Fran Martínez
A Vladímir Egozov le gusta que lo llamen 'diadia Vova’ (tío Vova). Nació en Altái (ahora Kazajistán), estudió ingeniería eléctrica en Moscú y trabajó en Riga durante 30 años. En 1992 se mudó a Berlín del Este, donde regenta un kiosko de pelmenis. Tiene 78 años pero todavía trabaja porque su pensión es ínfima.
Le pregunto a tío Vova si se siente ruso, kazajo, letón, alemán, o ucraniano (de donde era su madre), y me contesta que él es soviético. Respuesta que he escuchado otras muchas veces en personas de su edad y perfil.
El ‘Homo sovieticus’ nació en un país que ya no existe. Se reconoce en un esquema de valores, criterios estéticos y formas de entender las instituciones que para muchos ha quedado obsoleto.
El primero en hablar de ‘Homo sovieticus’ fue Alexander Zinóviev, describiendo al tipo de individuo creado tras décadas de experimentos bolcheviques. El resultado es una persona que se cree sólo una pequeña pieza en el engranaje gubernamental e identifica Estado y sociedad, como si fueran lo mismo.
Para Zinóviev, el ‘Homo sovieticus’ es contradictorio: por un lado políticamente pasivo (‘no es posible cambiar nada’) y por otro responsable del destino de todo un país. Además, está acostumbrado a dobles conversaciones, una en privado con amigos en la cocina, y otra en público en la que se muestra estrictamente correcto con la versión oficial.
En opinión del historiador Andréi Zubov, el hombre soviético es el resultado de un proceso de selección natural profundamente negativo, por el cual: “los mejores, la gente más honesta y educada fue, o asesinada o imposibilitada para tener descendencia alguna al estar en la cárcel o verse forzada al exilio”.
En lenguaje popular, al ‘Homo sovieticus’ se le llama ‘Sovok’, término que conlleva mucho sarcasmo y cierta amargura. Miro en internet posibles significados de sovok:
“Individuo con espíritu de tractor”.
“El gobierno simula que nos paga y nosotros fingimos trabajar”.
“No liberado de los valores totalitarios”.
“Persona que abusa de la propiedad común”.
“Un estado mental basado en pequeños triunfos absurdos e idiotas”.
“Esa persona que devora estruendosamente huevos cocidos y arenques salados, envueltos en el Pravda junto a termos de té”.
“Es fácil sobrevivir la muerte de un amigo o un familiar, pero no la del colectivo”.
Mi amiga Kristina repite con frecuencia “Sovok bil, sovok ostalsia”, algo así como “era soviético y soviético se quedó”. También el periodista Serguéi Gogin sostiene que el término sovok tiene relevancia en la Rusia contemporánea, aunque un ‘hombre soviético’ de mentalidad de la época de Brézhnev y diferente de aquéllos que crecieron en la post-guerra.
De acuerdo con Gogin, la base del electorado ruso que vota a Putin mantiene una mentalidad soviética, apreciando la estabilidad y cierto paternalismo estatal. Algo parecido opina el escritor Vladímir Sorokin, para quien “la mentalidad se ha mantenido soviética, aunque este hombre ha conseguido entender lo que es calidad. Así que quiere un Mercedes y tener vacaciones en España o Italia”.
A pesar de ser una sociedad multiétnica y considerarse a sí misma como una civilización con ambiciones globales, la cultura soviética parece haber pasado a la historia como un mero producto ideológico y monolítico diseñado caprichosamente por Stalin.
¿A qué se refieren cuando hablan de cultura soviética?
El término ‘cultura soviética’ es utilizado frecuentemente con desdén; presentada como falsa, impuesta por el Estado y determinada por una ideología. Esta suposición ignora no obstante que eran personas y no objetos los que vivían y recreaban la cultura soviética: gente diversa con ambiciones, romances, miedos y esperanzas personales y que durante gran parte de su vida creyó ver un cambio histórico y estar en el mejor país del mundo.
Trabajos como el del sociólogo Vladímir Shlapenkokh han demostrado que desde mediados de los años 50 se dio una privatización gradual de la sociedad soviética, distanciándose del Estado y explorando una vida personal más relajada y amable.
Además, muchas de las manifestaciones culturales de la URSS no buscaban confrontación con el oeste capitalista, o con las autoridades comunistas, sino que simplemente reflejaban el día a día de sus coetáneos. Incluso el punk ruso se consideraba soviético.
No obstante, son muchas las voces en desacuerdo. Por ejemplo, Ksawery Pruszynski escribe que a pesar de esta mezcla de razas prolongada durante generaciones, la uniformidad es lo que llama la atención: “Toda esa gente parecía cortada por el mismo patrón. Hombres y mujeres llevan la misma clase de chaqueta, obviamente abrigo, y las mismas botas altas de obrero. Sus rostros también se antojan idénticos. Muestran concentración y falta de deseo de entablar contacto alguno. No se sabe si están contentos o irritados. Son gente extraña”.
En opinión de Sheila Fitzpatrick, profesora de la universidad de Chicago, la cultura soviética está influida por las formas de movilización militar. Y Malte Rolff, de la Universidad Leibniz, asegura que la cultura soviética es el producto de un régimen totalitario, con sus movilizaciones de masas, su arquitectura, cine, calendario, ordenamiento y desfiles, los cuales crean un sentido de normalidad particular, influenciando no sólo la interacción de las personas sino también asuntos privados como la higiene, la manera de hablar, e incluso la forma de concebir el tiempo.
Tras la victoria bolchevique, en Rusia se estableció un plan para imponer lo que sería la ‘cultura soviética’. En bellas artes, arquitectura, literatura, cine, música… se crearon nuevos referentes para ‘culturizar’ y divertir a las masas, mostrando una fe ciega en la idea de progreso y en el liderazgo de Stalin.
La construcción de una sociedad sin memoria fue el ideal de todo régimen totalitario y la URSS casi lo consiguió. La conquista del presente y el futuro requería la supresión del pasado y viejas instituciones y tradiciones fueron sustituidas por nuevos modelos, más acorde con el marxismo-leninismo.
La revolución bolchevique introdujo en Rusia la idea de un ‘proletariado’ unido, con prácticas culturales propias. Esto significó el fin del sistema de valores anterior, por lo que la fe se trasladó de las iglesias a las tesis marxistas (idea de progreso y comunismo) y a los dirigentes bolcheviques (Stalin, Lenin…).
No obstante, no toda la cultura soviética significó una ruptura con lo anterior; varias ideas pre revolucionarias se mantuvieron, como la imagen platónica de la madre o las ambiciones universales de la sociedad, además de la pasión por artes clásicas como la música, el teatro, la danza o la literatura.
El comunismo provocó ciertamente una de las mayores tragedias del siglo XX, pero al mismo tiempo representó una fuente de esperanza para la humanidad y fue un rotundo desafío político para Europa. Probablemente, las socialdemocracias europeas no se hubieran desarrollado de igual manera sin este desafío político.
Además, la cultura soviética sigue viva en miles de personas como el tío Vova… y no sólo. Hace unos días, la cantante ruso-canadiense Chinawoman escribía este mensaje en Facebook y colgaba este vídeo:
“He recibido varios mensajes de alguien que me pedía que rezara a Allah y le diera mi corazón. Sin embargo, tengo que decir que mi corazón pertenece a otra diosa, a la que le doy gracias y por quien rezo todos los días. La más grande, la única, gracias ¡Alla Pugachova!”
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De Rusia Hoy, 31/07/2013
Fotografía: Fuente: Ricardo Marquina Montañana
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