HIGINIO TOPO
Cuando Van Gogh
deformaba en su pintura la naturaleza y el mundo que le rodeaba, y capturaba,
casi a ciegas, los sentimientos y las pasiones del ser humano, anunciaba ya la
sensibilidad expresionista que Munch, Ensor, Barlach, incluso Matisse (aunque
por otros caminos), acabarían configurando en medio de un ventisquero de
inquietudes que, en 1905, empezaron a codificarse en Dresden. Emil Nolde, que
se uniría a ese grupo innovador —Kirchner, Schmidt-Rottluff, y sus compañeros—
que había coincidido en la capital sajona, se convertiría en uno de los
pintores expresionistas más relevantes, y la gran exposición realizada
recientemente en el Grand Palais de París ha vuelto a poner de
actualidad la figura de este pintor torturado, moderno pese a su
conservadurismo, compañero de los nazis, original e insatisfecho, propenso a
creer que el mundo conspiraba contra él, condenado por el III Reich al infierno
de la degeneración. Esa retrospectiva parisina es una de las más
importantes que nunca se han realizado sobre él: hay que retroceder hasta 1969
para encontrar, al menos en Francia, una muestra anterior suya de cierta
importancia.
En realidad, Emil
Nolde se llamaba Emil Hansen, aunque adoptó como apellido la denominación de la
pequeña aldea de Schleswig-Holstein donde nació, Nolde, situada en esa zona
fronteriza de Dinamarca y Alemania, tantas veces disputada. Tuvo una larga vida
de casi noventa años que le permitió conocer el nacimiento del Deutsches
Kaiserreich guillermino, su desaparición, la revolución alemana
ahogada en sangre, la llegada de la República de Weimar y del Tercer Reich, el
hundimiento del nazismo, y la división de Alemania. El joven vástago de una
familia campesina, nacido en 1867, tal vez estaba destinado a continuar el duro
trabajo de sus padres, pero se hizo tallista en madera y empezó a trabajar en
una mueblería, donde se interesó por la escultura e incluso por la pintura,
aunque de una forma intuitiva, inclinación que consolidaría durante sus
estudios en Munich y en París. Tenía preocupaciones religiosas, que después se
plasmarían en su obra; una inclinación al misticismo, y, también, un
sentimiento de pertenencia a la nación germánica, pese a ser hijo de una tierra
de frontera, equívoca, cuestionada. De hecho, a consecuencia del Tratado de
Versalles y de la rectificación de fronteras decidida por los vencedores de
la gran guerra, en su región natal de Schleswig-Holstein se celebró
un referéndum que convirtió al norte de Schlewig en territorio danés.
Con poco más de veinte años, Nolde había descubierto a Millet y a Whistler, y se instaló en Karlsruhe, donde asistió a la Escuela de artes aplicadas. Vivirá después en Saint-Gall, en Suiza, y, en 1899, recala en París, donde continúa asistiendo a academias, prolongando su periodo de aprendizaje, aunque tiene ya treinta y dos años. El museo del Louvre le permitirá estudiar a Tiziano y a Rubens, y, también, a Puvis de Chavannes, aunque éste no le interesaba especialmente. Después, merodeó por la pintura de Manet, Degas, Daumier, aunque se reafirmó en sus inclinaciones contrarias al impresionismo, que le llevarían a oponerse a Liebermann, Corinth, Slevogt, exponentes del impresionismo alemán. En su evolución artística había rechazado los moldes de la Sezession berlinesa, y, cuando vuelve a su país (aunque Nolde se siente germánico), vive durante un año en Copenhague: en esa etapa le atrae la peculiar naturaleza del norte de Europa, esa región fría de marinas desbordantes, y estudia a Van Gogh, y, después, a Gauguin.
