Gilles Deleuze
Los principales datos sobre la
vida de Sacher–Masoch provienen de su secretario,
Schlichtegroll (Sacher–Masoch und der Masochismus),
y de su primera mujer, quien adoptó el nombre de
Wanda, heroína de La Venus de las pieles (Wanda von
Sacher–Masoch, Confession de ma vie, traducción
francesa publicada por Mercure de France). El libro
de Wanda es muy bello. Los biógrafos ulteriores lo
juzgaron con severidad, aunque a menudo se contentaran
con plagiarlo. Wanda presenta una imagen demasiado
inocente de sí misma y, como Masoch fue
masoquista, se pretendió que ella fue sádica. Pero quizás
el problema no esté bien planteado así.
Leopold von Sacher–Masoch nació
en Lemberg, Galitzia, en 1835. Sus
ascendencias fueron eslavas, españolas y bohemias. Sus abuelos
eran funcionarios del imperio austrohúngaro. Su
padre, jefe de policía de Lemberg. Las escenas de
amotinamiento y cárcel que presenció de niño dejaron en
él marcas muy profundas. Influye en toda su obra
el problema de las minorías, las nacionalidades y los
movimientos revolucionarios en el imperio: cuentos
galitzianos, judíos, húngaros, prusianos...1 Son
frecuentes las descripciones de la comuna agrícola y su
organización y de la doble lucha de los campesinos: contra
la administración austríaca pero sobre todo
contra los propietarios locales. Es un paneslavista
deslumbrado. Sus grandes hombres son Pushkin y
Lermontov, además de Goethe. A él mismo lo llaman «el
Turgueniev de la Pequeña Rusia».
Se desempeña primero como
profesor de historia en Graz, y comienza su carrera
literaria escribiendo novelas históricas con las que
obtiene un éxito inmediato. La mujer divorciada (1870), una
de sus primeras novelas de género, alcanzó vasta
repercusión, América incluida. En Francia, las
editoriales Hachette, Calmann–Lévy y Flammarion publicarán
traducciones de sus novelas y cuentos. Una de
sus traductoras llegó a presentarlo como un moralista
severo, autor de novelas folclóricas e históricas, sin
aludir en lo más mínimo a la entraña erótica de su
obra. Es evidente que, atribuidos al alma eslava, sus
fantasmas ya no incomodaban tanto. Y aun es preciso
tomar en cuenta una razón más general: por entonces,
las condiciones de «censura» y tolerancia eran muy
diferentes de las que imperaban en el siglo XIX entre
nosotros; la sexualidad indefinida, poco detallista
en lo orgánico y lo psíquico, era más aceptada. Masoch
habla un lenguaje en el que lo folclórico, lo
histórico, lo político, lo místico y lo erótico, lo nacional y lo
perverso se mezclan íntimamente, formando una nebulosa
para los azotes. No le agrada, pues, ver a
Krafft–Ebing servirse de su nombre para designar una perversión.
Masoch fue un autor célebre y respetado. Hizo un
viaje triunfal a París en 1886, donde se lo condecoró y
recibió la entusiasta acogida de Le Figaro y de La
Revue de Deux Mondes.
Son célebres los gustos eróticos
de Masoch: jugar al oso o al bandido; hacerse cazar,
atar, hacerse infligir castigos, humillaciones e incluso
intensos dolores físicos por parte de una mujer
opulenta envuelta en pieles y empuñando un látigo; vestirse
de criada, multiplicar fetiches y disfraces; publicar
avisos clasificados, firmar «contrato» con la mujer amada
y, de ser necesario, prostituirla. Una primera
aventura con Anna von Kottowitz inspira La mujer
divorciada; otra con Fanny von Pistor, La Venus de las
pieles. Luego, una tal señorita Aurore Rümelin se dirige
a él en condiciones epistolares ambiguas, adopta el
seudónimo de Wanda y se casa con Masoch en 1873.
Será su compañera, a la vez dócil, exigente y desbordada.
La suerte de Masoch es la decepción, como si el poder
del disfraz fuese también el del malentendido: intenta
permanentemente introducir un tercero en su
matrimonio, a quien llama «el Griego». Pero, ya con Anna
von Kottowitz, un supuesto conde polaco resultó ser
ayudante de farmacia, buscado por robo y peligrosamente
enfermo. Con Aurore–Wanda, una curiosa aventura
parece tener por protagonista a Luis II de Baviera;
podrá leerse el relato al final de este libro. Una
vez más, los desdoblamientos de persona, las máscaras,
las trapisondas de un bando al otro montan un ballet
extraordinario que acaba en decepción. Por último,
la aventura con Armand, del Figaro —muy bien
narrada por Wanda pese a lo que el propio lector
tenga que corregir—, episodio que determina el viaje de
1886 a París pero que sella también el fin de su unión
con Wanda. En 1887, Sacher–Masoch se casa con la
institutriz de sus hijos. Una novela de Myriam Harry, Sonia
en Berlín, hace un interesante retrato de Masoch
en su retirada final. Muere en 1895, víctima del olvido
en el que ya ha caído su obra.
