PATRICIO TAPIA
Mientras los
ocupantes alemanes huyen de París ante su inminente liberación, dos escritores
franceses en bandos opuestos, que deberían detestarse, se reúnen. Jean Paulhan,
miembro de la resistencia y antiguo director de la Nouvelle revue
française (o N.R.F.), visita a Pierre Drieu la Rochelle, tras una
tentativa suicida de este en agosto de 1944. Drieu, colaboracionista, es quien
reemplazó a Paulhan en la revista bajo la ocupación nazi. Habían sido amigos,
lo seguían siendo y esa será la última vez que se vean.
Pronto, apenas
recuperado, Drieu se paseará solitario por casas heladas: son los refugios en
los suburbios de París o en el campo que le procuran sus más cercanos. No tuvo
un juicio o no alcanzó a tenerlo, pero imaginó uno en su escrito tardío Exordio,
en el que reconoce: “Hemos jugado y yo he perdido. Reclamo la muerte”. La
historia de los meses finales de su vida tiene un desenlace conocido: el deceso
por mano propia, en un tercer intento. Aunque el suicidio de Drieu es un
momento ineludible y siempre referido —hasta desatender su obra—, la última
etapa de su existencia suele ser descuidada por sus biógrafos: él ha jugado, y
ha perdido.
En Les
derniers jours de Drieu la Rochelle, la historiadora Aude Terray optó por
revisar toda la vida del escritor a partir de su derrota final, rastreando su
comportamiento entre el 5 de agosto de 1944, día del funeral del crítico de
origen mexicano Ramón Fernández, y el 15 de marzo de 1945, el día de su muerte,
analizando de manera retrospectiva sus distintas facetas. La de Terray, junto a
otras publicaciones recientes, ayudan a iluminar la compleja y a veces
contradictoria personalidad de Drieu la Rochelle.
Igualmente
complejas y contradictorias podían considerarse las personalidades de muchos
ciudadanos franceses de la época, y las relaciones entre ellos, cuando
resistentes y colaboracionistas convivían de cerca. Eso también ocurría entre
los escritores: en la ocasión que Terray elige como partida de su libro, en el
funeral de Fernández, están presentes autores tan opuestos como Drieu, Jacques
Chardonne, Marcel Jouhandeau, Marcel Aymé, François Mauriac, Jean Paulhan…
Curiosamente, existe respeto y a veces amistad, a pesar de los antagonismos
políticos e ideológicos.
Entre guerras
Nacido en 1893 en
una familia burguesa originaria de Normandía, Drieu La Rochelle creció en París
en la atmósfera venenosa de un matrimonio mal avenido. Movilizado para la
Primera Guerra Mundial, se fue a la lucha, con 19 años, llevando en su
mochila Así habló Zaratustra. Destinado en Bélgica, el 23 de agosto
de 1914, el ejército francés se bate en retirada en la batalla de Charleroi.
Allí Drieu es herido en la cabeza y su amigo judío André Jéramec muere bajo la
metralla alemana (con la hermana de Jéramec se casará en 1917). Veinte años
después, en 1934, aquellos combates le inspirarán La comedia de
Charleroi, una novela con un narrador muy parecido a él mismo, quien
regresa al campo de batalla en 1919, tras el cese de hostilidades, como
secretario de la madre de un camarada muerto en combate. Heroísmo, rebeldía y
desesperación son las sensaciones que sobrevuelan el libro.
Tras la guerra,
Drieu vuelve a París como un convencido pacifista y europeísta. Sus primeros
libros de ensayos Mesure de la France (1922) y Le
Jeune européen (1927) muestran esas convicciones. Conoció la ciudad de
los locos años 20 y de las vanguardias artísticas. Cercano al grupo Dadá y
luego a los surrealistas, fue amigo de Louis Aragon y André Malraux.
Noctámbulo, pasa las noches bebiendo y escribiendo poesía. En 1925 aparece su
primera novela, El hombre cubierto de mujeres, como todas las
suyas, de marcado tono autobiográfico.
