Al menos eso creo, y también
Roberto Navia, uno de los dos narradores que le han puesto carne, hueso y magia
a esta suma de historias que tienen la suerte de eternizarse en este
maravilloso invento llamado: libro. El otro narrador (grande y humilde) es
Claudio Ferrufino, uno de esos cochabambinos que le hacen honor a la tradición
literaria de su tierra. Y que además, es generoso, como pocos. Muy pocos. No lo
digo por los cochabambinos, lo digo por la humanidad...
Sí, los prólogos no los lee nadie. Y
si escribo esto, es porque he leído estas Crónicas de Perro Andante y me he
descubierto asombrado, como si la realidad descrita allí fuera algo de otro
planeta, como si todo aquello no hubiera pasado aquí nomás, a la vuelta, hace
años y también ayer.
Causar sorpresa contando algo que ya
muchos conocen, no sé, en mi pueblo le dicen: talento. Y no sólo que me he
sorprendido y paladeado los estilos distintos y las visiones diversas (elevadas
en unos casos y profundas en otros), de situaciones que marcaron la historia reciente
de Bolivia, si no que el libro me ha permitido darle una lectura distinta a
algo que parecía comprendido, cerrado, olvidado. Aquí releemos la realidad y nos
sorprendemos… de nuevo. Reinterpretamos, reaprendemos, reentendemos, revemos.
Activamos la memoria y echamos a andar la maquinaria del sentido crítico, del
putazo indignado ante la barbarie, la corrupción o la maravilla que nos
atropella con cascos de caballos salvajes o de bandidos ilustres o de héroes
anónimos.
Sí, los prólogos no se
escriben así…
Por eso esto no es un prólogo. Si lo
fuera, no lo estaría escribiendo.
Ésta es una breve crónica
sobre un libro de crónicas. Parece pretencioso decir que este escrito pudiera
ser uno de los pocos de su naturaleza en Bolivia, pero sin pretensiones no
habría progreso, de modo que lo digo: sí, es de los pocos emprendimientos de
plumas fuertes (no por ego, sino por logros), que se publica en el país. Y lo
aplaudo, y lo envidio de la única manera que se envidia: a la mala, pero sin
ser mal bicho.
En Crónicas de Perro Andante
el lector descubre dos miradas poderosas sobre un mismo tema: Bolivia, sus
dramas y sus historias surrealistas de todos los días. Una mirada, desde la
médula del país, desde la trinchera del periodismo, tan densa y militante que
la realidad hierve y cambia mientras es narrada. La otra mirada, igual de
intensa, es la reflexiva, inteligente y amplia que sólo se dá a la
distancia, desde allá en el norte, en el Colorado del Gran Cañón y de Kubrick
en “El Resplandor”, con la nieve hasta los bigotes. Desde la ventana que da al
estacionamiento, el autor piensa, vive Bolivia a través de los mapas de Internet, las redes sociales y los
medios digitales.
Roberto Navia tiene heridas de
guerra y de vida que no se le notan en el cuerpo, pero ha tenido la facultad de
transformarlas en sabiduría a la hora de caminar y narrar Bolivia. El reportero
a prueba de balas y de miedo (que lo tiene, pero lo controla) bucea en las entrañas de Bolivia, se
impregna de ellas, las come, las bebe y luego las grava a cuchillo en la
memoria de un país.
Claudio Ferrufino la contempla desde
las alturas de la experiencia en las que el panorama puede ser visto en su
total amplitud, pero no libre de los apasionamientos propios de un creador que
no vive en Bolivia, pero que la sigue y la estudia, casi con una pulsión obsesiva
que nos hace bien a quienes lo admiramos, lo queremos y lo seguimos no sólo en
sus libros, sino también en sus columnas de opinión en distintos medios
impresos. Claudio es un señor grande, con la pasión de un chico. Un necesario
enfant terrible que rompe algunas ventanas a pedradas para despertar a los que
prefieren dormir, en vez de pensar…
El trabajo de ambos, plasmado en
este libro, no ha sido fácil: Escribir crónicas no se trata nomás de contar de
una manera ordenada una secuencia de hechos. Cronicar es jugar a que sos el amo
de trapo que con un dedo hecho de palabras vas recreando el espacio, desde el
espacio individual... Cronicar es ir soltando de a poco el hilo narrativo, como
quien está pescando... Es ir soltando de poco el hilo de quien está hilvanando
su propio tiempo, con el tiempo de los demás, con los demás, para los demás....
desde uno mismo.... Según veo, la técnica sólo pule lo que ya
estaba ahí... Por eso, el cronista no se hace... El cronista ya es.... Desde el
primer día en que vio y sintió por dentro lo que vio (lo sintió atorado en el
pecho o tensionándole los pulmones o haciéndole el aire más espeso) y tuvo
ganas de narrarlo... Ya es... Se aprende un par de trucos (mover esto aquí y
trastocar esto allá para causar ciertos efectos) Y listo…
Con esas herramientas elige al
personaje único desde donde se contará la historia o si serán varios quienes la
contarán, o el personaje al que se seguirá con el relato. Luego definir los
tiempos, el tono, la perspectiva para darle continuidad a la historia… No es
fácil, es un trabajo en el que se mezcla arquitectura, psicología, historia,
redacción y mucho, mucho corazón. Que esto último es algo que no se enseña, se
tiene o no.
En resumen, Claudio Ferrufino y Roberto Navia son
grandes narradores, y sí, también son mis amigos; pero fundamentalmente, son enormes
seres humanos. Y por eso, sus lectores, se lo agradecemos.
Santa Cruz de la Sierra, 12 de enero 2013
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