Malta oscurita,
espumante, cerveza que no fuiste, que te faltó fermentar, quisiste pero no
pudiste. Nosotros, hace un buen rato, tenemos la misma filosofía, asumirnos tal
y como nos ven. Para tu tranquilidad, nada que reprocharte. Frustradita,
amarga, tiernucha, te cobijamos de buena gana en nuestra mesa coja y sin
mantel. Aunque afuera el aguacero perfore el cielo curicano con escandalera, te
pedimos heladita, a riesgo de robustecer aún más nuestra vejiga, pues ya
verificamos el camino de emergencia para el acto liberador, de nubecillas de
vapor gratificante, cielo con formas de artística humedad y una ampolleta con
una mosca en órbita. Lo haremos a riesgo de que nos consideres malagradecidos,
cuando en el fondo es no poder retenerte como quisiéramos.
Aceptamos la oferta de la mesera de traernos harina tostada, sin que se trate de un cuestionamiento a tu desnudez. Desde el pasillo, ella regresa, en suave cadencia y delantal, con un vaso medio lleno entre las manos que pone sobre la mesa coja. Polvillo cafesoso contaminado de costrones de azúcar que mezclamos con tu textura sentimental para una tercera opción, la suma más que las partes, perdida entre la espuma explosiva y móvil del brebaje. Esperamos que decante tanto escándalo dentro del vidrio, azuzado por la agitación de nuestra cuchara. La ansiedad nos gana y soplamos para apurar la mentada transformación del remolino. Vuelta ahora líquido espeso, agridulce, que se va por la garganta, dejas restos en nuestras comisuras que rescatamos con la lengua para saborearte aún mejor que al principio, antes de un segundo trago que altere toda la geografía del paladar. Matizamos tu degustación con trozos de marraqueta tibia con rodajas de arrollado untados en sal y ají. Son ustedes, entiéndelo bien, el único conjuro que disponemos para que el agua escampe, antes de iniciar nuestra caminata por las calles curicanas en búsqueda de lo que no tenemos.
Aceptamos la oferta de la mesera de traernos harina tostada, sin que se trate de un cuestionamiento a tu desnudez. Desde el pasillo, ella regresa, en suave cadencia y delantal, con un vaso medio lleno entre las manos que pone sobre la mesa coja. Polvillo cafesoso contaminado de costrones de azúcar que mezclamos con tu textura sentimental para una tercera opción, la suma más que las partes, perdida entre la espuma explosiva y móvil del brebaje. Esperamos que decante tanto escándalo dentro del vidrio, azuzado por la agitación de nuestra cuchara. La ansiedad nos gana y soplamos para apurar la mentada transformación del remolino. Vuelta ahora líquido espeso, agridulce, que se va por la garganta, dejas restos en nuestras comisuras que rescatamos con la lengua para saborearte aún mejor que al principio, antes de un segundo trago que altere toda la geografía del paladar. Matizamos tu degustación con trozos de marraqueta tibia con rodajas de arrollado untados en sal y ají. Son ustedes, entiéndelo bien, el único conjuro que disponemos para que el agua escampe, antes de iniciar nuestra caminata por las calles curicanas en búsqueda de lo que no tenemos.
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Abril, 2016
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