Sin dudas la figura más
notable del anarquismo expropiador junto a Severino Di Giovanni fue Miguel
Arcángel Roscigna, secretario del Comité Pro Presos y Deportados y dirigente
metalúrgico anarquista que había hecho su debut junto a su compañero Andrés Vázquez
Paredes, con el anarquista español Buenaventura Durruti, en el asalto al Banco
Provincia de San Martín. Roscigna completa su grupo con los hermanos Vicente y
Antonio Moretti y se prepara para dar su primer golpe. El 1° de octubre de
1927, Roscigna y sus hombres, con vendajes en la cabeza y haciéndose pasar por
pacientes, asaltan en la puerta del hospital Rawson al hombre encargado de
pagar los sueldos y se llevan 141.000 pesos.
Ese botín será destinado
por Roscigna y sus hombres a la ayuda a los presos y a emprender un viejo
proyecto caro a los anarquistas, la falsificación de billetes. Era para ellos
una forma de atacar al capitalismo en su raíz, burlarse de su símbolo más
evidente, desvirtuar lo más valioso del sistema.
En conexión con el grupo
de Di Giovanni, Roscigna y su gente además se dedicarán a hacer “justicia por
mano propia” contra los jefes policiales identificados como asesinos y
torturadores de anarquistas y obreros sindicalizados. Así cayó el comisario
Pardeiro de un certero balazo en la cabeza, fue desfigurado para toda la vida
de un trabucazo en la cara el famoso “Vasco” Velar, comisario de Rosario al que
le gustaba definirse como un experto en la caza de anarquistas, y el mayor
Rosasco, delegado policial de Uriburu en Avellaneda, ultimado por el dirigente
marítimo y anarquista expropiador Juan Antonio Morán.
De los
anarcos a los tupas
Mientras Severino era
fusilado en Buenos Aires, Roscigna estaba a punto de concretar uno de sus
golpes más espectaculares. Un proyecto desvelaba a Miguel Arcángel y sus
hombres: liberar a sus compañeros detenidos en la cárcel de Punta Carretas,
Uruguay. El dinero del Rawson y el producto de otros asaltos facilitaron las
cosas, permitiendo que Gino Gatti se instalara junto a su compañera y su
pequeña hija en una casa comprada por el grupo frente a la cárcel. Allí Gatti
instaló la carbonería El Buen Trato, desde donde comienza la construcción de
uno de los túneles de fuga más perfectos que recuerde la historia carcelaria,
con ventilación y luz eléctrica a lo largo de todo su recorrido de más de 50
metros. En los trabajos participaron activamente bajo las instrucciones del
“ingeniero” Gatti, Miguel Arcángel Roscigna, Andrés Vázquez Paredes, el
“capitán” Paz y Fernando Malvicini. El 18 de marzo de 1931 se concreta la fuga.
Los presos salen cómodamente a la carbonería El Buen Trato, donde los esperan
tres autos que se dirigen a una casa alquilada en la calle Curupí.
Treinta y nueve años más
tarde, en 1970, aquel mismo túnel va a ser aprovechado por los tupamaros para concretar
una de más sonadas fugas de presos políticos de la historia latinoamericana.
Por el túnel diseñado por el “ingeniero” Gino Gatti se fugaron 118 tupamaros,
eso sí, no sin antes dejar un cartel que decía “Gracias compañeros anarquistas.
Firmado, MLN-Tupamaros”.
Suerte
perra
Un episodio increíble va a
terminar con la detención de todo el grupo de Roscigna. El 21 de marzo, apenas
9 días después de la fuga, un agente de la perrera municipal entró en la casa
de los anarquistas persiguiendo un perro; el agente es un ex presidiario que
reconoce a uno de los fugados, suelta al perro y sale corriendo a denunciar a
la policía que sabe dónde se esconden los hombres más buscados del Uruguay. En
pocos minutos, 53 policías asaltan la casa y detienen a Roscigna y sus hombres.
