DANIEL RAMÍREZ
Han vuelto Las
pirañas, esas sardinas bravas que muerden, que dejan a España en los
huesos. Poco a poco. Con ellas toma forma en el río turbio de la literatura su
escritor: Miguel Sánchez-Ostiz. Se cumplen veinticinco años de
aquel libro que dejó sin aliento a tantos, a Pere Gimferrer el
primero, cautivado por un manuscrito todavía incipiente. Entonces también
animaban a esta pluma Juan Goytisolo o Carmen Martín
Gaite.
En los
‘eighties’, la década prodigiosa, se destaparon los socialistas que cambiaron
la chaqueta de pana por el yate, los emprendedores con ideas geniales que
hacían “pasta gansa” dejando a cualquiera por el camino. Las
Pirañas bucearon más allá y se convirtieron en testamento de
las cloacas de un país que creía respirar grandes dosis de democracia,
pero también estaban el pericón, las rayas compulsivas en el retrete, los
ajustes de cuentas y los suicidios de todos aquellos que querían cerrar los
ojos para librarse de la autodestrucción.
¿Libro maldito?
Aquel libro, que
ahora reedita Limbo Errante con motivo de su aniversario,
invadió periódicos y tertulias, pero poco tardó en convertirse en referencia
mítica, en olvido. Rozó el premio nacional de Literatura, también el de la
Crítica, o eso le dijeron a su autor, pero ¿para qué engalanar algo tan
incómodo como la prueba de que, muchas veces, “la humanidad merecería tener una
sola cabeza para poder cortarla”?
Incómodas Las
pirañas e incómodo Sánchez-Ostiz, los relegaron al baúl de los
recuerdos. Quizá nunca hubo un premio Herralde de novela,
también de la Crítica y Príncipe de Viana de la Cultura, tan a la
sombra. Hasta ahora, cuando las sardinas bravas vuelven a morder, a carcomer la
madera de los escritorios y las mesillas de noche.
Las
pirañas son sólo
eso, o todo eso, el vagar de un desgraciado por la ciudad pequeña nevada de polvo
blanco. “El naufragio de un personaje débil hecho pasión autodestructiva por no
haberse podido sobreponer a un clima social y a sus taras personales”, escribe
el propio autor en el prólogo de la nueva edición.
Lanzar una vida por la ventana
Aunque este libro
maldito, tapado, no es sólo retrovisor. Se abalanza con fuerza porque España
sigue siendo eso, la mordedura y la mordida, el político corrupto,
aunque de distinto signo, y el naufragio de quienes lanzan su vida por la
ventana: “La ferocidad de un mundo de perdedores y ganadores ha ido en
aumento”.
Las pirañas son un puñetazo, un quedarse
sin aire, una abstracción para quien lee, una bajada a los infiernos antes
de dormir, en el metro, o en cualquier sitio. Esa sensación, la de su primera
edición en los ochenta y la de ahora, esposó a sus actuales editores, que
reconocieron en una entrevista haberse hecho “lectores adultos” gracias, o por
culpa de, esta historia de avería sin redención.
“Nuestro hombre”
–así se refiere al protagonista el narrador– recorre una ciudad de provincias,
deambula, se ahoga y suele terminar en casa, “cerrando los ojos y dejándose
morir un poco”. Entonces, esa sensación, la misma que vomita el personaje
de Trainspotting, atrapado por las pesadillas del mono de la
heroína.
Aunque en Las
pirañas casi todo es coca, el pericón. “¿Ya sabrán los narcos de
Colombia que en un retrete del ombligo de una ciudad de tercer orden están
metidos como pueden cuatro o cinco cuarentones con una servilleta roja
anudada al cuello haciéndose unos punticos con la visa oro?”.
“Un pastelón de cerdos”
Aquello era, y
es, “un pastelón de cerdos, un archipiélago de orines, la felicidad ajena, y
otra vez la papelina y la tarjeta de crédito, las rayitas sobre la taza, el
billetito de mil y hale, un dos, qué rica, clac-clac-clac”.Nuestro hombre, el
de Sánchez-Ostiz, el de la generación maldita, compagina sus miserias
interiores con las de una sociedad enferma. Miserias y dolencias que siguen
resguardadas al doblar la esquina. Nadie quería y nadie quiere ver.Siguen
muriendo aquellos con fundadas sospechas de que “su vida posible ya ha pasado”,
aquellos que encuentran en cualquier sitio “la llaga y la herida que supura,
los años perdidos, la memoria enferma, todo eso que persigue y duele”.¿Quién no
conoce alguien que sufra “una ininterrumpida pesadilla, un dolor sordo en el
pecho, en el estómago, en el vientre, un acurrucase, el ovillarse de puro
miedo”?
