MAURIZIO BAGATIN
Cuento o
imagino contar los pasos que un hombre hace cada día. Las huellas sobre el
polvo, las manchas que nuestra entropía forma y, de repente, se lleva. Las mías
también.
Mi generación
será la última en llevarse los libros hasta su tumba. Los que vinieron después
llevaran todo compactado. Un mp5 para la eternidad.
Un blues,
un plato de pasta y un vino, que son fortalezas como el paraíso que soñó
Borges. Un día de lluvia no es un día para trasladarse, es un día para hacer al
amor, como siempre bien me decía mi padre; desayunar a la hora que te parece
mejor, mirar el verde que hace años no veía así, oler profundamente el aroma a
café fuerte y negro, mirando la nube que sale de la moka y se confunde con las gotas
de lluvia de la ventana aún cerrada.
Trasladar
tristezas no es para los domingos, aunque el sol desaparezca y el solo Robert
Johnson te siga enseñando cómo en un día triste como hoy puedes siempre vender
tu alma al diablo.
Movemos el
polvo mientras queda vacío el estante y la casa; un avión se llevará otra parte
de nosotros en días. Queda el misterio y la belleza de la vida, la sonrisa de
los niños, el cielo intentando despejarse, la memoria que si no es olvido es el
intento de modificar el pasado.
23 enero
2020
Imagen: André Derain, Retrato de Matisse, 1905
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