EDUARDO MOLARO
Entre las ubérrimas historias esotéricas que hemos encontrado en Lanús, la del fantasma de la calle O'higgins vuelve inexorablemente a nosotros como un boomerang, como el recuerdo del primer beso, o como un escupitajo lanzado frente a una sudestada.
Sobre esta cuestión, las primeras crónicas denunciaban que las damas que transitaban la céntrica arteria lanusense sufrían modestos vejámenes tales como que el viento les levantara sus faldas o una invisible tocada de culo cuya procedencia ignoraban proverbialmente.
Con el tiempo la cosa se hizo más evidente y las más afortunadas eran directamente poseídas en un zaguán por un espectral amante que les dejaba primero un buen susto y luego una inextirpable cara de satisfacción.
Los amantes de las ciencias ocultas vieron en cada acto la indeleble firma de Augusto Agri, el billarista de la calle Arias.
Augusto supo ser un hombre lleno de virtudes lujuriosas.
Más allá de otras cualidades como la hilvanar 47 carambolas a tres bandas, asar un cordero a la cruz, inventar rimas groseras o arrojar pirotecnia en los velorios, Augusto tenía un frondoso prontuario en las lides del amor.
En Lanús aquello resulta ser un mérito digno de respeto y admiración, pero también de envidias y de odios. Y estas últimas entidades, por estas tierras, conducen indefectiblemente a la muerte.
Todos recuerdan el día en que murió Augusto. Como cada historia que se transforma en mito, las circunstancias adquieren distintos matices según el interlocutor con el que se hable del asunto.
La mayoría coincide, sin embargo, en afirmar que en aquella funesta jornada Augusto había consumado un vertiginoso raid lujuriosamente delictivo: Siete habían sido las amantes que Augusto había visitado aquel día; siete fueron los rostros sonrientes que había dejado Augusto al emigrar de cada alcoba. Por caprichos de la aritmética y según la policía, siete también habían sido los balazos que recibió Augusto de parte del marido de una de las beneficiarias, mientras regresaba a su casa por la calle O'higgins.
Cuentan que en su velatorio estaban todos sus cofrades del Bar ¨El vómito ¨ y una inmensa masa femenina que lo lloró durante treinta días y doscientas noches.
Pero el mito tomó más fuerza al conocerse los hechos de las damas toqueteadas por manos invisibles en la calle O'higgins.
La secta espiritista ¨Amigos del más allá ¨ envió a cuatro de sus seguidoras a la mentada calle para ver si podían contactarse con el finado. La conclusión no pudo ser más inquietante: Todas regresaron con una cara de goce que daba asco.
El brujo Maciel, afamado hechicero de la calle Ituzaingo y miembro de La Barra poética, hacía un admirada referencia a Don Augusto en su ¨Manual de cosas raras, incluso para los brujos ¨:
¨… estoy en condiciones de afirmar que Agusto Agri es el fantasma de la calle O'higgins. Ningún otro puede, desde su espectral condición ( y mucho menos estando vivo ), satisfacer a tantas mujeres sucesivamente.
Está claro que siempre fue un hombre ardiente y que siempre gozó de una fama bien ganada en cuestiones venéreas.
Sus detractores, sin embargo, preferían decir que era un degenerado; los sicólogos, que era un hombre con la libido en Estado de Asamblea y los cornudos, que era un reverendísimo hijo de puta.
Pero estas envidiosas afirmaciones suelen recibirlas aquellos galanes que – como Augusto - poseen la caballerosidad necesaria, las palabras adecuadas y una poronga descomunal. ¨
Con el correr de los años fueron muchas las damas que se acercaron a la mencionada calle en busca de sensaciones perdidas.
Incluso, junto al cantero donde murió Augusto, muchas de ellas solían dejar un crisantemo.
La cuestión es que la redoblada fama póstuma de Augusto llevó, incluso, a que muchas parejas que quisieran experimentar nuevas sensaciones con total discreción, convocaran en algún departamentito de la calle O'higgins al espíritu de Don Augusto Agri para consumar un trío amoroso.
Y sabido es que, para estas cosas, no hay nadie más discreto que un finado.
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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 30/04/2014
Imagen: Edward Weston/Nude, 1936
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