Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Me pregunto si el
espíritu de Saint-Exupéry rondaba la casa de Alex Aillón cuando se puso a
escribir POP. Relatos de soledad,
amistad, amor, pérdida, acercan las obras de ambos. Y fina ironía.
El piloto de Le Petit Prince, y el Principito, son
el autor que conversa consigo mismo y pregunta el por qué no lo comprenden
¿Quiénes? Los adultos. Sabe que está solo, pero la grande y hermosa paradoja
del libro aquel radica en que se está solo, pero en un entorno filosófico,
donde en los viajes se aprende, y se comienza a lidiar con la vida mientras
otros tratan de consumar la muerte. Un geógrafo, en algún planeta, le dice al
principito no querer retratar las cosas efímeras, la rosa que riega el niño en
cuestión, pero, al fin, la breve existencia del personaje, lo obvio de su
fragilidad, semejante a la flor, termina en hacerlo eterno. Quizá refleja lo
que somos, recuerda lo que escondemos.
POP es tanto un poema como una fábula, escritos por poetas y ratones que
intercambian labores, a pesar de que estos -ahora-, son “enemigos mortales”,
tan mortales que unos son vates pobres y los otros editores. Casi una
declaración política que da comienzo al texto y que va diluyéndose como tal a
medida que place (a los personajes), y a ratos agobia, la ternura.
Es emblemática
del libro la imagen del persecutor de ratones, escoba en mano, acorralando
alguno en un callejón. Estamos tan acostumbrados a la tragedia que ni siquiera
pensaríamos en otra posibilidad que un escobazo aplastando al “bicho”. En el
mundo de POP no sucede así. El dibujo
de Daniela Peterito Salas (ilustradora) nos ayuda a pensar que no todo es como
parece: el llamémosle “asesino” está sentado en un planeta pequeño, en medio de
un universo colorido con infantiles estrellas y soles, con la “víctima”, el
ratón, fumándose un cigarrillo, que al encenderse era último deseo de
condenado, y al pitarse con la lumbre quemando el tabaco, se convierte en
motivo de charla, conversación… amistad mientras hablan sobre la luna. Poema,
entonces; fábula, también.
Hay un
conglomerado de emociones y pensamientos. Allí donde hallamos dulzura, de
pronto encontramos sutileza. Por eso POP
es libro para niños sin serlo, igual que El
Principito. Reflexión de adulto acerca de la existencia, y de niño sobre el
mismo tema. Dualidad que de seguro forzamos, para cubrir las espaldas de
escudos y evitar el atropello de un puñal traidor que, aunque la historia
muestre que existe, tal vez no. Caso complejo en sus páginas; libro que desmitifica
esa separación tajante que hemos creado, que obliga a ocultar el niño que
cargamos, que el miedo más que la realidad han inventado para supuestamente
protegernos.
Héroes y
antihéroes. Poetas y ratones, sin la intención de separar unos de otros, dejando
al lector guiarse por instinto más que por razonamiento dentro de un universo
rico y simple a la vez. Hay una historia notable entre muchas, la de Teseo en
el laberinto. Ariadna, sabiendo que el Minotauro teme a las arañas, deposita
una en la entrada del pavoroso recinto. Cuando el héroe arriba, el monstruo
está deshecho, lloroso, aterrado por la araña que teje mansamente su tela. Se
dispone a matarlo, empuña la espada, pero, antes, de un manotazo, tira a la
araña al suelo y la aplasta con el pie. Entonces el Minotauro vuelve a ser el
mismo y estrella la cabeza de Teseo contra el muro. El POP prosigue: “Cuando Ariadna se enteró de lo ocurrido, decidió que
ya estaba cansada de las estupideces de los héroes y semanas después, en una
ceremonia sencilla, frente a un ensangrentado sol en el crepúsculo, se casó con
el Minotauro”. Kafka encuentra a Georg Christoph Lichtenberg.
A veces, dice el POP, soy cucaracha. Cada lunes, a
pedido, me convierto en cucaracha. Pero otros días no lo soy, prefiero ser
otras cosas, un aliento de salamandra, una luciérnaga, un semáforo de tránsito.
Gregorio Samsa revisitado, más bien redivivo… Pinceladas, hálitos, ángeles
borrachos, pero no demonios, no he visto demonios y eso me hace pensar en que
estas páginas son de esperanza, no porque los demonios no la tengan consigo,
que el ángel caído de Milton es oda esperanzadora, sino porque más que con los
miedos, Aillón Valverde juega con la dulce ironía de vivir, de hilar palabras
como redes, cositas pequeñas que en su momento, como cuando el condenado a
muerte deja la celda y mira la luminosidad de lo que la araña ha tejido por la
noche, enseñan que allá al fondo del cadalso, tal vez comience la eternidad.
Ground Control to
Major Tom, Ground Control to Major Tom, llama con cadencia terrible la
lírica de Space Oddity. David Bowie, perdido en el espacio
sideral, en la máquina de volar que lo acercaría a Dios, pide que le digan a su
esposa que la ama… Luego el silencio, el nunca más. En POP, un astronauta ruso, rota su órbita y sentenciado ya, ve que en
la estación espacial hay una araña. Lo último que escucha el control de tierra
es que André Kobalenco murmura “te llamarás Natalia”. Después se lo traga la
galaxia. Pero, algún dios no lo ha abandonado del todo. Tiene a Natalia, la
araña.
Eso, esto, es POP.
08/13
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