José Crespo Arteaga
Gracias a Dios que mi televisor se estropeó hace algún tiempo, así me libré de la tentación de ver todo el populachero espectáculo que supuso la llegada del papa Francisco a tierras bolivianas. Mis ojos hubieran ardido de la indignación si hubiesen sido testigos del obsceno despilfarro que el orgullosamente laico régimen evista prodigó al jefe de los católicos, a pesar de que desde hace una década viene señalando a la Iglesia local como su mayor enemigo, acusándola de derechista, de actuar como la Inquisición, de querer destruir su revolución y de confabular con sectores opositores para acabar con el sagrado reinado de Su Excelencia, amén de seguir disfrutando de seculares privilegios y hasta de participar en robos al patrimonio de templos coloniales.
Sin embargo, la propaganda oficialista deja traslucir que, gracias a sus inconfundibles dotes de estadista de S.E., el obispo de Roma finalmente hizo un hueco en su apretada agenda para bendecirnos con su llegada. Ni Argentina, tierra natal del pontífice, podrá disfrutar en primera fila de sus bendiciones y tendrá que esperar. Por lo pronto, grupos de turistas religiosos del norte argentino arribaron a toda prisa a la ciudad de Santa Cruz, provistos de su infaltable mate y con la fe a flor de piel para combatir el temporal de frio que por estos días asola a la capital cruceña. Por su parte, hordas de feligreses locales de todo el país coparon los vuelos y autobuses con más fervor que hinchas de fútbol con tal de ser partícipes de otro momento histórico que, quién sabe, antes veremos al cometa Halley que a otro “hermano papa” sudamericano.
Buceando en internet, podemos hacernos una idea de la obsesión de Evo Morales y los suyos por brindar –sin escatimar en gastos- el tratamiento de rey al recientemente bautizado “Francisco de los pobres” que, según dicen, es de costumbres frugales y sencillez franciscana en sus aposentos papales. Pero, ¡demonios!, que es el capo de la cristiandad y líder espiritual de la humanidad, por tanto con la suficiente autoridad moral para convencer a todos estos gobernantes de opereta instalados en Latinoamérica que se abstengan de ceremonias ridículas –como la despedida con alfombra púrpura en el aeropuerto de Quito, donde no faltaron arreglos florales y mozos porteadores-, dispendiosos gastos y montajes de seguridad que superan con creces a cualquier película hollywoodense sobre la Casa Blanca. Sirva por ejemplo que, para apenas las dos horas que el papa estuvo en La Paz, el gobierno movilizó a miles de policías y soldados en el trayecto del aeropuerto a la plaza Murillo y, para mayor inri, jugaron con la paciencia de la población cerrando al tráfico la vital autopista La Paz-El Alto desde tempranas horas de la mañana hasta prácticamente la medianoche. Encima, prohibieron la salida de buses al resto del país durante esas horas. El derecho al trabajo y la libre circulación son otra muestra de los atropellos constantes del caudillo en nombre de supuestas razones de Estado.
Nada más aterrizar el vuelo de BoA proveniente de Ecuador, Su Excelencia ya esperaba sonriente a Su Santidad al pie de las escalinatas de la aeronave que fue conducida hasta el exclusivo hangar presidencial -construido expresamente para el caudillo- donde recibió los consabidos honores militares y otras salutaciones acordes a su investidura. Había todavía luz diurna cuando el papa fue transportado por la despejada autopista rumbo a Palacio Quemado. Habrase extrañado de ver a tanto uniformado antes que a los humildes creyentes durante el recorrido. Se cuenta que en salones de palacio fue condecorado con el Cóndor de los Andes, sabe Dios por qué valiosos servicios a la nación; asimismo fue sorprendido con un grotesco regalo: un crucifijo revolucionario para un papa revolucionario, como invaluable presente del líder más revolucionario desde los tiempos del Che Guevara. De alguna manera se completó la ecuación; sin duda, despejada desde que Francisco decidió alinearse con las neodictaduras del continente.
En el mismo aeropuerto, el vicario de Cristo soltó el discursito que endulzó los oídos de su anfitrión afirmando que “Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del país; cuenta con una constitución que reconoce los derechos de los individuos, de las minorías, del medio ambiente, y con unas instituciones sensibles a estas realidades”. Como alguien escribió, los bien curtidos servicios secretos del Vaticano le habrán informado suficientemente de que el caudillo hace todo lo contrario de lo que predica, empezando por pisotear su Constitución y avasallar los derechos de los pueblos indígenas que él dice representar. El papa no puede pecar de ingenuo, o hacerse al opa como decimos acá. O tal vez sigue fielmente el guión de la curia romana, muy cuestionada por los escándalos de pederastia y corrupción de la banca vaticana, de recuperar popularidad a cualquier precio, haciéndole el juego incluso a los regímenes populistas que hambrientos de legitimidad fueron con cara de arrepentimiento hasta Roma a colgarse de las sotanas de Su Santidad para que los bendijera antes sus súbditos respectivos. Y Francisco tuvo que padecer con resignación cristiana la ubicuidad del amado líder que no se despejaba de su lado en todo momento.
Que quede constancia para los registros históricos: Evo Morales fue el primer gobernante de Bolivia que recibió al papa dos veces en dos ciudades distintas casi al mismo tiempo. No bien despedía al hermano Francisco en el aeropuerto alteño, al poco rato fue corriendo –literalmente- hasta su batalladora aeronave presidencial para dirigirse a toda prisa a Santa Cruz, segundo destino del prelado donde se quedará dos días antes de continuar viaje a Paraguay. El caudillo pudo tomarse un descanso esa noche con toda la tranquilidad del mundo, para ir a oír misa con su catolicismo recién estrenado, al día siguiente en primera fila. Pero fiel a su naturaleza fue a apostarse el primero en el aeropuerto cruceño, dejando en segundo plano a las autoridades locales. Otra vez con cara de sorprendido, Su Santidad apenas pudo disimular una sonrisa mientras le decía: “nos vemos otra vez”. Curiosamente, días antes el gobierno hizo un llamamiento a todos los sectores sociales de que no se hiciera un uso político con la visita papal. Pero la omnipresencia de Evo Morales era por pura devoción al santo padre, dicen.
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De EL PERRO ROJO (blog del autor), 10/07/2015
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