MAURIZIO BAGATIN
“Nosotros, las civilizaciones, ahora sabemos que
somos mortales” - Paul
Valéry
La brousse africana es tierra salvaje, son
esporádicas aldeas incógnitas, lejanas de cualquier centro civilizado. Petit village
con algunas cabañas, un chef du village,
una sorcière y muchos niños y niñas
que desde temprano obedecen a las primeras necesidades: recolectar agua de la
fuente más cercana, traer leña para la fogata, cosechar algunos frutos para el
desayuno. Más o menos desde allí el hombre se desabrochó de su tabula rasa, desde allí empezó su
milenario diseño. Desde allí estableció el viaje hacia su encrucijada Historia.
En Bagam viven
los Bamileké, bantú en su sangre, de muchos idiomas y de firme pertenencia,
luego llegaron un Kurtz de la historia, un Livingstone, el hombre blanco, las
religiones, la descolonización… el marfil, los diamantes, la imposible libertad abisinia de Arthur
Rimbaud… Frantz Fanon, Léopold Sedar Senghor y Nelson Mandela: mañana será el
imperio chino, tal vez. No podemos decir la última palabra antes de la
penúltima.
Pisando esta
tierra del color de su gente, del color de la sangre, del color de sus
majestuosidades naturales, de los animales y de la selva, todo severamente
amplificado a nuestros ingenuos e inocentes ojos… llegamos a Bagam, Nord-oeste
del Camerún y encontramos abandonado un centro de formación para campesinos: la
Ferme Ecole de Bagam, allí
trabajaremos para reactivar la escuela y empezaremos a producir maní, sandías,
tomates, si nos da el tiempo maíz, mandioca y porotos, será una aventura
estupenda.
Mis amigos serán
Moisés, el cuidador polígamo que, una noche, por el miedo al haber visto una
pantera, fue el primer hombre negro que vi volverse blanco, se asomó a la
ventana y nos gritó: “amis, j'ai vu
l'obscurité noire” (él sin sombra alguna, en aquel momento, era la entidad
más clara frente a nosotros…); Andrés, el otro cuidador, monógamo, un cazador
con muy poca puntería y una encantadora visión del mundo africano, fue él quien
me describió la relación entre el mundo animal y el mundo humano africano, como
un antropólogo empírico, bajo el omnipresente árbol de mango nos narraba la
similitud entre la poligamia de los leones y la de los hombres africanos
mientras veíamos volver de una batida de caza a su hijo, él, con más puntería
del padre, creíamos, hasta constatar que el bolsón que llevaba cargado en sus
espaldas no contenía el botín de caza, sino paltas cosechadas en el camino de retorno
de otra infructífera expedición… y de
lejos Moisés y sus esposas mirándonos se reían desenfrenadamente. Mis amigos
fueron JPP, su fanatismo por el fútbol
hizo que todos lo llamáramos con las iniciales del jugador francés más conocido
del momento: Jean-Pierre Papin, JPP
tenía destreza con la pelota como en escalar árboles de coco, nos traía casi a
diario vino de palmera y piñas de un dulzor nunca más probado, le regalé un
tabarro embutido de finta lana que probablemente se ponían los esquimales y él se
enamoró tanto de la prenda –o del hecho de haberla recibida en regalo de un
hombre blanco– que no se la quitaba ni para irse a dormir, con el abrigo encima
trabajaba en la preparación de la tierra, en la siembra y jugaba al fútbol bajo
un sol que hubiera podido cocer huevos si los hubiéramos puesto en las
calaminas que cubrían las habitaciones de la escuela; otro amigo era Jackson
que fungía de chofer de la Ferme, él
era exclusivamente anglófono y esforzándose le salía un pidgin english increíble, una lengua macarrónica de una belleza
inigualable, deformaciones verbales como las de Francis Scott Fitzgerald en su estadía romana, mezcladas a
genialidades poéticas dignas de un Frank
Zappa inventions… para demostrar su afecto, su simpatía y su apego a
nosotros bautizó meses después a su hijo con el nombre de Juan Carlos Maurizio.
