Primeras luces de
un martes abrileño. Frío azulado, neblinoso, con tufillo a humo de incendios
amagados. El otoño arribó al valle con camas y petacas. Maduran membrillos,
manzanas y uvas. Los plátanos orientales ostentan enaguas de amarillos y
marrones. Las diucas reclaman lluvias desde las quebradas y los tordos
canturrean su optimismo desde los guindos deshojados. Pasan buses llenos de
temporeros, rostros ojerosos, adormilados y tristes como pasajeros de Daumier.
Quedan pocos días de trabajo. Con la primera helada se acabará la recolección
de frutas y empezará el largo invierno de la incertidumbre.
Café bien caliente. Primer cigarro. Coro de perros ladrando al último vestigio lunar. Recorro portales que parecen uno solo. Los papeles de Panamá como algo sospechosamente nuevo. Es bien sabido que ningún rico quiere pagar impuestos y que hará lo ilegalmente posible para zafar su obligación ciudadana. No hay de qué avergonzarse, no hay de qué asquearse, porque con vergüenza y asco ajeno hemos vivido siempre. Es lo usual. Lo sorprendente sería lo contrario.
Imagen: Honoré Daumier, The Third Class Carriage (1862)
Café bien caliente. Primer cigarro. Coro de perros ladrando al último vestigio lunar. Recorro portales que parecen uno solo. Los papeles de Panamá como algo sospechosamente nuevo. Es bien sabido que ningún rico quiere pagar impuestos y que hará lo ilegalmente posible para zafar su obligación ciudadana. No hay de qué avergonzarse, no hay de qué asquearse, porque con vergüenza y asco ajeno hemos vivido siempre. Es lo usual. Lo sorprendente sería lo contrario.
Imagen: Honoré Daumier, The Third Class Carriage (1862)
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 05/04/2016
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