La dictadura de Uriburu, al enterarse de las detenciones, solicita las
extradiciones, lo que equivalía al paredón para todos ellos. Los anarquistas
deciden inculparse ante los tribunales uruguayos para ser condenados allí y
evitar la aplicación de la ley marcial en Argentina. La Nación advierte la
estrategia y así lo comenta: “Rosignia trata de agravar su situación en
Montevideo. Montevideo, 27 (Esp.). Informes de buena fe anuncian que Roscigna
en las primeras declaraciones se adjudica una actuación preponderante en la
construcción del túnel por el cual se evadieron los penados, pero se sospecha
que el temible delincuente quiere agravar aquí su situación, interesado en
postergar su remisión a Buenos Aires”.(1)
La estrategia da resultado
y los anarquistas serán condenados y encarcelados en Montevideo. Allí estarán
hasta el 31 de diciembre de 1936. Ya no está Uriburu, gobierna Justo, pero la
persecución y el odio al anarquista es el mismo y la misma ley de la época del
comisario Lugones. Ya no está en Orden Social el inventor de la picana. Su
lugar lo ocupa el comisario Bazán, que logra un acuerdo con sus colegas
uruguayos. Ante la negativa de la Justicia oriental a conceder la extradición a
los detenidos, les aplican un decreto de expulsión basándose en su condición de
“indeseables”. Agentes de Orden Social al mando del propio jefe, comisario
Morano, viajan entusiasmados a Montevideo a buscar a los anarquistas que los
habían tenido en jaque durante años. Todos quieren capturar a Roscigna, autor
de dos de las espectaculares fugas del anarquista Ramón Silveyra, ideólogo de
la fuga de Simón Radowitsky del penal de Ushuaia, el que había incendiado la
casa del director de aquella prisión, el anarquista más buscado después de la
captura de Di Giovanni, el hombre que desde la cárcel de Montevideo seguía
planificando acciones expropiadoras y atentados contra jefes de las “policías
bravas” de la década infame.
Al llegar a Buenos Aires
los detenidos son trasladados directamente al departamento central de Policía,
donde son interrogados primero salvajemente por los hombres del comisario
Fernández Bazán y luego “legalmente” por los jueces Lamarque y González
Bowland, quienes los sobreseen por las causas del asalto al hospital Rawson y a
La Central. Al “capitán” Paz lo trasladan a Córdoba para que responda por una
causa anterior y poco después un grupo de compañeros lo liberará a punta de
pistola de una comisaria de la provincia. Roscigna, Vázquez Paredes y
Malvicini, a pesar de la orden judicial, continúan ilegalmente detenidos. Los
familiares comienzan sus reclamos y los policías sus burlas. Les dicen que
están en La Plata, pero allí nadie sabe nada y los mandan a Avellaneda, pero
allí tampoco los familiares pueden obtener ninguna información. Luego se les
dirá que están en Tandil. Pero los presos no aparecen. No hay noticias hasta
que un militante anarquista y redactor de Crítica recibe la información de un
pescador de la isla Maciel que dice que los ha visto con vida, que vio cuando
los bajaban de un patrullero a en la comisaría de Dock Sud. Crítica titula:
“Roscigna en el Dock Sud”.
A partir de ese momento se
pierde completamente el rastro de los detenidos. “Hasta que –pasados
varios meses de la desaparición– un oficial de Orden Social se sincera con la
Comisión Pro Presos y les dice con tono confidencial: “No se rompan más,
muchachos; a Roscigna, Vázquez Paredes y Malvicini les aplicaron la ‘ley
Bazán’, los fondearon en el Río de la Plata”.(2)
Se estaba inaugurando una
oscura tradición argentina.
1. La
Nación, 28 de marzo de 1931.
2.
Osvaldo Bayer, Osvaldo Bayer, Severino Di Giovanni, el idealista de la
violencia, Navarra, Txalaparta, 2000.
_____
De
CRÓNICA (Argentina), 31/10/2014
Foto: Miguel Arcángel Roscigna
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