Jean Baudrillard
Está claro que escena y obscena no tienen la misma etimología, pero la aproximación es tentadora, pues, desde el momento en que existe escena, existe mirada y distancia, juego y alteridad. El espectáculo está relacionado con la escena. Por el contrario, cuando se está en la obscenidad, ya no hay escena ni juego, la distancia de la mirada se borra. Pensemos en la pornografía: está claro que allí el cuerpo aparece totalmente realizado. Puede que la definición de la obscenidad sea el devenir real, absolutamente real, de algo que, hasta entonces, estaba metaforizado o tenía una dimensión metafórica. La sexualidad —al igual que la seducción— siempre tiene una dimensión metafórica. En la obscenidad, los cuerpos, los órganos sexuales, el acto sexual, son brutalmente no ya «puestos en escena», sino ofrecidos de forma inmediata a la vista, es decir, a la devoración, son absorbidos y reabsorbidos al mismo tiempo. Es un acting out total de cosas que, en principio, son objeto de una dramaturgia, de una escena, de un juego entre las partes. Ahí ya no existe juego, ya no existe dialéctica ni distancia, sino una colusión total de los elementos.
Lo que vale para los cuerpos, vale para la mediatización de un acontecimiento, para la información. Cuando las cosas devienen demasiado reales, cuando aparecen inmediatamente dadas, realizadas, cuando nos hallamos en ese cortocircuito que hace que tales cosas se aproximen cada vez más, nos hallamos en la obscenidad… Régis Debray ha hecho una crítica interesante de la sociedad del espectáculo desde esta perspectiva: en su opinión, no nos hallamos en absoluto en una sociedad que nos alejaría de las cosas, en la que estaríamos alienados por nuestra separación respecto a ellas… La maldición que nos afecta sería, por el contrario, estar ultracercanos, que todo resulte inmediatamente realizado, tanto nosotros como las cosas. Y este mundo demasiado real es obsceno.
En un mundo así, ya no existe comunicación, sino contaminación de tipo vírico, todo se contagia de uno a otro de manera inmediata. La palabra promiscuidad expresa lo mismo: está ahí inmediatamente, sin distancia, sin encanto. Y sin auténtico placer. Ahí aparecen los dos extremos: la obscenidad y la seducción, como lo muestra el arte, que es uno de los terrenos de la seducción. A un lado está el arte capaz de inventar una escena diferente de la real, una regla de juego diferente, y al otro el arte realista, que ha caído en una especie de obscenidad al hacerse descriptivo, objetivo o mero reflejo de la descomposición, de la fractalización del mundo.
La obscenidad tiende siempre a superarse: presentar un cuerpo desnudo ya puede ser brutalmente obsceno, presentarlo descarnado, desollado, esquelético todavía lo es más. Está claro que actualmente toda la problemática crítica que los media gira alrededor del umbral de tolerancia en el exceso de obscenidad. Si debe decirse todo, todo se dirá… Pero la verdad objetiva es obscena. Eso no impide que cuando nos cuentan todos los detalles de las actividades sexuales de Bill Clinton, la obscenidad sea tan ridícula que nos preguntamos si en todo eso no habrá una dimensión irónica. Esta desviación sería tal vez el último avatar de la seducción, en un mundo que va a la deriva, hacia la obscenidad total: en cualquier caso, no acabamos de creérnoslo del todo. La obscenidad, o sea la visibilidad total de las cosas, es hasta tal punto insoportable que hay que aplicarle la estrategia de la ironía para sobrevivir. De no hacerlo, esa transparencia resultaría absolutamente dañina.
Entramos entonces, entre el bien y el mal, en un antagonismo insoluble en el que —con riesgo de ser maniqueo y de contradecir todo nuestro humanismo— no existe posible reconciliación. Hay que aceptar una regla de juego que, aunque no sea un consuelo, me parece más lúcida que imaginar que un día se realizará la unidad del mundo y se restablecerá el hipotético reino del bien. Justo cuando se pretende alcanzar este bien total, es cuando el mal se transparenta. Por paradójico que parezca, ¿no es a través de los derechos del hombre como suceden actualmente, y a nivel planetario, las peores discriminaciones? Así pues, la búsqueda del bien tiene unos efectos perversos y esos efectos están siempre del lado del mal. Pero hablar del mal no equivale a condenarlo: en cierto modo, el mal es lo fatal, y una fatalidad puede ser desdichada o afortunada.
En Contraseñas
Título original: Mots de passe
Jean Baudrillard, 2000
Traducción: Joaquín Jordá
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De IGNORIA, 04/05/2014
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