los inspectores si el padre de familia tiene que
establecer denuncias o ir al Correccional para probar allí (cosa difícil) si la
señora o señoras tales o cuales son de éste o de aquel modo de vivir, o si son
o no son focos a quienes la sanidad debe fumigar?
Entendemos
por inspector a todo cargo que desempeña inspección siendo de su sola
incumbencia el arreglo de lo que falla, y su dicho basta, o debe bastar, para
un procedimiento de energía más o menos dilatable. Si a pesar de esos señores
inspectores tienen los padres, después de pagarlos, que molestarse para dar
veracidad a los hechos que ellos no ven, es ése uno de los viajes que para hacerlo
no se necesitan alforjas.
Hemos oído que
algunos inspectores han dado conocimiento a sus jefes y diz que dicen que los
jefes no encuentran veraz el dicho de los inspectores y que debe ser denunciado
cada hecho por padres de familia. Pero, ¿ya la ley no tiene racional
interpretación, ni espíritu, ni lógica?
¿No
basta la inspección de un inspector? ¿Pues para qué esos cargos? Resultan
onerosos en demasía y hasta irritantes en la cuestión que tratamos. Si en los
asuntos en que la moral peligra o se ve amenazada, hay que andar con recovecos
y no se pone el cauterio que las circunstancias reclaman con la energía y la
actividad necesarias, ¿qué veremos cuando tengamos que recurrir para asuntos
leves a nuestras conspicuas autoridades? Pues lo que vemos... cosas que harán
fablar a las piedras.
Un
vecino
(17 de
abril de 1912.)
¡Viva
la Pepa!
La gobiernista bachata
ha cedido, ¿por chivera?
a una compañía extranjera
la Ciénaga de Zapata.
Así a la Patria maltrata
la situación compulsiva.
Así gozan los de arriba,
en tanto el pueblo quejoso
escucha el himno estruendoso:
¡Viva la Pepa! ¡Que viva!
El chivo del arsenal
y el dragado de los puertos
indican los desaciertos
de la situación actual.
Se queja el buen liberal
de una manera aflictiva.
Surge la protesta activa
y gritan los gobernantes,
satisfechos y arrogantes:
¡Viva la Pepa! ¡Que viva!
Se burlan de la ignorancia
del pueblo y de sus derechos,
¡Como que están satisfechos
en el mar de la abundancia!
De una manera muy rancia,
burlona y despreciativa,
la ambiciosa directiva
del buen pueblo liberal
grita en el poder triunfal:
¡Viva la Pepa! ¡Que viva!
Un
avileño.
(19 de
abril de 1912.)
Felipe
Los
liberales se viraban porque José Miguel no dejaba entrar en sus negocios a
todos los que esperaban beneficiarse. Desde el principio el gobierno empezó a
descomponerse. Ahora mi cuñado era zayista y me hablaba desde el punto de vista
de Zayas, o lo que él creía que Zayas pensaba. Y yo me sorprendí porque había
imaginado que él estaba dejado de la política, metido en su mundo del ingenio.
Allí importaban menos las candidaturas. Saqué en claro que los liberales iban
de una banda a la otra, como las gallinitas ciegas. Y que en ese jueguito
entraba desde un gobernador hasta un sargento de barrio. Empezaron atacando la
reelección cuando José Miguel amagó con reelegirse, y siguieron atacándolo
cuando se dio por vencido. Llovían las críticas. Lo acusaban de haberse vuelto
más habanero que nadie porque sus cogiocas grandes se desenvolvían en La
Habana, como el dragado de los puertos y un cambio de terrenos para los
ferrocarriles. Si se acordaba del campo era para empeñar un trozo, como en la
Ciénaga de Zapata. No se acordaba de los liberales del interior ni los dejaba
chupar su poquito. Se había terminado el tiempo de un centralito, de una
finquita, y ahora Tiburón buscaba grandes atracos, con compañías entreveradas
de españoles, ricachos cubanos y americanos.
No eran
sólo los liberales de abajo los que estaban inconformes, porque empezó el
estira y encoge también en el gabinete. Como esos pejes gordos no sabían
discutir sin agarrarse las greñas, la situación se puso otra vez de anjá. Se
fueron desgajando, lo que se llamó el descuaje, y el golpetazo grande lo vino a
dar Gerardo Machado.5 Se viró en firme. Su renuncia
levantó ronchas. La pusieron en todos los periódicos y la gente la leía en las
cantinas. Cualquiera que oía aquella renuncia creía que Machado era un alma de
Dios, José Martí o el mismísimo Arcángel, y que nunca iba a romper un plato.
Mucho patriotismo y palabras bonitas. Ese estaba preparando una mascada grande,
de lo contrario no entraba en el descuaje ni por una vaca parida.
En
aquellos años cualquier cosa se exageraba y terminaba en fajazón. En Cuba
sobraban los guapos, así que se soltó el diablo y Evaristo Estenoz agitó para
meter a sus negros en la manigua.6 Un
grupito en Las Villas y los más en Oriente. José Miguel podía acabar aquello
con un acuerdo, una tregua y algunas conversaciones. Si los negros y los
mulatos querían llevar sus candidatos en una boleta, que los llevaran, como
cualquier grupo de cubanos. Ah, pues no. Lo de él era exagerar el brote y armar
el aspaviento. Como estaba en pique con sus propios hombres, hizo más ruido con
aquella bronca que con cualquier otra cosa. Yo pienso que si no llega a tener tantos
problemas encima y si los demás liberales se le juntan, él no hubiera exagerado
tanto lo de los Independientes de Color. Pero, llevado hasta la soga, quería
demostrar que era el hombre fuerte en
Cuba. Ese espirituano sabía cómo presentar sus componendas a un grupo de
hombres bragados que lo seguían aunque no tuviera la razón. Eran gentes de
bronca, para quienes el que más boconeaba, convencía mejor. Los periódicos
escribían lo que les daba la gana. Los políticos juraban por la bandera y los
veteranos pedían balas para irle arriba a los alzados. Se hicieron comités, se
dieron tres gritos en cada parque y quien los oyó fue el americano. Enseguida
mandó sus barcos y sus soldados con rifles buenos, y los apostó en cada puerto,
para aprovecharse. Tiburón les pidió un voto de confianza y se convirtió en un
jefe de pelotones. Fue en ese momento cuando lanzó su grito de:
—¡Blancos,
a las armas!
Y ya
estábamos otra vez en un tropelaje de gente presa, cercos, pueblos quemados y
asesinatos a la orden del día. Y el americano alborotadito. Había inventado la
intervención preventiva y al menor movimiento, se embasaba. Tiburón les dijo
que otra intervención en tan poco tiempo era demasiado relajo, y se conformaron
con ver los toros desde la barrera. La idea de la intervención hizo que mucha
gente apoyara a Tiburón, para que acabara de una vez con el asunto. Y era para
pensarlo. Aquello de los negros muertos, muchos que ni habían peleado, fue un
crimen, pero los propagandistas del gobierno convencieron a mucha gente de que
era la única manera de evitar al yanqui metido aquí de nuevo.
Sedición
racista. Información especial. Detalles
La
prensa llegada ayer de La Habana ha confirmado ser ciertas las noticias que
desde anteayer circulaban, respecto al movimiento de sedición efectuado el
pasado 20 en distintos lugares de la República, por algunos componentes del
Partido Independiente de Color.
Los
alzados atacaron el cuartel de la guardia rural existente en el pueblo de
Manguito, correspondiente al término municipal de Guantánamo, provincia de
Oriente. Los guardias destacados en el cuartel respondieron al ataque de los
alzados, resultando dos de aquéllos muertos.
En
Lajas se ha alzado una partida al mando de Simeón Armenteros. Se compone de
once hombres. El general Sabino Caballero, en unión de varios vecinos de
Cruces, todos armados, ha salido en persecución de los alzados de Lajas. En
Quemados de Güines, una partida armada ha sostenido un encuentro con fuerzas de
la guardia rural, resultando herido uno de los miembros de ese cuerpo de
seguridad.
En
Marianao se levantó otra partida, en cuya persecución salió la guardia rural,
que la dispersó completamente.
Los
alzados de Lajas han quemado un puente existente entre ese pueblo y el de
Cruces.
Se han
efectuado numerosas detenciones de personas de la raza de color a quienes se
cree comprendidas en este movimiento racista. A las seis de la tarde de ayer
salió un tren conduciendo fuerzas militares para los lugares donde existen
partidas armadas.
Anoche,
a las doce de la noche, salió un nuevo tren militar, y esta madrugada, a las
dos, salió otro.
Gran
número de veteranos y particulares han ofrecido sus servicios al gobierno con
motivo de ese infame atentado a la independencia nacional.
El
gobierno recibe constantemente telegramas de adhesión. El gobierno se propone
sofocar el movimiento con toda la energía necesaria y restablecer el orden en
toda la República, llegándose, para obtener ese propósito, a suspender las
garantías constitucionales.
El
presidente del Consejo Nacional de Veteranos, general Emilio Núñez, en unión
del general Alfonso, estuvo anteayer en Palacio, ofreciendo al señor presidente
de la República el apoyo incondicional al gobierno liberal. El general Núñez
ofreció al jefe de la nación telegrafiar inmediatamente a todos los centros de
veteranos de la república, comunicándoles que auxilien al gobierno y lo ayuden
con toda la eficacia posible, a sofocar el movimiento.
(21 de
mayo de 1912.)
Felipe
Lo
grande de la Guerrita del Doce fueron las bolas. Ahí se demostró bien que
sabíamos inventarlas y echarlas a rodar. Empezaban diciendo que Fulana estaba
mala, un poco pálida; en la esquina decían que había tenido un tropiezo con un
negro; en el parque la habían violado cuatro negros, y te daban los detalles
sin faltar un pelo. Cuando usted venía a ver, salía en el periódico, con
nombre, apellido, dirección y generales. La vergüenza. Eso pasó con una maestra
de Palma Soriano, señorita ella y en trámites de casarse, que se hizo famosa
por una violación como de siete a la vez, y resultó que la pobre mujer estaba
en su casa, sin un rasguño. La bola la había echado a correr una enamorada del
novio. Y él, de paso, dijo que ya no se iba a casar, porque su novia se había
vuelto demasiado famosa.
Lo de
las violaciones se puso de moda.7 La
gente traía un alboroto tremendo y algunas blancas racistas veían negros
desnudos hasta en sueños. Contaban que unos asturianos recién llegados, que
ingresaron en una clínica con esos catarros malos que se pescan en altamar,
habían sido atropellados por unos negros con ganas de divertirse. Y a un
galleguito que apareció muerto en el río Machaca, y que a lo mejor lo enfriaron
para robarle, como a muchos, las invenciones de la gente ya lo pusieron lleno
de sangre, destrozado por unos negros desmedidos. Lo de la muerte era verdad,
el trajineo lo inventaron los boleros. El laborantismo hacía más estrago que
los alzados de Oriente y todo eso para que le fueran arriba a los negros con
más ganas.
Si dos
negros se saludaban en la calle y los veían, decían que estaban conspirando y
que se habían dado una contraseña. Si salían de noche, en los pueblos racistas
de Las Villas, les corrían atrás con palos y piedras, y armaban comitivas para
perseguirlos. Y los políticos liberales achuchaban, porque les convenía el
odio, para que nadie se incomodara con la matanza que venían haciendo en
Oriente.
En mi
casa, donde hasta este momento, negros y blancos amigos míos, trabajadores
igual que yo, no se diferenciaban, también se puso la cosa fea. Mercedes la
cogió con Avilio, un hombre bueno que tenía su taller de carpintería cerca de
casa y pasaba cada mediodía a tomar el café, después de almuerzo.
—No me
dejes sola con Avilio.
—Mujer,
si Avilio es un viejo honesto, un infeliz.
—Él es
negro, ¿no? Y todos los negros están revueltos buscando blancas.
Ella
también había creído las bolas. Por más que le explicaba que Avilio no pudo
volverse malo de la mañana a la noche no había quien la dejara sola con el
pobre hombre. ¡Hasta mi suegra, una vieja que parecía salida de una botella,
tenía miedo a que la violaran! Yo quería que se acabara la guerra para que se
tranquilizaran las mujeres. Y el que más y el que menos tenía problemas en la
casa, porque en Cuba siempre habíamos sido bien llevados y no sabíamos cómo
enfrentar un asunto de esa índole. A cada rato un barullo de gente para la Cuba
Company, a ver pasar los trenes con refuerzos. Cada vez que pasaba un tren, las
discusiones y las broncas. Y en el barrio, donde el negro y el blanco viven
juntos, separados por testeros de tabla, esas discusiones le dolían al vecino.
