EVM/ Enrique Vila-Matas:
Intento retratar a un personaje representativo de nuestro tiempo, alguien que desea retirarse del mundo y vivir apartado. Como vivió apartado Robert Walser, que es el héroe moral de Doctor Pasavento. Vivió apartado 23 años en el manicomio de Herisau, en la Suiza Oriental. El lugar que, como escritor de esta novela, visité el año pasado con la intención de ver dónde estuvo Robert Walser apartado del mundo. Es un héroe –o un antihéroe- actual: primero, porque busca apartarse; después porque, cuando se aparta del mundo, cree que lo van a buscar y no es buscado por nadie y descubre que está solo y que nadie piensa en él; y, en tercer lugar, porque la soledad le conduce a profundizar en el mundo de su héroe en la vida y en la literatura, Robert Walser, y a visitar el manicomio de Herisau con la intención de esconderse allí. Algo que es inútil porque nadie le ha buscado ni le va a buscar.
LCM: ¿Qué impresiones tuvo cuando visitó el manicomio?
EVM: Había leído tanto sobre los paseos de Robert Walser los sábados y domingos, caminando por ese lugar nevado que, para mí, ese lugar y esa palabra pertenecía a un mundo de ficción. No había caído en la cuenta de que había un lugar real en Suiza en el que estaba todo mi mundo de admiración literaria hacia este personaje. Y surgió a través de una invitación. En un viaje anterior a la Suiza alemana conocí a Yvette Sánchez, catedrática de Literatura Española, que se ofreció medio año después a llevarme a ver el paisaje que rodea el manicomio de Herisau. Como yo no sé alemán, ella me acompañó y quedé bastante impresionado con el lugar. Es como una pequeña montaña mágica donde está el viejo manicomio, hoy llamado Centro Psiquiátrico. Es un lugar muy bello. Luego fuimos a ver el cementerio donde está la tumba de Walser. Nos costó mucho encontrarla porque no estaba donde las demás tumbas, donde le habría gustado a Walser, que quería perderse en el anonimato de la historia mundial, sino que estaba apartada. Como él se había apartado del mundo, le apartaron luego a él. La tumba está a la entrada del cementerio, en un lugar muy visible, pero tardamos mucho en encontrarla. Después Yvette Sánchez me sorprendió diciéndome que había concertado una cita con el director del centro psiquiátrico y fuimos recibidos por él. Ahí comenzó una escena que he trasladado a la novela.
LCM: Nos ha dicho que en la novela se acerca al dificilísimo ejercicio de convertirse en nada, algo en lo que Robert Walser fue un maestro o pretendió serlo, al menos. ¿Cree que se puede desaparecer hoy y ahora?
EVM: Yo siempre digo que, para que uno desaparezca, alguien ha de percibirlo, deben darse cuenta, si no, no hay desaparición. En el caso de Pasavento nadie se da cuenta ni nadie se interesa y no puede completar la desaparición hasta que alguien note que ha desaparecido. Es una especie de paradoja. Por otra parte, tampoco es tan sencillo desaparecer: no basta con encontrar un lugar donde no sea fácil que a uno le encuentren.
LCM: En ese desapego a la fama que tenía Walser ¿hay un reflejo también del escritor?¿de verdad no le gusta que le reconozcan y le admiren?
EVM: Hay un momento en que el Doctor Pasavento dice que no escribe para ser fotografiado y eso coincide bastante con mi idea de que, a la larga, resulta muy pesado tener que responder a toda la cuestión del circo mediático actual y creo que esto es algo que les pasa a muchos escritores. La paradoja se da cuando presento el libro y el que está ahí para ser fotografiado soy yo y el doctor Pasavento está “missing”. Así que ahora me toca a mí ser fotografiado y que Pasavento pueda vivir su vida apartado de todo.
LCM: En sus últimos años, antes de recluirse en el manicomio, la letra de Robert Walser fue haciéndose cada vez más pequeña. Llegó incluso a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz porque entendía que el lápiz se encontraba más cerca de la desaparición. Esto, que es tan sólo un detalle, supone todo un símbolo del fin de la existencia de Walser. ¿Son esos detalles los que nos definen, los que nos hacen grandes o pequeños?
