Llueve
apaciblemente entre estas montañas. La humedad empieza a calar los huesos. Las
viejas vigas de roble que sostienen el parronal amenazan con ceder. Lleno
tiestos con uva para alivianar las guías y alejar la amenaza, pero la crujidera
no cesa. Las noticias dicen que Santiago es un caos. Particularmente el
Santiago rico, el de los rascacielos y malls, donde predominan las bestezuelas
arrogantes de cabello claro, las que desprecian al resto, al inmenso morenaje
que sobrevive con el sueldo mínimo. Que el agua turbia le ensucie los tobillos
a un rico equivale a un holocausto nacional. La prensa rastrera no ahorra
epítetos para evidenciar su congoja.
Antes de sacar a
pasear a Tatón le leo un capítulo de Krochmalna 10 a Romina.
Corresponde a las memorias de Bashevis Singer que pincelan su contexto de
infancia. El capítulo en cuestión se refiere al divorcio de dos ancianos judíos
y al escándalo que provocan en su comunidad. El autor lo describe de forma
enjundiosa, refrescante, colorida, sin eludir la chimuchina de los días, las
pequeñas cosas que generan memoria por defecto. Bashevis Singer aparece como un
personajillo muy secundario, un observador detrás de puertas entreabiertas.
Quizá intuye que hablar sobre uno mismo siempre es engañoso, porque los
escritores prefieren los espejos cóncavos para eludir lo esencial, escamoteando
la vergüenza del cara a cara, invisibilizando la miseria y la culpa que los
iguala al resto, o bien victimizándose con medallas inmerecidas de
mártir.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 17/04/2016
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