MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Ayer recibí
una carta insultante, larga, mucho, dos folios por ambas caras, apretada
escritura. Hacía años que había perdido la costumbre de recibirlas. Por fortuna
la firmante decía estar bien de los pies. Entendí de inmediato que me estaba
diciendo que está mal de la cabeza, algo que es del dominio público. Se me
reprochaba mi inveterada afición al alcohol, a la perica y a las putas, hasta
ahora mismo, algo que hace que el vecindario del lugar donde vivo no me quiera;
se deseaba que ni mis hijos ni mis nietos se me parecieran, pero sobre todo se
me instaba a dejar de escribir, porque ya no tengo edad, y a disfrutar de mi
jubilación y a viajar con el INSERSO a Benidorm, Sevilla, Canarias y
Marbella... Vaya por Dios, qué crímenes habré yo cometido en otra vida para merecer
estas animaciones de la vida cotidiana, luego dicen que qué cosas me invento en
mis novelas. ¿Inventarme? ¿Para qué? Si me ponen los dislates en bandeja en
esta Casa de Orates a cielo abierto.
*** La
imagen es de una máscara Lega, Lukwakongo, de la sociedad Bwami... es decir,
que la vida está llena de cosas hermosas, atractivas, y que el tiempo apura
demasiado como para andarse bailando al son de los disparates ajenos.
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