A la vida de
poesía y cabaret, sucedió una de “gran” sociedad, cenas e invitaciones,
multiplicando sus conquistas femeninas: casado dos veces, dos veces divorciado,
tuvo diversas amantes. Drieu participó en numerosas iniciativas periodísticas,
editoriales y políticas. Por entonces escribe una de sus novelas más
famosas, Fuego fatuo (1931), llevada al cine más de una vez
(la mejor, quizá, por Louis Malle en 1963).
En febrero de
1934 todo cambia con el ataque al Parlamento por la extrema derecha. Drieu no
participa, pero en las semanas siguientes comparte con su amigo Bertrand de
Jouvenel en Alemania, donde conoció a Otto Abetz, el futuro embajador del Tercer
Reich en París durante la ocupación. La sucesión de casos de corrupción que
afectan a la república francesa y las primeras experiencias fascistas en el
exterior llevan a Drieu a creer en la regeneración de Francia por el fascismo,
para así evitar que el país se hunda en la decadencia orquestada por masones,
izquierdistas y judíos, que por entonces lo obsesionan. Ese año escribe otro
ensayo político, Socialisme Fasciste, en el que desplegó su nueva
ideología. Dos años después se unió al partido de Jacques Doriot, el primero de
corte abiertamente fascista en Francia. Es también por entonces que escribe una
de sus novelas mayores, Gilles, que publica en 1939, con un
protagonista que comparte muchas de las opiniones y algunos aspectos de la
biografía del propio Drieu.
Ocupación y
colaboración
En la Francia
ocupada, en 1940, Drieu convenció a Otto Abetz de volver a publicar la N.R.F.
con él como director. Drieu le pide a Paulhan ser codirector, pero este,
indignado por los decretos antisemitas, rechaza la oferta al tiempo que se
dedica a dirigir La Pléiade. La dirección de la N.R.F. es complicada para Drieu
porque las grandes figuras (Gide, Malraux, Mauriac, Valéry) se niegan a
publicar bajo la sumisión nazi.
A pesar del
colaboracionismo de Drieu (quien escribió en su diario páginas de un
antisemitismo enardecido), ayuda en la liberación de escritores prisioneros
(como Sartre) de campos de trabajo forzado y a Paulhan, en mayo de 1941, a huir
de las cárceles de la Gestapo.
En octubre de
1941, Drieu realizó una visita oficial a Alemania para un Congreso de
escritores en Weimar, donde se exaspera con sus colegas. Huye de Ramón
Fernández (solo interesado en el alcohol) y de Marcel Jouhandeau (solo
interesado en los jóvenes tenientes alemanes). Un año después, participa en el
segundo viaje alemán para el Congreso de Escritores Europeos. La delegación
francesa es menos numerosa, los más prudentes declinan la invitación, pero
Drieu decide no escapar, pues lo veía como una cuestión de honor. Los
dos viajes a Alemania pesarán en su contra.
En realidad, ya
en 1942 Drieu había perdido el interés en la política fascista; sus obras y la
revista no hacían eco de antisemitismo alguno. El escritor, decepcionado con el
fascismo, recurría a la historia de las religiones y las espiritualidades
orientales. Una muestra de estos intereses se trasunta en los del narrador de
una nouvelle que cubre parte de esos años, Diario de
un exquisito, uno de los textos publicados de manera póstuma, en 1963, en
la colección Histoires déplaisantes. Escrito como un diario íntimo
(una primera parte, en 1934 y una segunda después de 1940), el narrador es un
redactor en una revista de arte, que está cansado de todo, incluso del amor y
busca esencias perdidas en las civilizaciones del pasado. Por cierto, es un
egoísta de narcisismo asumido, antihéroe y esteta marginal. Como el Gilles de
la novela homónima, este personaje no conoce la piedad con sus amadas: tiene
una amante más joven que él, hermosa, que se ha embarazado, pero la perspectiva
del compromiso lo lleva a la ruptura, que tiene lugar en una isla; ella
abortará, se casará con otro, pero estará condenada a la esterilidad. Escribe este
“exquisito”: “Busco sin cesar la soledad para entregarme al miedo”, una frase
que pronto podrá suscribir Drieu.
