Hoy, domingo 3 de
abril, de esos más calurosos que se recuerden, finalmente salió la gran familia
cochabambina a pedalear al unísono para descontaminar la ciudad de humo
automotor y llenarla de basura tal cual mandan los cánones del comportamiento
en manada. Las autoridades ediles prometieron que iban a bajar hasta los
decibelios de sus conciertos al aire libre y el atronar de sus amplificaciones
que despliegan en plazas dizque para amenizar la jornada. Como que a pocas
cuadras de casa, en la Subalcaldía correspondiente desde una tarima jodieron la
tranquilidad de los vecinos convocando a concursos y otros jueguitos
infantiles. La paz acústica no entra en los planes de estos limpiadores
planetarios.
Con una
temperatura que fácilmente oscilaba entre los 30 grados, pues el verano se
resiste a irse y ya no hay humedad porque las lluvias se interrumpieron de
sopetón, era de locos ir a asolearse como bañistas sin playa. Desde las 9 de la
mañana a las 5 de la tarde nos tuvimos que recluir dentro de casa porque no
había otro remedio. En la vecindad humearon las grasientas parrillas y algún
vecino limpió por una bendita vez su acera invadida por la hierba. Limpiar los
barrios de canto a canto o de k’uchu a k’uchu como canturreaba cierto alcalde
de cuya jeta no quiero acordarme, tendría más sentido cívico y mensaje
ecologista que llenar la ciudad de consumidores de comida al paso y ferias de
barrio ambulantes. Mañana ya verán cuanto trabajo extra tendrán los trabajadores
de la basura.
Como no había
nada que hacer, pasado el mediodía, unos primos propusieron hacer pan en su
horno de barro que tienen construido en un rincón de su patio. Como soy vecino
inmediato, no me hago mayor problema para colaborarlos aunque sea en la
suculenta tarea de ayudar a dar fin con los panes. Porque de amasar yo no tengo
ni peregrina idea, ni mucho menos de hornear, a lo sumo dar algo de charla al
panadero mientras esperamos que los panes maduren en el horno. Con todo, por lo
menos hice mis intentos de aplanar las bolas de masa y contribuí valiosamente
con mis manos enmantecadas a dar una pasada y luego trinchar cada pieza para
que no se hinchen durante la cocción y salgan como tablitas, que es como en la
familia nos gusta sobremanera.
El pan está
todavía caliente, mientras termino estas líneas. Me he llevado a casa mi ración
cual si fuera un tesoro. Más tarde le haré el honor de degustar su crocante
sabor con un buen queso y café retinto. Ahora con su permiso, que me han
desafiado a las siete y treinta a un partidito de fútbol cerca del barrio.
Quiero contribuir a salvar el planeta con mi sudor. Ojalá no quede descoyuntado
después de tantísimo tiempo que no desempolvo los botines.
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De EL PERRO ROJO
(blog del autor), 03/04/2016
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