GONZALO HIMIOB
“La ironía es una tristeza que no puede llorar, y sonríe”, Jacinto Benavente
-¡Damas y “damos”! ¡Caballeros y “caballeras”! ¡Prepárense para disfrutar de uno de los espectáculos más impresionantes, avasallantes, delirantes, desconcertantes, apabullantes y aplastantes que nos ofrecerán, con gesto anhelante y abracadabrante, nuestros gobernantes, sus adulantes, y los garantes de la memoria y del “legado” del que fuera nuestro máximo comandante!
Se oye un estallido (de una salva de cañones, no social) y saltan al escenario, entre papeletas del CNE y expedientes judiciales desmenuzados, bufones y payasos con pelucas rojas. Van con la comparsa algunos funcionarios aburridos, que como es viernes, están obligados también a desfilar con franelas rojas; unos pranes, pistoleros y lanzadores de cuchillos mal encarados, que muestran sus inmensos e impunes prontuarios; algunas ratas, muchos avestruces, un par de mamuts y algunas criaturas prehistóricas que nadie sabe cómo es que aún viven, y un par de trapecistas con las lolas al aire y aspecto de “prepagos” que rematan su falta de gracia tropezando con los cables que todos nos estamos comiendo. Sigue el presentador:
-¡Serán ustedes parte de los millones y “millonas” de “personos” y personas, que en esta insigne encerrona, orquestada desde La Casona, notable pero fugaz como aquella fallida intentona, sentirán trepidar sus hormonas y sus siliconas con el inigualable, inimitable, impresentable y por supuesto expropiable “Festival de la Locura Cotidiana” que hoy, inflamable como la inflación y como la gasolina que tenemos que importar del imperio, le presentamos a la Patria “soberana”!
El público en la carpa, embobado, no sabe si aplaudir o si llorar. Nadie sabe cómo es que se ha llegado hasta este lugar, hasta este tiempo. La entrada que se les vendió, hace ya más de catorce años, era para un show completamente diferente. Les han obligado a sentarse sobre sus banderas y sus consignas, y las fuerzas de seguridad les quitaron, antes de entrar, sus voces. No les permiten además ver con sus propios ojos el espectáculo, y se les ha obligado a usar unos lentes con gríngolas que les fuerzan a ver sólo en una dirección mientras lo tiñen todo, como lo hace también el hampa, de rojo. Cualquier intento de ver las cosas desde otro tono o desde otra perspectiva, o de reclamar con dignidad, es severamente castigado, y las celdas de los sótanos de este circo hace tiempo que se hacinan con personas que se han atrevido a criticar que no se les ha dejado pensar, o vivir, a su manera. Sigue entonces el presentador:
-¡Sin más preámbulos! Y sin juegos previos de ningún tipo ni tipa, pues para violarles el cuerpo y la inteligencia no hacen falta cariñitos, les dejo con -suena un redoble garrapateado- el más importante mago, médium, prestidigitador y “desaparecedor” de todos los tiempos: ¡Nuestro presidente! Advertimos de inmediato que esta actuación no es apta para cardiacos, pues involucra la comunicación con los seres del más allá y la violación de todas las leyes de la… las de… las leyes de… ¡Bueno! ¡De todas las leyes!
De pronto, un foco desde la oscuridad ilumina una silla, tan frágil que da la impresión de que en cualquier momento puede romperse, desde la que un hombre alto y de bigotes mira hacia las alturas y a los lados con gesto nervioso y confuso. Un breve pajarito revolotea a su alrededor, pero no parece hacerle mucho caso al individuo que desde abajo lo observa aletargado. Se diría que le ve, en su aleteo, hasta con franco desdén. El ave da un par de vueltas y se va, dejando sin embargo en su partida un “recuerdito” sobre la cabeza de una persona -a la sazón un miembro de la audiencia, ahora ya débil y enfermo, que fue encarcelado hace tiempo sólo por pensar distinto- que bajo la custodia de un grupo de “bienandros”, se muestra a todos enjaulado como si fuese un animal salvaje al borde de la pista central.
-¿Lo vieron? –grita al público el “médium”- He recibido la bendición del más allá. Los espíritus hablan conmigo. He sido ungido.
Nadie le aplaude ni le cree, ni siquiera los suyos, pero el show continúa. Cambia el escenario y el sujeto y sus bigotes se muestran ante una caja negra que abre al público para que se vea que está vacía. Toma un conejito al que llama “La verdad”, y después de meterlo en la caja hace uno o dos gestos pomposos, murmurando algo sobre la salud de alguien y sobre los resultados de las pasadas elecciones, y “La verdad”, ante la mirada atónita de todos los presentes, desaparece. Toma luego un trío de palomas blancas, a las que llama “empleo”, “seguridad” y “justicia”, y en uno o dos pases “mágicos” también las hace desaparecer. Llama después a un “voluntario” del público, que dos pranes le llevan esposado y a empujones hasta el escenario, y después de preguntarle si en sus bolsillos lleva su quincena recién cobrada, se pone la mano en la frente y le dice: “¡La ves, y ahora no la ves!”, y para sorpresa de todos, el sueldo del “voluntario” se esfuma en el aire.
Sin embargo, su piéce de résistance, el acto que deja a todo el mundo mudo en la sala, lo protagoniza una hermosa mujer que un par de edecanes le llevan maniatada y vapuleada hasta una celda de vidrio en la que la “Paz” –así se llama la dama- es encerrada. El “mago” mantiene a la audiencia en tenebroso suspenso hasta que tras una orgía de rayos, truenos, amenazas y maledicencias, sencillamente la “Paz”, se evapora.
Los espectadores callan. Nadie le ovaciona el truco ni le ríe la gracia. El sujeto mira a los lados esperando loas que no recibe, y con evidente enojo, lanza al suelo unos pañuelos coloridos, amarillos, azules, rojos, en los que se lee entre estrellas la palabra “Libertad” y con los que iba a ejecutar su acto final. Los pisotea con furia antes de marcharse rumiando resentimientos indecibles.
El presentador, preocupado, corre presto a salvar lo que queda del espectáculo. Nota que el público, impaciente y molesto, ha empezado rebelarse contra todo aquello. Muchos se han quitado las gríngolas y los lentes que les habían impuesto, y están viendo el espectáculo tal cual es, no como él habría querido que se viera.
-¡Y para cerrar, individuos e “individuas”, tendremos una presentación especial del Batallón Patriota de Artistas Paracaidistas, Oportunistas y Amarillistas, que nuestros alquimistas han transformado en fichas partidistas y han elegido “a dedo” de nuestras listas para que ahora, como renacidos socialistas, anticapitalistas, antiimperialistas y antifascistas, nos brinden un adelanto tercermundista de lo que será su show de contorsionistas para el próximo 8D! Advierto, sin embargo, que Diosa Canales no quiso venir. Alegó que hay que cosas que ni siquiera ella, controversial como es, haría… Se le abrirá, claro está, una averiguación por ello.
Quiso entonces seguir con su arenga de miedo, con sus excusas y con sus logomaquias, pero calló al notar, con sorpresa, que ya le hablaba a unas butacas vacías.
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De Runrunes, 12/08/2013
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