EVM: Yo creo en los pequeños detalles. Lo pequeño puede ser muy grande y, de hecho, en cosas pequeñas se encuentra resumida la historia de la humanidad. Y, respecto a la letra de Walser, los llamados microgramas, habría mucho que decir. Durante mucho tiempo se creyó que, por estar medio loco Walser, resultaban incomprensibles. El asunto era que había que saber leer la letra tan pequeña y ahora se están analizando y son historias y novelas. Es curioso que ha habido un error en la crítica de El País cuando se dice que estos papelitos estaban escritos dentro del manicomio de Herisau y lo cierto es que, mientras estuvo en el manicomio, no escribió nada. De hecho, cuando sus amigos le visitaban y le preguntaban por qué no escribía él les contestaba que no estaba allí para escribir sino para enloquecer. Y lo que más me llamó la atención de estos papelitos era que podían estar escritos en la servilleta de un papel o en cualquier cosa que encontrara apta para la escritura. Empezaba una historia que terminaba cuando acababa el tamaño del soporte. Es un tipo de escritura muy fragmentaria hasta el punto de que el final de lo escrito viene marcado por el papel.
LCM: ¿Y el principio de una novela?¿Tiene que ver con la nieve, con esa metáfora sobre la página en blanco?
EVM: No sé explicar la página en blanco, pero sí me siento próximo a la nieve. Me fascina la muerte de Robert Walser. Ocurrió un día de Navidad que salió a caminar por los alrededores del sanatorio y murió sobre la nieve. No puede ser una muerte más metafórica sobre la pureza de su estilo y de su vida. Fue encontrado por dos niñas que pasaban por allí ese día de Navidad y colocaron una flor al lado del cadáver
LCM: ¿Y Doctor Pasavento es Alonso Quijano o Don Quijote?
EVM: Doctor Pasavento se parece más a Robert Walser, que es quien inaugura de alguna manera la literatura contemporánea del siglo XX. Y es el anti-Thomas Mann, el que puede abarcar todo el mundo y se compara con el mismísimo Dios. La tradición que inaugura Walser enlaza con lo mínimo, lo minúsculo y fragmentario y es luego recogida por algunos grandes como Kafka, que era cinco años menor que él, y que incorporó el sentido del humor a este tipo de prosa walseriana. De hecho, cuando apareció Kafka en Alemania se dijo que había aparecido una variación de la prosa de Walser. Hay que recordar que Robert Walser fue muy conocido en los años veinte en los ámbitos de la literatura alemana y suizo-alemana, pero después su confinamiento en el sanatorio y la guerra hicieron que desapareciera completamente su recuerdo hasta que comienza a ser republicado en los años sesenta.
"Me gustaba la ironía secreta de su estilo y su premonitoria intuición de que la estupidez iba a avanzar ya imparable en el mundo occidental. Me intrigaba la gran originalidad de sus relaciones con el mundo de la conciencia. Y siempre había encontrado infelices pero muy bellos sus melancólicos paseos alrededor del manicomio de Herisau, donde, remedando el destino de Hölderlin, estuvo internado durante veintitrés años, hasta el final de sus días. Desde que entrara en el manicomio de Herisau hasta que murió, no había escrito una sola línea, se había apartado radicalmente de la literatura. Murió en la nieve, un día de Navidad, mientras caminaba por los alrededores de aquel sanatorio mental. Se ha dicho de él que es el poeta más secreto de todos, y seguramente esto se aproxima a la verdad, pues para Walser todo se convertía por entero en el exterior de la naturaleza y lo que le era propio, más íntimo, lo estuvo negando a lo largo de toda su vida. Negaba lo esencial, lo más hondo: su angustia. Tal como él mismo decía en su novela Jakob von Gunten, disimulaba su desasosiego «en lo más profundo de las tinieblas ínfimas e insignificantes».
