En la cuenta
larga del valle cochabambino, uno de espacios más valorados y admirados por su
belleza y fertilidad ha sido la campiña de Cala Cala. De hecho, cuando el inca
Tupac Yupanki consolida este territorio para el imperio, Cala Cala es el lugar
donde construye un “pequeño patrimonio” personal, incluyendo un aqllawasi (casa
de mujeres vírgenes del inca) y baños. Innumerables arroyos y vertientes de
agua la atravesaban, convirtiéndola en una zona húmeda y exuberante.
Cala Cala ha sido
celebrada por poetas, cronistas e historiadores. Alcides D’Orbigny, quien
estuvo por la ciudad en 1832, la definía como “el bonito caserío de Calacala,
con sus árboles verdes, lugar de cita de los paseantes, sitio elegido para los
paseos campestres de los ciudadanos”. Julio Rodríguez, prócer de la élite
local, en una biografía familiar recordando la década de 1860, hablaba de los
recorridos para “k’uquear” por las huertas de Calacala”. A fines de
1910, el protagonista de la novela de Demetrio Canelas, “Aguas Estancadas”,
organiza una fiesta en las “suaves frondas del verdeante bosque de naranjos de
Calacala”; y describe: “Nada más bello y amable que aquella floresta de
Calacala, reclinada a las faldas de la cordillera del Tunari”. La misma Adela
Zamudio tenía una pequeña casa de campo en Cala Cala, donde se refugiaba los
fines de semana para escribir, atender a los sobrinos y su jardín.
La magnificencia
de la campiña calacaleña impulsó a Nataniel Aguirre proponer a esta parte del
valle como el probable escenario del bíblico paraíso terrenal. En una escena de
la novela Juan de la Rosa, el protagonista, Juanito, está a punto de enfrentar
a Padre Arredondo, por sus inclinaciones a favor de los patriotas. A punto de
recibir un duro castigo, Juanito reflexiona sobre el clima y el paisaje valluno
de Cala Cala:
“¡Benditos
meses de marzo y abril! ¡De cuánta gala sabéis revestir vosotros la hermosa
tierra en que he nacido! Si los demás meses del año se os pareciesen, si a lo
menos los de septiembre y octubre no fueran tan mezquinos de lluvias y
quisieran estimularse con el ejemplo del generoso febrero, para impedir que el
sol sediento se beba toda el agua del Rocha y de las lagunas, yo sostendría con
muy buenas razones que Eva cogió el fruto prohibido en Cala Cala, aunque me
trajesen juramentado al Inca Garcilaso de la Vega, para que declarase a mi
presencia que los españoles hicieron venir de la Península el primer árbol de
manzanas; porque el Génesis no dice que fue aquel fruto precisamente una manzana,
y pudo ser una chirimoya, una vaina de pacay o cualquier otro de los deliciosos
frutos de nuestros bellísimos árboles indígenas.”
Aguirre está
situando un mito cosmogónico según la tradición judeo cristiana, en el valle,
pues está emplazando en Cala Cala el origen de la creación del mundo, otorgando
a la campiña, por tanto, un sentido más allá del tiempo histórico. Este es un
mito bioregional, pues está articulado a la ecología de la zona, y el novelista
escribe desde el conocimiento de su hábitat.
Los mejores meses
del año en Cochabamba han sido los de la temporada lluviosa, entre febrero a
abril particularmente, donde el valle, en este caso Cala Cala, se torna verde y
florido; época de abundancia de frutas, maíz, trigo, papa. Es el momento
paradisíaco. Mientras que, entre agosto a noviembre, la lluvia está ausente, la
humedad disminuye y el agua (incluyendo el del río Rocha) es escasa. Aguirre
sabe y lo retrata
Respecto a la
fruta prohibida, efectivamente en Génesis 3:1-3 leemos: “La serpiente
era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho.
Dijo a la mujer: «¿Cómo os ha dicho Dios que no comáis de ninguno de los
árboles del jardín?» Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del
fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del
jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.»
El texto bíblico no explicita que haya sido una manzana la fruta que sedujo a
Eva y Adán (especie introducida por los españoles, como Garcilaso de la Vega
podría atestiguar), imagen construida por el cristianismo oficial. Pudo haber
sido alguno de los sabrosos “árboles indígenas” del valle cochabambino, como el
pacay o la chirimoya.
Hoy, Cala Cala,
como en el pasado, continúa siendo una zona donde habitan las elites de la
ciudad, aunque los cambios son evidentes. La sensación de Juanito respecto a la
sequedad del valle durante una época del año, hoy es lo normal: el “sol
sediento se ha bebido” las aguas superficiales y subterráneas, las áreas de cultivo
y la masa arbórea han desaparecido en pro del cemento y la urbanización kitsch.
Tal el paisaje dominante calacaleño. Solo nos queda la memoria literaria de
este hermoso mito de creación valluno.
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De INMEDIACIONES,
24/07/2018
Fotografía: Paseo en Cala Cala
Fotografía: Paseo en Cala Cala
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