ELOY TIZÓN
Veo el
documental 78/52. La escena que cambió el cine, de Alexandre O. Philippe, centrado en el análisis pormenorizado
del famoso crimen de la ducha de Psicosis (1960) de Alfred
Hitchcock. El documental repasa esos 78 planos y 52 cortes de edición,
de poco más de tres minutos, a los que Hitchcock consagró una semana entera de
rodaje en California. Cuchillos y muslos, sumideros y pelucas, dinero
robado y aves disecadas, voyeurismo en estado puro (el agujero en la pared por
el que Norman Bates espía a mujeres desnudas está tapado por el lienzo de Susana
y los viejos), chapoteo de apuñalamiento al perforar carne humana que el
director diseñó acuchillando melones de la variedad Casaba (después de probar
con docenas de ellos, hasta encontrar el idóneo), todo ello ahogado por la
partitura cítrica de Bernard Hermann.
Esos tres minutos
de horror fílmado, con su caligrafía de esguince, cortados y pegados como a
tijeretazos, sin relación alguna con el resto de la película (como si el
espacio con violencia requiriese de una escritura distinta que el espacio sin
violencia), le bastaron a Hitchcock para sobrecogernos. Acribilló al mismo
tiempo las pupilas de los espectadores de medio mundo junto a las leyes
sacrosantas de la narrativa de ficción. Al asesinar a Marion Crane en la ducha,
Hitchcock asesina también nuestras expectativas. Todo eso se marchó por el
desagüe. El cuerpo muerto de la ficción, de una belleza alicatada,
yacía envuelto en la cortina del baño, metido en el maletero del coche y
arrojado a las profundidades de una ciénaga, para no emerger nunca más. El
futuro se convirtió en la madre de Norman Bates. El miedo en una pastilla de
jabón. Las audiencias temblaron.
Valga como
síntesis la opinión de uno de los comentaristas del documental: “Tu vecino dejó
de ser Norman Rockwell; a partir de entonces tus vecinos eran la familia
Manson”.
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De EL CULTURAL,
20/07/2018
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