JORGE MUZAM
Romina
preparó un kuchen de membrillo. Tiene el sabor de la ternura que se escenifica
con la distancia, suavidad de tostada piel de marzo, textura de una caricia
somnolienta de invierno austral. Pido a los dioses que bendigan su magia
culinaria. Le aderezo una capa de miel de castaño. Mate amargo para espabilar
demonios improductivos. Mi mano como un catalejo para supervisar la cumbre del
Malalcura.
He
madrugado para aspirar los aromas de enero, las flores húmedas del poleo, la
lavanda en su apogeo. No han llegado pájaros operáticos esta mañana. Las tencas
se fueron de farra. Los manzanos no acusan ni rumor de brisa. A lo lejos, los
queltehues parlotean como en un bar de Joseph Roth. Ni ellos parecen
entenderse.
Abro el
archivo de Joe Hisaichi, marchas nupciales de nubes grandilocuentes, anillos
que se multiplican en un estanque de ranas contemplativas, hojas secas de
platanero trituradas por un poeta descuidado. Cada nota es un haiku que araña
el corazón, latidos de un alcanfor centenario, hologramas del Yo-Niño que
aparece y desaparece en un bosque de nunca jamás.
Los
periódicos no traen buenas nuevas. Solo miseria moral, tergiversaciones
malintencionadas, fascistismos travestidos con mantos de pureza. No hay
acápites para la generosidad humana, anexos para el lado de la condición humana
que sigue resistiendo a la inmundicia de la historia.
El sol se
alza pegándole codazos a las nubes. Es hora de iluminar el valle de Alico,
darle un manto turquesa al río Ñuble y vitaminizar los durazneros que se
aprestan a la maduración.
Vuelvo
atrás, décadas y siglos atrás. Un mensaje de Mozart, un poema encriptado de
Joyce, un chiste elegante de Nabokov. Los mejores capítulos de la gran marcha
ya fueron escritos.
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De
CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor, 13/01/2019
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