Tebes M. C. y A. Karlovich F. 2006. Sisa pallana. Antología de textos quichuas santiagueños. Buenos Aires, Eudeba. 355 p. Colección: Lenguas indígenas de la Argentina.
Ricardo Gabriel Abduca
Departamento de Ciencias Antropológicas. FFyL - UBA abduca@yahoo.com
Este trabajo es producto de un encuentro, un tinku para decirlo en quechua1 entre Atila Karlovich, hablante nativo de castellano colombiano y de formas suizas del alemán, y Mario Tebes, hablante nativo del castellano del norte argentino y del quichua santiagueño. Karlovich aprendió filología hispánica y latina en Zurcí. Tebes trabajó con los más antiguos investigadores de esta lengua: Domingo Bravo y Ricardo Nardi, también escribió cuentos en quichua, enseñó y enseña el idioma en el Instituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y preparó junto a Lelia Albarracín y Jorge Alderetes la edición de Introducción del quichua santiagueño de Nardi1. Así que esta obra acumula ricas experiencias.
El título es engañoso por lo modesto. Es mucho más que una mera antología de textos pues todos los escritos compilados están provistos de un abundante y cuidadoso aparato crítico. Además de un prólogo de Alderetes y breves presentaciones de los autores, el libro tiene una introducción histórica y social a cargo de Karlovich titulada: "De la oralidad a la escritura. Orígenes y perspectiva de las letras quichua santiagueñas", con mucha información en 35 páginas. En cuanto a los textos en sí son más de 70, están reproducidos de manera total o parcial y se agrupan en diez divisiones principales. A saber: hitos históricos, antiguas oraciones, poesía anónima, letras musicales, poesía, relatos orales recopilados, relatos de autor, teatro, traducciones al quichua. Otra sección titulada "El quichua como lengua de uso", destacable por su riqueza y heterogeneidad, ofrece una imagen más rica que la brindada por textos más conocidos como los de narrativa, poesía o plegarias y adivinanzas, y por su valor documental intrínseco. El instructivo para urdir en un telar de ocho lizos tiene un valor etnográfico y técnico propio. La breve monografía de Tebes es también una síntesis de las luces y sombras de la teoría de Bravo sobre el origen del "reducto idiomático" santiagueño 3. Igualmente tienen valor propio las palabras de Lila Pastor, originadas en ocasión del fallecimiento del quichuista Vicente Salto Taboada: son palabras sentidas, eficaces que no solo rozan la subjetividad del lector. Su mismo carácter inclasificable nos lleva al lugar más profundo del lenguaje: son plegaria, interpelación a una persona querida, poesía. Así también merece leerse el mensaje de Enrique Gerez a los hombres y mujeres de Santiago que van de un lado a otro cosechando, trabajando, qoshul ina viajando, como el caracol.
Otro párrafo aparte merece el apartado "Hitos históricos". Los compiladores han querido destacar el espesor histórico que tiene el quechua, que es muy anterior a la redacción de los primeros textos quichuas conocidos. Hay así escritos de Perú y Alto Perú, de principios del XVII, en el ayacuchano antiguo de Felipe Guamán Poma, o en runasimi chinchay: el famoso Runa indio ñisqap machunkuna, el corpus mítico de Huarochirí. Y de principios del siglo XIX, de Wallparimachi, poeta de Macha, soldado de la Independencia cercano al matrimonio Azurduy-Padilla.
Sorprende que en dicha sección se incluya la versión de Jesús Lara del ciclo teatral de la muerte de Atahualpa. Ese texto no corresponde a formas dialectales bolivianas contemporáneas ni a formas antiguas cuzqueñas sino a ideas de don Jesús acerca del quechua 'puro' de supuestas tragedias teatrales del XVI, para lo cual reescribió guiones teatrales que persistían en Bolivia a mediados del XX. Más aún cuando los recopiladores declaran compartir los argumentos de César Itier, quien mostró sólidamente qué tipo de artefacto construyó Jesús Lara (Tebes y Karlovich 2006: 52) 4. Como muestra de ese teatro que, reformulando al teatro barroco de moros y cristianos, expresaba al indigenismo incipiente que criollos e indígenas estaban anudando antes de la gran rebelión de 1781, pudieron haberse tomado textos más confiables, como alguna versión del Ullantay.
Por otra parte, los autores aciertan al incluir dos tipos de textos no santiagueños, de principios del siglo XX. Unos de una variedad dialectal cercana a la santiagueña, la de Catamarca y La Rioja, representada por textos de Lafone Quevedo. Y otros cercanos al tipo boliviano, recogidos por Boman en Susques, Jujuy. Estas variedades son de difícil estudio, pues a la escasez documental se agrega el hecho de haber sido recopilados por gente que no sabía el idioma. Lo mismo ocurre con los textos quechuas que Juan A. Carrizo recogió en Jujuy y Salta, pues también están mal transcritos.