Tras la
liberación, la muerte
En 1943, durante
un viaje en Suiza, Drieu se niega a escuchar a De Jouvenel, quien le aconseja
disfrutar de la montaña hasta el final de la guerra. Decide regresar a Francia
con una promesa a sí mismo: cuando las tropas aliadas lleguen a París, se
matará. No huirá, no se esconderá, no se dejará atrapar.
En el verano de
1944, la victoria aliada es cuestión de semanas. Se suceden dos intentos de
suicidio: el 11 de agosto, Drieu ingirió una droga, luminal, pero fue
salvado in extremis por un lavado gástrico; poco después, en
el Hospital de Neuilly, abre sus venas con una navaja, pero las enfermeras
intervienen a tiempo. Al momento de la liberación, a diferencia de Céline,
rechaza el exilio, así como la oferta de Malraux de ayudar a esconderlo. Para
él, huir de Francia era una deshonra. Paulhan y Mauriac estarán entre los
escritores resistentes que en el París liberado se opondrán a los abusos
moralistas de la “depuración” y abogarán por el derecho al error. Paulhan
escribió en septiembre de 1944 en Le Figaro un artículo en que
revela que salvó su vida gracias a Drieu.
Pero
contrariamente a sus sueños de honor, Drieu se oculta, deambula de escondite en
escondite, protegido por un pequeño grupo, que quiere evitar su arresto y
juicio. Durante más de seis meses, la muerte anda cerca, pero él ya no está tan
seguro de querer encontrarse con ella. Durante ese tiempo, Drieu recibió
amenazas, su nombre aparece en la lista de los perseguidos. Él sabe que tendrá
que pagar, pero considera que aunque estaba equivocado, no traicionó. No
reconoce ninguna legitimidad a quienes lo juzgarían y cree que no tiene cuentas
que rendir.
Al enterarse de
una orden de arresto en su contra y después de sus dos intentos fallidos, Drieu
terminó con su vida ingiriendo gardenal y abriendo el gas, solo, la noche del
15 de marzo 1945, después de una de sus caminatas.
Diversos Drieu
Frente a la
imagen excesivamente oscura de la vida de Drieu que entrega la visión
retrospectiva de su final, hay que señalar que no fue únicamente un vencido y
un suicida. En realidad, fue muchas cosas, sucesiva o simultáneamente, en
distintos momentos: fue un fascista antisemita, sí, pero también fue un soldado
valiente y un dandi melancólico, sensible a los encantos de la elegancia.
En política, su
trayectoria es la expresión de convicciones borrosas y de mínima consistencia.
Si del socialismo pasó al fascismo, hizo otros giros radicales; a modo de
ejemplo, tan solo en sus últimos años: en diciembre de 1941, dudó de la
victoria alemana y criticó a Hitler como un caudillo de guerra; habiendo
renunciado al partido de Doriot en 1939, regresa a él en 1942 antes de
entusiasmarse desde 1944 por Stalin, su nuevo héroe.
En amores, fue un
misógino, pero también un seductor, con especial gusto por las mujeres ricas:
entre ellas, Christiane Renault, la esposa del industrial Louis Renault;
también, la mecenas y escritora argentina Victoria Ocampo. A pesar de las
separaciones y los divorcios, a pesar de sus traiciones, sus amadas le
guardaron cariño. Aude Terry muestra cómo este hombre “cubierto de mujeres” fue
efectivamente ayudado por ellas: amantes, ex amantes, esposas, ex esposas,
especialmente su primera esposa, Colette Jéramec, de quien se divorció en 1921,
siempre estuvo a su lado: en 1945, fue ella quien se hizo cargo de toda la
organización de sus escondites; en parte, era por agradecimiento, pues en 1943,
ella, judía y resistente, fue arrestada con sus dos hijos y Drieu, gracias a
sus amistades alemanas, los salva de la deportación.
