Monday, January 20, 2014

Tabúes egipcios


Facundo García
I.
Es mediodía en Aswan y vamos a por un batido de mango. Hace calor. En las televisiones siguen los anuncios del referéndum constitucional que se celebrará el próximo martes. Todos los ojos del bar y la calle están atentos.
Nos fijamos en ella. En sus ojos. Son la única parte del cuerpo que podemos verle. Se esconden detrás de sus gafas, de su velo negro, de sus guantes y de su falda holgada y larga hasta los pies, que le oculta los tobillos. Ni siquiera podemos vislumbrar su entrecejo, que también está tapado por una línea de tela.
Vemos, en cambio, que tiene calor. Y hambre. Come, pero con mordiscos que hay que imaginar. Agarra el sándwich y lo hace entrar por debajo del velo hasta encontrar la boca, para que nadie pueda mirarla y tentarse ante esos pecados (perdón, bocados).
“Qué bello es que cada marido sea el único que puede contemplar a su mujer”, nos comentaba el doctor Ahmed la semana anterior, mientras lucía sus músculos con una camiseta apretada y chuleaba con un acento estadounidense en su perfecto inglés.
Viagra egipcio
II.
“Hey, lucky man!”, nos susurran a cada paso por las calles. “How many camels for your wife?”, “mmmm…”, “grrr…”, “wooow” y cuantos sonidos, gruñidos y ruidos se puedan imaginar. Incluso a veces van acompañados de soporte no verbal. Como la sirena de los coches de los policías, que además de silbarte dan un toque al claxon para que les veas babear de un placer bien desagradable mientras te dan un repaso hasta las entrañas.
Aquí la mujer es ambigüamente halagada, al punto de bordear la violencia.
En cada esquina la discriminación es el telón de fondo. En los bares repletos de hombres fumando shisha a pie de calle, mientras los espacios para que las mujeres tomen té o escuchen música quedan reducidos al encierro de un primer piso, al fondo, o al lado de los baños.
En los buses; mujeres con mujeres tratando de evitar el roce masculino y algunos de ellos -demasiados- intentando provocarlo. En el metro, vagones separados para ellos y para ellas. Trabajo exclusivo para hombres en las tiendas, para evitar el coqueteo con otros varones.
Y en el cine. Por la tarde encendemos el televisor. Durante una hora de reloj aparecen imágenes de mujeres golpeadas a palos por sus maridos. Pero la música es alegre. Hay que reírse: es una comedia. Tan brutales son las escenas que apagamos la tele. Los palos seguirán en ese mundo ficticio y en la vida real.
Aquí un hombre puede casarse hasta con cuatro mujeres. Discutimos: ¿qué sentirá una mujer enamorada cuando su marido le comunica que se casa con otra?
Para evitar que su casa se convierta en un gallinero, el hombre puede vivir en casas diferentes con sus distintas esposas. Algunas se conocen entre ellas, otras no lo soportarían.
Revolución mujeres
III.
Por suerte hay unas pocas que se atreven a romper tabúes.
Quieren mostrar al mundo su belleza y su libertad. Soltarse el pelo y subirse a unos tacones, para ellas mismas y quizás para otros. Ir a la universidad y trabajar de lo que desean sin que nadie lo cuestione. Elegir con quién quieren tener sexo o casarse. Se atreven a plantar cara a lo que no les gusta, a destaparse. A dar la mano cuando gusten, a entrar en bares y charlar con hombres y mujeres. A ponerse unos tejanos rasgados.
O nada de lo anterior. Pero eligiendo.
Ellas y también las otras marcarán la diferencia. Son la huella de una revolución que no termina de nacer. Tal vez la próxima Primavera Árabe.
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De Suenan tambores, blog del autor. 10/01/2014

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