A la capital
francesa fue cuando terminaba el siglo, aunque París lo decepcionó, según nos
cuenta Nolde en sus memorias. Allí, interroga a Manet (el padre involuntario
del impresionismo, que había muerto casi veinte años atrás y cuya Olimpia había
causado un escándalo antes de que el propio Nolde naciera), a Degas, a Van Gogh
(también muerto diez años antes), aunque Renoir le parece prescindible. Pero el
arte occidental está cambiando de una forma vertiginosa: una década después
Nolde se interesa por Matisse, que tiene casi su misma edad, y que ya muestra
inclinación por el arte primitivo africano, como el joven Picasso. Nolde
frecuenta artistas, bebe de la tradición y de los movimientos contemporáneos,
pero es un hombre solitario, con tendencia a aislarse de la vida, obsesivo,
aunque permanezca muy atento a la evolución del arte en Europa. Tal vez por
ello, su relación con la Sezession alemana y con Die
Brücke fue circunstancial, y su expresionismo es singular, exaltado,
casi fanático. Esa curiosidad por el arte que Europa llama primitivo aumentará
en Nolde hacia finales de 1911, cuando frecuenta el Museo etnológico de Berlín
(antes de su salida en la expedición alemana que se dirige a los mares del Sur)
y, en él, observa con detenimiento máscaras africanas y melanesias, arte
egipcio, copto y chino, que influirán en su evolución.
En 1901, Nolde
alquila un apartamento en Berlín: observa las noches locas, aunque escribe: “no
amo estar aquí”; algo que no le impide decir también que Berlín es una ciudad
estimulante. Los primeros años del siglo XX, previos a la gran guerra,
son los que denominará en sus memorias, “los años de combate”. No sospechaba
hasta qué punto iban a cambiar la historia. En la capital alemana, observa el
espectáculo de la decadencia de la sociedad burguesa, y lo pinta, con
personajes vestidos con fracs negros que contrastan con los colores brillantes,
las luces artificiales, el apogeo de la nueva gran potencia alemana que quiere
disputar a Londres y París el secreto de la hegemonía y la gloria del mundo
capitalista. Es ya un hombre maduro, y los años corren veloces. En 1906, el
grupo Die Brücke(Kirchner, Schmidt-Rottluff, Heckel, Pechstein y
otros) invita a Nolde a Dresden. A todos ellos les atraen las tempestades de
colores de Nolde, que acepta la invitación del grupo para colaborar. Sin
embargo, es un hombre mayor (tiene ya casi cuarenta años) que los pintores
de Die Brücke y, poco después, Nolde abandona Dresden y se va
a vivir a la isla de Alsen, pegada a la península danesa, una tierra que en ese
momento es alemana, aunque volvería a ser danesa después de la gran
guerra. Esa dualidad de Alsen puede aplicarse también a Nolde: a veces, es
danés; en ocasiones, alemán, aunque acaba predominando el germanismo. Sigue muy
interesado en la pintura, pero también en los grabados en madera, en las
litografías.
Los colores
violentos, el primitivismo, son rasgos que le unen a otros expresionistas de
principios de siglo, aunque no por ello deja de ser un solitario. En la
retrospectiva parisina podían verse obras de su primera etapa: Mar,
atmósfera luminosa, de 1901, con la línea del horizonte remarcada en
blanco; Claro de luna, de 1903, con una casa en primer término, una
claridad en medio del atardecer, que denota soledad, tal vez la que él mismo
sentía. También, El huésped de vacaciones (hombre bajo los
árboles), de 1904, donde un hombre lee bajo un árbol, y la atmósfera está
llena del colorido impresionista, con grumos de pintura por el lienzo; Primavera
en la habitación, de 1904, con una mujer ensimismada. De igual forma, podía
verse el inquietante Retrato de Ada, de 1903, donde su mujer se
sujeta la cabeza y mira al espectador con ojos inquisitivos. En 1906, ya en
contacto con Die Brücke, Nolde trabaja el grabado sobre madera, de
aspecto rudo y antiburgués, muy querido por los expresionistas. Además,
desarrolla la litografía. Dos personajes en el albergue, de 1908,
es apenas unas tacas negras en el papel, que perfilan de forma imprecisa a los
personajes. Y Los mineros, de 1908, tela que muestra a un grupo de
cuatro picadores sentados a la mesa, conversando, donde el personaje de la
derecha recuerda vagamente a Bakunin.
