YAN SHENKMAN
En el año 1940 la fama de Kozlovski era igual, o incluso mayor, que la de las actuales estrellas del rock y del pop. Sus seguidores se llamaban 'kozlovistas'. Y los seguidores de Lémeshev, otro famoso tenor de aquella época, se llamaban 'lemeshistas'. Por lo general, eran chicas procedentes de familias sin muchos recursos que vivían en pisos comunales. Siempre iban a escuchar al cantante de ópera. Para ellas, en él se concentraban las cosas más maravillosas que podían existir. Este amor duraba toda la vida.
Las fans esperaban a sus adorados cantantes en la calle, frente a sus casas, e incluso se colaban en los camerinos. No se perdían ni un concierto, ni una puesta en escena. Y de vez en cuando incluso se peleaban entre sí. La cosa podía llegar a las manos. Algunas de ellas llegaron a suicidarse por su amor no correspondido hacia la estrella. Todo ocurría como en el mundo del espectáculo actual. Ahora que estos cantantes ya no están, los 'kozlovistas' y los 'lemeshistas' que siguen vivos se reúnen en el cementerio de Novodévichi junto a sus tumbas.
¡Había quien aseguraba que la potencia de la voz de Kozlovski llegaba a los 150 decibelios! Y aun así, sonaba de modo sorprendentemente delicado, suave y hermoso. Cuando Kozlovski cantaba se oía cada una de sus palabras. Su dicción era clara y precisa, como la de los actores de los teatros imperiales. Esta escuela más tarde se perdió en la ópera. Los cantantes hoy en día tienen voces potentes, pero a menudo no se entiende lo que dicen. Kozlovski no se sentía únicamente cantante, sino también actor dramático.
Kozlovski interpretaba cada uno de sus papeles como si estuviera en un teatro. Si creía que para añadir expresividad debía alargar una nota más de lo que decía la partitura, alargaba la nota. De modo que los músicos se veían obligados a seguirle. Y en Fausto, en una ocasión llegó a intepretar un papel en el ballet.
Era un hombre muy reservado y se comportaba con gran dignidad. En alguna ocasión recibió ofensas del público e incluso del poder. Había estudiado en un seminario religioso y tenía un gran gusto por las canciones religiosas, como algunas canciones de navidad ucranianas, pero no le dejaban cantarlas. En una ocasión llegó a grabar un disco de canciones ucranianas, pero se destruyeron todos los ejemplares. Los oficiales ucranianos de la KGB se burlaban de él pisoteando con sus botas los trozos de discos esparcidos por el suelo.
Pero todo esto ocurrió más tarde, en la década de los 60. En la época de Stalin era uno de los cantantes más importantes que había. Una noche le llamaron al Kremlin para asistir a un banquete. Stalin quería escuchar la canción popular georgiana llamada 'Suliko'. Kozlovski dijo que no podía cantar porque le dolía la garganta y temía quedarse sin voz.
“Bien, - respondió benevolente Stalin, - que el camarada Kozlovski cuide su voz. Que escuche entonces cómo cantamos Beria y yo. Venga, Lavrenti, vamos a cantar”. Stalin y Beria se levantaron y cantaron 'Suliko' para Kozlovski, y bastante bien, por cierto.
Su aire aristocrático y su enorme fama eran omnipresentes. Observando a Kozlovski los hombres soviéticos aprendieron a llevar frac. Como cualquier estrella, cuidaba mucho de su salud. Jugaba regularmente al tenis y a voleibol. Hasta los 75 años se subía a las anillas para hacer gimnasia.
Cada noche acudía al Conservatorio: en una de las butacas del palco de directivos de la Sala Grande había una tablilla con la siguiente inscripción: “Desde aquí escuchaba música el gran cantante ruso Iván Semiónovich Kozlovski”. Aun así sufrió varias ofensas. Era una estrella y se sentía a sí mismo como una estrella. Y sin embargo, le decían: esto está prohibido, aquello está prohibido. Pero, ¿acaso puede existir la palabra prohibido para una estrella?
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