PATXI IRURZUN
Durante aquel
verano, que sería el de 1982 u 83, yo estaba firmemente decidido a convertirme
en estrella del rock, pero lo dejé antes de dar la primera clase de guitarra,
pues el profesor vivía en la otra esquina del barrio y a mí me daba vergüenza
atravesar todas sus calles en llamas con la modosita funda de cuadros escoceses
a la espalda. Siempre me he parecido más a un seminarista que a Keith Richards
y creía que la gente pensaría que iba a catequesis, a ensayar el Alabaré, alabaré, en lugar de a aprenderme
el riff de Satisfaction. Así que tuve
que conformarme con seguir haciendo solos de raqueta delante del espejo en casa
e intentando aprender por mi cuenta los tres o cuatro acordes de Smoke on the water.
Pan pan pan, pan pan papán.
Todo el que
alguna vez haya soñado con tocar la guitarra eléctrica sabe que Smoke on the water, de Deep Purple es el
abecé del rock. Todavía lo sigue siendo y lo siguen aprendiendo las nuevas
hornadas de guitarristas. Lo sé porque mi hija, que no tiene vergüenza —no al
menos tanta, o tan enfermiza como yo—, ni pintas de seminarista, ni mucho menos
funda de guitarra con cuadros escoceses, vino el otro día de la escuela de
música trasteando sus notas.
Smoke on the water se publicó por primera vez en el disco Machine Head, de 1972, aunque la mayoría
lo conocimos gracias a uno de los directos más famosos de la historia del rock,
Made in Japan, grabado entre Osaka y
uno de los templos del hard rock , el Budokan de Tokio, en agosto de 1972 (Made in Japan, por cierto, no fue el
primer directo del grupo, antes, en 1969, habían grabado Concerto for the group and orchestra, junto a la Royal Philarmonic
Orquestra, anticipándose varias décadas a los conciertos sinfónicos con grupos
de rock ).
Curiosamente,
Deep Purple publicaron Made in Japan
a regañadientes, sin imaginar que miles de adolescentes y jóvenes nos lo
acabaríamos aprendiendo de memoria. Como
se aprendían los discos entonces. En nuestra cabeza (en la mía al menos, lo sé
porque ayer me bajé el cedé al coche y lo recordaba al dedillo) esculpimos para
siempre cada punteo de Ritchie Blackmore; cada gorgorito de Ian Gillan; cada
entrada con el órgano Hammond de Jon Lord. Incluso el solo de batería de Ian
Paice en The mule, que dura varios
minutos. Y, por supuesto, el momento exacto en que iba a sonar el disparo,
durante el desgarrador Child in time.
Porque Made in Japan y Child in time (que para algunos será ahora la música de un anuncio
de colonia, japonesa, por cierto), para nosotros eran el disco y la canción del
disparo, aquella en la que un espectador se suicidaba, mientras escuchaba
interpretar en directo su canción preferida, un tema de más de once minutos a
lo largo de los cuales el aullido de Ian Gillan, ese Jesucristo del rocanrol,
es capaz de llevarnos del cielo al infierno, de matarnos y resucitarnos en
varias ocasiones.
La leyenda urbana
de este heterodoxo harakiri ha
acompañado al disco durante décadas. El estallido que se escucha en el minuto
9:44 se parece mucho más a un disparo que a lo que en realidad debió de ser, el
chispazo de un bafle, un foco que explota, una nota o efecto inesperado en el
órgano de Jon Lord… Y, por otra parte, esa versión romántica y arrebatada del suicidio
conviene mucho más a la épica de la canción, que aborda temas como el mal, el
bien, la justicia o la propia muerte, con versos que hablan de hombres ciegos
disparando al mundo, balas que rebotan y trozos de plomo que vuelan. Pero lo
cierto es que no hay nada que pruebe la teoría del disparo, y nunca se
encontró, como se decía, ningún cadáver en las gradas, tras acabar el
concierto, a no ser que un gran manto de silencio lo cubriera como un sudario y
con él esta macabra historia, que por lo demás, se convirtió en todo un reclamo
para el disco, cuya comercialización, sin embargo, como hemos dicho antes, Deep
Purple inicialmente no acogió con mucho entusiasmo.
Hay varios
detalles que ilustran esta desgana. Por ejemplo, los conciertos se realizaron
en horario japonés, es decir, a media tarde, algo a lo que no estaban demasiado
acostumbrados los miembros del grupo británico, de hábitos más bien
noctámbulos, como demuestra que el cantante Ian Gillan saludara al público con
un irónico Good morning! O el hecho de
que el virtuoso guitarrista Ritchie Blackmore fallara en dos de los tres
conciertos con el riff de Smoke on the
water, el abecé del guitarrismo: pan
pan pan, pan pan papán (la toma que se utilizó finalmente fue la del 15 de
agosto, y Smoke on the Water la única
canción aprovechable de aquella tarde). Claro que el despiste de Blackmore
pudiera deberse, entre otras cosas, al extraño comportamiento del cívico
público japonés, que cuando el músico llevaba a cabo el numerito en que
destrozaba su guitarra y la arrojaba al foso, insistía en devolvérsela una y
otra vez (cabe, por eso mismo, dar una oportunidad a la leyenda del disparo de Child in time, pues tal vez los fans
japoneses fueran tan educados que respetaran el ceremonioso suicidio de uno de
ellos, al que dejaron matarse en paz).
Made in Japan es, a pesar o por todo ello, una de las cimas del
hard-rock, bajando de la cual Deep
Purple se diseminó en una saga de memorables grupos como Rainbow o Whitesnake y
de proyectos personales de cada uno de los miembros (por el grupo han pasado
músicos como Joe Satriani, David Coverdale, Don Airey…).
Por lo demás, no
me gustaría acabar sin comentar que precisamente, una de esas aventuras, uno de
esos tentáculos de la saga acaricia de refilón la modosita funda de cuadros
escoceses de la guitarra que nunca llegué a tocar, pues Ian Gillan, el cantante
de Deep Purple, puso voz a Jesucristo en la ópera rock Jesus Christ Superstar (que en realidad es de 1970, previa por
tanto a Made in Japan, y que en mi
casa teníamos en una cinta doble, que despertaba en mí una extraña e intuitiva
atracción, previa al descubrimiento del hard-rock). Para redondearlo todo, a Ian Gillan le
ofrecieron ese papel después de escucharle interpretar Child in time, que se
grabó por primera vez en otro de los grandes discos de Deep Purple, In rock (1970).
Así que, quién
sabe, después de todo la catequesis igual tampoco habría sido un mal paso hacia
el camino de perdición del rocanrol: de hecho, a mi hermana, que sí aprendió a
tocar la guitarra, las monjas la llevaron a tocar una vez a una residencia de
abuelitos y volvió de allí muy contenta, entre otras cosas porque como
agradecimiento los anfitriones les ofrecieron unas cuantas copas de champán y
moscatel. Lo que ya no sé es si les tocó el Alabaré,
alabaré o el Smoke on the water.
Pan pan pán, pan pan papán.
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De LOS DISCOS DEL VERANO 9, 07/09/2018
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