Usted se imagina qué era si el amigo negro de usted se enteraba de que su
familia andaba en ese meneo de ir a saludar con banderitas a los que estaban
matando negros en Oriente. No se sentían muy a gusto. La amistad se acababa.
A
ciencia cierta nadie sabía qué estaba pasando en Oriente. Los periódicos traían
partes oficiales y, según esos, los alzados se habían metido en camisas de once
varas. Contaban parrandas de tiroteos, robos y violaciones, y que nunca daban
el frente. Se hablaba de un pelotón de negros desnudos, embarrados de cebo,
montados en pelo. Esos negros entraban por una calle de cualquier pueblo
chiquito y salían por la otra sin que pudieran pescarlos y, en el pase,
arrasaban. No dejaban comercio sin robar ni mujer sin cascar. Yo, la verdad,
creía muy poco de todo aquello. Si no eran buenos en la guerra, ¿por qué los
aspavientos de los liberales, tantas tropas y tantos alimentos? ¿Iban a cuidar
a las blancas de Oriente? Y en cuanto a los atracos, los pobres sabíamos que
los primeros asaltacaminos eran los propios gobernantes.
La bola
mejor fue la de La Maya, un pueblecito de Oriente que quemaron los alzados. El
gobierno dijo que los negros, por brutos, habían desperdiciado el único puesto
importante que cayó en su poder. Creo que la bola era así. Se puso una
contraseña para entrar y salir del pueblo. Si se decía: ¡Se quema La Maya!, era
que estaban rodeados, y daban candela por las cuatro esquinas. La clave para
poder entrar era: Va un negro bueno, y la posta permitía el paso. Pero llegó un
jinete un poco olvidadizo, en una yegua, no se acordó bien de la contraseña y
soltó la que no era. Ahí mismo se encendieron las antorchas y en un dos por
tres dejaron aquello en nada.
Claro,
ante los heridos con quienes conversábamos en el andén de ferrocarril, que
habían perdido sus propiedades y que iban para La Habana, a llorar delante de
José Miguel y pedirle venganza, ¿quién se ponía a defender a los negros? Pero
parece que los alzados pelearon en buena ley, se portaron como hombrecitos y
fueron duros, sí, pero con moral y comportamiento de guerreros. Esto lo pienso
ahora, porque en aquellos días hasta el periódico de los Arredondo se puso a
exagerar lo del incendio y publicó muchas noticias falsas. Fíjese que hasta
muchos años después, cuando se quería anunciar una tragedia en Cuba, todavía
había gente que decía: ¡Aquí se va a quemar La Maya! Por aquellos días
compusieron una canción, ¿usted no la ha oído?
Altosongo,
se quema La Maya.
Altosongo,
se quema La Maya...
Ese es el
estribillo, la parte que se hizo famosa. De la letra no me acuerdo bien porque,
la verdad, a mí me gustan más las canciones de amor y esas son las que me
aprendo.
Sedición
racista.
Asalto
a La Maya
Santiago
de Cuba. Junio 3. Acabo de tener una entrevista con una de las víctimas de la
toma del poblado de La Maya, que me ha contado los sucesos de la manera
siguiente:
“Las
fuerzas públicas que había en el poblado, habían salido a operaciones, cosas
que conocieron los rebeldes por buenas confidencias.
”Conocida
la situación desamparada del pueblo, a las diez de la noche penetraron en el
poblado dando unos gritos horrorosos de:
”—¡Al
machete con los blancos y los mulatos! ¡Vivan los negros al mando del general
Ivonnet!
”El
pánico que se apoderó de las familias blancas y pardas fue inmenso, como puede
suponerse, y enseguida las mujeres empezaron a salir de sus casas, en la forma
en que se encontraban a esa hora, en paños menores muchas de ellas, que ya
estaban durmiendo, y huyendo para la parte contraria a aquélla por donde se
presentaron los alzados.
”La
única resistencia que se les pudo hacer para contenerlos un tanto y dar lugar a
que la gente del poblado reaccionara un poco, fue la que hicieron veinte
hombres, entre rurales y paisanos, que se emboscaron resistiendo durante una
hora el ataque. Al fin los rebeldes tomaron el pueblo, dedicándose entonces al
saqueo, al robo y al incendio.
”Vaciaron
las casas de comercio, luego dejaron sin incendiar tan sólo cuatro casas de
todas las del pueblo. Muchas familias han perdido todo lo que poseían,
quedándose en la más espantosa de las miserias. El producto del saqueo que
obtuvieron los rebeldes fue cargado tranquilamente en acémilas.
”Los
rebeldes arrancaban del cuerpo de las mujeres las cadenas y demás prendas que
portaban. Tres negros de los asaltantes fueron muertos por los paisanos que se
defendieron y varios fueron heridos. También fueron detenidos 15 individuos en
el pueblo por estar complicados con los alzados, entre ellos siete espías, que
fueron los que dieron la noticia a los alzados de que las tropas habían salido
a operaciones”.
Los
trenes de La Maya llegaron ayer a esta ciudad, atestados de pasaje. Las
familias venían casi desnudas. Cuentan escenas horripilantes.
Se
asegura que el general Ivonnet ha dicho que así como ha entrado en La Maya
entrará también en Santiago de Cuba, aun cuando para ello tenga que dar la
vida.
Cuatro
oficiales norteamericanos se trasladaron ayer al poblado de La Maya para tomar
fotografías e informar gráficamente a sus jefes sobre lo acontecido.
Este
suceso ha causado un pésimo efecto en la opinión pública. Se cree que la
intervención de Estados Unidos es cosa que no se puede evitar ya.
Cabrales
(14
de junio de 1912.)
Lázaro
Yo
tengo de negro pero no me ciega la pasión. En la Guerrita del Doce hubo de
todo, como en botica. ¿Que fue una matanza de negros? Verdad. Pero si le
echamos la culpa entera a José Miguel, no estamos jugando limpio. A esto hay
que darle muchas vueltas para no equivocarse. Los viejos del batey le dirán que
no me haga caso, que soy desteñido porque agité contra los negros en Ciego, que
los jabaos no tienen bandera. Eso me importa un pito. A la edad que yo tengo,
jubilado, sin perrito que me ladre, me tiene sin cuidado lo que piensen de mí
en este batey. A usted le gusta oír historias, y si reúne paciencia, le cuento
la mía. Usted me cree o no. Le sueno mi campana, busca a otro que le suene la
suya, lo junta todo y mire a ver si saca algo en claro. ¿Estamos?
Si le
dicen que yo era liberal, no le dicen mentira. Sentía por el liberalismo y José
Miguel era el padre de los liberales en la zona de La Trocha. Fui miguelista y
después de la bronca de los negros me hice más miguelista todavía. Un poco
porque me gustaba y otro por conveniencia. ¿Quién se metía en aquella política
por patriotismo? Desde chiquito lo primero que te decían en la casa: Muchacho,
la política es lo más sucio del mundo. Si usted se metía lo hacía para sacarle
algo, porque le vio el filón. Yo le vi mi filón y me enrolé en el liberalismo.
Pero no iba a ser un liberal cambiacasaca, como muchos que había. Yo iba a ser
un liberal aunque el partido se metiera en un lío de guerras raciales y de
atracos.
En mi
personal modo de ver, José Miguel tenía sus cosas buenas y sus cosas malas como
los gobernantes que se conocieron aquí antes de la Revolución. Ese era un albur
que se jugaba quien decía: Llevo a este gallo. Después usted no se podía apear
con tangueos. Lo llevaba con lo bueno y con lo malo, un poco de cada parte. El
cabezazo venía si usted quería ver a la gente en una sola pieza. Ahora se sabe
quien está con la Revolución y no le ve ningún defecto y quien está en contra y
todo lo ve malo. Así no se puede, porque te destarras. En mi tiempo había que
buscar un justo medio. Yo lo busqué, pero... no lo encontré a tiempo, la
verdad, y lo más que hice fue irme adaptando.
Hay
quien dice que la Guerrita del Doce empezó por una inquina personal, como eran
los pleitos sabrosos en la República, José Miguel era un hombre con más arrastre
que Evaristo Estenoz y, además tenía el poder. El negro nunca convenció con su
partido de los Independientes de Color y su pugilateo para que los dejaran
participar en las elecciones. No estaba el horno para galleticas y a nadie le
convencía la petición de igualdad social de los negros. En Cuba se hablaba
mucho de la igualdad social, pero hasta el que más alto estaba tenía a alguien
encima y todo el mundo andaba pugilateando. Estenoz tenía sus razones, pero la
gente pobre tenía hambre. El gobierno daba el trabajo y lo quitaba. Cuando el
estómago estaba vacío, las razones políticas no entraban con mucha facilidad y,
ya le digo, no había mucha conciencia. Al peón que se metiera en revoluciones
le iban arriba los hacendados. Sin el apoyo de los hacendados no había revuelta
que adelantara un tramito así. ¿Usted cree que no me doy cuenta de lo que había
detrás? Yo las pesco al vuelo. Mire, ahí lo que había era un manejo de unos que
querían subir y no los dejaban. No los dejaban porque lo que Cuba tenía que repartir,
entonces, era muy poco, y no iban a dejar que los negros entraran en el
reparto. Ese es el verdadero móvil de la Guerrita del Doce. Estenoz era el
representante de los negros que se abrían camino en los negocios. Y José Miguel
era el representante de los que ya estaban en los negocios desde el principio
de la República.
José
Miguel y Estenoz eran socios desde antes, cuando el espirituano se alzó contra
Estrada Palma y buscó el favor del americano para hacerse presidente. ¿Quién
quitaba que se pusieran de acuerdo a última
hora y uno hiciera el ridículo? Estenoz había sido liberal. Empezó
cuando las huelgas, agitando a los albañiles de La Habana. Así se hizo famoso.
Después peleó junto a José Miguel en la Guerrita de Agosto y cuando Tiburón
subió, estaba contento con el gobierno. Hasta que cogió alas y quiso
postularse. Juntó algunos negros en un partido, pocos, porque muchos negros
seguían las consignas liberales. A lo mejor reunía más si lo dejaban, y Tiburón
vio claro el manejo. Lo metió preso y lanzó la Ley Morúa, para que no se
embullaran Estenoz y los otros negros pudientes que decían que estaban
alrededor suyo. Aunque lo soltó, eso no lo perdonaba un hombre tan soberbio
como Estenoz. Acabó de encabritarse y armó la pendencia. Quería que lo respetaran.
Lo que más embromaba a aquellos negros era que no los respetaban. ¿A mí?
Sedición
racista. Un despacho al Times
del
general José M. Gómez
Nueva
York, Mayo 23. El presidente de la República de Cuba, general José Miguel
Gómez, ha enviado un cablegrama al periódico New York Times, en el cual dice lo siguiente:
“Confío
en tener dominada, dentro de muy breve tiempo, la revolución que ha estallado
en las provincias de Oriente y Las Villas, en la que solamente toman parte los
negros. La gran mayoría del país está al lado del gobierno y de todas las
partes de la República llegan adhesiones de los veteranos, tanto blancos como
negros, ofreciendo voluntariamente sus servicios para contrarrestar al
movimiento, reinando absoluta tranquilidad en las provincias de La Habana,
Matanzas, Pinar del Río y Camagüey, debiéndose este buen resultado a la activa
persecución que contra los alzados han llevado a cabo las tropas del gobierno.
”Existen
dos partidas y otros pequeños núcleos de alzados en Las Villas, las que ya
andan dispersas, habiendo regresado a sus casas muchos de los que en los
primeros momentos secundaron el movimiento.
”Se ha
enviado fuerzas suficientes a Oriente para acabar con los alzados. La prensa ha
exagerado la importancia del alzamiento, al publicar falsos rumores sobre el
mismo, relativos a que se abrigan temores de que pueda muy bien surgir una
guerra de razas, ha dado al movimiento más importancia de la que realmente
tiene en sí.
”Yo he
realizado cuantos esfuerzos me han sido posibles para evitar esta revolución.
Hice detener a Estenoz y a sus secuaces, siendo esta medida duramente criticada
por los partidos y grupos de la oposición, los cuales expresaron que Estenoz y
los acompañantes que formaban el Partido Independiente de Color eran inocentes.
Se le sometió a un proceso criminal y el tribunal que los juzgó dictó sentencia
absolutoria por falta material de pruebas y la realidad que ahora
nos confronta ha venido a demostrar que hay individuos que ni se enmiendan ni
se arrepienten.
”Ahora
bien, no obstante eso, yo continuaré la línea de conducta que me he impuesto,
manteniendo sin titubear ni vacilar mi propósito de devolver de nuevo a mi país
la paz y la tranquilidad, a fin de que siga siempre su marcha por el camino de
la prosperidad y el progreso.
