DANIEL AVERANGA MONTIEL
Una de mis
primeras ferias de inicios de año fue en Villa Dolores. Salimos con mi madre,
solos ella y yo, a las 8 de esa noche; mis hermanos mayores estaban pasando el
fin de semana con mis abuelos (vivían cerca del estanque), mis hermanos menores
aún no nacían y mi padre, tan oportuno sin notarlo, estaba durmiendo su
borrachera, auspiciada horas atrás por sus hermanos y algunos amigos.
Recuerdo
que tiramos algunas pelotas a paneles donde estaba una bruja mal dibujada que,
tan grotesca como cúbica, tenía en la parte del rostro un hoyo en forma de
estrella y, más al fondo, en esa cavidad en forma de estrella, el rostro
deforme esperaba que diéramos en el blanco. Metí solo dos de las cinco pelotas
en ese hoyo y me regalaron una pipoca como premio consuelo.
Los otros
kioscos ofrecían api con pasteles empalidecidos por azúcar molida, que en ese
tiempo no tenían de fondo a películas de estreno para acompañar, solo y sino
canciones de los Bukis o de José Luis Perales. Ilusiones de felicidad vestidas
de recuerdos gratis de algo que no vivimos, en tanto se escuchaba Llega Navidad
/ y yo sin ti / en esta soledad / recuerdo el día que te perdí... o Sí, sí, sí,
/ te quiero con el corazón / tú serás para mí / y yo tu amor...
Más allá de
los espacios de venta de recipientes de barro petrificado, había un par de
toldos más reservados para las parejas que querían beber y bailar Iberia o
Maroyu, porque era necesario, puestos alejados de la vista de las familias
constituidas, alejados de cualquier ojo curioso pero en mal, para la juventud,
y Pasito Tun Tun o Primera experiencia eran la prioridad para disfrutar.
Terreno visto de lejos nomás por mi madre, mientras me compraba una manzana
acaramelada y luego anticuchos, sentados al lado de otras personas, sin miedo a
contagios u otras cosas.
Al norte de
la plazuela aún no llegaba el espectáculo de la mujer que se convertía en
gorila, en esa oportunidad lo máximo de atractivo eran los autos chocones...
(Más de veinticinco años después, como si estuviera programado, almorzaría
sobre uno de los banquitos sobrevivientes de la plaza, sujetando con cuidado un
tupper tibio y viendo los mismos autos chocones siendo refaccionados, esto a
eso de las tres de la tarde, acompañado de alguien que decía que me amaba y a
quien fallé, como todos los que somos amados fallamos a nuestras parejas: nadie
que ama y quiere el bien del otro queda impune)... Ya eran casi las diez cuando
mi madre me dijo que diéramos una vuelta más antes de volver, yo estuve de
acuerdo. No había otra opción. Los juegos, los puestos, estarían hasta las
10:30 y luego cerrarían.
El último
paseo por la feria fue para ver los carteles de los kioscos con suerte sin
blanca, con tiros a muñecos viejos vestidos a la fuerza con nuevas prendas
destinadas a Ken wawalones, y ahí contemplé por primera vez a Iron Maiden y a
Eddie, su bicho medio punk y medio Laura Bozo, levantando un hacha
ensangrentada con un fondo pleno de la Luna llena anunciando algo... O esos
pósteres con una Gloria Trevi vestida de hembra revolucionaria, con cinturones
de proyectiles haciendo cruz sobre sus hermosas tetas (en ese tiempo me
producía un rubor acelerado verla así, como un charro sexual, ahora me produce
algo de pena)...
Esa noche,
todo lleno de manzana acaramelada y anticuchos, me metí en cama dispuesto a
dormir muy bien, mi padre seguía roncando y mi madre lo arropó más.
Ese tiempo
ella estaba embarazada de Paola, todavía no se le notaba, pero ya estaba
cuidándose mucho.
Se acercó a
mi cama, se sentó en el borde, contemplando a su hijo, un mocoso negrillo
respondón, con problemas en las encías por no lavarse seguido y con cicatrices
en los nudillos y en los reveses de las manos por herirse casi siempre cuando
jugaba con piedras, me dijo buenas noches y me besó en el mentón.
Fue a
dormir con mi padre y yo me sumergí, tan raudo e inconsciente, en un pozo de
brea tibia, lleno de esperanzas por vivir tan bonito como esa noche.
Nada mejoró
desde aquel día.
Por eso
siempre que puedo voy con mis hijos a ese tipo de ferias, para recuperar lo
perdido luego de esa noche en la que me dormí esperando que todo fuera bello al
otro día, esa sensación como la que nace cuando uno se enamora por primera vez
y abraza a quien fallará y dañará irremediablemente...
Somos seres de costumbres.
Buen narrador Averanga.
ReplyDeleteAsí es, Jorge. Muy joven, mucho para dar.
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