Friday, January 24, 2014

Prólogo a Presentación de Sacher–Masoch. Lo frío y lo cruel


Gilles Deleuze

Los principales datos sobre la vida de Sacher–Masoch provienen de su secretario, Schlichtegroll (Sacher–Masoch und der Masochismus), y de su primera mujer, quien adoptó el nombre de Wanda, heroína de La Venus de las pieles (Wanda von Sacher–Masoch, Confession de ma vie, traducción francesa publicada por Mercure de France). El libro de Wanda es muy bello. Los biógrafos ulteriores lo juzgaron con severidad, aunque a menudo se contentaran con plagiarlo. Wanda presenta una imagen demasiado inocente de sí misma y, como Masoch fue masoquista, se pretendió que ella fue sádica. Pero quizás el problema no esté bien planteado así.
Leopold von Sacher–Masoch nació en Lemberg, Galitzia, en 1835. Sus ascendencias fueron eslavas, españolas y bohemias. Sus abuelos eran funcionarios del imperio austrohúngaro. Su padre, jefe de policía de Lemberg. Las escenas de amotinamiento y cárcel que presenció de niño dejaron en él marcas muy profundas. Influye en toda su obra el problema de las minorías, las nacionalidades y los movimientos revolucionarios en el imperio: cuentos galitzianos, judíos, húngaros, prusianos...1 Son frecuentes las descripciones de la comuna agrícola y su organización y de la doble lucha de los campesinos: contra la administración austríaca pero sobre todo contra los propietarios locales. Es un paneslavista deslumbrado. Sus grandes hombres son Pushkin y Lermontov, además de Goethe. A él mismo lo llaman «el Turgueniev de la Pequeña Rusia».
Se desempeña primero como profesor de historia en Graz, y comienza su carrera literaria escribiendo novelas históricas con las que obtiene un éxito inmediato. La mujer divorciada (1870), una de sus primeras novelas de género, alcanzó vasta repercusión, América incluida. En Francia, las editoriales Hachette, Calmann–Lévy y Flammarion publicarán traducciones de sus novelas y cuentos. Una de sus traductoras llegó a presentarlo como un moralista severo, autor de novelas folclóricas e históricas, sin aludir en lo más mínimo a la entraña erótica de su obra. Es evidente que, atribuidos al alma eslava, sus fantasmas ya no incomodaban tanto. Y aun es preciso tomar en cuenta una razón más general: por entonces, las condiciones de «censura» y tolerancia eran muy diferentes de las que imperaban en el siglo XIX entre nosotros; la sexualidad indefinida, poco detallista en lo orgánico y lo psíquico, era más aceptada. Masoch habla un lenguaje en el que lo folclórico, lo histórico, lo político, lo místico y lo erótico, lo nacional y lo perverso se mezclan íntimamente, formando una nebulosa para los azotes. No le agrada, pues, ver a Krafft–Ebing servirse de su nombre para designar una perversión. Masoch fue un autor célebre y respetado. Hizo un viaje triunfal a París en 1886, donde se lo condecoró y recibió la entusiasta acogida de Le Figaro y de La Revue de Deux Mondes.
Son célebres los gustos eróticos de Masoch: jugar al oso o al bandido; hacerse cazar, atar, hacerse infligir castigos, humillaciones e incluso intensos dolores físicos por parte de una mujer opulenta envuelta en pieles y empuñando un látigo; vestirse de criada, multiplicar fetiches y disfraces; publicar avisos clasificados, firmar «contrato» con la mujer amada y, de ser necesario, prostituirla. Una primera aventura con Anna von Kottowitz inspira La mujer divorciada; otra con Fanny von Pistor, La Venus de las pieles. Luego, una tal señorita Aurore Rümelin se dirige a él en condiciones epistolares ambiguas, adopta el seudónimo de Wanda y se casa con Masoch en 1873. Será su compañera, a la vez dócil, exigente y desbordada. La suerte de Masoch es la decepción, como si el poder del disfraz fuese también el del malentendido: intenta permanentemente introducir un tercero en su matrimonio, a quien llama «el Griego». Pero, ya con Anna von Kottowitz, un supuesto conde polaco resultó ser ayudante de farmacia, buscado por robo y peligrosamente enfermo. Con Aurore–Wanda, una curiosa aventura parece tener por protagonista a Luis II de Baviera; podrá leerse el relato al final de este libro. Una vez más, los desdoblamientos de persona, las máscaras, las trapisondas de un bando al otro montan un ballet extraordinario que acaba en decepción. Por último, la aventura con Armand, del Figaro —muy bien narrada por Wanda pese a lo que el propio lector tenga que corregir—, episodio que determina el viaje de 1886 a París pero que sella también el fin de su unión con Wanda. En 1887, Sacher–Masoch se casa con la institutriz de sus hijos. Una novela de Myriam Harry, Sonia en Berlín, hace un interesante retrato de Masoch en su retirada final. Muere en 1895, víctima del olvido en el que ya ha caído su obra.