Los grabados en
madera expresionistas de Nolde son negros, ásperos, deliberadamente “feos”, y
las pinturas de 1906 y 1907, con jardines, denotan un abuso del color, un caos
abigarrado que confunde objetos y personas para fundirlo todo en una orgía
cromática. En esos años, pinta también lienzos con figuras que conversan, que
están de pie, en la naturaleza, en jardines, vestidos con largas túnicas hasta
los pies. De ese tiempo es El pintor Schmidt-Rottluff, de 1906,
donde vemos a su camarada con gorra y un cigarro en la mano, que se confunde en
la disposición de la pintura; y Ronda endiablada, de 1909, con un
grupo de muchachas bailando, que es apenas unas grandes manchas de color,
cercano ya a la abstracción aunque se aprecian las figuras; además de El
puente (Die Brücke), de 1910, con un pasadero de madera que hace referencia
al grupo. De esa época, los aguafuertes sobre acero son magníficos. En el Grand
Palais estaba el Autorretrato, de 1911, o Madame N
(madame Ada Nolde), del mismo año. Y la serie sobre el puerto de Hamburgo,
de 1910. El grabado sobre madera Profeta, de 1912, nos enseña el
rostro desolado de un profeta, con barba y mirada desesperanzada. En el
café, de 1911, Nolde recoge la vida relajada, burguesa, de antes de la
guerra. En Ante un vaso de vino, también de 1911, vemos a una mujer
en un café, en una composición parecida a las pinturas de Kirchner. Espectadores
en el cabaret, del mismo año, está resuelta con el color dispuesto en
grandes manchas, en una tela feudataria del fauvismo.
Poco después del
inicio de la gran guerra, Nolde vuelve a la isla de Alsen, y allí
pinta más de ochenta cuadros, aprovechando sus recuerdos del viaje a los mares
del Sur iniciado el año anterior. En esos años, trabaja con pasión: Retrato
de hombre (Gustav Schiefler), de 1915, donde el personaje está con
sombrero de copa, gafas, y una atmósfera mortuoria a la que ayuda una mirada
fría, sin ojos apreciables. Su obra religiosa empieza a ser muy
importante: hasta el punto de que, entre 1909 y 1951, Nolde pinta cincuenta y
cinco cuadros de esa temática. Sin duda, la serie La vida de Cristo,
que ilustra en nueve lienzos momentos relevantes de ese profeta y dios, es su
trabajo más notable en esa época, considerada por muchos como su obra más
importante. La serie, de 1911-1912, tiene nueve episodios, con escenas del
nacimiento, y otras que muestran a Jesús con los doctores del templo; a los
reyes magos, a Cristo y Judas, a las mujeres en la tumba, y al apóstol Tomás.
La impresión del conjunto es poderosa, con el estallido de colores y las
figuras estilizadas del expresionismo. Antes, había pintado Cristo en
Betania, de 1910, con el nazareno y dos mujeres, en ese pueblecito en el
monte de los olivos no lejos de donde el resucitado ascendió a los cielos,
representados en una actitud equívoca, puesto que parecen más unas amigas
conversando que figuras relevantes del cristianismo. El profeta tiene el cabello
rojizo, decididamente femenino. También es de esos años La crucifixión,
de 1912, con la gran figura del Cristo, esquelética, doliente, y, a sus pies,
María Magdalena, María y Juan, y los dos ladrones crucificados, cuadro
inspirado en el retablo renacentista de Grünewald, y, abajo, soldados y
mujeres. Así como La resurrección, de 1912, con una fantasmal
figura de Cristo que surge de las sombras. Y La Ascensión, del
mismo año, con el nazareno que semeja una mujer exhibiéndose en medio de un
grupo de hombres. Y La incredulidad de Tomás, de 1912, con el
personaje bíblico a quien Cristo, también afeminado, enseña sus llagas, pese a
parecer una figura que se comporta como si llevase un vestido de noche. Fueron
pintadas en Berlín, simplificando la forma de las figuras, con un deliberado
primitivismo, que modela toscamente los personajes.