”He
cablegrafiado casi esto mismo al New York
American, manifestándole al propio tiempo que contaba con dos factores de
gran importancia para triturar el presente movimiento, o sea, con tropas
suficientes para combatir y con la opinión pública que, francamente, se ha
puesto de mi lado.
”El
núcleo principal de los elementos que integran el alzamiento se compone,
exclusivamente, de negros alzados en las provincias de Oriente y Las Villas, a
cuyas provincias he enviado tropas suficientes para dominar el brote
revolucionario”.
(23 de
mayo de 1912.)
Lázaro
Yo
estaba en Las Villas cuando sonaron los primeros tiros. Oí discursos
defendiendo y atacando a los negros, porque en el primer momento hubo hasta
quien los defendió en público. Los alzados pedían que el gobierno echara abajo
la Ley Morúa, que la había escrito un negro contra los negros. Sin esa ley
podían tener un partido y entrar en las peleas electorales. A quien más ponían
de ejemplo los liberales era a Juan Gualberto Gómez, que no entraba en organizaciones
racistas. Aunque nunca lo iban a llevar para presidente se trataba de tú con
los políticos blancos, hijos de españoles ricos, y tenía mucha gente que lo
escuchaba y que opinaba bien de él. Lo primero que oí, en Santa Clara, una
ciudad que tenía fama de racista hasta decir basta, fue un discurso de un
liberal, medio borracho, en pleno parque, tirando a relajo la revuelta:
—¡Los
negros se han salido del tiesto pidiendo igualdad! ¡Ahora quieren ser iguales!
¿Quién se los niega? ¡Si hasta la Constitución lo dice: todos los negros son
iguales! Y esa Constitución la hizo Juan Gualberto. ¡Lo que tienen que hacer es
meterse debajo del paraguas de Juan Gualberto!8
Los
primeros en darle pie a quienes querían desprestigiar el alzamiento, fueron los
negros miembros de las sociedades de color. Hubo algunos que le escribieron a
José Miguel para que no los confundiera y hasta pidieron armas para ir al monte
y participar en el picadillo de negros. Yo creo que si no se las dieron fue
porque tenían miedo a que se alzaran con ellas. Con un negro nunca se sabía...
Sí, no me mire así. Los conozco bien, porque los tengo en mi casa. Yo soy
jabao, hijo y padre de negros, y no hay quien pueda hacerme cuentos. Es por eso
que yo vivo aquí, en el barracón, aunque tengo mi familia constituida en Ciego.
¿A mí?
Mi
familia es un cruce. Por un lado asturianos y por el otro franceses. Lo de
negro se le pegó en Cuba. Empezaron por probar a las negras y terminaron
prefiriéndolas. Parieron mulatos, los mulatos buscaron blancas para casarse,
por aquello de adelantar la raza, y todos terminaron en jabaos. Un jabao no es
blanco ni negro ni mulato. Por eso decían que no teníamos bandera. Un jabao
saca la picardía de las dos razas: donde llega, cuídate, que ese se lo lleva
todo.
Fuimos
ricos cuando la colonia, pero el hambre llegó a mi familia con Valeriano
Weyler. Se empecinó en limpiar el campo para darle candela a los mambises y
acabar con la guerra. Inventó lo de la reconcentración. Con la guerra no acabó,
pero con mi familia sí. Descubrió que un pariente nuestro estaba entre los
mambises y quemó las propiedades de mi abuelo. Ellos se refugiaron en Matanzas,
como una tribu de gitanos. Dicen que durante la reconcentración, aunque
tuvieras dinero no tenías dónde comprar comida y la gente se moría de hambre.
En esa escasez y esa hambre nací yo. Mis parientes se comieron los ahorros y se
fue la armonía. Sólo heredé la mala leche. Los dimes y diretes no dejaron que
la familia empezara de nuevo. Cada cual agarró su caminito. Los campesinos que
no teníamos preparación no aprendíamos a vivir en los pueblos, nos
descentrábamos y los hijos nada más servían para peones. Con el primer cabezazo
supe que el dinero ya estaba repartido en el mundo. Rico no me iba a hacer,
pero nadie me quitaba ser un bicho y sacarle buenas lascas a las situaciones.
Crecí con la República y me parezco a ella: mi vida ha sido la malicia, la
suerte y saber flotar que, como yo no tenía oficio, era lo primero.
Vine de
Matanzas. En Camagüey había buenas tierras, mucha plata y pocos camagüeyanos.
La gente venía de Colón, de Jovellanos, de Perico... ¿No oyó eso de a correr,
liberales del Perico? Esos fueron unos liberales, en un mitin que se acabó a
tiros. Se regaron por toda Cuba y a Camagüey le tocó su buena ración de ellos.
Aquí se casaron y empezaron a trabajar en los centrales azucareros. De ahí le
vino el liberalismo a esta provincia. Así me pasó a mí: para defenderme sólo
tenía mis manos y la desconfianza, que era cosa natural del guajiro cuando
llegaba al pueblo.
Era un
muchacho y andaba siempre con un tío cuadrillero, que traía gente contratada
para Stewart. No le quedaba dinero, pero sí ese pisto de representar a los
demás que tienen los ricos aunque estén arruinados. Buscaba peones dondequiera
que hubiera verracos que se tragaran el cuento de un pueblo nuevo y un trabajo
fijo. Era hombre de mucha labia pero poca suerte. Uno se imaginaba que tenía
plata, pero no le quedaba porque las mujeres de la vida lo explotaron como se
les antojó. Por aparentar tanto y pagar tragos en las cantinas, unos sabandijas
le dieron cuatro janazos, le llevaron la cartera y lo dejaron muerto en un
marabuzal. Los ladrones se dieron a la fuga. Resultaron negros como hubieran
sido blancos, que los ladrones y los muertos de hambre no escogían el color.
Pero fueron negros para más desgracia. Desaparecieron y la policía dijo que se
habían alzado, porque por aquellos días empezó el revolico de la guerrita. Yo
no creo que la pandilla que mató a mi tío se juntara con los alzados porque
estaban con los bolsillos llenos y es sabido que a gente como aquella le
interesaba un pito los ideales, que los dejaran participar en la política o que
Martín Morúa metiera una ley en contra de los negros.
No lo
pensé dos veces. Mandé el cadáver de mi tío por ferrocarril para Matanzas y ni
fui al velorio. Vine para Camagüey. A Matanzas no volvía y en Las Villas no me
quedaba un día más. Yo era muy avispado y sabía bien que estar en una pendencia
de esas, teniendo de negro, en un momento de peleas raciales, era un negocio
chiquito. Salí como bola por tronera, no me fueran a coger de caballito trotón.
¿A mí?
Servicio
especial. Sedición racista.
La
ayuda yanqui contra los negros
Valioso
ofrecimiento
Los
célebres tiradores y jinetes cow-boys,
que operaron a las órdenes de míster Roosevelt en Santiago de Cuba, cuando la
guerra de independencia, le han dirigido el siguiente cable al presidente de la
República:
“Nueva
York. 25 de mayo. Presidente de Cuba. Habana. 500 cow-boys desean salir enseguida perseguir negros si gobierno paga
gastos. Conteste cable. Irvinamier”.
Inmediatamente
de recibir el anterior cable, el presidente dispuso que se pasara el siguiente:
“Irvinamier.
Nueva York. Muy agradecido generoso ofrecimiento. No necesito hombres. Dé
gracias más expresivas generosos cow-boys.
Tengo fuerzas suficientes aplastar prontamente revoltosos quedan en armas.—Gómez ”.
Refuerzos
para Cuba
El
Departamento de Guerra de Estados Unidos ha dispuesto el envío a Guantánamo del
transporte Praire conduciendo 700
hombres que obedecerán solamente órdenes de aquel departamento. En el caso de
que dichos hombres necesiten salir de la Estación Naval, lo harán para defender
al gobierno cubano.
La
flota americana
Últimos cablegramas. (De La Lucha.)
“Washington.
25 mayo. (Al oscurecer). Las tropas americanas ejercerán de nuevo, por tercera
vez, sus funciones policíacas en Cuba. En estos momentos se han dado las
órdenes oportunas para que se apresten a salir para Cuba unos 1 000 hombres de
infantería de marina. El día 26 del actual llegarán a Cuba los primeros 700
soldados de este contingente. Más de 2 000 soldados están en camino hacia Key
West, a bordo de las dos divisiones de la escuadra del norte del Atlántico. El
acorazado Nebraska, que salió del puerto de Nueva Orleans el viernes para
Hampton Reads, ha recibido órdenes de detenerse en Key West, en cuyo punto se
le reunirán, a la mayor brevedad, el crucero Washington y los acorazados
Georgia, Rhode Island, Missouri y Ohio, a los cuales acompañará el barco
hospital Solaco y dos potentes remolcadores de los que prestan servicios en la
escuadra. Esta flota permanecerá en Key West, esperando órdenes para actuar
sobre Cuba en caso necesario”.
(25 de
mayo de 1912.)
Lázaro
En
cuanto llegué a Ciego se armó una pelotera tremenda. Acababan de ponerle
alumbrado a la glorieta del parque, cuatro arcos lumínicos. Unos negritos
alborotadores fueron en pandilla, en plena retreta, a sentarse en las primeras
sillas, las que tenían separadas las familias blancas de más pisto en el
pueblo. Los blancos ricos pagaban el abono por meses, y, si no iban, las sillas
quedaban desocupadas. Esa era una orden dada por el ayuntamiento. Los negros
tenían derecho al parque, siempre que pasearan por afuera y se sentaran debajo
de unos laureles, en sillas que quedaban en la oscuridad, sí, pero tenían mucho
fresco.
La
orquesta estaba tocando el danzón El
Aguinaldo y ahí mismo paró. Los hijos de los blancos le fueron arriba a los
negros para quitarles las sillas. Los negritos ya habían puesto las nalgas
allí, y eso se consideraba una ofensa. Los silletazos volaron. Hubo quién sacó
cuchillo. Algunos heridos, un montón de presos y los demás se dieron a la fuga.
Cuando la policía creyó que todo había terminado, volvió a empezar la bronca.
Le dieron órdenes a la orquesta de que no interrumpieran por nada del mundo,
así que entre habaneras y pasodobles saltaba un pedazo de silla o se caía uno
de los arcos lumínicos. Era una vergüenza. Un blanco subió a la glorieta y dio
un discurso:
—¡Aquí
la gente tiene que comportarse como Dios manda! ¡En Ciego siempre los negros se
dieron su lugar y nunca hubo desprestigio! ¡Esto es el colmo! ¡Respeto y no
guapería! ¿Quién ha visto negro guapo ni tamarindo dulce?
Lo
empujaron y desde la misma glorieta cayó ensartado en un cantero de nomeolvides.
Aquel tipo se puso que bufaba, con su traje blanco lleno de lamparones morados
y su sombrero de jipijapa hecho una etcétera. No acababan de pararlo cuando le
fueron arriba unos negros gandísimos. Lo ensangrentaron, lo desfiguraron, y
cuando los blancos se armaron con palos, con manoplas, macanas, y llamaron a la
fuerza pública, se echaron a correr. Nadie pudo dar con ellos. El blanco del
discurso todavía tenía fuerzas para seguir discurseando. Cuando se lo llevaban
para la casa de socorro, seguía pataleando. En eso vio a Federico Sariol, un
negrito fista que dirigía la sociedad El Progreso de Color.
—¡Sariol!
¡Recoge a tus niches o te va a llevar la pelona!
—¡Esos
no son mis niches, Bebo! Esa es la chusma del Quince y Medio, que se ha colado
en Ciego para embromarnos.
Esa
misma noche citaron a una reunión de las sociedades de color y se escribió un
comunicado al gobierno. Yo me colé en la junta, donde casi nadie me conocía, y
tanto parloteo armé que aparecí entre los firmantes, porque me convenía el asunto.
El alcalde Morgado nos recibió y dijo que éramos ciudadanos negros dignos de
nuestra raza, liberales puros y orgullo de Ciego de Ávila. Me valí del alboroto
y entré por la puerta grande. Por encajarme, no digo yo si agitaba contra los
negros. Contra Mariasantísima si se me ponía a tiro. ¿A mí?
Federido
Sariol me ayudó, me presentó a los políticos más influyentes de Ciego. Si no me
resolvieron de inmediato, a los dos años ya yo no era un culizurcido. Sariol
hizo una campaña grandísima en contra del alzamiento de los negros y me
escribió un discurso que repetí de memoria en Jagüeyal, en el Quince y en Palo
Alto:
—¡Negros!
