En las grabadoras independientes como Stiff, Chiswick, BTM, Polydor, Arista... nunca sé si quieren ayudarme o sacarme de encima. George Travis y Miles Copeland siempre están ocupados para recibirme, levanto de lo que responden a otros periodistas. Un Time Out viejo, encontrado al azar, dedica la tapa a un negocio de King’s Road: Sex. Infinidad de veces paso por la puerta e interpreto que es un negocio de bondage para amantes sofisticados. En una vidriera, hay maniquíes desnudos; en otra, corsés con florcitas negras. Arriba de la puerta, las tres letras, enormes, forradas con una sugerente tela rosada, ondulan con la brisa.
Pregunto por Malcolm McLaren. La que me dice que está por llegar es una muchacha vestida con unas medias negras caladas, chaleco de malla, escotazo y hombros al aire, antifaz negro pintado sobre los párpados; juega con un terrier blanco. Parece bastante normal cuando me dice que Malcolm no tiene horarios. Intento darle charla, nada. En ningún momento la asocio con Jordan. Vuelvo a la hora, la escena es más o menos igual. Hay un muchacho, después sabré que es Jamie Reid, descargando cajas de una vieja rural Austin. Creo que en un momento aparece Vivienne, abre una caja y saca unas mangueras enrolladas. Recién entonces, con el Time Out bajo el brazo, advierto que parezco un turista de paso.
Al día siguiente, llego con el estuche del grabador Philips colgado en bandolera. Encaro a Jordan y le digo, en francés, que traigo un mensaje para Malcolm. ¿De quién? De Guy Debord. Entreabre una puertita y grita McCounty!!! Dos minutos después, estoy sentado frente a él. Cuartito de dos por dos, escritorio metálico, teléfono negro, diarios de rock abiertos en cualquier página, cenicero repleto, persiana baja. El colorado tiene puesta una camisa negra, un corbatín dorado, chaleco y un saco verde con solapa de pana negra. Vine a hablar de la relación entre punk y Situacionismo, le informo antes de explicarle quién soy y en qué ando.
–¿Querés hablar de mis objetivos políticos?
–Sí, los estéticos los puedo copiar de cualquier revista.
Hablamos del aburguesamiento progresivo del rock británico, de la ideología que vehiculizan los eslóganes y las canciones, de la plata que están confiscándole al sistema a través de su estrategia, de las ofensas como arma, de las diferencias entre el punk inglés y el norteamericano. Le leo un recorte: El punk neoyorquino se inscribe en el marco de una revolución estética. El nuestro representa al proletariado, no está destinado a los chicos tristes de clase media. Al oponerse a todo símbolo de autoridad, es político e ideológico, lo ha escrito Mick Farren, en New Musical Express. Malcolm parpadea. Bullshit, todo lo que dicen es bullshit.
En ese primer encuentro, Malcolm ya se refiere a los Sex Pistols como una mercadería. No importa que sean malos músicos, viene repitiendo. Son una pieza más del capitalismo, idiota. De tan malos los consideran buenos. Pero no son malos: son desaforados. Arengan...
Seguimos el diálogo abajo, en el negocio. Para dos o tres chicos que andan por ahí, parecemos marxistas de la generación anterior haciendo dialéctica sobre el punk. McLaren no es el primero en vislumbrar que ser dueño del medio, no alcanza para sostener un mensaje. Sí, el primero en ver el filón que puede abrirse en las contradicciones del nuevo-viejo showbiz. En el ambiente, los de la vieja y los de la nueva guardia, lo detestan porque obra en consecuencia. No le importa lo que digan de él. Nadie, ni sus amigos, lo pueden cazar. Siempre está en otra, armando la que viene. En términos políticos, los chicos que se vuelven punk son sus bases.
VIAJE A BROMLEY
Tiempo después, no sé cuánto, tomo el ómnibus para ir a encontrarme con Siouxsie y caminar por su barrio (nota de color: aquí nos encontrábamos, aquí robábamos cigarrillos). Bromley, el sudeste de Londres, existe en el mapa porque crió a David Bowie y a los chicos del contingente Bromley. David Bowie sirvió de paraguas protector a quienes nos sentíamos diferentes, marginados, sexualmente indecisos, emocionalmente frágiles, admite Debby, empleada en Sex, miembro del mediático grupo de fans de los Pistols. Voy a sacarle fotos y venderlas a todo el mundo, me digo. Ja. En el morral, llevo un disco de Jorge Cafrune junto a otros. La idea es venderlos en algún local que descubra por el camino. Es la segunda vez que acuerdo una cita con Siouxsie. Su ya viene. La mujer es apenas mayor que yo, me hace pasar a la sala de una casa típica (escalerita, porche, sala) y cuenta que se llama Betty y que su marido murió borracho poco después de volver del Congo Belga. Apenas empieza a desovillar su historia, que su otra hija le salió gogo dancer en el Masquerde, de Earls Court, que preferiría ver a Su como secretaria ejecutiva, etc., no con ese apodo que se puso, Siouxsie... ¡puaj! Pronuncia el nombre de su hija torciendo la cara. Le pregunto si me deja escuchar música. “Cualquier cosa menos punk”, me advierte, muy hosca, y desaparece por una escalera. Vuelvo a poner el Tope puestero que me regaló Alex. Esta vez en un Pioneer impresionante. Peor que en casa. En “Misterios guarda la noche” y en “Milonga del solitario”, agradezco estar solo para permitirme llorar a gusto. Siouxsie por supuesto no aparece.
Mi casa es un pozo de tristeza, dice ella, meses después, más gótica que punk, cuando charlamos en las oficinas de la grabadora.
