Título original: Gargantua et Pantagruel
Traductor: Gabriel Hormaechea
Año de publicación: 1531 (ó 32) ― 1564
Valoración: Imprescindible
Rabelais no ha tenido suerte con el castellano. Si en 1630 un censor hablaba de “un hombre de cortas obligaciones llamado Francisco de Rabeles, el cual se preciaba de ser picante y maldiciente”, aún hubo que esperar tres siglos ―hasta la década de 1920 ―, para que Eduardo Barriobero presentara la primera traducción completa, que en los noventa años posteriores fue reimpresa esporádicamente en ediciones muy descuidadas, donde las erratas son más que las palabras.
Hasta que en el año 2011 el exquisito Jaume Vallcorba remedió el desastre con una nueva traducción de Gabriel Hormaechea y una edición muy cuidada (¡con introducciones a cada uno de los más de 250 capítulos!) que ―no por casualidad―, hacía el número 200 de la colección de narrativa de Acantilado. Aunque, como se verá más adelante, no reniego de la vieja traducción del anarquista riojano.
¿Qué encontraremos en Gargantúa y Pantagruel? A François Rabelais, un médico de una cultura tan amplia que podría ser definido como sabio, y la prueba de su sabiduría es que no ahorraba estacazos a los pedantes de su época. Eso sí, envueltos en fino humor, lo que aún les enfadaba más.
El libro es un canto a la amistad, a la camaradería, a la aventura, al futuro... Es uno de los libros más optimistas jamás escritos. Aunque aquí hay que hacer una advertencia: como Lazarillo, el Buscón y tantos otros, es un libro que pide vino. No imagino su lectura bebiendo una bebida energética, un suplemento vitamínico o un refresco bajo en calorías. Un libro que desborda imaginación, tanto para la invención de aventuras como para la creación de palabras. (Y, por cierto, cabe lamentar que en la traducción moderna ha desaparecido el maravilloso calibistro que Barriobero sí conservó). ¿En cuántos libros se describe un combate contra un ejército de morcillas? Sin duda el vino ayudó mucho al escritor...
Podría ocupar cientos de páginas con las maravillas que se encierran en la crónica de la vida de estos dos gigantes y sus compañeros, pero sólo me ocuparé de su valor como medicina para el espíritu. Por otra parte, nada extraño siendo obra de un médico. Es todo un placer llegar a casa después de un día horroroso y leerse tranquilamente “De cómo Gargantúa se comió a diez peregrinos con ensalada”. Entre otras razones porque la dosis está perfectamente calculada, los capítulos tienen la longitud justa, aunque a veces hagan falta dos o tres para olvidar según qué cosas. Hay que pensar que entonces se leía en voz alta, de modo que muchos analfabetos habían leído más que algunos universitarios de hoy. La longitud de los capítulos estaba pensada para no fatigar la voz del lector ni cansar a los oyentes.
En definitiva, como cualquier otro clásico, es un libro al que siempre apetece volver y nunca cansa.
Obra maestra absoluta.
Obra maestra absoluta.
Firmado: Pedro el Negro
_____
De UN LIBRO AL DIA, 25/06/2015
No comments:
Post a Comment