La brousse
africana era el abismo entre el petit
village y la urbe, entre el petit
village y la foresta virgen, la distancia que el espacio y el tiempo conjuga
solo durante algunas celebraciones, algunas fiestas, un funeral, cuando el
tribal se funde con el animismo y tam tam
lejanos amplifican las magias llegando a hipnotizar hombres y mujeres… el mal de África tal vez nace del
engatusamiento fou de las mujeres, de
la fuerza de la monstruosa
naturaleza, de los perfumes, los sabores de algo de primordial, del encanto de
haberse sentido aquella única vez tan cerca de nuestra primera vez…
Los hombres, como los pueblos, como las naciones,
están sujetos a la ley de hierro de la naturaleza: crecen, se vuelven grandes,
de modo que pierden gradualmente la fuerza y desaparecen.
Comiendo ndolé y boniatos asados, acompañados de
unas frías 33 y mirando los millones
de estrellas, los cuentos, las lentas narraciones, las suaves leyendas, los
profundos mitos y las inmensas epopeyas, todo retorna virgen… uno puede
sentirse nuevamente en el vientre materno, nadar tocando el líquido amniótico
con una exuberante conciencia, una lucidez tremenda, y todos los miedos y todos
los corajes desvanecen, las raíces más profundas siguen penetrando hasta tocar
la ninfa primordial.
La brousse
africana… virginidad y salvajismo… carnalidad y sudor… distancia y cercanía…
misterio y transparencia… belleza y violencia. África, tribalismo, antropofagia
y furor, África, puerta y crepúsculo de la evolución.
Mis otros amigos
fueron Bernard Njonga, años y años de luchas contra el poder, el hijo de
campesinos que desafió –y sigue haciéndolo– al eterno presidente Paul Biya, al poder desde el 1982, treinta años
de fuerza, de coraje y de entrega a la tierra que lo vio nacer, el Bamileké
incansable, como los leones indomables
del equipo de fútbol nacional tan amado, él vino a recogernos al aeropuerto de
Yaundé la noche que llegamos, y en su humilde Toyota nos llevó hasta el hotel,
y el día después nos acompañó en las oficinas del SAILD, nos hizo conocer el
equipo de la redacción de La voix du
paisan, los administradores de la Ong, el ingeniero Bertrand que había
estudiado en Osaka viviendo en el sexto piso de un edificio adonde en el
séptimo piso transitaba tranquilamente una autopista (otra jungla, nos dijo, más salvaje aun…); y Colette, una majestuosa
y monumental pantera negra, todo calculo y frenesí, era la administradora de la
Ong y de todo lo que pasaba por ahí: al instante sabía coordinar amistades,
relaciones, amores y sacar auditorias de
lo pasado y de lo futuro, una auténtica femme
fatale africana… la mujer ideal que
baila disfrazada en el país de los ibo… con de adehala el ser esposa de un
policía.
Nuestro amigo fue
Gafará, el cuidador de ganados, empedernido fumador que distrayéndose causa un
incendio apocalíptico y luego desaparece por un tiempo, y a su vuelta pregunta
–él siempre apartado y mudo– sobre el cambio del paisaje alrededor de la Ferme… con una sonrisa bien camuflada,
entre el cigarro siempre encendido y un saludo lejano, nunca desciframos si nos
saludaba con la mano abierta o si era un movimiento hecho para espantar la
multitud de moscas que siempre lo rodeaban. Gafará… misterio en la soledad de
la brousse africana.
Y el ex militante
comunista, estudiante en Montpellier y europeizado por ideales políticos, modas
y nonsense; ingeniero agrónomo
soñador y frío calculador en lo que podía ocurrir a corto plazo; Adolphe lo
recuerdo lúcidamente el día que lo vi llegar a la Ferme, parado detrás de la Hilux, ondulando una bandera roja y
cantando La Internacional, todo
excitado en comentarnos que en Italia habían ganado las elecciones los
comunistas: distantes nosotros y equivocado él, la dicotomía derecha-izquierda se había eclipsado hace tiempo en
Italia y en el resto del mundo, él seguía soñando en Camus, Sankara, en
Agostinho Neto, tal vez en un Che Guevara africano, que un día habría
descolonizado nuevamente al continente
negro. En Italia ganaron las elecciones los nuevos yuppies, los que
transformaron la antigua política en un negocio personal y en función de la
gran financia, en el resto del mundo carpe
diem. O viceversa. Que es lo mismo… únicamente
los libres pueden ser liberados.