¡Blancos! Estamos ante un atentado que no se hace sólo al ilustre cuerpo de
gobierno, sino a la existencia misma de la República de Cuba. Los que agitan la
bandera del racismo desgarran el alma de la patria. La vida de la República
vale más que la vida de cualquier raza. Las torpes impaciencias sólo conducen a
la destrucción, a la vergüenza más onerosa, a la iniquidad. Pongo el alma en
Cuba y llamo a la conciencia de los cubanos justos, negros y blancos, para
denunciar, en nombre de los hombres de oscura tez de la región
avileña, que el empeño diabólico, loco, de hacer tremolar esa negra bandera del
racismo en esta República, sólo conduce a la desaparición de la misma.
¡Detengámonos! ¡La República se hunde por nuestras brutalidades! ¡Negros,
seamos gentes! ¡Evitemos la conflagración!
Estuve
dos semanas preparándome y una noche lo solté en la sociedad El Progreso de
Color. Me presentó el propio Sariol.
—Este
es un caso ejemplar. Un trabajador agrícola que entiende el peligro que amenaza
a Cuba.
Me
dieron el visto bueno y salí a repetirlo. ¿Cómo se me va a olvidar? Yo lo decía
con una fuerza que convencía a cualquiera. Y como estaba tan bien escrito, los
negros pensaban que yo era un gran orador. No sé de libros pero lo que es buena
memoria, eso sí tengo.
Sedición
racista
Valiosa
adhesión
Servicio
especial (detalles)
Nuestro
estimado amigo, el señor Federico Sariol, envió hoy al presidente de la
República un telegrama concebido en los términos siguientes:
“Ciego
de Ávila. 28 de mayo. Presidente de la República.— Habana. Raza color Ciego de
Ávila protesta movimiento armado. Ofrece incondicional apoyo gobierno. Su
representación: Federico Sariol.”
Laboremos
Se ha
planteado en Cuba, para desgracia de todos los que en ella vivimos, la peor
cuestión que podía haber surgido: la odiosa cuestión de razas, que será, si no
se trata de atajar el mal a tiempo, con mucho tino y prudencia, reguero de
inquinas y rencores que irán en crescendo,
abriendo insondables abismos entre cubanos que hasta ayer vivieron unidos por
el santo cariñoso fraternal abrazo, con una sola aspiración y un solo fin,
conservar la república libre y soberana, próspera y feliz, de todos y para
todos, sin distingos de razas, de clases, tal como manda su democrática
Constitución: “Todos los cubanos son iguales ante la ley, la república no
reconoce fueros ni privilegios personales”.
De
ahora en lo adelante, debido al movimiento armado —que felizmente, dado el
reforzamiento de tropas justas que ha pasado para Oriente, parece tocar a su
fin— quedará quebrantada esa benéfica unión y armonía que en todas las épocas y
en todas las difíciles situaciones porque Cuba ha atravesado, siempre existió
entre los blancos y los negros, que juntos lucharon y abrazados cayeron en el
campo de batalla, por la libertad de nuestra patria.
A
evitar que las diferencias, en mala hora surgidas, ahonden entre unos y otros y
surtan perniciosos efectos; debemos dedicar todos los hombres de buena voluntad
nuestros esfuerzos y, por medio del consejo y la prédica, hacer que en el ánimo
de todos, y en particular del elemento
joven, arraigue de nuevo, el cariño de hermanos, el hermoso y patriótico ideal de
unión, paz y trabajo, el olvido de lo pasado.
Blancos
y de color apresurémonos a rectificar cualquier error o imprudencia cometida en
días de excitación, que no tengamos la tristeza de presenciar otra vez en
nuestro hermoso parque el bochornoso espectáculo del domingo, que no tengamos
que oír los desagradables y amargos comentarios que sobre el caso se han hecho,
porque ello desdice del patriotismo cubano y del progreso y cultura de nuestro
pueblo.
Alistamiento.
Aviso
Alcaldía
municipal de Ciego de Ávila
El
gobernador de la provincia, en el telegrama de hoy, me dice que por orden del
señor presidente de la República, empieza a alistarse cuantos hombres puedan
servir, con sus caballos, pagándolos a cuarenta y cinco pesos mensuales y la
comida, para que los envíen a las órdenes del general Monteagudo. Se hace saber
a los habitantes de este término, a fin de que todos aquellos individuos que,
reuniendo condiciones al efecto, deseen alistarse, acudan, a inscribirse a la
jefatura de policía situada en el edificio que ocupan las oficinas de la
administración municipal, calle Marcial Gómez esquina a Independencia, en este
pueblo.
Adolfo
Morgado
Alcalde
Municipal
Episodio
cómico
Una de
las noticias más cómicas que se han visto publicadas, es la que se refiere al
alzamiento de una partida en Jatibonico, que se batió desesperadamente con los
rurales. La verdad de los hechos no es otra que ésta:
Hace
dos o tres días el jefe del destacamento de Jatibonico ordenó a una pareja que
fuese a establecer una emboscada en los cañaverales de la finca, cerca del
batey. Los guardias obedecieron, pero por desgracia ambos pertenecían a la raza
de color, y esto dio lugar a que un americano que trabajaba en el ingenio, al
ver que dos hombres armados trataban de esconderse cerca de las máquinas, los
tomara por alzados.
El
yanqui de la historia, sin encomendarse a Dios ni al diablo entró en su casa,
cogió el rifle y la emprendió a tiros con los supuestos estenocistas, que bien
pronto se vieron atacados a balazos limpios por quince o veinte hombres
americanos, cubanos y españoles que, respondiendo a la primera alarma,
acudieron al teatro de la lucha.
Los
pobres rurales, que comprendían lo ocurrido, no podían salir de su escondite
para disipar el error, pues, de haberlo intentado, se hubieran expuesto a una
muerte casi cierta; y en tan crítica situación, tuvieron que permanecer algún
tiempo, hasta que uno de los defensores del ingenio, al observar que los
alzados no contestaban al fuego, acercóseles a la emboscada y sacó a la amenazada
pareja del gravísimo peligro en que su mala estrella la había colocado.
(29 de
mayo y 18 de junio de 1912.)
Lázaro
No crea
que el discurso me dio ganancias de inmediato. Sólo conseguí pega, pero eso ya
era bastante. Si yo hubiera tenido escuela, a lo mejor enganchaba con los
políticos, pero como era un arrastrado que apenas sabía leer los periódicos,
tuve que volver a lo mío. Los primeros tiempos fueron duros. Era muy muchacho y
no tenía experiencia. Imagínese, yo, que había nacido para mandar, volver a
sudar como un negro... No se ría. Ya le expliqué que tengo de negro. No es lo mismo tener que ser... ¿Entiende? Tuve que
guataquear, recoger cogollos para los bueyes, engrasar carretas. Levanté cabeza
más tarde, cuando me pude colar entre la gente de confianza del administrador
Alberto Lamar, matancero muy instruido y que sabía ver la pinta de los demás.
Me miró de arriba abajo y me puso la mano encima:
—Ven
acá, jabaíto. ¿Tú sabrás responderme a esta pregunta? Es una discusión que
tengo con acá, estos amigos. Si van dos por un camino, se rompe un puente y
tiene que embarrarse uno de los dos, ¿quién carga a quién?
Me olí
el queso. Algún truco había, porque los otros me miraban y se miraban entre
ellos, y porque nadie hace una pregunta de esas si no tiene su trastienda. La
picardía nace, no se hace. Me le paré bonito y dije:
—¿Cuál
de los dos paga?
Con eso
me gané al matancero.
Aquello
era así, quien tenía padrino se bautizaba y Lamar fue padrino mío y de unos
cuantos muchachos con mucha discreción en Stewart. Ver, coger y callarse. Eso
me dijo Lamar y lo puse en práctica. Me dio chance como eventual en tráfico del
ingenio. Acepté el puesto, pero aquello no me gustaba. Aproveché cada vez que
Lamar se asomó por allí para acercármele y darle vueltas, dejarme ver, hasta
que supo que conmigo se podía contar. Tuvimos una conversación en su casa,
congeniamos, y al otro día yo era mayoral en tierras de administración. ¿Qué le
parece? Lamar me tuvo consideración mucho tiempo. Después vinieron otros que
esperaban encaminarse en la vida, y hasta yo le presenté algunos primos que
recién venían de Matanzas. Eso era así. Uno agarraba lo que podía y llevaba a
sus socios en el negocio... si no te iban a hacer sombra. Lamar me tenía
preferencia y me estaba agradecido. Yo sabía cómo cumplir sus órdenes en las
colonias y mantener a raya cualquier brote de inconformidad, sin
contemplaciones. Aquellos administradores de ingenio agradecían que le tuvieran
las cosas tranquilas. Y ya le digo, aquel hombre era una onza de oro siempre
que usted le diera por la vena del gusto.
Mi idea
fija era sudar lo menos posible, tener una posición a la medida de mis
posibilidades, y que la gente me respetara. Había cosas de las que no se podía
hablar, cosas que no se podían hacer y otras cosas que no se podía dejar de
hacer. Con Lamar yo estaba campana. El ejemplo del puente lo entendí. Yo me
embarraba, pagaba él. Pero no era cosa de embarrarse tanto. Me montó en un
caballo, para que lo espoleara igual que a los cortadores de caña. Y me encargó
trabajos que no eran tan feos si usted sabía cerrar los ojos. La plata siempre
es plata y se ve limpia. Tenía que administrar unas cuantas caballerías
sembradas de caña, de la propia compañía, y sacarle el máximo a los macheteros.
Los pesadores también eran empleados de administración y se ponían de acuerdo
conmigo. Usted veía el robo en cada bulto y no parecía exagerado. Un poco hoy,
otro mañana, en cada carreta, sumaba bastante para el central. Toda mi vida fui
mayoral y me llevé bien con los administradores. Supe portarme. ¿Que fui duro
con los obreros? Sí. ¿Pero podía ser de otro modo? Ellos o yo. Ellos me tenían
a mí encima, pero yo tenía encima a toda la compañía. Si perdían el trabajo,
era poca pérdida. Si yo me quedaba cesante, se me iban doscientos cocos
estables. Doscientos pesos en aquellos tiempos, con el hambre que pasaba la
mayoría, no era cosa despreciable.
Sedición
racista.
Declaración
de Evaristo Estenoz a un americano secuestrado
El
cónsul de Estados Unidos en Santiago de Cuba, míster Holaday, ha informado al
Departamento de Estado que el súbdito americano míster W. Collister, que según
algunos despachos había sido secuestrado por los negros alzados en armas en la
provincia oriental, se presentó en las oficinas de aquel consulado en la noche
del cinco del actual, siendo portador de las siguientes declaraciones; escritas
por Evaristo Estenoz, las cuales fueron entregadas al funcionario consular
anteriormente citado:
Las
manifestaciones de Estenoz son las siguientes:
“Los
negros, bajo el actual gobierno de Cuba, no tenían derecho alguno. El objeto de
la revolución que hemos iniciado y mantenemos es asegurarle al negro el
disfrute de sus derechos civiles, que le corresponden como a los demás cubanos,
de acuerdo con los preceptos de la Constitución de la República, por los cuales
luchó durante años con las armas en la mano.
”La
guerra que hacemos es una guerra civilizada, pues no robamos ni molestamos a
las mujeres ni mucho menos asesinamos a los blancos; hechos éstos que ni aún
siquiera tenemos la intención de realizar, no obstante las declaraciones
constantes del gobierno de Cuba, de que tales son nuestros propósitos.
”Luchamos
contra el gobierno solamente, en favor de nuestros derechos como ciudadanos
cubanos, derechos éstos que bajo el actual régimen, hasta estos momentos, se
nos había negado.
”Antes
de continuar sufriendo este trato en el futuro, preferimos luchar y hasta morir
si es necesario. Más aún, deseo declarar que, antes de continuar gobernados por
los cubanos en la forma en que lo hemos sido en el pasado, es preferible por
todos los conceptos el estar gobernados por extranjeros.
”El
actual gobierno de Cuba ha pretendido hacer creer al pueblo que la presente
revolución es una lucha de razas, esto, sin embargo, es falso en un todo.
”Cualquier
arreglo que yo llegara a hacer con el gobierno de Cuba para poner fin a la
presente revuelta, tendría que ser concertado en presencia de los delegados de Estados Unidos
designados al efecto.
”Nosotros,
sólo exigimos que nos reconozcan nuestros derechos como ciudadanos y confiamos
en que el pueblo americano comprenderá nuestra situación y estudiará el
problema con gran cuidado, antes de llegar a convencerse de que la intervención
es necesaria”.
