OSVALDO BAIGORRIA
Podía
considerarse un sobreviviente exitoso. Había atravesado el fascismo, la cárcel,
la guerra y la posguerra hasta llegar a uno de los lugares más privilegiados
del campo intelectual italiano. Había publicado catorce libros, traducido a
varios autores estadounidenses, cofundado la editorial Einaudi y recibido el
prestigioso premio Strega en 1950. Pero en verano de ese mismo año se suicidó
con somníferos en una habitación de hotel de Turín, la ciudad en la que vivía y
que conocía como la palma de su mano.
El gesto final de
Césare Pavese corona de un modo tan nítido su obra y trayectoria que es
imposible eludirlo y es justamente con la mención de ese gesto que Jorge
Aulicino decide iniciar el prólogo a su traducción de estos dos libros en uno. Trabajar
cansa fue el primero, escrito entre 1931-35 y publicado por Solaria en
Florencia antes de la edición definitiva de Einaudi, en 1943, que incorporó
poemas de los años 1936-40. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos fue
el último, nacido en la primavera de 1950 (excepto por los poemas de La
tierra y la muerte escritos en 1945 y La casa que es
de 1940) y publicado de modo póstumo en 1951.
Entre los versos
finales de Pavese se encuentran aquellos titulados en inglés que le dedicara a
la actriz neoyorquina Constance Dowling luego de que esta rompiese con él y
partiera de regreso a Hollywood, y el par de poemas escritos en su totalidad en
esa misma lengua. “To C. from C.”, que podría leerse como “de Cesare a
Constance”, refiere a esa “sonrisa manchada/en congeladas nieves/ viento de
marzo” que reaparece en “You, wind of march” como “sangre de primavera/ anémona
o nube/tu paso ligero/ha violado la tierra”. Y “Last blues, to be read some
day”, que canta a aquel amor que para alguien habrá sido solo un “flirt”, un
“levante”, mientras otro quedaba herido y moriría sin saber.
En castellano,
Pavese fue conocido post-mortem a lo largo de la década del
50, sobre todo por su diario El oficio de vivir, varios libros de
narrativa, los artículos de La literatura norteamericana y otros ensayos,
y la primera versión de Trabajar cansa y Vendrá la
muerte y tendrá tus ojos por Rodolfo Alonso, con la colaboración de
Hugo Gola, en 1957. Estos dos títulos, publicados siempre en un solo volumen
primero por Nueva Visión, luego por Lautaro y Alción, se reeditan este año en
una versión que no solo aggiorna algunos términos –por citar dos ejemplos, en
vez de “El dios-cabro” será “El dios cabrón” y “Gente desarraigada” será “Gente
fuera de lugar”– sino que permite leer con fluidez cada instante de esta
poética que el texto introductorio analiza como resultado de un cruce de épocas
y de culturas: el mundo del trabajo rural y su choque con la ciudad en
crecimiento, la Segunda Guerra Mundial y la presencia estadounidense en Italia.
Un cruce que Pavese supo elaborar desde su conocimiento de las herramientas de
los narradores norteamericanos a los que traducía en esos años: Melville, Dos
Passos, Faulkner, Steinbeck, Sherwood Anderson, entre otros.
Así se habría
edificado esta “poesía que también es prosa” y que ha sido con frecuencia
calificada de narrativa aunque se dedicara no solo a relatar anécdotas sino más
bien a lo que Aulicino llama el “rodeo en torno a instantes extáticos”. Esos
momentos únicos en los que irrumpen la mujer que nada sin romper el agua, el
chirrido del carro que sacude el camino, el borracho en la calle y las casas
perplejas, el viejo que recuerda cuando hizo de perro en un campo de trigo, y
las colinas, siempre las duras colinas del Piamonte con sus cimas quemadas que
llenan el cielo.
El genio
pavesiano habrá sido una presencia providencial para aquellos escritores de los
años 60 que intentaban superar las dicotomías entre poesía y prosa, ética y
escritura, compromiso y literatura. “Volver a Pavese” escribía Néstor Sánchez
desde Roma en 1971 en una antología de ensayos de diez críticos italianos que
había traducido para Monte Ávila, “es recuperar un sabor que no puede
olvidarse”. Conjeturas: el sabor de la melancolía, el regusto del dolor por
deseo y ausencia y por sospecha de que toda palabra es la historia secreta de
una carencia.
Pero volver hoy a
Pavese, más allá de una lectura desatenta que podría desestimarlo por machista,
es vérselas con su sensibilidad extrema ante la orfandad y la desdicha y una
épica del sufrimiento que rehúsa doblegarse ante el monótono curso de lo
cotidiano. En una semblanza que escribió Natalia Ginzburg, el entrañable
misógino Pavese es portador de esa melancolía voluptuosa y distraída del
muchacho que todavía no pisa la tierra y que se mueve en el mundo solitario de
los sueños: “En ciertas ocasiones estaba muy triste; pero nosotros pensamos,
durante mucho tiempo, que se curaría de esa tristeza cuando se decidiera a ser
adulto”. En sus últimos poemas es también el eterno adolescente que sufre mal
de amores.
Ese muchacho se
suicidó un mes antes de cumplir los 42 años. Razones para quitarse la vida
nunca hay una sola aunque sí puede haber un tema recurrente. Como dejó escrito
en su diario: “Uno no se mata por amor a una mujer. Uno se mata porque un amor,
cualquier amor, nos revela en nuestra propia desnudez, miseria, indefensión,
nada”.
Trabajar
cansa/Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Cesare Pavese. Traducción y prólogo de Jorge
Aulicino. Griselda García Editora/Ediciones del Dock/ Cartografías, 200 págs.
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De REVISTA
Ñ, 18/07/2018
Imagen: Un joven Pavese. Uno de sus mentores en
la Universidad de Turín fue el intelectual Leone Ginzburg -asesinado por los
nazis en 1944-, marido de la escritora Natalia Ginzburg y padre del ensayista
Carlo Ginzburg