Friday, August 23, 2013

El POP de Alex Aillón Valverde

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me pregunto si el espíritu de Saint-Exupéry rondaba la casa de Alex Aillón cuando se puso a escribir POP. Relatos de soledad, amistad, amor, pérdida, acercan las obras de ambos. Y fina ironía.

El piloto de Le Petit Prince, y el Principito, son el autor que conversa consigo mismo y pregunta el por qué no lo comprenden ¿Quiénes? Los adultos. Sabe que está solo, pero la grande y hermosa paradoja del libro aquel radica en que se está solo, pero en un entorno filosófico, donde en los viajes se aprende, y se comienza a lidiar con la vida mientras otros tratan de consumar la muerte. Un geógrafo, en algún planeta, le dice al principito no querer retratar las cosas efímeras, la rosa que riega el niño en cuestión, pero, al fin, la breve existencia del personaje, lo obvio de su fragilidad, semejante a la flor, termina en hacerlo eterno. Quizá refleja lo que somos, recuerda lo que escondemos.

POP es tanto un poema como una fábula, escritos por poetas y ratones que intercambian labores, a pesar de que estos -ahora-, son “enemigos mortales”, tan mortales que unos son vates pobres y los otros editores. Casi una declaración política que da comienzo al texto y que va diluyéndose como tal a medida que place (a los personajes), y a ratos agobia, la ternura.

Es emblemática del libro la imagen del persecutor de ratones, escoba en mano, acorralando alguno en un callejón. Estamos tan acostumbrados a la tragedia que ni siquiera pensaríamos en otra posibilidad que un escobazo aplastando al “bicho”. En el mundo de POP no sucede así. El dibujo de Daniela Peterito Salas (ilustradora) nos ayuda a pensar que no todo es como parece: el llamémosle “asesino” está sentado en un planeta pequeño, en medio de un universo colorido con infantiles estrellas y soles, con la “víctima”, el ratón, fumándose un cigarrillo, que al encenderse era último deseo de condenado, y al pitarse con la lumbre quemando el tabaco, se convierte en motivo de charla, conversación… amistad mientras hablan sobre la luna. Poema, entonces; fábula, también.

Hay un conglomerado de emociones y pensamientos. Allí donde hallamos dulzura, de pronto encontramos sutileza. Por eso POP es libro para niños sin serlo, igual que El Principito. Reflexión de adulto acerca de la existencia, y de niño sobre el mismo tema. Dualidad que de seguro forzamos, para cubrir las espaldas de escudos y evitar el atropello de un puñal traidor que, aunque la historia muestre que existe, tal vez no. Caso complejo en sus páginas; libro que desmitifica esa separación tajante que hemos creado, que obliga a ocultar el niño que cargamos, que el miedo más que la realidad han inventado para supuestamente protegernos.

Héroes y antihéroes. Poetas y ratones, sin la intención de separar unos de otros, dejando al lector guiarse por instinto más que por razonamiento dentro de un universo rico y simple a la vez. Hay una historia notable entre muchas, la de Teseo en el laberinto. Ariadna, sabiendo que el Minotauro teme a las arañas, deposita una en la entrada del pavoroso recinto. Cuando el héroe arriba, el monstruo está deshecho, lloroso, aterrado por la araña que teje mansamente su tela. Se dispone a matarlo, empuña la espada, pero, antes, de un manotazo, tira a la araña al suelo y la aplasta con el pie. Entonces el Minotauro vuelve a ser el mismo y estrella la cabeza de Teseo contra el muro. El POP prosigue: “Cuando Ariadna se enteró de lo ocurrido, decidió que ya estaba cansada de las estupideces de los héroes y semanas después, en una ceremonia sencilla, frente a un ensangrentado sol en el crepúsculo, se casó con el Minotauro”. Kafka encuentra a Georg Christoph Lichtenberg.

A veces, dice el POP, soy cucaracha. Cada lunes, a pedido, me convierto en cucaracha. Pero otros días no lo soy, prefiero ser otras cosas, un aliento de salamandra, una luciérnaga, un semáforo de tránsito. Gregorio Samsa revisitado, más bien redivivo… Pinceladas, hálitos, ángeles borrachos, pero no demonios, no he visto demonios y eso me hace pensar en que estas páginas son de esperanza, no porque los demonios no la tengan consigo, que el ángel caído de Milton es oda esperanzadora, sino porque más que con los miedos, Aillón Valverde juega con la dulce ironía de vivir, de hilar palabras como redes, cositas pequeñas que en su momento, como cuando el condenado a muerte deja la celda y mira la luminosidad de lo que la araña ha tejido por la noche, enseñan que allá al fondo del cadalso, tal vez comience la eternidad.

Ground Control to Major Tom, Ground Control to Major Tom, llama con cadencia terrible la lírica de Space Oddity. David Bowie, perdido en el espacio sideral, en la máquina de volar que lo acercaría a Dios, pide que le digan a su esposa que la ama… Luego el silencio, el nunca más. En POP, un astronauta ruso, rota su órbita y sentenciado ya, ve que en la estación espacial hay una araña. Lo último que escucha el control de tierra es que André Kobalenco murmura “te llamarás Natalia”. Después se lo traga la galaxia. Pero, algún dios no lo ha abandonado del todo. Tiene a Natalia, la araña.

Eso, esto, es POP.

08/13

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