JOSÉ CRESPO ARTEAGA
Veo la enredadera
ya amarillenta, pero todavía colgando con algunos frutos, encaramada al laurel
del patio. Otra planta que vino al mundo, casi por generación espontánea,
debido a que mi tía tiene la divertida costumbre de tirar semillitas en un rincón
del jardín y un tiempo después nacen calabacines, limoneros, tomatitos cherry
que su pequeño nieto devora como golosinas. Me detengo en los ovalados frutos
que no han terminado de crecer y recuerdo que, de niños, cuando nos tenía a mal
traer un molestoso dolor de oídos, los adultos solían calentar dentro de una
olla de barro o tiesto, en seco, un par de achojchas que, por efecto del calor
desprendían gotas que una vez aplicadas, haciéndoles un agujerito en la punta,
actuaban como santo remedio a modo de analgésico. Recetas caseras que perduran
hasta hoy y se pierden en el anonimato de épocas pasadas.
Pocos sospecharán
que la achojcha pertenece a la familia de las cucurbitáceas, es decir pariente
despreciada de los pepinos, sandías, zapallos y demás calabazas. Es que su
aspecto a primera vista importa menos que un pepino, ya que es menuda, blanda
al tacto y totalmente hueca. No la prefieren ni los pájaros, no recuerdo haber
visto alguna carcomida o picoteada. En crudo, su sabor no se parece a nada,
menos a una fruta dulzona. Sabe totalmente insípida, diría que hasta un
tronquito de brócoli es más apetecible.
Otra cosa es
cuando pasa por la cocina. Piquémosla sobre una tabla, luego de extraerle los
filamentos que contienen las escasas semillas, en cortes tipo juliana y luego
de un hervor de unos cuantos minutos, en cuanto su tono varíe a un verde más opaco,
será momento de escurrir el agua sobrante. Añadamos un chorro de aceite para
sofreír ligeramente y a continuación podemos largar unos huevos, una pizca de
sal, pimienta y obtendremos un delicioso revuelto para degustar en el desayuno
con pan crocante y café humeante. Eso sí, la dificultad de la faena es de una
sencillez apabullante que el único requisito es levantarse de la cama con
ganas, sino ya puede quedarse a soñar con aburridos tazones de hojuelas de
maíz.
De todas maneras
imaginables se puede aprovechar esta versátil verdura. Su rápida cocción, suave
textura y sabor neutral la hacen apta para todo tipo de guisos y sopas. A
menudo, le pido a mi madre que pique menudito para añadirla al almuerzo y,
ocasionalmente, también me prepara un oloroso saice con ají y carne molida que
bien acompasa un buen arroz graneado. Sin ir más lejos, es la alternativa
perfecta a la cebolla picada, sin sufrir sus conocidos efectos colaterales.
Bastante alentador, ¿a que sí?
Pero es
rellenándola donde cobra especial importancia. Su forma globosa la hace idónea
para insertarle todo tipo de rellenos a base de carne, queso u otros preparados
que a uno se le ocurra. La más popular es, desde ya, rellenarla con carne y
arvejas, a la manera de las empanadas, rebosándola con batido de harina y huevo
y freírla en aceite. Otra ligera variación es prepararla enteramente con queso
rallado para que se funda en su interior. Hace unos días, aprovechando otro
ocioso feriado, fui invitado a otro suculento almuerzo en casa de unos primos.
Desde hace algún tiempo andaba insistiendo que se me hacía agua la boca por
unas achojchas rellenas de lo que sea. Mis ruegos fueron escuchados y no tardé
en devorar unas cuantas que me ofrecieron, acompañadas de una soberbia
chorrellana de pimentones rojos y unas yucas amarillas de ensueño. Casi lloré
de felicidad al volver a probar uno de mis platillos favoritos.
Como no tenía ni
la más remota idea del modo de elaboración, mi prima generosa me pasó los datos
prontamente, para que vaya entrenándome dentro de mi cocina. Todo empieza por
una limpieza de las achojchas, luego procedemos a horadar por la base (la punta
que va unida al tallo de la planta) para extraer con el dedo el filamento
blanco del interior que contiene las semillas, que debe salir de una pieza.
Hervimos en agua con algo de sal por diez minutos, sin pasarse que sino las
achojchas se reblandecerán demasiado y podrían romperse. A continuación se
introduce, con una cucharilla o con los dedos, la carne que ya debe estar
cocida y condimentada, decorándola si se quiere con aceitunas. En un cuenco se
bate huevos, dependiendo de la cantidad de piezas, espesando ligeramente la
mezcla con harina. Se sumergen las achojchas ya rellenas y con un cucharón se
las mete inmediatamente a la sartén con aceite muy caliente. Unos minutos
después, volcamos las frituras para que se doren ambas caras y las depositamos
en un plato con papel absorbente.
Sírvase
guarnecido de arroz, papas o yucas, u otra cosa parecida, y no olvide
ofrecer una ensalada fresca para matizar la mesa y apagar el efecto del aceite
frito que se queda en el paladar. A disfrutar plenamente y, si no, ya puede
quedarse salivando y envidiándome desde otras latitudes. Quédese con la receta
a modo de consuelo y vaya en busca de unas achojchas, si las tiene en su región
o país, desde luego. Suerte con ello.
Achojcha
rellena con queso y yuca con pureza de origen
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De EL PERRO ROJO
(blog del autor), 26/06/2017
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