J’ECRIRAI PAS
Arrastra los pies y se deja llevar. Escucha y no escucha. Parece ida: cara ensombrecida, pasada de tristeza. Presiono su codo a través del capote negro que la oculta, de la cabeza a las botas. Escribí mucho de vos sin conocerte, le digo cuando despeja el pelo de la capucha y me clava sus ojos, no celestes como aparecían en Chelsea Girls. Ambos, me entero luego, seremos protagonistas de lo que Bertha Yebra publica en el Popular como Bertha fictions. Su invitación a boire un peau en la Place de la Contrascarpe responde a esa cobertura. José Luis se adelanta y toma fotos con la perspectiva de la rue Mouffetard. Negro sobre negro, sin el menor flash. Nico llama antijubileo al punk inglés. De no haber existido un Jubileo por las celebraciones de la reina, en los medios internacionales solo lo hubieran tomado como otra excentricidad. Dice en un español entrecortado... Y: Malcolm quería hacer otro Mayo del ‘68 y le salió una estudiantina de colegios de arte... Todo es puro efecto gallina, nadie quiere quedarse afuera de la cosa... Hacía falta un par de ojos salidos para reemplazar la lengua de los Stones. (Se refiere a los de Rotten.) No querés a nadie, comento. Viene tomando sorbos de un shnapps casero, regalo de un admirador polaco, yo apenas resisto mojar la lengua. Quiere, a toda costa, que siga bebiendo de su petaca. Acepto, le digo, a cambio de que me cantes... Dejo caer en mi garganta un trago antes de decirle qué. Ni falta que hace. Arrima su cara a la mía y como si quisiera que huela su aliento “me” susurra: And if I seem to be afraid... to live the life that I have made in song... it’s just that I’ve been losing... So long... Repite So looong dos o tres veces, hasta que su desconsuelo atraviesa mi oído más profundo y da una idea real de su melancolía. Llegan Philippe Garrell, su pareja, y el actor Pierre Clémenti. Exuberantes. Vienen de conseguir financiación para el largometraje, Viaje al país de los muertos. Philippe se la lleva del brazo. Acompaño a José Luis y a Bertha hasta su motorhome estacionado junto a una peniche anclada cerca de Pont de l’Alma. Al amanecer ellos regresan a Barcelona. Yo espero conseguir un asiento en el Magic Bus que viene de Amsterdam y se supone pasará a las 6 am por Place des Invalides.
HEY PATTI!
Todavía está en Londres, me anuncia Lesley, por teléfono. She’ll see you at 3.45 PM. Here. Me baño, embellezco, me pongo una T-shirt con mi cara impresa, la campera negra y vuelo para el W1. A esa hora, Londres no tiene nada de salvaje. Al anunciarme en las oficinas de Arista, en Upper Brook St. me regalan su nuevo LP, Easter y un presskit con badgets, tres T-shirts con su cara, gacetillas, fotos blanco y negro, un ejemplar de Kodak, su libro de poemas.... Pienso que hacer entrevistas en las grabadoras tiene algo de ir a un burdel. A la hora señalada, la puerta se abre, sale una periodista y ahí está ella. A medio metro de mí, yo sin aliento. Viste una camisa blanca XL por fuera del pantalón. Cinta violeta en medio del pelo negro (azabache), piel con las acotaciones de los años y todas-las-que-te-diste, ojos intensamente azules. Me escucha y vampiriza con esos, no otros, ojos azules. Me siento dentro de un tema suyo: una ficción / un teatro / un nuevo sueño donde el soñador / es a la vez actor, escenario, apuntador, director, público y crítica a la vez / una voluntad de fabricar sorpresas que nos sorprendan / el espectáculo delirante de la fantasía / las páginas arrancadas a la agenda de los insomnios / la intermitencia entre la alucinación y la realidad / la iluminación, baby. Ahora esos ojos azules son los de un ciego visionario. Patti me hace bajar a lo que está ocurriendo en ese cuarto prestado por algún ejecutivo. Se va, viene, la veo sacar de uno de los tantos bolsillos un pastillero de nácar (bellísimo). Me dice: No es muy heroico tomarse dos aspirinas después de tantos porros, pero ¿qué puedo hacer?, la cabeza se me parte. Los ojos (ahora ojitos) azules parecen decirme: ¿Hace falta otra entrevista después de tantas citas y frases golpeantes? Los que alguna vez fueron al prostíbulo saben lo que mira esa mirada. Un puntito especial se abre en el diafragma de esos ojos, azules como un cielo desconocido para Londres. Respeto por el personaje, éxtasis por su rock, en persona Patti me tira comprensión: comprendo que en todos los párrafos donde intervienen palabras mágicas, la ficción de Patti es un rollo así de gordo. No sé qué le pregunto para que me diga: Necesito mucho individualismo, esencia de indecibles y perfecciones míticas. El riesgo, cuando lo obtengo, es la saturación de mí misma. ¿Vas a mirar ahora dónde ponés los pies? (Me refiero a su caída de un escenario, en Tampa, que le lesionó las cervicales). Ese es el dilema al que me enfrento: soy la de antes y la de después, una cosa y la otra (remarca and). El aire y el fuego, la combustión. Ahí está dicho. No han pasado mis quince minutos cuando golpean la puerta. Justo cuando el hielo entre nosotros comienza a gotear alguna frase desgravable, entra Janet, mezcla de mamá (para ella), madame (para mí) y cancerbera (para todos los periodistas), y dice “Patti, ahora te van a entrevistar para la radio de Birmingham”. Junto mis hojitas, el grabador, mis bártulos y me voy silbando bajito para no estrellarme contra mí mismo en la vía pública.
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De PAGINA 12, 12/07/2015
De PAGINA 12, 12/07/2015
Fotografía: Patti Smith por Judy Linn
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