(11 de
junio de 1912.)
Lázaro
En Cuba
la edad buena de los hombres es cuando empiezan, de muchachones. Después se
ponen gordos, echan barriga y pierden la gracia. Yo, la verdad sea dicha, era
un jabao bien parecido y estaba en mi apogeo. Venía dispuesto a sacarle lascas
a mi situación de hombre joven. Con las mujeres no te puedes aflojar, porque te
hunden, decía mi tío, que no conoció a una mujer buena y que no supo poner en
práctica su consejo. Yo no tenía ganas de dejarme envolver. A él le habían
cogido la baja las mujeres de la vida. Lo primero que pensé, cuando me quedé
solo, fue que ninguna de aquellas iba a explotarme. Todo lo contrario. Trataría
de sacarles cuanto pudiera. Si a él le había ido tan mal en ese negocio, a mí
tenía que irme bien de todas maneras. Y aprendí hasta para dar lecciones. ¿A
mí?
Si
usted supiera cómo conocí a Teresa... y ahí vuelvo a la guerrita de los negros,
no se desespere, compadre. Un día vinieron al batey con el alboroto de llevar
liberales a despedir a los soldados que iban para la guerra. Era un lío de
propaganda, con voladores, himnos y banderitas. Iba a pasar un tren con tropas
para Oriente. La tropa la mandaba el general Esquerra. Se asomó a una
ventanilla y lo aplaudimos muchísimo. Nadie se podía acercar al tren, pero en
eso saltó un negrito flaco y se le cuadró delante:
—General,
quiero ir a Oriente.
—No
podemos llevar paisanos.
—Yo no
quiero ir de paisano, general. Quiero pelear con ustedes. Estoy aquí desde
anoche y me encuentro con que todavía no se resuelve que nadie salga. A mi casa
no regreso.
—No
tengo órdenes de llevar paisanos en la tropa, muchacho.
—Hágame
soldado.
—¿Qué
edad tú tienes?
—Quince
años. Pero eso no importa, general. En mi familia no hay un gajo malo. Somos
macho de verdad y yo quiero pelear.
La
gente aplaudió al negrito. Se armó un alboroto, hasta que el general Esquerra
lo subió y dio un discurso breve, como los que saben dar los hombres de carrera
militar:
—Este
es un ciudadano de color que comprende su deber patriótico. Voy a convertirlo
en un buen soldado.
El tren
arrancó y entonces vi a Teresa. Teresa Cervantes López se llamaba. Estaba
llorando, porque el negrito era su hermano. Empecé dándole consejos, que la
guerra era la guerra y los hermanos se alejaban para después volver con el
orgullo del deber cumplido, y terminé enamorándola. Acordamos que en cuanto
acabara el mitin nos íbamos por ahí, ya usted sabe... Pero el mitin empezó a
ponerse caliente después que el tren partió. No sé quién dijo que el hermano de
Teresa parecía sospechoso, que estaba buscando la manera de alzarse con el
rifle que le dieran. Un blanco grande, encaramado en un cajón, gritó a voz en
cuello que veía bien a los negros matando negros. Por ahí se armó la discusión
y hasta bronca hubo. Teresa y yo no esperamos a que terminaran y esa misma
tarde nos entendimos como hombre y mujer, en una habitación del Cosmopolita.
De las
mujeres con quienes viví sin casarme, Teresa fue la que me duró más tiempo. Si
nos peleábamos, volvíamos a entendernos en cuanto nos quedábamos solos. Ahí no
teníamos diferencias ni discusiones. Siempre me regalaba su olor a hierba
fresca con una alegría y un retozo que ninguna otra hembra supo darme. Si pasé
tanto tiempo con ella fue porque supo darme alegría. Era una hembra como Dios
las manda. Nos pusimos a vivir en un cuartico, en la calle Libertad, que era
bastante céntrica. El cuarto tenía una ventana alta y la gente pasaba tan cerca
que casi la podíamos tocar con las manos, desde la cama. Los que iban y venían,
voceando por la acerca, ni se imaginaban que allí estábamos nosotros, casi todo
el tiempo, haciéndonos felices y conociendo todo lo que pueden conocer un macho
y una hembra cuando se gustan de verdad.
La
Guerrita del Doce me juntó con Teresa y también me separó. Un día llegó una
noticia que yo no esperaba, pero ella sí: su hermano se había pasado a las
tropas de Ivonnet. Era lo que había anunciado aquel blanco, en el mitin. Teresa
dio un cambiazo. Ella y su familia dejaron de tratarme. Ahora yo era un
apapipio. Como si lo demás no importara.
Pude echarlos para adelante, pero dejé de verlos. Era mejor así. ¿No cree?
Además, ¿quién puede hacerle daño a lo que más quiere? En aquel momento Teresa
era lo único que yo quería en el mundo.
Cuando conocí a la madre de mis hijos, cambié. Esa era diferente. Señorita. De
su casa. Con ella llevaba la vida oficial, aunque me reventara de ganas de
divertirme. Me portaba como Dios manda y la trataba como a la esposa. Eso sí,
cuando me aburría, buscaba a otras. Vino el primer año y más cariño. El segundo
año y más cariño. Entonces dije. Aquí voy a amarrarme cortico. Si nunca la
quise como a Teresa, ella no tuvo la
culpa. A lo mejor tampoco me quiso tanto. Me cuidó y me respetó como la habían
enseñado en su casa. Así era la vida. Un hombre hacía sus cosas, entraba en
todas, y, un buen día, borrón y cuenta nueva. Cuando uno se casaba, tenía
hijos, ponía una casa, era hombre de verdad y se volvía otra persona, por muy
tarambana que hubiera sido. Eso era así en Cubita la bella.
Sedición
racista. Caminos sombríos
En los
períodos en que la pasión estalla, hay que hacer porque sea el menor número los
que pierden la ecuanimidad y la reflexión para que la mayoría, refrenando los
impulsos de los exaltados, logre establecer el imperio de la justicia, no sea
que ésta, huérfana de mantenedores, tenga que huir despavorida a esconder las
vergüenzas que la afrentan. Porque cuando esto sucede en un pueblo, caen sobre
él las maldiciones de la historia. No nos dejemos arrastrar por las pasiones de
la gente, que, en pleno desequilibrio, y sin darse cuenta, desde luego, de los
actos que realiza, llega hasta a incurrir en los mismos delitos que condena.
Bien
está que contra los bandidos estenocistas se resuelva airadamente la opinión y
jure y blasfeme y mate; bien está que persiga y encarcele a los que,
simpatizando con aquellos, conspiran para ayudar a la nefanda revuelta; bien
está que todos estemos ojo avizor; dispuestos a repeler la agresión de que
podemos ser víctimas; pero no seamos nosotros los que en ningún momento la
provoquemos; entre otras razones, porque los que censuramos, los que
anatematizamos a las hordas de Ivonnet por incultas, por incivilizadas, por
salvajes, no podemos, ni aún respaldados por la venganza ensombrecedora de la
conciencia, bajar de lo alto, descender hasta ellos, envolviendo a todos los
negros, por el hecho de serlo, en nuestra desafección y nuestro odio.
No, mil
veces no. Si es verdad nuestra superioridad étnica, demostrémoslo ahora, que
parece que las fieras de otra raza se desencadenan; si es verdad que somos
cultos, probémoslo ahora con nuestros procedimientos, en medio de esta
situación en que todo se tambalea; si es verdad que somos civilizados,
patenticémoslo ahora, ahogando nuestros malos instintos, en esta lucha con el
salvajismo; y por último, si es verdad que somos justos, evidenciémoslo ahora,
en mitad de la general disolución que nos cerca, manteniéndonos esclavos de la
ley moral, superior a todas las otras, y la única que en circunstancias de la
índole que atravesamos debe prevalecer, imponiéndose a todo y a todos.
No
azucemos bandos contra bandos, acelerando a pasos agigantados el final del
desastre. Hay que sustraerse al contagio de las pasiones, que lleva por
sombríos caminos a los hombres y a los pueblos. Son éstas, horas de serenidad.
Huyamos del vértigo asolador de las iras, que suele dejar huellas de sangre,
acaso inocente, en las calles y en las conciencias. Tengamos el verdadero
valor, el que se crece frente al peligro positivo, no el que arremete a ciegas,
contra los fantasmas del espanto o del coraje propios.
Castigar
y defendernos debe ser nuestro programa. Reduzcamos a prisión al que conspire.
Matemos al que viole, incendie o asesine, dentro de las leyes, si es posible;
fuera de las leyes, si no queda más remedio. Pero no contribuyamos nosotros a
aumentar los temores y las incertidumbres del momento actual, aprestándonos
para la matanza solamente. ¡Todo, la patria inclusive, nos exige que sepamos,
si el caso fatal adviene, defendernos y matar; pero defendernos y matar
civilizadamente!
(Editorial
sin firma. 11 de junio de 1912.)
El New York Herald publica una entrevista
de su repórter con míster R. B. Hawley, presidente de la Cuban American Sugar
Company, en que dice lo siguiente:
“Nosotros
no sabemos nada sobre un trastorno en la situación política, si tal cosa
existe. Nuestro negocio es fabricar azúcar estrictamente y es lo que hacemos
todos los días. Tenemos unos 8 000 trabajadores en nuestras fincas: solamente 2
000 menos de los que empleamos en tiempo de zafra. Sin duda la continuación de
la alteración del orden público haría daño a la industria azucarera, y si un
alzamiento como el descrito por la prensa fuera general, esta compañía
indudablemente sufriría.
”Tenemos
unos $ 25 000 000 invertidos en Cuba, cada centavo de este dinero dedicado a la
fabricación del azúcar. No estamos interesados en empresas políticas, ni nada
podría inducirnos a modificar nuestro propósito de manejar nuestras fincas, sin
tratar de mezclarnos en la dirección de la república cubana.
”La
Cuban American Sugar Company es dueña de propiedades en todas las provincias de
Cuba, menos una, y nuestros administradores nos informan diariamente por cable.
Según esos informes, ni sabemos siquiera que existe una revolución en la Isla.
Ninguna de nuestras fincas ha sufrido, no hemos sido amenazados, ni tampoco nos
han pedido contribuir a la ayuda de ningún levantamiento contra el gobierno
cubano. Somos hombres de negocios, pacíficos y observadores, de las leyes, y
esperamos que el gobierno de Cuba será capaz de mantener e imponer su
autoridad”.
(18 de
junio de 1912.)
Lázaro
La
revuelta de los negros sirvió a muchos que querían encajarse. ¿Por qué no a mí?
En Ciego tenía buenas amistades. Me recomendaron y entré en la sociedad El
Progreso de Color. Aquello no era cuestión de gente pelleja. Allí se reunía la
cremita, profesionales y tipos con influencia. Les hacía falta nuevos socios,
gente que estuviera dispuesta a gritar que Estenoz estaba equivocado. Ya yo
había dado aquel discurso y seguí repitiéndolo. Cuando el jaleo de los mítines
y la propaganda, cargaba con algunos niches del batey, para hacer número. Si se
veían negros en el mitin, era mejor.
En el
Quince también pertenecí a la Sociedad Mariana Grajales, donde se daban las
mejores fiestas de la zona. Ir a un baile era algo muy serio. Los hombres con
filipinas de dos broches, sin lazo. Lo del lazo se aceptó después y de la
filipina fue naciendo la guayabera. Los que se adornaban con colorines en el
cuello y esas cosas, eran mal vistos. Los colores muy brillantes se dejaban
para la gente bohemia. Usted sabía quién era hombre honesto y quién era chusma
nada más que por la facha. Siempre hubo todo tipo de elementos, el que no
servía y el que se respetaba. Yo, que trabajaba en el campo y a veces me
embarraba de tierra colorada o me enchumbaba un aguacero, no pasaba por el
Quince, ni a diez cuadras a la redonda, si no iba presentable. Saco y corbata
discreta. Nada que llamara la atención.
Las
sociedades eran dos: una de blancos y otra de color. Una cosa decente. Usted y
yo éramos amigos, pero cada cual en su sociedad. Si una mujer no guardaba la
debida compostura, la repudiábamos. Tenía que andar derechita, porque un socio
la veía en un mal paso y reunía a la directiva. Decía lo que había visto y la llamaban a capítulo. La primera vez le
advertían y, después, pisaba bonito o la sacaban. Nada de desprestigio. Los
hombres, lo mismo. Todos guardando la forma, que la sociedad exigía buenas
costumbres.
