PAZ MARTÍNEZ
Hace un tiempo,
un amigo facebookiense o facebookiano decía que lo único que le pedía a la vida
era una mujer limpita y, a poder ser, para él sólo. Me hizo mucha gracia - ¿qué
quieren? tengo un sentido del humor tenebroso - por el patetismo y el golpetazo
de realidad que significa. A pesar de los avances tecnológicos, médicos o de
conocimiento, el ser humano sigue fracasando en lo básico, siglo tras siglo, y
lo peor es que a medida que pasan los años, se complica un poco más. Somos
pasto del miedo y la bobería. Todos hijos de Confucio, aquel que inventó la
confusión.
El humano, es un
ser social, como las abejas o las hormigas, pero al contrario de éstas, dotado
de mente razonadora y comprensible. Somos seres comunicativos por antonomasia,
necesitados del otro para existir, sentir o tener identidad. Todo esto, a
través de un cuerpo diseñado en pos de su consecución y cuyo máximo exponente
sería el sexo. Cada palabra, gesto, movimiento o sonrisa, cada roce o tono de
voz serán pormenorizadas, analizadas, racionalizadas por el cerebro y lo que
podría parecer un acto altamente egoísta - no olvidemos que lo hacemos por y
para nosotros- necesita de un enorme grado de generosidad y aquí, encontramos
algunos de los problemas de los hijos de Confucio.
Soy de las que
cree que una comunicación de calidad se establece a través de parámetros
igualitarios, es decir, dar y recibir voluntariamente entre libres, al margen
de etiquetas sociales, culturales o mentales. Quien tengo enfrente puede
aportarme, enseñarme, darme posesión, hacerme crecer, ya sea positivo o
negativo, porque de lo que mejor y más rápido aprendemos es de lo adverso por
su inmediatez, mientras que debemos esperar para darnos cuenta de lo
provechoso. Y ya tenemos otro feixiño de obstáculos que dificultan algo tan
simple y cotidiano.
Desde que en
tiempos de maricastaña, las religiones encontraron el gurú de la culpa aplicada
al sumun del modelo de intercambio -el sexo- comienza el declive de la
comunicación, ya que desaparecen igualdad -una de las partes es inferior y por
tanto sometida-, generosidad y voluntariedad. El sexo se convierte en un fin
reproductivo, en vez de comunicativo, que debe ser filtrado por terceros o
cuartos ajenos al acto en sí. Se establecen reglas externas, modos de conducta,
distorsionando la conexión hasta hacerla incomprensible y pecaminosa. A partir
de aquí se corrompen el resto de los signos, como un castillo de naipes,
apareciendo pecado y miedo, mixturado con propaganda y aislamiento. Para
cagarla un poquito más, llegamos a las redes sociales. Artilugios que en vez de
socializar hacen lo contrario. Desaparece el cuerpo. Oído, olfato, tacto,
incluso podemos obviar la intención comunicativa en una red social, convirtiéndose
en un álbum de ego y soflamas, del "y tú más y peor", de la pintura
en vez del signo. En definitiva, que ha ganado el cacareo, la normativa, el
objeto y mientras no se revierta y alguien se decida a mostrar sus caries al
otro, no se arriesgue a desaparecer en otro, no se convenza del "sin ti no
soy nada", seguiremos escuchando el ruido de los grilletes del fantasma y
preguntándole al espejo quien es la más guapa del mundo.
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Imagen: Kandinsky
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