OSVALDO BAYER
"Cuando
le fue comunicada la pena a Boris (primer anarquista expropiador de la
Argentina), éste, sin la menor afectación señaló: 'La vida de un propagandista
de ideas como yo está expuesta a estas contingencias. Lo mismo hoy que mañana.
Ya sé que no veré el triunfo de mis ideas pero otros vendrán detrás más pronto
o más tarde'." Pág. 24.
Palabras de
Roscigna: "Alguna vez se hará justicia a los anarquistas y a sus métodos:
nosotros no tenemos a nadie quien nos financie nuestras actividades, como la
policía es financiada por el Estado, la Iglesia tiene sus fondos propios, o el
comunismo tiene una potencia extranjera detrás. Por eso, para hacer una
revolución, tenemos que tomar los medios saliendo a la calle, a dar la
cara." Pág. 76.
"Los
anarquistas expropiadores en esa breve década de la violencia en la que
actuaron fueron encerrándose en un círculo cada vez más estrecho que, visto
desde la perspectiva de hoy, aparece como un esfuerzo vano, como un sacrificio
inútil, con una violencia que sirvió más para destruirse a sí mismos que para
hacer triunfar la idea: practicaron el asalto y la circulación de moneda falsa
para atender las necesidades de su movimiento, para liberar a sus presos, para
atender a las familias de los perseguidos; pero en esos asaltos y falsificaciones
caía más de uno a su vez preso (cuando no era muerto) y entonces los que
quedaban tenían que volver a recorrer el círculo sin salida, y de ahí en más.
Salvo casos excepcionales que ya veremos contra todo lo que puedan afirmar las
crónicas policiales o los anarquistas intelectuales o sindicalistas puros de
aquella época, ninguno de ellos aprovechó para sí mismo el producto de lo
'expropiado': los que no fueron muertos y pudieron sobrevivir la dura cárcel de
Usuhaia volvieron a trabajar en sus antiguos oficios, unos como albañiles,
otros como obreros textiles, otros mecánicos, cumpliendo rudas horas de labor
pese a sus años. Es decir, lo que puede estar equivocado es el ideal abrazado
por ellos y el método elegido pero no su honestidad en seguir hasta sus últimas
consecuencias." Pág. 77/78.
"Llegamos
al fin de todo este capítulo amargo pero vivido por nuestra sociedad. El
anarquismo delictivo existió en esa época evidentemente porque estaban las
condiciones dadas para ello. Violencia contra violencia, justicia
indiscriminada por la propia mano ante la injusticia social reinante.
¿Justificar a los anarquistas expropiadores? ¡No! Sólo exponer sus hechos. ¿Se
justifican sus reacciones extremas? Eso, creemos, es algo inevitablemente
personal: hay horteras y burócratas que pasan toda su vida aguantando
injusticias y hay rebeldes tan susceptibles que reaccionan ante el más leve
abuso del poder: están aquellos que pasan sus vidas marcando el paso y
vistiendo uniformes y están los otros que no aceptan imposiciones si no están
basadas en la lógica, que no siempre es compatible con la naturaleza humana. Lo
hemos visto ya en esos dramones rurales de principios de siglo: está el peón
que acepta los latigazos de su patrón para poder medrar con paciencia y está el
otro que ante el primer latigazo saca el cuchillo, se hace justicia, y se hace
matrero. Y hay rebeldes cuya rebeldía sólo les alcanza para dejarse el pelo
largo y dejar boquiabierta a su chica, y hay otros cuya rebeldía los impulsa a
lanzarse a una lucha tremenda, marginados por la sociedad, habitantes de un
submundo de violencia, dureza y sangre. Aquí hemos reseñado la trayectoria,
sórdida y épica al mismo tiempo, de hombres que escogieron este último camino y
lo transitaron hasta el final: hasta el abrupto y definitivo final..."
Pág. 92/93.
"El
anarquista es un hombre de batalla. La pelea es su juego; es la arena en que
mejor él destaca su bravura fatal, o es el mar, cuyas crestas amargas cumbrea
jubiloso. La derrota o el triunfo no cuentan; son impostores que el anarquista
supera y desprecia mientras marcha a cumplir su destino; su destino no es tan
poquita cosa como una corona de flores o de espinas, sino mucho más: morir
peleando, pelear para ser libre. Todo lo que no sea batalla, le viene chico o
le queda ridículo al anarquista. Es un hombre de batalla y no de componendas o
sutilezas. Con él no hay arreglo nunca. No pacta ni desiste; lucha y afirma.