Antes
no se veía mujeres con esas faldas tan cortas. ¡Abajo de la rodilla! Esas
exageraciones no me gustan ni un poquito. Es una provocación. El otro día, en
la guagua de Stewart a Ciego, se sentó una muchacha, casi una mujer, con un
tuniquito que parecía un pañuelo. Sin mentirle: aquella telita se le fue
encaramando con el traqueteo de la guagua ¿y ella? como quien no ve. Me retrató
de cuerpo completo. Imagínese, que yo viré la cara. Qué va. Mis hijas fueron
criadas en otro estilo. Verdad que ellas son mujeres mayores, casadas y con
hijos, pero nunca, ni cuando eran pollonas, se dieron al exhibicionismo. Que
las cogiera yo en un brinco de falda corta. Ahí mismo las mandaba a taparse. La
moda sí, pero con discreción.
Ahora
usted ve que algunos hombres usan las mismas prendas que las mujeres: pantalón
pistolita, pata de campana, camisa de colores, y hasta melenas. A mí me gustó
vestir al natural. Pantalón ancho, camiseta de botones, camisa bien almidonada,
de un color, con mi monograma en el bolsillo, zapatos de dos tonos. ¿Adornos?
sí, una cadena discreta, que colgara de la cintura al bolsillo para sostener el
llavero. ¿Y el peinado? Lo correcto. Nada de esas melenas indecentes. Yo, con
mi patilla bien dibujada y el corte por encima de la oreja. Y no porque tuviera
pasas. Aunque hubiera tenido pelo bueno. El macho tiene que diferenciarse de la
hembra. Ese es mi lema.
La
lucha de los negros de la sociedad contra los negritos manigüeros existió
siempre en Cuba. Nunca fui a Oriente, donde dicen que la situación era más
radical: sociedades de blancos, de mulatos y de negros. Dicen que allá un jabao
no bailaba en una sociedad de negros.10
Yo, la
verdad, debo decirle que las negras me gustaron siempre, pero mi mujer es
bastante clara. Con ella iba a tener hijos. Y me salieron mulatos blanconazos.
De vez en cuando buscaba alguna negra como Teresa, para limpiarme el pecho.
Esas no las llevé a la sociedad, porque allí conocí a maestras normalistas,
hijas de contadores y de tenedores de libros, gente fina y que sabía darse a su
lugar. Era como debía ser. La sociedad, la casa y la representación social. Lo
demás se buscaba en otra parte y de eso no se hablaba con nadie.
Sedición
racista. Muerte de Estenoz
Ciego
de Ávila, 28 de junio de 1912.
Por el
gobierno de la provincia, con esta fecha, se dice a esta alcaldía lo siguiente:
“Para
conocimiento de usted y vecinos de ese término manifiéstole acabo recibir telegrama Secretaría Gobernación
dicen despachos comprueban muerte Evaristo Estenoz”.
Lo que
se hace público para general información.
Adolfo
Morgado
Alcalde
municipal
Notas locales
Ayer el
paseo fue delicioso. Muchas preciosas damitas en coche y caballo lucían sus
encantos y, en su carro, recorrió las calles una alegre rumba.
Los
cocheros, sin tarifa a la vista, hicieron la zafra. Por la noche se celebró
otro regio baile en la Colonia Española, que superó al de anteanoche.
En
medio de la mayor alegría se cerró, con broche de oro, el programa de las
fiestas.
(1 de
julio de 1912.)
Felipe
Si
usted lo piensa bien, Ivonnet y Estenoz, los pobres, chocaron contra un
peñasco. No tuvieron respaldo de los negros y, aunque tenían buena parte de la
razón, no supieron convencer. Nadie mete la mano en la candela cuando no está
convencido. Hablar de luchas políticas, en Cuba, entonces, no se entendía. A
muchos los atemorizaba el uniforme militar de aquellos generales, porque habían
hecho la independencia. Y José Miguel era militar camorrista. Hablaba de
política, sí, pero daba trato militar a todas sus cosas. La política era lo que
se veía en las tribunas. Usted rascaba esa cáscara y se encontraba con procedimientos
de ordeno y mando. De militar a militar, Ivonnet y Estenoz llevaban las de
perder. Eran negros y eso era un pecado casi más grande que ninguno en la
República.
Estenoz
cayó en Mayarí. Dicen que se suicidó para no rendirse, cuando se vio perdido.
Pusieron el cadáver en Santiago, en el Cuartel Moncada, sobre dos cajas de
balas. Ese fue el honor que le hicieron. Y no estaba mal descansar sobre las
balas para un hombre bravo como aquel, que decidió morirse a seguir viviendo
como no le gustaba. Me contaron que los santiagueros iban a verlo y se quedaban
callados. Los negros de las sociedades de color, que tanto lo combatieron
aunque no lo dijeran, esperaban un milagro, que se levantara, diera cuatro
gritos y saliera a pelear de nuevo, defendiendo sus intereses. Esos blandengues
querían que otros les sacara las castañas del fuego.
A
Ivonnet le fue peor. Le hicieron una emboscada y cayó con un montón de
compañeros. Estaba prisionero de un militar asesino, Arsenio Ortiz. Ese lo mató
porque era la orden de Jesús Monteagudo, el jefe del Ejército, y porque cuando
mandó a La Habana el aviso de que había agarrado vivo al famoso Pedro Ivonnet,
José Miguel le contestó con un telegrama que se hizo famoso: “Presente
cadáver”. Esa vez no quería darle chance a que el negro se explayara delante de
un tribunal y hablara de justicia. Podía pasar que saliera con vida del juicio
y con el tiempo empezara otra guerra, con más negros convencidos. Una cuadrilla
de rurales le apuntó, cada uno desde un rincón distinto y lo acribillaron.
En
Ciego los liberales tiraron voladores, bailaron y cantaron muchos días
seguidos. Le sacaron más lascas a aquellos muertos que a las arcas municipales.
Creían que habían hecho un hazaña y que todo el mundo se la iba a celebrar,
pero ya los liberales empezaban a caer pesados y la gente se buscó nuevos
políticos. Que eran iguales y que iban a ser iguales por mucho tiempo, no lo
sabíamos todavía. La cuestión es que los asuntos políticos se pusieron malos
para los liberales. Miguelistas o zayistas, daba lo mismo. Uno porque lanzó a
la gente en una guerra y macheteó a cinco mil negros. El otro por
aguantalavela. Ese siempre fue el problema de Zayas: quería jugar al ganso
bobo. Robaba y dejaba robar. No mataba, pero los cuatreros de José Miguel lo envolvían
en sus matazones. El se quejaba y seguía chupando. Y empezó a sonar Menocal,
que era administrador de centrales azucareros. Pero administrador de verdad, no
como Tiburón, que en la Silveira sólo hizo visages.
Los
fieles y los desertores del liberalismo
Reproducimos
para nuestros lectores este breve artículo publicado por nuestro colega La Discusión el 23 de julio de 1912:
“... en
Cuba el Partido Liberal se constituyó para llevar al bien y hacer una
progresista democracia la sociedad cubana, proponiéndose el respeto al ajeno
derecho en el sufragio y el enaltecimiento de la administración cubana por la
acrisolada honradez de los funcionarios públicos.
”Pero
los directores que se han perpetuado al frente del Partido Liberal no han
realizado otra cosa a la sombra de tan excelsa bandera de principios, y a la
guía de esta sociedad asombrada, que dar la espalda a los principios y
traicionar la sociedad que la siguió, esperanzada, a todas las batallas. Las
solemnes promesas de honorable administración tuvieron por corolario esas
grandes vergüenzas, desde el dragado hasta la Ciénaga de Zapata, que realizadas
desde lo alto fueron el toque a rebato que sacudiera los escrúpulos y los
temores en todo el organismo nacional, y los groseros apetitos salieron a plaza
en cínica ostentación de latrocinio. Los funcionarios inferiores rivalizaron
con los más altos en el súbito enriquecimiento y brutal disfrute de todas las
preminencias del poder.
”Y
ahora, en presencia de la urna electoral, los hombres de bien encuentran este
dilema: siguen fieles a sus nobles ideales de una república digna de los
sacrificios de tantos excelsos cubanos y condenan con sus votos a los que han
traicionado y escarnecido los altruistas fines del liberalismo, o van de nuevo,
unidos a los torpes desertores del ideal, ya desenmascarados, a consumar, en
cuatro años más de depravación, la ruina total de tantos gloriosos esfuerzos
emancipadores.
”¡No,
no podemos seguir a los logreros, a los embaucadores, a los tránsfugas de los
principios electorales! ¡No, ni zayismo ni reeleccionismo, que son dos grandes
e iguales bubones que amenazan a la existencia nacional!
”El
liberalismo tuvo en Hernández y en Asbert dos inmaculados candidatos: los
tendría todavía en el ilustre Sanguily, y la república por él presidida, digna
sería de presentarse en el más alto aerópago de las naciones; pero si el
triunfo de la causa de los principios liberales ya no es posible, valdría más
quemarse las manos que votar ahora, a sabiendas, por la desmoralización y la
desdicha de la patria”.
Enrique
Loynaz del Castillo
La reelección significa
de la patria el hundimiento,
del cubano los tormentos,
pues a todos dañifica.
El comercio perjudica,
hunde las artes y oficios,
y los grandes sacrificios
por la patria realizados,
pronto serán olvidados
como recuerdos ficticios.
Entiendo que el mayor mal
que puede a Cuba caber
es no llevar al poder
al general Menocal.
Nadie como él es leal
ni más honrado y valiente.
Nadie siente más ferviente
por Cuba sincero amor,
nadie tiene más honor
ni más cubano se siente.
Reelegir es fracasar
y echar a Cuba por tierra,
es dar principio a la guerra,
es a la patria matar.
Nadie me podrá negar
lo que declaro, Simón:
la muerte es la reelección
del Partido Liberal.
Solamente
Menocal
puede salvar la nación.
Un
Avileño.
(2 de
agosto de 1912.)
Felipe
La
guerra de los negros maltrató la popularidad de los liberales. Patinaron y
perdieron las elecciones. Las perdieron a pesar de las trampas que hicieron en
todas partes. En el Quince fue famoso el truco electoral. Mi cuñado venía de
votar en los colegios del Quince y votaba en los de Ciego. Había hecho campaña
en las colonias de Stewart, elogiando a Zayas. Pero a Zayas nadie podía
levantarlo. Él había sido jefe del Partido Liberal mucho tiempo y, aunque la
guerra de los negros la capitaneó José Miguel, fue una guerra de los liberales.
Mis padres me habían enseñado que tanta culpa tiene el que mata la vaca como el
que le aguanta la pata y a Zayas le contaron los negros muertos como si los
hubiera matado él mismo, en persona. Fue como la marea cuando pasa la ola
grande. Muchos de los negritos de las sociedades de color, que habían estado
callados y guataqueándole a José Miguel, entraron en la oposición, subieron a
las tribunas llevados por los conservadores, y agitaron contra el liberalismo.
Esos se olieron la caída, y estaban preparándose. Los cambiacasacas eran plaga
vieja en Cuba. Ellos decían que las casacas eran para ponérselas y quitárselas,
según hiciera color o frío. ¿Que había que aplaudir? Aplaudían. ¿Que había que
callarse? Se callaban. ¿Que había que criticar? Criticaban. Aquella gente no
estaba ni con Dios ni con el diablo, sino con sus barrigas. Si les hablabas de
honradez, no entendían. Y había que ver a aquellos morenos fistas dando
discursos:
—¡Negros!
¿por quién vamos a votar el primero de noviembre? Si votamos por Zayas
aplaudimos al culpable, que tiene las manos ensangrentadas. Si votamos por
Menocal regamos flores en las tumbas de nuestros hermanos.
Era el
momento de Menocal y ahora parecía que los negros de sociedad habían sido de
Estenoz, cuando la verdad es que lo dejaron solo. Con sus votos pusieron a
Menocal en la silla, aunque en las urnas aparecieron como votantes los que
cayeron en accidentes del trabajo, los que no estaban en el país y hasta muertos
de cuando la independencia. Aquellos sí eran forros electorales. Salió en los
periódicos, vino una comisión investigadora, se demostró que la manía de los
forros la tenían los políticos desde que Cuba era Cuba. ¿Y la manía del
desprestigio y de los trapos sucios? No hubo cosa más sucia que la propaganda
de aquellas elecciones. ¡A luchar contra el continuismo! ¡A luchar contra el
continuismo! Y a los liberales le pusieron hasta el tibor en la sala.