A partir de
mediados de los años veinte, Nolde se instala en Seebüll: no tardaría mucho en
llegar la época nazi y, con ella, su triunfo fugaz y su desgracia. Nolde había
dicho: “No conozco nada de política. Arte y política me parecen opuestos.” Sin
embargo, Nolde pasó de una sensibilidad próxima a la izquierda revolucionaria
(aunque nunca tuvo el vigor crítico y la aspereza del Beckman posterior a
la gran guerra, ni, mucho menos, el rigor y la denuncia ante el
espectáculo de la podredumbre del capitalismo que mostraron Grosz o Dix) al
apoyo a la causa nacionalista. Nolde tiene 66 años cuando los nazis llegan al
poder: ha vivido treinta y tres años en cada uno de los dos siglos. Está viejo,
cansado, pero espera grandes cosas del nazismo, sin saber que él mismo pasará
del nacionalismo y de la exaltación hitleriana a la infamia del arte
degenerado.
En abril de 1933,
Nolde saluda en una carta el “hermoso levantamiento del pueblo alemán”, el
mismo mes en que los nazis cierran la Bauhaus de Berlín,
decisión que no parece inquietarle. En ese año en que las olas del peligro
llegan a todos los puertos alemanes, la Liga nacional-socialista de estudiantes
propone a Nolde como presidente de las Escuelas de arte unidas. Nolde lo
rechaza “para preservar su independencia”, pero se ve obligado a dejar la
Academia prusiana de bellas artes. En ese momento, Goebbels era favorable al
expresionismo, y compite con el reichsleiter Alfred Rosenberg
para conseguir el control de la cultura en el III Reich. El ministro de
Propaganda apuesta por autores como Nolde y Munch en la búsqueda de un arte
racial que sea una de las expresiones culturales de la nueva Alemania
nazi. La ambivalente actitud de los nazis hacia el arte moderno, que se debate
en sus inicios entre la inclinación de una parte de la juventud nazi hacia el
expresionismo, y el afán de satanizar la pintura moderna como
fruto de la conjura bolchevique y de la influencia judía, termina cuando Hitler
proclama su aversión hacia el arte moderno. En noviembre de 1933, Nolde,
Schmidt-Rottluff, Heckel, Barlach, Behrens, entre otros, son invitados a la
inauguración oficial de la Cámara de Cultura del Reich, pero no todos responden
con el entusiasmo de Nolde, que es también invitado por Himmler a Munich: todo
parece sonreírle, y el pintor está fascinado por el discurso de Hitler, a quien
califica de “genial hombre de acción”.
Después de la
muerte de Hindenburg, en 1934, Goebbels impulsa el culto a Hitler. Una declaración
de lealtad, publicada en el Völkischer Beobachter (El
observador popular, órgano oficial del partido nazi, NSDAP) lleva las
firmas de Furtwängler, Richard Strauss y Nolde, entre otros muchos
intelectuales y artistas. En septiembre de ese mismo año, Nolde se afilia al
NSAN, National-Sozialistische Arbeitsgemeinschaft Nordschleswig,
una cooperativa nazi. Poco después, el NSAN es absorbido por el partido nazi
del norte, NSDAP-N. De hecho, desde los años veinte, Nolde había colaborado con
grupos que están en el origen del nazismo. En 1934, Nolde es miembro de los
grupos nazis de Schleswig-Holstein, que se integrarán en el NSDAP poco después.
