Wednesday, July 29, 2015

El Quijote y la utopía

Lisandro Otero

En el Quijote hay tres aportes esenciales a la cultura contemporánea: la maduración de un lenguaje, hasta entonces crudo y rudimentario, el asentamiento de innovaciones técnicas en la narrativa —que serán ampliamente usadas en la novela moderna—, y la consolidación del mito del héroe en búsqueda de una utopía.
El emperador Carlos V solía decir que el alemán era un idioma para entenderse con sus caballos, pero el español lo usaba para comunicarse con Dios. El dialecto castellano se había ido conformando lentamente con las voces provenientes del visigodo, el mozárabe y el romance, pero es la frase cervantina la que nos entrega el idioma en plena madurez que ya venía manifestándose desde que Antonio de Nebrija tuvo la iniciativa de crear reglas para la entonces incipiente lengua de Castilla, y dotarnos de la primera gramática.
El Quijote inaugura la novela moderna abriendo todos los recursos posibles de la imaginación. Desdoblamiento, distancia del narrador, metatexto, y ficción dentro de la ficción. A ello se une la multiplicidad de puntos de vista, el narrador dual y la adecuación del lenguaje al carácter de los personajes. Existen tiempos diversos donde el pasado se mezcla al presente en una narración que pasa por etapas pastoriles, épicas y picarescas según se avanza en sus páginas.
Le preguntaron una vez a Alejo Carpentier cuál era la diferencia entre Shakespeare y Cervantes y respondió que si alguna vez regresaba a su casa y veía en su sala de visita a algunos personajes de Cervantes ordenaba que se trajera café y se ponía a conversar con ellos amablemente. Pero si llegaba a su casa y hallaba la sala llena de personajes de Shakespeare inmediatamente llamaba con urgencia a la policía. Esta comparación genial revela hondamente el carácter de cada autor.
Según afirma Ortega y Gasset, Shakespeare se explica siempre a sí mismo, sin embargo, en el Quijote es fundamental su poder de alusiones simbólicas. Por ello afirma Ortega que confrontado con Cervantes, parece Shakespeare un ideólogo. “Nunca falta en Shakespeare como un contrapunto reflexivo, afirma, una sutil línea de conceptos en que la comprensión se apoya”. Sin embargo, el Quijote es un equívoco —subraya Ortega— su poder de alusiones simbólicas deja poco espacio a las anticipaciones, a los indicios para su propia interpretación.
Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote afirma que “la realidad es de tan feroz genio que no tolera el ideal ni aún cuando es ella misma la idealizada”. Ortega afirmaba que el mito era el punto de partida de toda poesía: de una parte la realidad bárbara y brutal y de la otra, la cultura que se basa en un futuro soñado. Sin embargo Cervantes logró convertir la realidad en sustancia poética, esa es su hazaña que implicó una superación de la antigua sensibilidad.
El universo iluso, de una espiritualidad inexistente choca y se deshace con el orbe de la auténtica libertad, la que sólo pueden experimentar los humanos dando libre acceso a su albedrío. Don Quijote es un idealista abrumado por su nobleza de espíritu. Rechaza el absurdo de una sociedad donde los cuerdos pasan por orates, donde se imponen el desacato, el desafío al orden establecido y el recelo de la supuesta justicia para perdurar.
El ámbito mayor de don Quijote es la perpetua resistencia a la desintegración, la incesante búsqueda de la utopía, el acicate hacia la escalada que animan las vanguardias. Cervantes contrasta la realidad existente con el mundo ideal que su héroe imagina. De una parte está un edén impoluto donde al virtuoso se le reconocen sus virtudes y los ruines pagan sus vilezas. A ese mundo imaginado le llamaríamos hoy una realidad virtual. De la otra, se encuentra lo tangible y corpóreo con su carga de plagas y malevolencias, sus infamias y aborrecimientos. Un orbe imaginado y otro sufrido, un empíreo excelso y un contexto pérfido.
Don Quijote se yergue como una estela de granito frente a una tempestad pavorosa. Los vientos acuchillan la piedra que permanece inalterada y sorda a las acometidas que pretenden erosionarla. Es el desafío que sufren todas las utopías. Irse por el mundo deshaciendo agravios es una tarea de orates o de iluminados y casi siempre esa ardiente locura suele atrapar a otros en la manía de conquistar imposibles.
Esa es la lección del hidalgo de La Mancha: en su búsqueda de un orden más armónico y justo los humanos se encaran a aflicciones sobre las cuales no siempre suelen salir airosos aunque, aún en la derrota, dejan sembrada la semilla de futuras victorias.

Nota:
El texto fue publicado en el sitio web Rebelión el 6 febrero de 2005.

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De LA JIRIBILLA (Cuba), 25 al 31 de julio, 2015

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