Usted
veía médicos, almacenistas, protestando en las calles porque publicaban sus
manejos en los periódicos y en unas hojitas sueltas. Si el almacenista robaba
en el tráfico de mercancías desde La Habana; si el médico hacía alborotos a
domicilio. El copón bendito. La oposición aprendió muchísima contabilidad y se
volvió una experta en curetajes. Atacaron al gobierno por el flanco más débil:
la administración. Muchas palabras bonitas y broncas militares pero los
liberales, con tanta pendencia, habían descuidado la comida del pueblo. Eso lo
sacó Menocal, con tanto embullo, que no parecía que era para ganar unas
elecciones, sino para destruir a aquellos gobernantes. Haber metido al
americano por segunda vez en Cuba ya no era cosa de Estrada Palma, sino de los
liberales. Y no de José Miguel, sino de Zayas. Los conservadores se envolvieron
en la bandera cubana y se hicieron más patriotas que Antonio Maceo. El
periódico de Ciego se volvió conservador de la noche a la mañana, dio un
timonazo en frío y le fue arriba a sus propios cómplices. No digo yo si daban
un cambiazo los políticos, ¡en eso eran unos camaleones!
La
carestía de la vida y los liberales
Los
señores liberales han aumentado la vida del habitante de Cuba en un 60 %, y la
han hecho más cara que cuando gobernaban los moderados. Véase la siguiente
estadística, donde aparecen los precios de algunos artículos de primera
necesidad, en 1904, en que regía en Cuba Estrada Palma; en 1908, en que
gobernaba el norteamericano en consorcio con los liberales (y bajo la dirección
del licenciado Zayas), y en el año actual, en que José Miguel es el hombre en
la silla:
Artículos Artículos Palma Magoon JMG De más
1904 1906 1912
Arroz (quintal) $ 3,00 $ 3,75 $ 4,70 $ 1,70
Manteca
(quintal) 10,50
12,50 17,35 6,85
Sal
(saco) 1,94 2,23 2,63 ,69
Harina
(saco) 6,38 7,17 7,67 ,29
Garbanzos 7,86 8,11 8,60 ,74
Frijoles 3,85 4,15 4,75 ,90
Chícharos 4,80 5,00 5,55 ,75
Aceite
(caja) 8,00 9,15 12,50 4,50
Tocino 10,00 11,00 13,00 3,00
Tasajo 10,00 11,50 13,25 3,25
Café 20,00 23,75 30,00 10,00
Papas 2,65 3,00 3,25 ,60
Fideo 4,50 4,87 5,25 ,75
Un
promedio de un 30 % más cara en 1912. Los anteriores precios se entienden en
plata española, a cuya moneda lo hemos convertido pues el tipo de venta en el
almacén mayorista es en oro español, y al detalle siempre la venta es en plata.
En 1904 (gobierno de Estrada Palma), además de regir los precios que figuran en
la casilla respectiva, la plata, por la abundancia que había de ella, hacía
valer un peso 40 centavos plata, lo que nos daban por cambio de un peso
norteamericano; o lo que es lo mismo, otro 30 % de diferencia en favor de aquel
año, que, unido al 30 % de aumento de toda la mercancía de primera necesidad
viene a resultar, como decíamos al principio de este trabajo, que la vida del
obrero, del hombre que tiene que vivir de su trabajo, la han puesto los
liberales, en su corto y funesto período de gobierno, en un sesenta por ciento
más cara que cuando gobernaban los pícaros moderados y el traidor don Tomás
Estrada Palma.
(8 de
octubre de 1912.)
1 Movimiento ocupacional en centrales azucareros.
Según Juan Ferrán Oliva: “El avance tecnológico azucarero en Cuba: problemas y
soluciones”, en revista Economía y
Desarrollo, La Habana, no. 22, marzo-abril de 1974, pp. 39-65, de las 152
fábricas azucareras cubanas existentes en 1974, 95 fueron fundadas antes de
1900 y el resto desde esa fecha hasta 1927, año en que concluyeron el más
joven. Los más obsoletos y pequeños fueron sometidos a modificaciones y
ampliaciones que junto a los nuevos, colocaron a la industria azucarera cubana
en un estado técnico elevado, de acuerdo con el nivel de la época, para un
proceso productivo considerablemente mecanizado, con flujo discontinuo y
operaciones individualizadas. Los cargos que exigían calificación, que no eran
muchos, los cubrían cubanos que la habían adquirido en la práctica y, en menor
grado, egresados de centros educacionales y ejecutivos extranjeros,
predominantemente americanos. El aprendizaje de los obreros de menos
calificación ocurría por el clásico ascenso desde simples auxiliares;
generalmente procedían del área rural y no pocos eran inmigrantes. Entre ellos
abundaba el analfabetismo. La rotación del personal de los ingenios era muy
baja: un trabajador azucarero solía vincularse de por vida a la actividad,
trabajar en el ingenio constituía una forma relativamente estable de asegurar
un ingreso, aunque se tratase de un trabajo cíclico. El desempleo, que
alcanzaba un 33,5 %, limitaba al mínimo la frecuencia de cambios de trabajo. En
1959 la industria azucarera mostraba un peso predominante de trabajadores
viejos porque hasta 1925 ocurrieron entradas masivas de obreros, muchos en
plena adolescencia.
2 Bartolomé Masó
Vázquez (1830-1904). General independentista cubano,
presidente de la República en Armas de 1897 a 1898.
3 La prostitución en La Trocha.
Beneficiada por transacciones legales, empresas de transporte, oficinas, bancos
y un próspero comercio, la zona comprendida de Júcaro a Morón, cuyo centro era
el municipio Ciego de Ávila, desarrolló diversas “entradas” y una de ellas,
quizá de relevancia desbordada, fue la prostitución. Así como se instalaban
bufetes y notarías, almacenes de víveres y licores para la venta al por mayor o
al menudeo, establecieron barrios dedicados a la prostitución, el juego y la
venta de bebidas alcohólicas. En varias ocasiones los informantes se refieren a
estas cuestiones, cuya gravedad se acentuaba con el predominio del caudillismo
y de un machismo muy a los western,
el uso y abuso de pistolas y el rapto de mujeres para prostituirlas una vez que
se les iniciaba en la vida sexual. En algunos momentos de sus vidas, Felipe,
Santiago, Lázaro y Justo sintieron de cerca la importancia de esta actividad: ejerciéndola
como chulo (Santiago), relacionándose
como cliente (Lázaro), temiéndola como amenaza para su hermana (Justo) o su
mujer (Felipe). El periódico El Pueblo,
que se indigna ante el desmande de la prostitución local (“¿Por qué no se
protesta?”, 17 de abril de 1912), sigue su interesada flexibilidad y se muestra
justificativo unos años después, en medio de una polémica popular.
4 Martín Morúa Delgado (1856-1910). Escritor y
político cubano. Participante de la Asamblea Constituyente de 1901, secretario
de Agricultura, presidente del Senado, orador, publicista y activo propagador
del liberalismo. Su conocida Ley Morúa (1912) contra las organizaciones
políticas de carácter racial provocó el alzamiento del Partido Independiente de
Color, que sería cruelmente sofocado. (Véase nota 6 de este capítulo.)
5 La
renuncia de Gerardo Machado a la secretaría de Gobernación (27 de abril de
1912) fue un documento en exceso largo y demagógico, con el que procuraba
distanciarse del cuerpo de gobierno para entrar en las campañas opositoras.
“Políticamente tengo necesidad de recobrar mi libertad de acción, porque no se
trata de servir mis intereses [...] no aspiro a nada ni apoyo a nadie que pueda
dar algo, pero creo que Cuba necesita, ahora más que nunca, de la acción de sus
hijos leales...” (Carta a José Miguel Gómez.) La trayectoria de Machado en la
política cubana antes de convertirse en un dictador que marcaría época, tuvo
matices ingeniosos como este, que lo aureolaban de mesiánico redentor del
liberalismo puro, llamado a devolverle al partido la integridad y la fuerza de
los comienzos. Cuando Gómez inició la “guerra” de La Chambelona (capítulo 3),
él se mantuvo al margen, aunque sin romper sus vínculos personales con el
“chambelonero” máximo. El coqueteo le costó la existencia de una carta de Gómez
(30 de septiembre de 1917) quejándose por el zafón encubierto que le había dado
al levantamiento. Los liberales tradicionalistas se la sacarían, luego, para
enfrentarla a su candidatura. Cuando Machado alcanzó la presidencia (mayo de
1925), lo hizo como rectificador de los errores tradicionales del liberalismo.
6 Alzamiento de los Independientes de Color. Las motivaciones de la Guerrita del
Doce —o Alzamiento de los Independientes de Color— fueron la discriminación
racial en las esferas política y económica, y reivindicaciones tradicionales
por las que luchaba el proletariado de manera estructurada. La discriminación
prevalecía como rezago de diferencias sociales existentes desde la esclavitud,
mantenidas en la población cubana y exacerbadas por el traslado a Cuba de
prejuicios mucho más enconados entre los americanos que llegaron con la primera
intervención. Ya desde el inicio, y para no herir la susceptibilidad de las
tropas yanquis, se impidió la presencia oficial de negros. Destacados
libertadores e intelectuales negros aceptaban esta segregación con la esperanza
de que fuera transitoria y para mantener pacífico el ya desgarrado proceso que
conduciría a la constitución de la República. El carácter discriminatorio llegó
hasta el cuerpo de policías de La Habana, recién fundado bajo el mando
colaboracionista de Mario García Menocal, que seleccionó a todos sus miembros
en la raza blanca. En 1902 un comité de veteranos negros, cuya sola existencia
evidenciaba la necesidad de organización en defensa de los derechos de su raza,
pedía la consideración de ciudadanos para los veteranos negros y mulatos, en
igualdad de condiciones a los blancos. A Quintín Banderas, heroico combatiente
independentista, se le había ofrecido un cargo de cartero en una administración
donde blancos de similar escasa preparación cultural a la suya ostentaban más
altos cargos y reconocimiento social y económico. Las imposiciones referentes a
la participación de los negros en la vida política del país se cumplieron en
1908, al ajustarse las candidaturas municipales y excluir a numerosos negros,
algunos de ellos prestigiosos libertadores. Surgió la Agrupación Independientes
de Color, sustentadora de sus propias candidaturas. Esta agrupación se
convirtió en partido político para participar en las elecciones de 1910. Su
dirigente, Evaristo Estenoz, había luchado en la última guerra independentista
y se destacó entre los dirigentes de la Huelga de 1899, en representación del
gremio de albañiles de La Habana. Las autoridades militares intervencionistas
reprimieron a los huelguistas, detuvieron a sus dirigentes y Estenoz entró al
siglo como integrante del sector de los negros habaneros que trataban de
incorporarse a la vida política y económica. La frustración que para negros y
mulatos significó el período gubernamental “moderado” de Tomás Estrada Palma,
los acercó al opositor Partido Liberal. Esto explica que ellos cooperaran con
la llamada Guerrita de Agosto (1906) fortaleciendo la acción liberal. Entre los
“cuadros” liberales estaban Martín Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez, de
reconocido prestigio en la masa de cubanos negros. A su participación en la
Guerrita de Agosto debía Evaristo Estenoz su grado de general. Una paradoja fue
que resultara el gobierno del Partido Liberal, que trataba de capitalizar los
votos de negros y mulatos, el que reprimiera con fuerza criminal un alzamiento
de negros por sus derechos políticos. Por más “popular” que se mostrara, aquel
partido representaba a los hacendados blancos, para quienes la existencia de un
movimiento político de negros les refrescaba el viejo “peligro de la
africanización de Cuba”, los situaba en una disyuntiva similar a la de sus
abuelos del siglo xix, en que la
burguesía cubana progresista y su opositora española no arriesgaban uno de sus
intereses comunes, el mantenimiento de la esclavitud y la trata negrera. Más se
asemejaba al momento histórico en que los terratenientes cubanos alcanzaban a
reprochar la trata, pero su interés de clase les impelía al mantenimiento de la
esclavitud dentro de la Isla. Si se me permite el paralelo, a similar coyuntura
no explícita llegarían en la vida republicana con la reiterada cuestión de los
braceros negros antillanos, importados en cantidades y condiciones que
remedaban la esclavitud y la trata: el deber cívico de oponerse a la entrada de
haitianos y jamaicanos sin calificación obrera frente a la urgencia de mano de
obra barata preferentemente indefensa. Una lectura de la prensa cubana sobre
situaciones anteriores y posteriores el conflicto de 1912 nos ofrece un cuadro
de esas confrontaciones sucesivas, paralelos más o menos cercanos a la actitud
de la burguesía cubana de aquel momento en relación al llamado “problema
negro”. Negros y mulatos les resultaban útiles a los liberales (campañas
electorales, Guerrita de Agosto, colaboracionismo), pero no sus aspiraciones de
mejoramiento económico, político y social. En 1910 Estenoz era contratista de
obras y nucleaba a su alrededor a ciudadanos negros de posición media, con
marcada ascendencia entre los obreros de su raza, de lo que puede inferirse que
el germen discriminatorio tenía como objetivo, también, cortar la pujanza de
una pequeña burguesía negra en formación, que procuraba ampliar su plataforma.