Ocurre que hasta los años 1940 -un libro de 1938, para más datos- no se escribe regularmente el quichua. Con excepción de un sucinto vocabulario de Vicente Quesada de 1863 y otros pequeños textos por el estilo, de la misma época 5 no hay evidencias de escritos anteriores. Sin embargo parece que los hubo pero habría sido una producción escueta, hasta ahora no hallada. Esto coincide con el momento en que se recomienza a escribir el quechua en otros países andinos. Así, José M. Arguedas y José B. Farfán en la Revista del Museo Nacional de Lima, como el ayacuchano Efraín Morote Best en Cusco, en su revista Tradición, publicaron textos quechuas en las décadas 1940-50 6. A propósito de Tradición quisiera destacar el vínculo que Morote Best tenía con estudiosos del acervo local santiagueño como Francisco René Santucho. Morote, riguroso investigador de los motivos de la narrativa oral en la línea folklórica de Stith Thompson, no sólo conocía a Canal Feijóo, a Jorge W. Ábalos y a Orestes Di Lullo sino que también llegó a publicar en la revista Dimensión, órgano de la peña cultural que funcionaba en la librería de Francisco René 7. Habría que estudiar la importancia de estas redes de circulación de personas e ideas, redes periféricas pero no marginales: un mundo intra-andino que establecía otros canales que los de la relación entre la provincia y la capital nacional. Traigo aquí una imagen contada en un relato autobiográfico de Luis Valcárcel, donde él mismo y otros intelectuales serranos iban a la estación del Cusco a buscar los libros que llegaban de la Argentina, no de Lima 8. Eran los tiempos de una red ferroviaria laboriosamente construida como parte de la formación de los estados-nación, que aún funcionaba en los años 1980 y prácticamente vinculaba a la estación porteña de Retiro con Mollendo y Quillabamba, pasando por Cusco, Puno, La Paz, Potosí, Jujuy, Santiago. Fue alegremente desmontada en los últimos años.
Conocí campesinos quechuistas potosinos que recordaban con afecto sus tiempos de zafreros en el Noroeste argentino, donde compartían espacio con quichuistas y comprobaban que podían entenderse mutuamente al tiempo que constataban la distancia entre el brindis santiagueño upisunchis y el uqyarisunchis de ellos. Este libro da cuenta de este espacio compartido. Se demuestra aquí la importancia de contar con un sistema unificado de escritura -y el mundo quechua lo tiene, como tendencia, desde los años 1950. Al igual que un hijo de migrantes que por vez primera conoce a sus parientes y ve en ellos caras conocidas, el hablante de Cusco, Quito o Sucre -ni que decir del ayacuchano, ese pariente cercano del santiagueño- reconocerá en estas páginas el sabor de lo familiar con condimentos distintos. Y el santiagueño, si se acostumbra a leer el sistema único de escritura, podrá ver que entiende bastante a Waman Puma o a Wallparimachi.
Este volumen da a entender que los textos publicados son como la punta de un témpano. Varios de los documentos reproducidos no solo valen como muestras del estado de una lengua sino por su contenido específico: ¿quién hubiera dicho que había proclamas políticas quichuas de la Unión Cívica Radical (UCR)? Algunos ya se habían dado a conocer, como los documentos quichuas del Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) de Roberto y Francisco René Santucho reeditados por Daniel De Santis. Ahora el aporte que hacen Tebes y Karlovich al editar por primera vez la proclama electoral, fechada en 1940, que apoyaba la candidatura de Gabriel Chiossone a gobernador de Santiago del Estero por la UCR. Además brinda indicios de la existencia de otros textos, aún no reencontrados, como el periódico Atari Huauque (Levántate Hermano) que un comunista santiagueño habría publicado antes de 1946; o del periódico de sátira política El Orcko (El Cerro), sobre el cual hay rastros que señalan su existencia hacia 1875. Más allá del pintoresquismo, el lector verá que en quichua se han escrito tanto anécdotas del boxeador Ringo Bonavena como escritos publicitarios, poesía lírica y obras teatrales. Esto sugiere la necesidad de un programa de investigación, además de los esfuerzos lingüísticos como el ya citado de ADILQ, o el del Centro Nardi de Córdoba, entre otros. Hace falta más investigación de etnografía e historia y la información brindada por este libro es útil y sugerente para ambas disciplinas. Por dar sólo un ejemplo, se hace mención a un paisano de Monte Redondo nacido hacia 1870 que usaba un sistema de "nudos" que funcionaba como khipu: he aquí una faceta inesperada de la Argentina del siglo XX 9.