En esos años, su lenguaje coincide con el discurso del nacionalsocialismo:
Nolde califica a los judíos como “hombres diferentes a nosotros”; no acepta la
menor crítica a Hitler y quita importancia a la represión nazi, pese a todas
las señales de alarma: el dirigente comunista Ernst Thälmann había sido
detenido ya en 1933, y el KPD era perseguido con saña, en un momento en que
Hitler ensangrentaba a Alemania: no debe olvidarse que Dachau, el primer campo
de concentración nazi, se fundó en 1933, y Bergen-Belsen y Sachsenhausen en
1936. Esa actitud de Nolde, oportunista, acomodaticia, cómplice, lleva a que
algunos de sus amigos, como Kirchner y Heckel, se distancien de él. Igual que
Nolde, Heckel pasará de ser invitado por los nazis en 1933 a formar parte
del arte degenerado, pero su evolución política será distinta. Sin
embargo, Nolde no se imagina que su vida esté a punto de cambiar.
En 1937, el
tribunal de Hamburgo delibera sobre la adhesión de Nolde al NSDAP. Concluye, el
18 de marzo, afirmando que Nolde “no se adhirió” al partido nazi, una forma de
situarlo en la marginalidad, pese a las evidentes muestras de adhesión al
nazismo que el pintor había manifestado. En julio de 1937, se sella su destino
en la Alemania nazi cuando se realiza la exposición de “arte degenerado”, en
Munich. Nolde está representado en la muestra con cuarenta y ocho pinturas,
junto a obras de Chagall, Grosz, Dix, Munch, Beckmann, Klee, Max Ernst,
Kandinski, Marc, y sus viejos compañeros Kirchner, Schmidt-Rottluff y
Pechstein, entre otros. Nolde ha pasado a ser un pintor degenerado,
un exponente del arte que se opone a la pureza racial, que corrompe el ideal de
la tradición donde debe mirarse Alemania. Así, más de mil obras de Nolde son
retiradas de los museos alemanes. Es aislado por el poder nazi, y el pintor
interpreta esa decisión como un eslabón más de la cadena de enemigos que ha
tenido a lo largo de su vida y que, según él, siempre han pretendido
marginarlo: desde los judíos, hasta los marchantes, pasando por la prensa, por
algunos artistas como Max Liebermann (que había fundado junto a Walter
Leistikow la Sezession berlinesa, y que fue considerado, junto
a Lovis Corinth y Max Slevogt, uno de los más notables impresionistas
alemanes), y culminando con los nazis. A quien padece manía persecutoria, no
hay nada que le reafirme más en su obsesión que una persecución real. Sin
embargo, a la hora de las quejas, Nolde no quiere reparar en su inicial
acercamiento al nazismo, ni en los éxitos que ha conseguido desde los años
veinte. Nolde tiene una salud precaria en ese momento: es operado de un cáncer
de estómago, en una curiosa coincidencia con Matisse, que padeció un cáncer de
duodeno, también a edad avanzada. En ese 1937, Nolde tiene ya el viento de la
historia en contra: sus obras son consideradas un ultraje a la raza
aria, pero sigue intentando conseguir los favores del nazismo, hasta el
extremo de que, en julio de 1938, intenta ponerse en contacto con Goebbels, y
proclama, en la carta que le dirige, su defensa del partido nazi y del régimen
nacionalsocialista, además de exaltar la idea de la germanidad y la importancia
histórica del nazismo. Solicita, además, que se le devuelvan las obras que
están en poder del Estado nazi. Goebbels no le contesta, pero le envía al
pintor las obras pedidas. Esa patética sumisión de Nolde, humillante y
oportunista, no le servirá de nada.
