SUSANA SOCA
Pasternak
pertenece a la línea de los poetas secretos, en los cuales la experiencia
humana va haciendo ocultamente el verso. Así y de radiante manera percibimos la
experiencia religiosa en la poesía de G. M. Hopkins, el poeta más secreto de
todos.
Traductor
de Shakespeare, y viviendo como pocos en el mundo shakespiriano (Hamlet y
Othello le han inspirado los más originales poemas), Pasternak suele mostrar
afinidades y coincidencias con algunos poetas alemanes, franceses e ingleses, y
representa en la moderna poesía rusa un aspecto universalizado. Pero lo
esencial es que ese aspecto se fusiona y combina siempre con los elementos
vivos de la naturaleza, y el mundo rusos; parece tocar la tierra para recobrar
fuerzas a cada momento, y ella constituye una presencia latente que reanima el
fuego de la poesía con todas sus raíces y ramificaciones transportadas a la
inmensa lengua, con la que coincide hasta el punto que, si el hombre hubiese
vivido en otros países, esa poesía sería inconcebible.
Ella pasa
con específica rapidez de lo temporal a lo intemporal, y continuamente los une,
pero, en un plano de interioridad, se nos aparece tan ligada a su época que no
podríamos nunca separarlas. El poeta existe en el mundo presente, mas sin
limitarse a él; participan, entran en su experiencia los movimientos de la
tierra que lo rodea, lo que acaece en ella y su repercusión en el resto del
mundo, y todo coexiste con multitudes y paisajes, pero los fragmentos vivos de
esa realidad nos llegan transcendidos, llevados hacia una realidad poética más
vasta, en la que el propio tiempo aspira a identificarse con el tiempo.
Para unos,
Pasternak es el más grande de los poetas actuales de lengua eslava, para otros
no es un poeta realista. Nosotros lo consideramos como un poeta de la realidad,
en cuya obra realismo y superrealismo aparecen y desaparecen uno y otro como
integrantes de la fuerza espiritual y la fuerza telúrica difundidas hasta en
sus versos más formales y breves, y esas fuerzas transfiguradas por el canto
nos comunican la experiencia del hombre.
El propio
Pasternak ha sido atormentado no sólo por la idea de que sus versos eran
demasiado individuales para expresar el “pathos” de la realidad que actualmente
él lleva en sí, sino más aún por la idea de que la poesía no puede expresar esa
realidad. Y acerca de este tema el poeta escribe en una carta: “Pero todo
esto no es nada. No son más que bagatelas. Tengo el sentimiento de que una
época absolutamente nueva de tareas y de preguntas del corazón y de la dignidad
humana, muy diversamente resueltas, -época silenciosa, que nunca será
proclamada o promulgada a voz en cuello- nace y crece de día en día sin que uno
se dé cuenta. y no es propio de poesías desligadas y particulares el
meditar sobre estas cosas tan solemnes, tan oscuras y nuevas. La prosa o la
filosofía son las que pueden intentar ocuparse de ellas. Por lo tanto, lo más
importante que he podido hacer hasta ahora, durante toda mi vida, es la novela
El doctor Zhivago". ( ... ) Me avergüenza la circunstancia verdaderamente
triste de que se me haya hecho un renombre exagerado por mis escritos primeros,
y que no se conozcan mis trabajos recientes (la novela, sobre todo) de una
significación completamente distinta”. […]
El primero
de los poemas que se publican en este número fue elegido, a pesar de su
intraducible canto, porque me parece resumir no sólo el sentido de una de las
obras poéticas más considerables de nuestro tiempo, sino también el sentido de
la comunicación del poeta con todas las cosas; esa comunicación que es exclusividad
y total exigencia.
Las cosas
lo apremian, lo llaman, y está forzado a entrar en ellas y a no salir sin
intentar llevarlas al mundo; está habitado simultáneamente por ellas, sin poder
elegir entre una y otra. Y ellas y el paroxismo que las une entran en el molde
de las doce sílabas en que escribiera Pushkin, divididas en líneas de ocho y
cuatro. Aunque ya en su infancia, mientras escuchaba a Scriabine, había sentido
que nuestro siglo sólo podía expresarse con sus propias voces, vuelve a Chopin,
porque encuentra encarnadas en su voz las cosas reales y vivas que encuentra en
él mismo y que quiere desesperadamente poner en ocho líneas, porque si eso
fuera posible, ocho líneas bastarían.
Las cosas
están ahí, presencia, perfumes ruidos, colores y contradicciones contenidas en
el amor que las une y en el descubrimiento, vecino del amor.
Las cosas
enumeradas entran con violencia en esa tan concentrada forma y representan a
aquéllas que no menciona. Los nombres particulares de la rosa y la menta
estaban presentes, en el momento del canto, pero, no sólo expresan a la rosa y
la menta; sino a las flores y plantas de todos los jardines. Los nombres están
ligados mágica y verbalmente al canto que los contiene, y por él vuelven a
aquel origen musical de su primera inspiración.