Fracasar, más fácil de lo que parece
Por eso
sobrecogen Las pirañas, porque uno encuentra que lanzar la vida por
la ventana es mucho más fácil de lo que parece. Así le ocurre a “nuestro
hombre”, que enlaza decisiones equivocadas, irrelevantes a primera vista, pero
que tejen su particular serie de catastróficas desdichas. De ahí que
cualquiera pueda ovillarse entre sus páginas y mirarse en el espejo. Ay, qué
poco me faltó a mí. Qué poco le falto a aquel.
“Nuestro hombre
camina” y siempre encuentra “el bosque nocturno y cerrado, la hojarasca, las
ramas podridas, el río oscuro y lento, la noche sin luna, la cueva, los
sótanos, la casa clausurada… todos los lugares donde se encuentra a merced de
sí mismo, a merced de su miedo, de su debilidad, de su nada”.
¿Y por qué no se
cuenta? ¿Por qué esconder Las Pirañas? Quizá por culpa de
personajes como el narrador, que ante las preguntas, responden: “No, señora, le
agradezco su interés, pero no insista, no puedo enseñarle por completo
este país de las pirañas. Ande, váyase usted que puede, vuélvase, ya se lo
dijo el río llorando, usted a quien nada le ata a esta tierra, bon voyage”.
El camino de Sánchez-Ostiz
Lo mismo que
ocurrió con Las pirañas sucedió con Miguel Sánchez-Ostiz, que
se esfumó de un plumazo. O lo esfumaron. ¿Merecida o
inmerecidamente? Depende de quién lo mire. Su independencia, su aversión al
carril, le alejaron de su Pamplona natal, de Madrid. Hasta ahora escribía en el
valle del Baztán, entre cuevas y bosques frondosos, donde es otoño casi todo el
año, como en sus novelas. Porque Sánchez-Ostiz ha sido experto en el retrato
del perdedor, como en Las pirañas, pero también en otras de sus
novelas.
“A veces se trata
de eso, de desenraizarse, de expatriarse, de dejar a un lado el paisaje
que a uno le alienta y también le agobia para poder abrir otras
ventanas, encontrar otras manos, otras miradas y otras voces que nos dan, sin
proponérselo, noticias de otras vidas posibles, de otras locuras, otras
patrañas y otras fantasías”, escribió en Peatón de Madrid, quizá
premonitoriamente.
De vuelta a la
palestra, después de decir sí a Limbo Errante para la nueva edición de Las
pirañas, tuvo que volver a leer un libro maldito también para él. Nada de
disfrute, ni siquiera una sonrisa. Lo dijo él mismo: “Los libros sirven
para amueblar una vida, pero su ausencia también sirve para aligerarla”.
Escribió este testamento de la tiniebla por un ajuste de cuentas consigo mismo,
soltó lastre, pero ahora ha vuelto a una oscuridad que había olvidado, por lo
menos sobre el papel.
Quizá se
encuentre deambulando en el bosque con la reflexión del personaje de su primera
novela –Los papeles del ilusionista– en la cabeza: “Sé que al
final he regresado y sólo me inquieta el pensar si podré alejarme de esta casa
alguna vez”. Él mismo, en carnes y sin personaje de por medio, también reflejó:
“No hay regreso feliz, ni siquiera en el recuerdo”.
Sánchez-Ostiz,
independientemente de filias y fobias, es incómodo. Tanto como para escribir
mil páginas de la Guerra Civil sobre Pamplona y desde Pamplona, donde se mataba
con nombre y dos apellidos. Algunos alaban su afán de justicia, otros dicen de
él lo mismo que el propio escritor relató acerca del protagonista de La
quinta del americano, otra de sus novelas: “Le gustaba expresar
opiniones contundentes, más que nada por ver el efecto que producían en quienes
le escuchaban, no porque fueran el resultado de una especial concepción del
mundo”.
Aunque sus
novelas son nueve meses de invierno y tres de infierno, eso se dice del
clima de la Pamplona que lo alumbró, Sánchez-Ostiz también es una sonrisa pilla
a la luz del mediodía, con los papeles de cualquier raro sobre la mesa, y el
entusiasmo veinticuatro horas por sumirse en las estancias de su particular
nautilus, algunas veces, como en Las pirañas, poco grato.
Entonces, ¿por
qué escribe? “Es ese afán de atrapar el tiempo, de atrapar algo que a
uno se le escapa irremediablemente; por eso escribe de la luz de la tarde, de
las imágenes de las torres de la ciudad, de la fugacidad de unos encuentros
hermosos; quiere descubrir y explicarse su mundo”. Lo dijo Sánchez-Ostiz en su
primer dietario, morían los setenta. Fue en La negra provincia
de Flaubert.
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De EL ESPAÑOL, 27/06/2017
Fotografía de
Alberto García Alix
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