Lloran las parras
en septiembre. Los días están soleados. El cielo azul cobalto. Pasan
golondrinas desbalanceadas, enormes nubes de Miyazaki, espectáculos movedizos
de niños soñadores. Florecen los manzanos, el toronjil cuyano expande su verde
claro por el jardín y los gatos campechanos dormitan sobre cajones de abejas
abandonados. La felicidad primaveral se mide con cuentagotas, pero es
permanente, y genuina. La jornada se alarga entre preparativos del huerto,
sorbos presurosos al mate amargo, llamadas de celular y nuevos azadones sobre
la tierra baldía. El crepúsculo es una fiesta anaranjada, gallinas en su primer
sueño y poleos humedecidos por el rocío cordillerano.
Y para las horas
nocturnas, Leonard Cohen, una copa de malbec, queso añejo y Michel
Onfray, Tratado de resistencia e insumisión. Nada gira hacia la
complacencia, no hay siquiera una tregua onírica, porque el mundo es una bomba
de relojería.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor),
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