Esta obra sin embargo es importante e insólita. Él la concibe como un ciclo o, mejor dicho, como una serie de ciclos. El principal se titula El legado de Caín e iba a tratar seis temas: el amor, la propiedad, el dinero, el Estado, la guerra y la muerte (sólo las dos primeras partes se terminaron, pero los otros temas están ya presentes en ellas). Los cuentos folclóricos o nacionales constituyen los ciclos secundarios. En particular, dos novelas negras que se cuentan entre las mejores de Masoch tratan de sectas místicas de Galitzia y alcanzan un nivel de tensión y angustia rara vez igualado: Pecadora de almas y La Madre de Dios. ¿Qué significa la expresión «legado de Caín»? En primer lugar, pretende resumir la herencia de crímenes y sufrimientos que agobia a la humanidad. Pero la crueldad es tan sólo una apariencia sobre un fondo más secreto: la frialdad de la Naturaleza, la estepa, la imagen helada de la Madre en la que Caín descubre su propio destino. Y el frío de esta madre severa es, en rigor, una suerte de transmutación de la crueldad de la que surgirá el hombre nuevo. Hay, pues, un «signo» de Caín que muestra cómo se debe utilizar el «legado». De Caín a Cristo, el mismo signo desemboca en el Hombre en la cruz, «sin amor sexual, sin propiedad, sin patria, sin disputa, sin trabajo, que muere voluntariamente, personificando la idea de la humanidad». La obra de Masoch condensa los recursos del romanticismo alemán. A nuestro entender, jamás otro escritor aprovechó así las potencialidades del fantasma y del suspenso. Masoch tiene una manera muy particular, a la vez de «desexualizar» el amor y de sexualizar toda la historia de la humanidad.
La Venus de las pieles, Venus im Pelz (1870), es una de las novelas más célebres de Masoch. Integra el primer volumen de El legado de Caín, acerca del amor. Una traducción debida al economista R. Ledos de Beaufort se publicó simultáneamente en francés y en inglés (1902), pero es extremadamente inexacta. Nosotros preferimos la nueva traducción francesa a cargo de Aude Willm (Esta edición en castellano no incluye el texto La Venus de las pieles en la citada traducción de Aude Willm, pero reproduce los tres Apéndices de Deleuze que completaban la edición original. N. de la T). Completan este volumen tres Apéndices: uno en el que Masoch expone su concepción general de la novela y refiere un singular recuerdo de infancia; el segundo reproduce dos «contratos» amorosos personales de Masoch con Fanny von Pistory Wanda; en el tercero, Wanda Sacher–Masoch narra la aventura con Luis IL
El destino de Masoch es doblemente injusto. No porque su nombre haya servido para designar el masoquismo, al contrario; sino ante todo porque, a la par que ese nombre entraba en la circulación corriente, su obra iba cayendo en el olvido. Es indudable que sobre el sadismo se publican libros que no revelan ningún conocimiento de la obra de Sade. Pero esto es cada vez menos frecuente. Sade es cada vez más profundamente conocido, y la reflexión clínica sobre el sadismo se beneficia singularmente de la reflexión literaria sobre Sade; lo inverso también es verdad. En cuanto a Masoch, la ignorancia de su obra resulta sorprendente, aun en los mejores libros sobre el masoquismo. Sin embargo, ¿no ha de pensarse que Masoch y Sade son algo más que simples casos entre otros, y que ambos tienen algo esencial que enseñarnos, uno sobre el masoquismo tanto como el otro sobre el sadismo? Una segunda razón redobla la injusticia de la suerte de Masoch. La de que, clínicamente, sirve de complemento a Sade. ¿No es este el motivo por el que quienes se interesan por Sade no manifestaron interés especial por Masoch? Demasiado de prisa se entiende que basta trocar los signos, invertir las pulsiones y figurarse la gran unidad de los contrarios para obtener Masoch a partir de Sade. El tema de una unidad sadomasoquista, de una entidad sadomasoquista, fue muy perjudicial para Masoch. Este no sólo padeció un olvido injusto sino también una injusta complementariedad, una injusta unidad dialéctica.
Porque, en cuanto lee uno a Masoch, siente cabalmente que su universo no tiene nada que ver con el universo de Sade. No se trata sólo de técnicas, sino de problemas, inquietudes y proyectos en extremo diferentes. No vale objetar que el psicoanálisis mostró hace tiempo la posibilidad y la realidad de las transformaciones sadismo–masoquismo. Lo que está en cuestión es la unidad misma de lo que se da en llamar sadomasoquismo. La medicina distingue entre síndromes y síntomas: los síntomas son signos específicos de una enfermedad, mientras que los síndromes son unidades de coincidencia o de cruce que remiten a genealogías causales muy diferentes, a contextos variables. No estamos seguros de que la propia entidad sadomasoquista no sea un síndrome que deba ser disociado en dos genealogías irreductibles. Tanto se nos dijo que era sádico y masoquista, que al final nos lo creímos.
Hay que volver a empezar de cero, y hacerlo por la lectura de Sade y de Masoch. Puesto que el juicio clínico está repleto de prejuicios, hay que volver a empezar todo por un punto situado fuera de la clínica, el punto literario, desde donde fueron nombradas las perversiones. No es casual que el nombre de dos escritores sirva aquí de designador; es posible que la crítica (en el sentido literario) y la clínica (en el sentido médico) estén decididas a entablar nuevas relaciones donde la una enseñe a la otra, y recíprocamente. La sintomatología es siempre cuestión de arte. Las especificidades clínicas del sadismo y del masoquismo no son independientes de los valores literarios de Sade y de Masoch. Y, en lugar de una dialéctica que corra a reunir contrarios, deben intentarse una crítica y una clínica capaces de despejar tanto los mecanismos verdaderamente diferenciales como las respectivas originalidades artísticas.

1
 Una parte de los Contes galiciens fue reeditada por el Club Fran-
cés del Libro (1963).

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Traducido por Irene Agoff. Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
Título original: Présentation de Sacher–Masoch. Le froid et le cruel. Editions de Minuit, París, 1967




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