PABLO CINGOLANI
Hubo un
tiempo en La Paz City que cuando te encontrabas con un amigo en la calle, éste
te decía, gestualizando para enfatizarlo: “che, hermano, ¿nos tiramos un pase?”
o “¿cómo es? ¿le metemos un jale? Obviamente, no hace falta que anote cual era
la respuesta. Ibas a un lugar conveniente -una cortada de El Prado, por
ejemplo- y listo: todo por la napia, clarificación mental, sangre bullendo y a
seguir la rumba. Eran códigos: esta situación se verificaba en modo
reciprocidad tácito. Si vos tenías algo en el bolsillo y te tropezabas con un
cuate, vos convidabas.
Otra
situación catalítica tenía lugar de manera especial y aluvional en las tardes
de invierno, las más aptas y propiciadoras para la ingesta de ese brebaje
mágico llamado “chuflay”. Sobre él mismo -un preparado en base al aguardiente
local llamado “singani”- no hablaré mucho, salvo recomendar la lectura de los
innumerables textos escritos sobre el tema por el más afamado gastrósofo
nativo, el Ramón Rocha. Con el “Ojo de Vidrio” -alter ego de RR-, por esos
azares que la devoción procura, hasta tuvimos el honor de asistir juntos al
velorio de uno de los reyes, sino el rey del singani de Bolivia. Fue una cita
memorable, hace unos años, allá en Tarija, capital del afamado País del
Singani, y debo decir que nos la pasamos bien sollado, como dicen los
colombianos.
Insisto:
eran las dos, tres de la tarde, invierno, cielo claro, sol a hachazos, ibas
boludeando por La Hoyada, te topabas con un amigo y era casi inevitable: “¿y si
le metemos unos “chufletes”?” “Y dale”: lo mejor de lo mejor era ir a algún
lugar del centro urbano que tuviera jardín abierto o cerrado con esos
ventanales del tiempo de María Castaña -con vitrales o sin ellos- o, más
aventurera, a veces temeraria, agarrabas un taxi y te bajabas raudamente hasta
Cota Cota, semi extramuros en los 90s, y de allí, no te ibas más ya que fija:
naufragabas de lo lindo.
Otra, más
módica pero sustantiva igual, se resumía en esta gloriosa pregunta: “che, bro:
¿y si nos tiramos unas chelas? En el centro ya aludido, hasta que algún amargo
burócrata se le ocurrió prohibirlo, pululaban montones de “usucuchos”, de
“bares infames” como los llamaba el Guille Aguirre con cariño, donde si querías
una caja de cervezas (12 botellas) te las ponían ahí, bien bonitas al costado de
la mesa, y si querías dos cajas, también. Vivíamos en un paraíso líquido y lo
celebrábamos a cada rato.
Ahora, en
estos tiempos pandémicos, y ya me empieza a emputar que así suceda, vas por la
calle y te encontrás con un amigo y lo mejor que te puede pasar es que el ñato
te rocíe espásticamente las manos con… ¡alcohol en gel! Algunos giles aseguran:
cambio de época… ¿cambio de época? Andá a saber…
Dedicado
a Yul, Juanca y Freddy, que partieron por la covid
Laderas del
Aruntaya, 14 de abril de 2021
No comments:
Post a Comment