PAZ MARTÍNEZ
Pues no, no vi
las perseidas anoche, ni caí por el burato que el Marisquiño creó en el puerto.
No porque no quisiera, que tampoco, es que me lo impidieron unos pantalones.
Sus cuento. Me he mudado tantas veces que todavía tengo cajas cerradas en el
trastero y ayer, que las vi, se me dio por abrir una de las de abajo. Sólo
había ropa, esas cosas que guardas no sabes muy bien por qué y entre toda la
borralla colorida, aparecieron los pantalones de muñequitos. Mira que son feos,
los jodíos, pero a pesar de que botón y ojal no se hablen, que agacharse se
convierta en un deporte de riesgo, me los puse olvidando que tenían
superpoderes. Lo primero que noté fue la chulería, tanta que si me presentan al
inventor, lo desbanco. También aportan sapiencia y fuerza para arrastrar un
continente como si nada, de hecho se me ocurrió que podía arreglar el trastero
de una vez por todas, aunque me lo impidió otra de sus habilidades
extraordinarias. Una especie de viaje en el tiempo en la que a pesar de
vestirlos, están en el escaparate. Me paro a observarlos y me voy. Otra mañana,
cuando el hombre más guapo y que mejor besa en el mundo me lleva de la mano,
vuelvo a parar y me fijo en esas minúsculas gallinas fosforescentes, en las
ranas subidas a una flor de loto, en unas cosas que parecen florecillas
campestres o a quién le importa porque son preciosas y le digo: "cariño,
comprar souvenirs es una horterada. Yo compraré moda ¡I-TA-LI-A-NA!" y
entro en esta preciosa boutique italiana con etiquetas italianas en una calle
italiana con un dependiente italiano que se parece a mi primo, primera causa de
que me caiga mal. Al ponerlos se ve que me los han hecho a medida y el primo
empieza a exagerar con ese movimiento de manos capullil para seguir exagerando
hasta que fastidia y decido no comprarlos, pero el rubio de mis amores sonríe y
me besa y paga los pantalones con los pasearé el resto del día y al siguiente y
al otro, día en que uno de esos mejunjes pastosos que los italianos llaman
helado, churretea por la pierna y no me quedará otra que aparcarlos. Debo decir
que no sé si podrán llamarse efectos adversos por sobreexposición de muñecos,
porque tras esperar tres días a que los limpiasen y recogerlos exactamente
igual a como los envié, comencé a no soportar a los italianos y su manita en
forma de capullo - esa que los caracteriza- aunque luego se extendió a
españoles, franceses, rumanos, ingleses, croatas, herzegovinos, portugueses,
japoneses, daneses, suecos, noruegos, finlandeses, argentinos, cubanos,
colombianos, chilenos, venezolanos, brasileños, beliceños, canadienses,
alemanes, austríacos, belgas, islandeses...bueno, no, los islandeses se
salvaban y los italianos eran de lo peorcito, aunque en la actualidad se va
igualando la cosa. ¿Entienden ahora, por qué no presencié las efemérides del
día? Viajaba por Italia.
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