Ricardo Martínez
La tradición literaria de libros de viajes ha venido acuñando desde hace muchos años la relevancia de los viajeros ingleses como un ejemplo representativo, no ya por la importancia de su presencia en la aventura y el descubrimiento, sino por el hecho de haber dejado testimonio escrito de ello.
Sin entrar en el enorme valor testimonial de la empresa fallida de Scott en su intento de llegar al polo Sur y la importancia de las notas escritas que dejó antes de su muerte, los nombre de Burton o Fermorserían testimonio más que acreditado de curiosidad y excelencia literaria que ha animado a muchos otros en la aventura de conocer, en la aventura de leer, de descubrir.
Y junto a ellos la figura de Chatwin, ese joven rubio y de ojos azules, sempiterno seductor, cuya vida siempre estuvo acunada en un cierto halo de misterio. El caso es que su destino profesional, en principio, poco tenía que ver con los viajes; era tasador especialista de pintura del XVII en la casa Sothebys, la misma que un día recibió un telegrama suyo donde se leía: “me voy a la Patagonia”. Una forma curiosa de despedirse profesionalmente, y de iniciar lo que sería una fructífera trayectoria como escritor.
Pronto ganó fama y reconocimiento: por su agilidad descriptiva, por su forma de captar la realidad “viendo” de una manera introspectiva, por su curiosidad permanente, que le llevaría a visitar los sitios más distintos: desde la Patagonia a Siena, desde Dahomey a la China.
Allí habría de morir, relativamente joven, después de dejar testimonio de sus andanzas en libros tan relevantes como El virrey de Ouidah, donde aborda el tema de la esclavitud, Utz, un precioso ejercicio literario sobre el coleccionismo, o, para mí, uno de sus mejores títulos, Los trazos de la canción, donde se trata de una manera exquisita el tema de las creencias en los aborígenes australianos.
Alguien ha dicho que las novelas pasan de moda pero las cartas no; acaso sea porque la trama de una vida va implícita en ellas. Aquí, en este libro de cuidada edición, se recogen muchas donde se refleja la vida, un valioso ejercicio literario a la vez, de un personaje hiperactivo como Chatwin, generoso en amigos, egoísta para su libertad, que tuvo múltiples lugares-estudio donde dar vida a sus relatos, y que admite la influencia tanto de Isaak Bábel como de Zahir ud-Din Mohammad Babur, fundador del imperio mogol, sobre todo a través de sus memorias recogidas en el Babur-Nama.
De ellos, al parecer, obtuvo no solo “la capacidad para retratar a la gente con dos pinceladas”, sino dejar testimonio de su voluntad manifestada: “lo que me encantan son las frases claras, de ritmo fuerte, con una floritura fantástica al final”. Por cierto, no descuide el lector conocer su obra fotográfica: es fantástica.
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De Revista de Letras, 29/02/2013
Imagen: Bajo el sol. Las cartas de Bruce Chatwin
Selección y edición deElizabeth Chatwin y Nicholas Shakespeare
Traducción de Ismael Attrache y Carlos Mayor
Sexto Piso (Barcelona, 2013)
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