Esta obra sin embargo es
importante e insólita. Él la concibe como un ciclo o, mejor
dicho, como una serie de ciclos. El principal se titula
El legado de Caín e iba a tratar seis temas: el amor, la
propiedad, el dinero, el Estado, la guerra y la muerte
(sólo las dos primeras partes se terminaron, pero los
otros temas están ya presentes en ellas). Los cuentos
folclóricos o nacionales constituyen los ciclos
secundarios. En particular, dos novelas negras que se cuentan
entre las mejores de Masoch tratan de sectas místicas
de Galitzia y alcanzan un nivel de tensión y
angustia rara vez igualado: Pecadora de almas y La Madre de
Dios. ¿Qué significa la expresión «legado de Caín»? En
primer lugar, pretende resumir la herencia de
crímenes y sufrimientos que agobia a la humanidad. Pero
la crueldad es tan sólo una apariencia sobre un
fondo más secreto: la frialdad de la Naturaleza, la
estepa, la imagen helada de la Madre en la que Caín
descubre su propio destino. Y el frío de esta madre severa
es, en rigor, una suerte de transmutación de la crueldad de
la que surgirá el hombre nuevo. Hay, pues, un «signo»
de Caín que muestra cómo se debe utilizar el
«legado». De Caín a Cristo, el mismo signo desemboca
en el Hombre en la cruz, «sin amor sexual, sin
propiedad, sin patria, sin disputa, sin trabajo, que muere
voluntariamente, personificando la idea de la
humanidad». La obra de Masoch condensa los recursos del
romanticismo alemán. A nuestro entender, jamás otro
escritor aprovechó así las potencialidades del fantasma
y del suspenso. Masoch tiene una manera muy
particular, a la vez de «desexualizar» el amor y de
sexualizar toda la historia de la humanidad.
La Venus de las pieles, Venus im
Pelz (1870), es una de las novelas más célebres
de Masoch. Integra el primer volumen de El legado de
Caín, acerca del amor. Una traducción debida al
economista R. Ledos de Beaufort se publicó
simultáneamente en francés y en inglés (1902), pero es
extremadamente inexacta. Nosotros preferimos la nueva
traducción francesa a cargo de Aude Willm (Esta edición en castellano no incluye el texto La Venus de las pieles en la citada traducción de Aude Willm, pero reproduce los tres Apéndices de Deleuze que completaban la edición original. N. de la T). Completan
este volumen tres Apéndices: uno en el que Masoch
expone su concepción general de la novela y refiere un
singular recuerdo de infancia; el segundo reproduce
dos «contratos» amorosos personales de Masoch con
Fanny von Pistory Wanda; en el tercero, Wanda
Sacher–Masoch narra la aventura con Luis IL
El destino de Masoch es doblemente
injusto. No porque su nombre haya servido
para designar el masoquismo, al contrario; sino ante
todo porque, a la par que ese nombre entraba en la
circulación corriente, su obra iba cayendo en el olvido. Es
indudable que sobre el sadismo se publican libros que
no revelan ningún conocimiento de la obra de Sade.
Pero esto es cada vez menos frecuente. Sade es cada vez
más profundamente conocido, y la reflexión
clínica sobre el sadismo se beneficia singularmente de la reflexión
literaria sobre Sade; lo inverso también es
verdad. En cuanto a Masoch, la ignorancia de su obra
resulta sorprendente, aun en los mejores libros sobre
el masoquismo. Sin embargo, ¿no ha de pensarse que
Masoch y Sade son algo más que simples casos entre
otros, y que ambos tienen algo esencial que
enseñarnos, uno sobre el masoquismo tanto como el otro sobre
el sadismo? Una segunda razón redobla la injusticia
de la suerte de Masoch. La de que, clínicamente,
sirve de complemento a Sade. ¿No es este el motivo por
el que quienes se interesan por Sade no manifestaron
interés especial por Masoch? Demasiado de prisa se
entiende que basta trocar los signos, invertir las
pulsiones y figurarse la gran unidad de los contrarios para
obtener Masoch a partir de Sade. El tema de una unidad sadomasoquista, de una entidad sadomasoquista, fue
muy perjudicial para Masoch. Este no sólo padeció
un olvido injusto sino también una injusta
complementariedad, una injusta unidad dialéctica.
Porque, en cuanto lee uno a
Masoch, siente cabalmente que su universo no tiene
nada que ver con el universo de Sade. No se trata
sólo de técnicas, sino de problemas, inquietudes y
proyectos en extremo diferentes. No vale objetar que el
psicoanálisis mostró hace tiempo la posibilidad y la
realidad de las transformaciones sadismo–masoquismo. Lo
que está en cuestión es la unidad misma de lo que
se da en llamar sadomasoquismo. La medicina
distingue entre síndromes y síntomas: los síntomas son
signos específicos de una enfermedad, mientras que los
síndromes son unidades de coincidencia o de cruce
que remiten a genealogías causales muy diferentes, a
contextos variables. No estamos seguros de que la
propia entidad sadomasoquista no sea un síndrome que
deba ser disociado en dos genealogías irreductibles.
Tanto se nos dijo que era sádico y masoquista, que al
final nos lo creímos.
Hay que volver a empezar de cero,
y hacerlo por la lectura de Sade y de Masoch. Puesto
que el juicio clínico está repleto de prejuicios, hay
que volver a empezar todo por un punto situado fuera de
la clínica, el punto literario, desde donde fueron
nombradas las perversiones. No es casual que el nombre
de dos escritores sirva aquí de designador; es posible
que la crítica (en el sentido literario) y la clínica
(en el sentido médico) estén decididas a entablar nuevas
relaciones donde la una enseñe a la otra, y
recíprocamente. La sintomatología es siempre cuestión de arte.
Las especificidades clínicas del sadismo y del
masoquismo no son independientes de los valores
literarios de Sade y de Masoch. Y, en lugar de una
dialéctica que corra a reunir contrarios, deben intentarse una
crítica y una clínica capaces de despejar tanto los
mecanismos verdaderamente diferenciales como las
respectivas originalidades artísticas.
1
Una parte de los Contes galiciens fue reeditada por el Club Fran-
cés del Libro (1963).
_____
Traducido por Irene Agoff. Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
Título original: Présentation de Sacher–Masoch. Le froid et le cruel. Editions de Minuit, París, 1967