MAURIZIO BAGATIN
El
surrealismo africano es Guinea Ecuatorial. Vaya tribalismo y chef du village,
una lucha visceral de poder que parece shakesperiana, hermanos que eliminan a
otros hermanos, fang que eliminan a bubi, negros que eliminan a los albinos,
blancos que eliminan a los negros. Cadena perpetua.
Deforestaron
la selva primaria y luego miraron el mar, el oro negro estaba ahí, así sigue la
desgracia de África, riquezas en sus entrañas, miseria en su piel. A principio
de este funambulesco siglo el boom del petróleo permitió a Guinea Ecuatorial organizar
dos Copa de África de fútbol seguidas, en 2012 y en 2015. El más pequeño país
del continente negro se visibilizó ante el mundo. Los derechos humanos vendrán
después. O sea, nunca.
El cónsul
italiano de aquellos años era un friulano, creo de la provincia de Udine, al
cual fuimos a visitar, para recoger unos repuestos de auto y así entregarle una
carta de la Embajada de Yaundé, unos zapatos para el Nuncio Apostólico y un
traje de novia para una improbable e imposible esposa de quién sabe quién… una
novela de Achebe leída al atardecer, pollos traídos de Chernóbil, medicamentos
encerrados en un container en el puerto y todo el esplendor colonial de la Bata
que fue… al retorno, Añisoc, Ebolowa, Sangmélima, en la casa del Padre Sergio
leí l’Effort, el journal de la Conférence Episcopale Nationale du Cameroun, en
la página de las noticias internacionales, una nota breve y sin fotos decía que
el cónsul italiano en Guinea Ecuatorial había sido encarcelado por tráficos de
drogas, él que nos había indicado que “ellos”, creo refiriéndose a los diplomáticos,
“estaban en los lugares estratégicos del país”, claro, luego descubrí que el
Hotel Media Luna fungía de base para los narcos afro europeos y el aeropuerto
que estaba al lado del hotel, de llegada de la merca sudamericana.
Bata, una
Macondo en aquel entonces abandonada a sus recuerdos, batones de mandioca y
plátanos fritos en las esquinas, mujeres bantúes como máscaras fang, cielo
encapotado de estrellas, ni una luz artificial, infinitas variaciones de verde
y el negro de las noches, verde también.
Teodoro
Obiang que recibe del orinoquense el Cóndor de los Andes y Miguel Grosso que se
retira en algún lugar perdido del Perú… un aire de recuerdos en una tarde de
domingo, de todos los domingos que forman un carácter… y el negro Claudio, un
gaucho argentino que se casó con una guineana y cuando se la presenta a sus
padres, su papá le pregunta ¿adonde está la africana? y él le dice que es ella,
la que está a su lado, ella de piel más clara que el Claudio, él quemado por
las pampas y ella, mestizaje con ibéricos de piel color de la leche, “si eres
más negro que ella, tú eres africano, ella no…”. Mirando atrás se ve nuestro
origen.
Tam tam, el
silencio de todas las músicas, del imperceptible movimiento de los insectos en
la selva, del aire que renueva el aliento y el respiro de la tierra. El otro Ecuador,
en la palabra de Cervantes y la justificación en la burocracia. Historias
paralelas que no logran encontrarse, patois de miles de máscaras y de un solo
acercamiento, el baile, la ebriedad, la fiesta y la muerte.
18 abril 2021
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