Esos móviles accionaron los fusiles mandados a reprimir el alzamiento. Lo
hicieron también contra la indefensa población civil. Correspondió al notable
senador negro Martín Morúa Delgado (véase nota 4 de este capítulo) adicionar el
artículo 17 a la Ley Electoral, para prohibir partidas raciales o clasistas.
Después de la correspondiente polémica, el Congreso aprobó la enmienda que
originó una ola de persecuciones y el procesamiento de los Independientes de
Color. Después de intentar la derogación por vías legales, de someterse a
condenas y presiones que debilitaron la cohesión interna, el sector de los
Independientes de Color que se mantuvo firme optó por la lucha armada. Aunque
el motivo central de su lucha apuntó a las prácticas discriminatorias, la
definición del movimiento como solamente negro induce a valoraciones
equivocadas y circunscribe sus motivaciones en estrechas fronteras raciales.
Junto a la petición de apertura para la participación de negros y mulatos en la
vida política, proponían: la abolición de la pena de muerte, la enseñanza
gratuita obligatoria, posibilidades de participación en el servicio exterior a
ciudadanos negros y, junto a ello, la jornada de ocho horas, la creación de
tribunales laborales, la distribución de tierras del Estado que se mantenían en
reserva, revisión de los expedientes de propiedad de las tierras laborales,
defensa del trabajador cubano frente al extranjero y otras reclamaciones
enarbolados en las huelgas que conmovieron al país en el período 1897-1902.
Todas conducen a la ampliación de posibilidades económicas de una clase social
sojuzgada, desde uno de los sectores cubanos más expoliados, el negro, y
superan el conflicto de razas en una república que mantenía estructuras
sociales heredadas de la colonia, acrecentadas por los prejuicios de los nuevos
amos extranjeros. Cuando los argumentos de la fuerza represiva subrayaban los
elementos raciales del conflicto, trataban de convertir a los discriminados y
agredidos en discriminadores y agresores. En circunstancias de inmadurez
política y subdivisiones internas, pocos blancos de la Isla asumían un nivel de
análisis realmente imparcial. Mediante su propagandizada negativa a aceptar la
“ayuda” norteamericana, José Miguel Gómez se proponía como defensor de la
integridad nacional, de manera que eran los negros quienes ponían en peligro la
existencia de la República. La circunstancia en que se desarrolló y fue
sofocada la gestión —pacífica primero y armada después— de los Independientes
de Color impidió un cauce donde sus objetivos pudieran expresarse diáfanamente.
Los mismos miembros del movimiento perdieran perspectivas en enunciados y
situaciones más defensivas que expositivas y, después, más apasionadas que
razonadas, hasta llegar a un aislamiento y localización fatales. Los
alzamientos ocurrieron en Pinar del Río, La Habana, Las Villas y Oriente, a
partir de mayo de 1912. La insurrección fue literalmente ahogada en sangre
(agosto). Según versiones de la época, la caída de Estenoz ocurrió por suicidio
el 26 de junio, antes de ser capturado por las tropas gubernamentales. A Pedro
Ivonnet, su segundo al mando, lo asesinaron el 12 de julio en Santiago de Cuba.
Una versión sintetiza la decisión en el drástico intercambio de telegramas
desde el mando militar en acción: “Detenido Pedro Estenoz”, y la respuesta presidencial:
“Presenten cadáver”. La represión del movimiento se efectuó bajo un clima de
violencia que ha quedado calificado como verdadera carnicería humana y abuso de
poder. La palma de la violencia en las acciones la obtuvo el general Jesús
Monteagudo, jefe del Ejército Nacional, por los excesos contra la población
civil negra de Oriente. En Serafín Portuondo Linares: Los
Independientes de Color, La Habana, 1954, encontramos datos de las acciones
de guerra del Ejército y una opinión del general Pablo Mendieta, en el informe
al ayudante general del Ejército sobre la matanza de Mícara: “De la rigurosidad
del sitio y la constancia de la persecución dará a usted idea la autopsia de
Estenoz, en lo que respecta al estado de su estómago.” Los médicos que hicieron
la autopsia señalaron la “vacuidad completa de todo el tubo digestivo,
indicación palmaria de que hacía varios días que no ingería alimentos”.
7 Subdivisiones
raciales en Cuba. Fernando Ortiz: El engaño de las razas, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 156-157.
Cuando en el habla popular se dice que un
individuo es de sangre mezclada, se piensa que si él es hijo, por ejemplo, de
un blanco y una negra, en su sangre y como en ésta, en todo su ser, será
formado por una mezcla equimediada; o sea, 50 % de blanco y 50 % de negro. Y se
imagina que si este mulato prototipo se cruza a su vez con una blanca, el
descendiente tendrá sólo una cuarta parte de negro y tres cuartas partes de
blanco. Por esto a esos mestizos se les suele llamar cuarterones. Existe toda una nomenclatura folklórica de estos
mestizajes, basada en esa errónea creencia de la proporcionalidad aritmética de
los cruzamientos. Pero en la herencia no ocurre así. Tampoco la gente dispares
determinan los caracteres por contrastes geométricos, como las casillas blancas
o negras de un tablero de ajedrez. Si así fuera, la pigmentación cutánea
aparecería dividida en alternantes escaques de colores varios y sin mezclas. La
piel de los mulatos sería, como decimos en Cuba, jabada, aludiendo a ciertas gallinas que parecen grisáceas porque
tienen plumas blancas y negras con que a veces se construyen las jabas, o cestos colgantes con tapa, que
nos legaron los indios cubanos.
En nota al margen (p. 157) Ortiz agrega: “En España se
dice habada de la gallina cuyas
plumas de varios colores se entremezclan formando pintas. Y también del animal
que tiene en la piel manchas en figura de habas”. Y en su libro Nuevo catauro de cubanismos (Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 300) estudia el vocablo “jabada”
aplicado a “la mulata de piel y pelo algo rojizos”, agregando que “además de la
acepción ya recogida se dice metafóricamente de la persona de opinión
intermedia u oscilante entre dos partidos o bandos” y cita una expresión
cubana: “Esos son unos liberales jabaos”,
que concuerda con el epíteto a que elude nuestro testimoniante Lázaro: “Los jabaos no tienen bandera”. En conclusión: jabao, además de una de las muchas estratificaciones raciales
divisoria del pueblo de Cuba, fue expresión despectiva, que trascendían la
definición étnica. También había jabaos
orgullosos de serlo y dispuestos a “blanquear” su descendencia para
incorporarla al mundo “blanco” de la Isla. Uno de ellos fue Lázaro, viejo
solitario y cascarrabias, de constantes posiciones racistas. En sus reiteradas
manifestaciones contra los negros encubría algo que para él, que deseaba
“adelantar la raza”, resultó inadmisible: el matrimonio de sus hijas, mulatas
“blanconazas”, con trabajadores negros. Esto, que multiplicó en su hogar los “negritos
y mulaticos atrasados”, lo alejó cada vez más, hasta su soledad en la cuartería
destinada a los obreros solterones del antiguo central Stewart. Todo eso
muestra las argucias divisorias de la población cubana, las compartimentaciones
y moldes culturales, étnicos y económicos que matizan estos testimonios.
Veremos más adelante la descripción que Lázaro hace de las sociedades de recreo
existentes en su juventud, según ordenamiento que califica de “cosa decente”.
(Véase nota 11 de este capítulo.) Sus conceptos sobre cuestiones raciales, el
matrimonio y la sociedad “como deben ser”, expresan la tradición discriminadora
injertada y prolíficamente auxiliada por propagandistas y exégetas en el
conjunto de las tradiciones antillanas. (Ver: Frantz Fanon: Piel negra, máscara blanca, Instituto
Cubano del Libro, La Habana, 1968.)
8 Juan Gualberto Gómez (1854-1933).
Periodista y político cubano. En 1879 fundó La
Fraternidad, La Igualdad y La
República Cubana, consagrados a los intereses de Cuba y de la raza negra.
Deportado a Ceuta (1880), pasó a Madrid, donde se destacó como periodista. Fue
jefe de redacción de El Abolicionista
y La Tribuna, colaboró como
editorialista en El Progreso y El Pueblo. En 1890 regresó de la
emigración, reeditó La Fraternidad,
desde cuya tribuna abogaba por la independencia de Cuba y la emancipación de la
raza negra. En 1890 fue a la cárcel por su artículo “Por qué somos
separatistas”. Delegado de Martí en la organización del movimiento
independentista. Prisionero en el fracasado alzamiento de Ibarra, fue
nuevamente deportado a Ceuta, donde permaneció hasta la implantación del
efímero gobierno autonomista que antecedió al derrumbe del dominio español en
Cuba. Delegado de la Asamblea del Cerro (1899), de la Asamblea Constituyente,
se opuso a la inclusión de la Enmienda Platt. En la política republicana fue
representante y senador. Perteneció a la Academia de la Historia. Publicó entre
otras obras: Las islas Carolinas y
Marianas, Madrid, 1885; La cuestión
de Cuba en 1884, Madrid, 1885 y Bosquejo
de la historia de Puerto Rico (1493-1891), Madrid, 1891, en colaboración
con A. Sendras. Su obra de periodista y tribuno se apoyó en conceptos del
liberalismo, que teóricamente daba iguales oportunidades a todos Para una visión permeada de criterios despectivos
hacia el color de su piel, Juan Gualberto Gómez fue un político vulnerable a la
sátira, a la caricatura. La prensa puso en sus labios declaraciones apócrifas
(de las que se incluye una en el capítulo 4); el motivo central de esas burlas
fue su condición de negro y hombre público en un entorno de viejos y nuevos
prejuicios raciales, mas la arribazón del gangsterismo político.
9 R. B. Hawley. En 1899 entró en la industria azucarera
cubana con la firma que regenteaba los centrales Mercedes y Tinguaro, única
refinería existente en Cuba (Cárdenas), que nuclearía, como a uno de sus
hombres de acción, a Mario García Menocal.
10 Divisiones
raciales en Cuba. El extremo de las
divisiones raciales cubanas queda ilustrado por Fernando Ortiz: ob. cit., pp.
158-159:
En una sociedad como la cubana, donde los cruzamientos
mixtos son muy frecuentes y donde en las pequeñas poblaciones no se olvidan
fácilmente los entronques de linaje, es frecuente ver y tratar como a blancos a
individuos con indudables ascendientes negros. En algunos casos basta con que
el ciudadano blanquecido deje a su
abuelo en la remota finca de campo y esconda a su madre en la cocina. [Una
expresión popular cubana alude a este subterfugio: “¿Y tu abuela, dónde está?”]
Pero sin llegar a los casos extremos, es frecuente la observación en la prole
numerosa de los matrimonios de blanco y mulata, de negro y mulata, o de mulatos
entre sí, de cómo en sus múltiples hijos aparecen variados matices. Tanto que
en los sectores sociales donde existen discriminaciones leucocráticas, unos hijos pasan afortunadamente por pardos y gozan de un privilegio,
mientras otros hijos de los mismos padres son más oscuros y quedan como
desgraciados negros, sufriendo el
menoscabo social de su piel. Años ha tuvimos oportunidad de observar en
Santiago de Cuba este curioso caso de discriminación: de cuatro niñas de color, las dos hermanas de cutis de
canela fueron aquella noche a bailar en la sociedad mulata Luz de Oriente,
mientras la madre, casi negra, seguía de largo, sin entrar, llevándose consigo
a la hermanita oscura, para que ésta pudiera también bailar, pero en la
sociedad negra titulada Aponte. En tanto, una hermana más favorecida por su
piel clara, que de blanca parecía, había ido al sarao de un club donde bailaría sin obstáculos con los rubicundos
marinos norteamericanos. Estos casos de hijos de mulatos que puedan pasar según
los casos por típicos blancos o por típicos negros, son frecuentes: aunque en
rigor, los hijos mulatos serán casi
negros o casi blancos, pero siempre
mulatos, aún cuando hayan pasado la línea cromática de discriminación racial.
El conjunto de sociedades de recreo era complejo y
difícil para alguien cargado con los prejuicios que padeció Lázaro en sus años
de juventud. Su opción fue “blanquearse”, no “sumergirse nuevamente en la
negrada” (Fanon: ob. cit.), “salvar la raza”, independiente a los forceps a que sometiera su vida y su
familia.
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