Por otro lado,
fue un autor que no solo escribió sobre cuerpos triunfantes y sobre amores
tortuosos bajo la doble fascinación por la muerte y lo absoluto. Por ejemplo,
aunque menos conocido quizá, fue un entusiasta incondicional del aire libre y
del camping. Esto se descubre, entre otras cosas, en Chroniques des
années 30, una selección de artículos, la mayor parte inéditos en libro, a
menudo olvidados, que Drieu publicó en los años 30 (en estricto rigor, entre la
primavera de 1928 y marzo de 1941, período en que el autor escribió para la
N.R.F., Marianne, La Revue européenne, entre otras
publicaciones).
En ellos aborda
los más variados asuntos. Va desde la figura del aviador estadounidense Charles
Lindbergh a la condición femenina o las orillas del Sena. Puede dedicarse a
algunos acontecimientos semipoliciales, como el “caso” Hanau, ocurrido en 1930,
uno de los escándalos financieros que llevaron a los movimientos
antiparlamentarios en 1934; o el juicio por parricidio de Violette Nozière
(referida aquí como Nozières), iniciado en 1933: el caso de una joven que
llevaba una doble vida y que intentó matar a sus dos progenitores, lográndolo
con el padre, caso que inspiró una película de Claude Chabrol. Escribe sobre la
Guerra Civil en España o sobre artistas y visitas a museos (Soutine, Goya, la
Venus de Milo), lo mismo que sobre Buenos Aires y Borges. En 1932 Drieu viajó a
Argentina, invitado por Victoria Ocampo (en otro lugar lo señaló como uno de
los momentos cruciales de su vida); en uno de los artículos recogidos en este
libro afirma, de manera célebre y no muy amable con su anfitriona: “Borges vale
la pena el viaje”.
Escritor
confesional
“La literatura no
es más que una forma edulcorada de la confesión, del testimonio, que son
funciones eternas del hombre, funciones previas a la oración”, se lee en
el Diario de un exquisito. Y efectivamente, mucho antes de la
llamada “autoficción”, Drieu habló de su obra como una “ficción confesional”.
Se preguntaba, con razón, en las primeras líneas de su relato Estado
civil (1921): “¿Sabré algún día contar algo que no sea mi historia?”.
Con personajes
que se parecen a él, enfrentando problemas que se parecen a los suyos,
apremiados por dudas que se asemejan a las que a él le atormentan, como pocos,
en el caso de Drieu vida y obra se confunden. En “El novelista mundano”
(publicado en Nouvelles littéraires, en diciembre de 1931 y
recopilado en Chroniques des années 30) presenta un diálogo entre
un escritor y un amigo. Cuando el segundo le pregunta al primero por qué no
escribe historias largas, con muchos personajes, el escritor le responde:
“Podría escribir una larga historia, pero donde los personajes no abundarían.
Podría escribir, por ejemplo, una larga confesión que sería numerosa y
compleja, pero dentro de los límites de mí mismo”.
Incluso la
voluntad de terminar con su vida está en el tejido de toda su existencia, mucho
antes que en la obra literaria. En Relato secreto (publicado
póstumamente en 1950, pero escrito entre sus intentos de suicidio) dice que muy
niño, por curiosidad, derramó su sangre con un pequeño cuchillo elegido entre
la platería familiar; durante la Primera Guerra Mundial, según cuenta en La
comedia de Charleroi, encerrado en un granero, agotado por días de caminar
bajo un sol abrasador, se quita el zapato para colocar un dedo del pie en el
gatillo de su arma cargada y mirar el cañón: “Palpaba ese fusil, ese extraño
compañero de ojo muerto que solo necesitaba de una caricia para quemarme hasta
el alma”.
El itinerario de
la vida y obra de Drieu es la de un viaje errático y un destino roto, las
disquisiciones de un hombre obsesionado por sus elecciones y sus
incertidumbres, dando testimonio de sí mismo. Como dijo el crítico Gaëtan
Picon: “El fracaso de Drieu, después de todo, es el de la sinceridad”.
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De SANTIAGO,
31/07/2018
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