ELINA MALAMUD
Rudi
Thurner es mi amigo alemán. Cuando Rudi se queda pensativo, sostenido por sus
pantalones –que lleva calados por arriba de la cintura– se balancea hacia
adelante como un judío en la sinagoga, murmurando melodías para adentro, con
los labios cerrados y apretados, como si rezara. Tomaba conmigo clases privadas
de español y, como era un alumno avanzado, las dedicábamos a la lectura
concienzuda de viñetas de humoristas locales, jocosamente gauchescos. Fue toda
una experiencia cultural y laboriosa, para ambos. Un día entré a la sala donde
Rudi me esperaba, lista para que fuéramos al cine y lo encontré parado, en su
pose típica, con las manos en los bolsillos. La vista se le perdía más allá de
la ventana, en unas nubes oscuras y amenazadoras. Entonces, sin apartar los
ojos del cedrón y las glicinas que se recortaban afuera, sobre el negro de las
nubes, dejó escapar su comentario, lento, reflexivo y de amplitud cósmica: “...
qué lo parió...”, dijo, tan ajustado a la escena, apropiado, perfecto. Parece
que juntos habíamos construido su aprehensión tan cabal de lo nacional y
popular.
Además de
que siempre que lo visitamos en Berlín, nos despide con una bolsa llena de
golosinas para el viaje, dulzor de su esencia, Rudi me es un amigo práctico. No
sólo es historiador sino que financió su carrera universitaria manejando un
taxi, así que, cuando recorremos juntos su ciudad, él se complace en descubrirme
y explicarme los rincones más exóticos, o significativos, y yo en robarle
información.
Un día me
anunció que, al regreso de no me acuerdo dónde, me llevaría a un sitio
particular de Berlín y no me olvido la cierta mezcla de circunspección y morosidad
reverencial con que me abrió la puerta del auto, me llevó hasta la orilla del
canal Landwehr y me mostró una placa baja, sobria y luctuosa, llena de letras
oscuras, que parecía estar perdiéndose al borde de la vereda para escurrirse
hacia el agua del canal. Hasta acá trajeron el cuerpo de Rosa Luxemburgo cuando
la asesinaron, y lo tiraron al canal –me dijo, y nos quedamos un rato mirando
el agua. La encontraron cuatro meses después, muerta con su vestido mojado,
navegando la dialéctica de la historia; y dicen que todavía llevaba los guantes
puestos. La voltereta indecorosa de su cuerpo, cayendo despatarrado con un
sórdido splash, en el medio de la noche, fue la primera imagen que tuve en mi
vida de Rosa Luxemburgo.
Siempre
junto al recuerdo de Rosa Luxemburgo me asalta la figura de otra mujer polaca,
Maria Sklodowska, a la que el mundo, no sólo el científico, conoce con el
apellido de su marido francés, Pierre Curie. Los padres de Maria Sklodowska
habían participado de los levantamientos de 1863, cuando los campesinos de
Lituania y Polonia se juntaron con los burgueses y con la nobleza local para
recuperar las dos repúblicas, mezclando los intereses de clase propios de unos
y de otros. Fueron reprimidos con una fiereza impropia del zar Alejandro II,
miles fueron ejecutados y otros miles desterrados a Siberia; el pueblo quedó
bajo ley marcial, se prohibió el uso oral y escrito de la lengua polaca y la
familia Sklodowski fue despojada de sus bienes. Maria Sklodowska-Curie, cuando
ya era una científica reconocida en Francia, se mantuvo prendida al amor de su
tierra, educó a sus hijas francesas en la lengua polaca, viajó constantemente
con ellas a su país y llamó polonio al primer elemento radiactivo que
descubrió. Fue su forma política de reivindicar la histórica lucha de los suyos
contra la autarquía de los zares de Rusia.
Rosa
Luxemburgo, en cambio, dio sus primeros pasos políticos cuando todavía era
estudiante secundaria en Varsovia, en la huelga decretada por el Proletariat, un
partido de la izquierda polaca que pronto fue desbaratado y al poco tiempo tuvo
que escapar a Suiza para no terminar en la cárcel... al menos por el momento.
Sus estudios de filosofía, matemática y economía, la convirtieron en una
teórica sin fisuras, apretada en un cuerpo pequeño, delicado y enfermizo que se
crecía con la fuerza de su carácter, preciso e implacable, y el pensamiento
inteligente que se le escapaba por los ojos o ella expresaba, indefectible, en
los varios idiomas que dominaba, según la describió Trotsky en la inmensurable
admiración que sentía por ella.
En su pelea
por la revolución que llevarían adelante las masas proletarias no cabía la
condescendencia con los sentimientos nacionales por lo que, a diferencia de
Maria Sklodowska y de muchos camaradas, no consideraba prioritaria la
independencia de Polonia –larga y rica discusión que mantuvo con Lenin– ni se
bancaba las componendas reformistas que denunciaba en el seno de la social
democracia alemana, con razones parecidas a las que seguramente habría usado
para criticar a nuestras democracias complacientes y progresistas de principios
del siglo XXI.
Cuando
Rosa, Lenin y Trotsky coincidieron en los pasillos de la iglesia de Londres
donde se realizó el Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en
1907, Lenin deslizó una humorada aduciendo que sus desentendimientos con Rosa
ocurrían no más porque “Rosa no habla bien el ruso”, a lo que Trotsky se
apresuró a contestar que “en cambio, habla magníficamente el marxismo”, lo que
distendió, en risas de todos los que se apiñaban alrededor de los tres, las
tensiones de aquellas turbulentas jornadas, además de mostrar una corriente que
los acercaba, a Rosa y a Trotsky, en los principios de la revolución
permanente. Rosa, por su parte, aseguraba que todo estaba equivocado en su
vida, por causa del torbellino de la historia y de la revolución. Que ella, en
realidad, había nacido para criar gansos, recostarse en el tronco de un arce a
masticar alguna hierba que le robara a las brisas de mayo o disfrutar las
armonías de los conciertos de verano.
Y entre
amores y discursos, debates y cárceles, lecturas y artículos de clarificación
política, temores y desafíos, en un claro del sueño de la noche, musitaría su
qué lo parió personal, en voz muy baja, modelado en versión polaca, tierna,
familiar, nacional y popular, nostálgica, renegando de los cansancios y los
desencantos, hasta que la muerte la violentó, presentida e inesperada, y la
apartó de la vida cuando su camino estaba todavía tan incompleto.
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Escritora y periodista.
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De PÁGINA 12, 15/01/2019
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