ELIANA SUÁREZ
El otoño
comenzaba a dejar su huella al otro lado del Ecuador. El otoño es la
predestinación de la muerte lenta. No como lo vivimos nosotros, sino como lo
vive la naturaleza: con un estallido de amarillos, rojos y anaranjados; ocres y
marrones. Poco sabemos de eso. La naturaleza, sin duda, nos lleva ventaja.
Barajas era un
páramo o a mí me lo pareció en ese momento. Vi al menos a dos personas
conocidas que hoy ya no están. Aquel octubre, no encontré allí a quien deseaba.
Y nadie sabía aún que aquello que dejábamos discurrir sin aprecio, ya no
regresaría.
Cinco horas de
espera hasta que llegara el ómnibus que me llevaría a tierras riojanas. Salí al
aire fresco un poco antes de la hora con la mente en blanco. Que se
desmorone el muro, que se vuelva río el muro, querida Alejandra.
Entregué el
billete y las valijas. Busqué mi asiento. ¿Por qué esa acritud en quien ha sido
viajero? Mi compañero de asiento se tragaba los mocos cada dos segundos. La
náusea aumentaba en mí y todo el enojo que sentía encontró buen puerto. En
Soria la esperanza de que bajase duró los mismos diez minutos que la parada. No
pensaba en vos ni quería hacerlo. El viaje se hizo eterno y ni toda la belleza,
a un lado y al otro de la 111, aliviaron mi fastidio.
Al llegar, un
abrazo forzado y vaya a saber Dios qué prejuicios, me esperaban. Y la verdad,
cruel, fría y necesaria. El reloj de arena había girado dos meses antes. ¿No es
acaso la muerte, toda carencia de tiempo? Lo inminente, lo inevitable. ¿Cómo se
lucha contra eso? Pero entonces… Alguien demora en el jardín el paso del
tiempo, ¿verdad, Alejandra?
Y entonces, sin
querer, uno aprende acerca de la vida más que cuando cree vivir a pleno. No
importan los detalles, en realidad, sobran. Sin embargo, he de decir que el
cuerpo y la mente de quien amaba se diluía lentamente. Sobrevivía una piel,
cáscara de un fruto que se va secando, y un esbozo del pensamiento, pero el que
era ya no es.
Cada vez más
presente.
Como si un
rayo raudo
te trajera a
mi pecho.
Como un lento
rayo lento.
Cada vez más
ausente.
Como si un
tren lejano
recorriera mi
cuerpo.
Miguel Hernández
Y empieza el
dolor que no cesa. No hay tregua para quien ama. A la Parca no le importan
nuestras zonceras. Peso a todo, hay una opción. La de rescatar esos momentos de
pura belleza pues haberlos, los hay. En medio de la catástrofe, ahí están. Los
de risas y los de tragicomedia. La
sangre y la risa, el llanto y la carcajada. Las promesas de lo que nunca sería
y las otras que, por humanidad, debían concretarse. Me tomó un par de semanas
entenderlo.
Luego fue todo
más dulce, más hermoso, con lugar eterno en el recuerdo. Ojalá nos enseñaran
desde pequeños a enfrentarnos con el momento de despedir a nuestros afectos.
Sin desesperación, sin odios ni las vulgaridades de uso. ¿Cuáles son las
razones para no hacerlo? A edad madura, todos llegamos con alguna frustración.
Quien parte sabe,
en sus delirios, que todo el equipaje está listo, la locomotora a punto y el
pasaje sellado. Somos los que quedamos de este lado de la laguna Estigia
quienes no queremos ver ni sentir.
Te amo, gracias,
una mano asida a otra con dulzura. Silencio. Silencio. Silencio. Muerte bella. La
muerte está cantando junto al río…, escribe Alejandra. Y vos y yo, Nos
hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más quería.
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Imagen: Arshile Gorky
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