Tipo nuevo en la historia, generador de otra especie de hombres, mucho ardiente
y poderoso que avanza, bramando amor, a poseer la Vida." (Texto de Rodolfo
González Pachecho, ¡Anarquistas!). Pág. 125.
"En
este trabajo se ha tratado de dar clima cierto de aquellos años. Por ejemplo,
el odio tremendo de los anarquistas a todo lo que vistiera uniforme, en este caso
la policía, odio que los llevaba a no diferenciar a la policía en función
política de la policía en función social. Y debemos reconocer que en algo les
cabía la razón porque fue culpa de todos los gobiernos en este país el usar a
la policía para la represión de ideas. Al mismo policía que ordenaba el
tránsito o ayudaba a un accidentado se lo usó para allanar un sindicato o
apresar a un intelectual o reprimir una manifestación policial. Cuando al
gobernante de turno se le quemaban los papeles recurría a la sirvienta para
todo servicio: la policía. (...) Finalizando este pequeño capítulo para la
historia de las ideas anarquistas en nuestro país nos queda decir que, a pesar
de tener en la década del '20 y aún del '30 varios momentos de esplendor, la
influencia libertaria y la acción de la FORA fue decayendo sensiblemente hasta
pasar a límites mínimos después de la guerra civil española y la guerra europea
y, aquí por la influencia del sindicalismo estatal peronista. Su campo actual
está circunscripto al terreno de las ideas, que será valioso si el anarquismo
se conforma en la tarea anónima pero gigantesca marcada por Malatesta: 'A los
anarquistas les compete la especial misión de ser custodios celosos de la
libertad, contra los aspirantes del poder y contra la posible tiranía de las
mayorías'." Pág. 127/128.
"Aun
cuando el movimiento sindical se adorne con un atributo absolutamente inútil:
'revolucionario', es y seguirá siendo un movimiento legal y conservador sin
perseguir otra cosa que modificar condiciones de trabajo, y eso apenas si lo
conseguirá. No buscará otro ejemplo que el que nos ofrecen los grandes
sindicatos norteamericanos. Cuando todavía débiles presentaban una posición
radical revolucionaria, pero cuando su poder y su riqueza aumentó, pasaron a
ser organizaciones conservadoras que por lo único que se preocuparon era crear
privilegios para sus miembros. Por eso los anarquistas tienen que entrar en
esos sindicatos para luchar contra los privilegios y la corrupción de los
dirigentes. 'El funcionario sindical es para el movimiento obrero un peligro
parecido al del parlamentario. Ambos llevan a la corrupción.'." Malatesta.
Pág. 144.
"Actualmente,
el anarquismo argentino es sólo un recuerdo, una tradición, una línea histórica
- tal vez la más pura en luchas y sacrificios - del movimiento obrero. Ese
movimiento obrero que nació con ella, después marchó por otros rumbos. Ése tal
vez es el mérito de los Malatesta, los Gori, de los inmigrantes italianos y
españoles y de otras nacionalidades que llegaron al nuevo suelo y dedicaron
todas sus horas libres y hasta sus vidas enteras a la politización del
proletariado que se iba formando. El recuerdo de ese mérito es el homenaje a
todos aquellos que fueron expulsados por leyes represivas, o fueron asesinados
o sufrieron cárceles por sus ideas. Un lugar común de nuestros políticos
demagogos es repetir todos los años en el Día del Inmigrante que esos
extranjeros vinieron a 'hacer patria con el martillo y con el arado'. Se olvida
siempre a los que nos trajeron ideales de redención y nos enseñaron a
pronunciar por primera vez la palabra SOLIDARIDAD, tan valiosa como el vocablo
LIBERTAD, del que habla nuestro himno nacional, y que, en la Argentina actual,
no es nada más que una dolorosa ironía." Pág. 152.
_____
De LA SOLIDARIDAD ANARQUISTA, 03/2011
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