Dentro de
la poesía moderna, que tiende a realizar diversamente su propia música, lo que
sorprende en Pasternak no es la sonoridad ni el acuerdo profundo entre las
partes, sino la reminiscencia persistente del más antiguo tiempo en que la poesía
y la música eran inseparables. Parecería que la poesía respondiera a un
llamado, y aunque libre de la sujeción anterior, aspirara, por su solo impulso
y sus medios, a reunirse de nuevo con la música en su fuente común.
La imagen
final de este poema, consabida imagen de la tensión, nos muestra la cuerda y el
arco identificados con el juego y el tormento. Y una vez más recuerdo la
insistente frase de Éluard -con el cual el poeta ruso tiene manifiestas
afinidades, en algunos aspectos del lenguaje poético-: “Ya no vuelvo a
encontrar nunca en aquello que escribo, aquello que amo”. No sé cuál es la
interpretación de Pasternak, pero la emoción de este poema está ligada, para
mí, a la imagen de un violín, con el nervio y el arco. Él que crea, en el
difícil acuerdo del juego y el tormento, hace su música, pero no puede
escucharla nunca; si la oye, no puede reconocerla, porque se le aparece como si
fuera indefinidamente otra. Sólo queda la presencia del juego y el tormento,
desde el principio hasta el final. Pero otros escuchan; alguna vez la música se
hace en ellos y, como siempre, ésta es la realidad de la poesía.
Entregas
de La Licorne 9-10,
Montevideo 1957.
DOS
POEMAS
I
Yo quisiera
ir hasta el centro
de toda
cosa
en el
trabajo, en la búsqueda
del camino,
en los tumultos
del
corazón.
Llegar
hasta la sustancia
de los días
fugitivos
hasta el
origen
la raíz y
el fundamento,
hasta la
médula.
Cada vez
asir el hilo,
de los
hechos y destinos,
vivir,
pensar,
sentir,
amar, descubrir.
Si lograra
apenas algo,
describiría
en ocho líneas
los modos
de la pasión.
Desenfrenos
y pecados,
huídas,
persecuciones,
con los
codos y las palmas
en súbitos
atropellos.
Deduciría
sus leyes
y su
principio,
volvería a
pronunciar
iniciales
de sus nombres.
Compondrían
un jardín
los
estremecidos nervios,
florecerían
los tilos
uno tras
otro en fila india
como los
gansos.
En mis
versos el perfume
de la rosa
y de la menta,
junto a la
siega del heno,
el prado y
el esparganio
y el fragor
de la tormenta.
Así Chopin
una vez,
puso el
viviente prodigio
de las
moradas y los parques,
el bosque,
las sepulturas,
en sus
estudios.
Logrado
triunfo
donde el juego
y el tormento,
serán la
cuerda estirada
del arco
tenso.
II
CASA DE
SALUD
Todos
estaban como mirando una vitrina
y cerraban
la calle.
Pusieron la
camilla y saltó el enfermero
al interior
del coche. La ambulancia pasaba
a través
del tumulto de la calle nocturna,
pasaba
entre portales, aceras y curiosos
y sumergió
sus fuegos dentro de las tinieblas.
Uniformes,
semblantes y calles titilaban
a la luz de
los faros.
La
asistente y su frasco de amoníaco oscilaban.
Empezaba a
llover y en la sala de espera
había un
melancólico rumor de alcantarillas.
Línea a
línea entretanto
alguien
ennegrecía la hoja del cuestionario.
Pusieron al
enfermo en un lugar de entrada,
todos los
pabellones estaban ocupados,
hedían en
el aire los vapores de yodo
mientras
afuera el viento soplaba en la ventana.
La ventana
abarcaba, en su solo rectángulo,
un trozo de
jardín y unas hebras de cielo.
Se sintió
por las salas, encerados y túnicas
admitido el
novicio. Súbitamente vio
el leve
movimiento de la que interrogaba,
y entonces
comprendió
que no
saldría vivo de esta transformación.
Cuando él,
agradecido, miró por la ventana
detrás
reverberaba el muro, exactamente
como ascua
en la encendida chispa de la ciudad.
Allí en el
resplandor brillaba la barrera,
y allí,
entre los reflejos de la ciudad, el arce
se
inclinaba, y curvando su retorcida rama,
despedía al
enfermo con una reverencia.
Perfectas
son tus obras, Señor, pensó el enfermo,
sólo lechos
y gentes, muros, noche de muerte
y nocturna
ciudad.
Oh Dios, tomé
la dosis de narcótico y lloro
desgarrando
el pañuelo,
se
interponen las lágrimas y no me dejan verte.
Bajo la medialuz levemente caída
sobre el
lecho, me es dulce admitir que mi suerte
y yo somos
regalo incalculable y tuyo.
Yo siento
al terminar en lecho de hospital.
el fuego de
tus manos.
Obra del
arte tuyo, me sostienes y escondes
como anillo
y su piedra en afelpada caja.
BORIS
PASTERNAK
_____
De
LITERATURA Y TRADUCCIONES, 28/11/2012