Otra de las preguntas que la lectura del libro me sugiere es la cuestión de las formas no-santiagueñas del quechua argentino: las de Catamarca y La Rioja y las de Jujuy. Aunque ya no se hablen -excepto en áreas precisas del departamento jujeño de Santa Catalina- existen como fenómenos de sustrato, en topónimos y nombres propios y en algunos sustantivos comunes. Más de una vez comprobé que en la puna de Jujuy persisten fonemas postvelares glotalizados: como en q'ipi -amarro que se carga en la espalda- o en q'ua -la tola resinosa (probablemente Fabiana squamata) con que se sahúma en casi todos los rituales de ch'alla, lo que más al norte se llama q'uwanchaku. Es la información de campo la que permitirá discernir cómo corresponderá retranscribir a textos, como los conjuros aportados por Eric Boman: de acuerdo a la pronunciación jujeña actual hay que escribir q'uwa o q'ua, no kua (cfr. Tebes y Karlovich 2006: 76). Esta voz, al fin de cuentas, es aymara y -teniendo en cuenta que las prácticas rituales suelen conservan voces arcaicas por muchísimo tiempo- quizás tenga un origen pukina 10. Menciono esto para resaltar cómo la precisión de detalle permite orientarnos por los largos hilos en que está urdido el complejo tejido andino. También es interesante la presencia de la palabra achuma en textos catamarqueños, creo que no se refiere al cardón, Trichocereus pasacana, sino al T. pachanoi u otra variedad psicoactiva similar de las que abundan en Salta y Catamarca -p. ej. en el área de Ancasti. Achuma es voz aymara derivada de achu; "fruto" (cf. Tebes y Karlovich 2006: 70).
Sisa pallana quiere decir selección de flores, florilegio. Por los textos que saca a la luz y por el rigor crítico que manifiesta, el libro recuerda que la filología es amor al texto. Continuando los esfuerzos iniciales de Domingo Bravo, de Sixto Palavecino y de Ricardo Nardi es un hito en la constitución escrita de esta lengua argentina. Alguna vez la gente que trabajaba en lo que se llamaba "orientación Folklore" en la carrera de Ciencias Antropológicas de la UBA fue parte de ese esfuerzo colectivo. Además de Nardi hay que pensar en Berta Vidal y en los trabajos musicales de Leda Valladares en los años 1960, entre otros. Aunque los vientos hicieron que el escuadrón académico gire hacia otros rumbos 11, bueno sería que los antropólogos sociales volvieran a mirar con atención esfuerzos como éstos, aunque más no sea por respetar el viejo principio según el cual el conocimiento de lenguas aborígenes es fundamental para el oficio de etnógrafo.
Notas
1 Aquí diré 'quechua' para referirme a la constelación general del runasimi andino, 'quichua' para nombrar a una estrella de esa constelación, la de Santiago del Estero.
2 Quince años después de la muerte de Ricardo Nardi, los tres editores sacaron a luz una descripción bastante completa del idioma, basada en los papeles de dos cursos dictados en 1982 y 1986. En Nardi, Ricardo L. J. 2002 [1982-1986]: Introducción al quichua santiagueño. Buenos Aires-Tucumán: ADILQ-Dunken. Edición y notas de Lelia Albarracín, Jorge Alderetes y Mario Tebes.
3 Expuesta en varios textos, como: Bravo, Domingo. 1956: El quichua santiagueño. Reducto idiomático argentino. Universidad Nacional de Tucumán.
4 Itier, César. 2002: ¿Visión de los vencidos o falsificación? Datación y autoría de la "Tragedia de la muerte de Atahuallpa". Bulletin (30) 1, 103-121, Institut Français d'Études Andines.
5 Reproducidos en la página de ADILQ. Asociación de Investigadores en Lengua Quechua. http://usuarios.arnet.com.ar/yanasu/ Tucumán.
6 En el Museo Etnográfico (FFyL-UBA) y otras colecciones porteñas pueden consultarse tanto la RMNL como casi toda la colección de Tradición. Ésta última perteneció a Augusto Raúl Cortazar.
7 Morote Best, Efraín. 1951: El cuento de la Huida Mágica (O el desconocimiento de las tradiciones de América Meridional). Dimensión. Revista bimestral de cultura. Santiago del Estero. Morote Best, Efraín. 1988: Aldeas sumergidas. Cultura popular y sociedad en los Andes. Cusco, CBC.
8 Comunicación de Henrique Urbano, apunte tomado en 1996.
9 "el viejo llevaba siempre colgando de su cinturón un anillo de alambre del cual pendían muchos hilos de colores, cada uno con muchísimos nudos, y cuando le preguntaban para qué servía esto, solía decir que era para anotar y recordar cosas" (pág. 26).
10 En pukina 'qoa' o 'qoaq' es serpiente -agradezco la comunicación de Thérèse Bouysse, marzo de 2007.
11 Una excepción es la tesis que el antropólogo argentino Carlos Kuz presentó en el Museu Federal de Rio de Janeiro, dedicada a la obra de Bravo. Hoy está camino a publicarse -comunicación del autor.
Fecha de recepción: 29 de agosto de 2007.
Fecha de aceptación: 15 de noviembre de 2007.
© 2014 Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas
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