En Walser, el discreto príncipe de la sección angélica de los escritores, pensaba yo a menudo. Y hacía ya años que era mi héroe moral. Admiraba de él la extrema repugnancia que le producía todo tipo de poder y su temprana renuncia a toda esperanza de éxito, de grandeza. Admiraba su extraña decisión de querer ser como todo el mundo cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo. Admiraba y envidiaba esa caligrafía suya que, en el último periodo de su actividad literaria (cuando se volcó en esos textos de letra minúscula conocidos como microgramas), se había ido haciendo cada vez más pequeña y le había llevado a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz, porque sentía que éste se encontraba «más cerca de la desaparición, del eclipse». Admiraba y envidiaba su lento pero firme deslizamiento hacia el silencio".
Ustedes van a poder oír hablar de escritor Walser. ¡Al señor Walser, escritor!
Así comienzan las cartas que recibo, como si algunas personas preocupadas por mi quisieran recordarme mi oficio de escritor.
¿Dormirá en mí la capacidad de escribir?
¿Personas bien intencionadas quizá quieran hacerme reaccionar?
Desde que un día comencé a llevar una vida de dependiente, el escritor Walser se durmió ya en mí. De otra forma no habría podido ser un auténtico dependiente.
Para escribir “Los hermanos Tanner”, tuve que esperar largo tiempo, y eso se produjo de manera espontánea e inconsciente. Y recordaría más bien a un escritor que antes que escritor es hombre. La escritura emana también de la esfera de lo humano.
Conozco personas que piensan que se escribe muchísimo. De la misma manera que se pinta demasiado.
Comparto esta opinión y por lo tanto no me inquieta en absoluto que el escritor Walser esté aparentemente dormido. Al contrario su comportamiento me hace feliz.
¿Cuándo desempeñaba realmente las tareas de “criado” presentía que de esta parcela de la experiencia saldría una “novela de lo real”, y que, en consecuencia, de un acto real emanaría una obra literaria? No, no, ¡por nada del mundo!
Walser, ya entonces, también vivía, dormía y escribía demasiado poco, es verdad. Pero es porque se consagraba a lo vivido sin interesarse por ello, es decir sin soñar con escribir, o digamos, sin escribir nada entonces, así años más tarde escribió su Der Geülfe ["El Ayudante"], es decir después de la crisis.
He ahí por qué no sucumbió al deseo insatisfecho de publicar.
En definitiva, todo lo que el escritor ha escrito “después de la crisis”, debió vivirlo “antes”.
¿Un hombre que no trata de escribir algo sólo puede tomar un café por la mañana?
¡Un hombre así apenas puede respirar!
Y, con todo, Walser da cada día un paseo de una horita, en lugar de escribir hasta hartarse. En su espontaneidad natural, encuentra incluso pretextos para ayudar a las sirvientas a poner la mesa. ¿Por qué Walser ha vivido en el pasado toda suerte de aventuras?
Porque el escritor dormía en él indolente y no le impedía, pues, vivir. Por esta razón, piensa que sería bueno dejarlo en un profundo olvido, y ruega a los que se preocupen por ello que esperen pacientemente una decena de años, deseando a sus colegas todo el éxito posible. ¿Por qué la gloria de Walser deja a cualquier otro individuo menos frío que a él?
Cuando escribía "Los hermanos [Tanner]", por ejemplo, ¡qué poco me preocupaba de la celebridad! Si hubiera sido ya famoso, el libro no hubiera visto jamás la luz.
Deseo, pues, permanecer ignorado. Y si algunos, a pesar de todo, quieren preocuparse por mí, pues bien, yo no prestaré atención alguna a estas preocupantes personas. Hasta aquí nunca he escrito mis libros por obligación. Quiero decir que el hecho de escribir mucho no garantiza sin embargo que una obra sea buena. ¡Qué no venga nadie a hablarme de mis libros “anteriores”! Que no los sobrevaloren, y que se esfuercen en tomar a Walser tal cual es.
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De CENTRO DE ESTUDIOS ROBERT WALSER, 30/07/2012
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De CENTRO DE ESTUDIOS ROBERT WALSER, 30/07/2012
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