La brousse
africana ofreció olvido y distracción a esta tragedia del hombre; la brousse
nos atrapaba desde horas tempranas de la mañana, cuando al despertar el café de
la moka sale más rico, más negro, más espeso, más sabroso, y te infunde la
energía necesaria para empezar el trabajo, para mirar el sol en su tímido
pronunciarse, el cielo en sus primeros alucinantes colores y el horizonte verde
cuando los monzones y amarillo cuando no hay lluvia. En la brousse todo es
violento y tierno, y la brousse se deja violentar y tiernamente devuelve su
origen, cada vez nueva, cada vez estrepitosa y al mismo tiempo mansa. Hombre y
naturaleza, en la brousse tienen la misma visceral esencia: Shaka Zulu y
pigmeos, leones y moscas tsé-tsé, sequías e inundaciones…
En África lo que
me ofreció un poco de alivio a las infernales temperaturas fueron las lecturas,
en la brousse a calmar el incandescente zenit del sol del mediodía lo más
refrescante fue la lectura de La señorita
Smila y su especial percepción de la nieve, en aquel bochorno, Peter Hoeg
logró hacer caer nieve hasta entre monos traviesos que asaltaban las
plantaciones de sandías rojas, amarillas y verdes.
Desde la brousse
quien se escapa, quien emigra, quien sale en busca de una condición mejor, va
engordando la miseria de la metrópoli, recomponiendo la estructura tribal del
village donde ha nacido: le petit frere
que debe obedecer al grand frere, la
prima que obedece a la tía, la chica al chico, en una interminable cadena de
órdenes y obediencias, fugarse para que nada cambie sino el lugar adonde se
ordena o se recibe órdenes. Un día tal vez vuelves y ya nada es lo mismo. Ayer
como hoy. Y siempre. Cuando la fuerza
dura mucho tiempo, se convierte en poder.
Cuando vas a la
ciudad entras a la boite, el baile
desencadena erotismo, el alcohol te desinhibe, la brujería de las mujeres que inyectan filtros amorosos con sus
miradas, en tus ojos, en tu sangre, y son afrodisiacos como un elixir
subsahariano, son la parte que falta para que la noche sea como el movimiento
de un mamba, el encanto y la ilusión de una hada Morgana, que el mañana nos
devuelve como una feliz alucinación, un safari en el espacio y en el tiempo.
Contemporáneo y espacial.
Y los ingenieros
–no sé si lo fuesen de verdad– ellos llegaban el martes por la mañana, si no
había llovido mucho y los caminos eran practicables, sino podíamos no verlos
toda la semana, cuando estaban en la
Ferme se ingeniaban en hacer transcurrir el tiempo, cocinaban, lavaban sus
prendas, seleccionaban semillas y una que otra vez los vi hasta sembrar sorgo,
cosechar porotos y maíz –el maíz que se salvaba de los ataques mañaneros de los
miles de loros verdes, amarillos y rojos– luego, cada viernes, en torno al
mediodía, ya tenían listos sus equipajes y ellos también estaban listos para
regresar a la Ville y estar con sus
familias hasta el siguiente martes. Gerard era el más simpático, vividor
bohemio sufría tremendamente el alejamiento de las luces, de sus femmes y de todas formas de bullicios
que la brousse no podía ofrecerle, llegaba ya cansado y se iba como si se
hubiera quedado meses, castigado; nunca nos invitó a su casa –casi todos los
otros lo hicieron– y hasta el último día de nuestra estadía africana no
entendimos el porqué; era amigable, fiestero, siempre alegre con un cigarro
encendido y una vaso de licor en la mano, un africano auténtico. El último día
lo acompañamos a la casa, camino a Yaundé para nosotros, allí se desveló el
misterio: salieron dos encantadora chicas de unos veinte años, resultaron ser
sus dos hermanas, de una voluptuosidad abrumadora, nos miramos yo y mi primo, y
nos acercamos a Gerard: “tu est vraiment
maudit” le dije y nos reímos despidiéndonos con cierta amargura… él nos
miró y miró a sus protegidas “hermanitas” riéndose.
Nuestras vidas,
todas las vidas están escritas, el arte es extraerlas, el artista es quien las
vive –los poetas son los legisladores más desconocidos del mundo– y así vamos
forjando nuestras vidas. No es el karma lo que nos conduce… tragedias que
ningún oráculo anuncia, comedias que ya están escritas, y nuestro oficio, el
eterno oficio del Homo Sapiens, es
extraer de la materia, darle forma, luz, voz, a la insostenibilidad y
transformar en resiliencia todo el nuestro dran…y
hacernos regalar de la brousse africana toda la poesía y la belleza de nuestra
imperfección.
Junio 2018
_____
Imagen: Africano del Museo de Lyon
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