Algunas de sus
etapas artísticas son muy precisas, identificables: las pinturas surgidas
durante su viaje a los Mares del Sur, o las que pintó en el Berlín anterior a
la gran guerra, documentando los cabarets, como hizo
Toulouse-Lautrec en el París finisecular. Las acuarelas sobre figuras exóticas,
de Papúa, de las islas del archipiélago de Bismarck, inspiradas durante ese
viaje por el océano Pacífico entre 1913 y 1914. O sus obras sobre cuestiones
religiosas, tan obsesivas; o sus marinas, tan pertinentes en un hombre nacido
en una pequeña península, cerca del mar. En su tierra natal pintó los canales y
el Mar del Norte; campesinos y pescadores daneses. La cuestión de la
autenticidad, que tanto obsesionó a Gauguin, intentando encontrarla en la
naturaleza y en la vida primitiva, está también en Nolde, como
puede verse en las obras que pintó durante ese periplo por el Pacífico. Antes
de de su viaje a Papúa, ese territorio disputado por británicos, alemanes y
holandeses, había descubierto, en el Museo etnográfico berlinés, el arte
primitivo, interesándose por objetos africanos, coreanos, chinos. Merece la
pena que nos detengamos un momento en ese viaje de Nolde.
La aventura se
inició en Berlín, el 3 de octubre de 1913, de donde partió con su mujer, Ada.
Era una expedición organizada por el Reichskolonialamt (la
Oficina imperial para las colonias) y dirigida por los doctores Külz y Leber,
que fue quien le ayudó a participar. Llegaron en tren a Moscú, donde
permanecieron entre el 4 y el 7 de octubre, en la atmósfera opresiva del
zarismo. Atravesaron después Siberia y la Manchuria: pasaron por Omsk, Tomsk,
Irkust, Harbin (ya en China), y llegaron a Seúl, en Corea, que en ese momento
estaba ocupada y convertida en colonia por el Japón. Alcanzaron después Kioto,
Tokio, Nagasaki. De nuevo en China, llegaron a Pekín el 10 de noviembre de
1913, y pudieron admirar la ciudad prohibida y las tumbas Ming, para viajar
después a Huangshi, y, en barco, llegar a Shanghai el 20 de noviembre de 1913,
donde Nolde realiza una serie de acuarelas, sobre todo de juncos. Continuaron
en barco hasta el río de la Perla, para visitar Hong-Kong y Cantón, y
desembarcaron en Manila el 2 de diciembre. Después, visitaron las islas Carolinas,
que eran colonias alemanas. Finalmente, llegaron a Madang, ya en Papúa, donde
permanecieron desde el 10 de diciembre de 1913 hasta el 20 de mayo de 1914.
Ha ido trabajando
a lo largo del viaje: a finales de ese 1913, Nolde remite a Alemania unas
doscientas cincuenta acuarelas. Después va a otras islas: Manus, Kavieng,
Rabaul, aunque la parte más relevante de su viaje es el periodo de enero a
abril de 1914, cuando pinta las obras más notables de esa aventura: puede
disponer, incluso, de una vieja cárcel (en Käwieng, en la pequeña isla de Nusa)
que le facilitan las autoridades coloniales para que la utilice como taller. En
la isla de Manus, visita a los que consideran indígenas hostiles y pinta
acuarelas teniendo el revólver al alcance de la mano, igual que su mujer, que
le acompaña: confiesa en sus memorias que nunca había pintado con una tensión
tan extrema. Nolde pinta retratos y paisajes, con pasteles y acuarelas, y unas
decenas de óleos. Después, inicia el regreso a Alemania: pasa por Ambón, en las
islas Molucas; por Makassar, en las islas Célebes, para llegar a Yakarta el 20
de junio, donde se interesará por el teatro javanés. Alcanza después Singapur,
Penang; Rangún, donde admira los templos birmanos, Mandalay; de nuevo, Penang,
y de allí salta a Colombo, en la vieja Ceilán colonial. Llegan después a Adén,
en el Yemen, y atraviesan el Mar Rojo y el canal de Suez para llegar a Port
Said, y, después, a Marsella.
Nolde no pintó
muchos óleos durante el viaje, pero sí acuarelas y piezas con la técnica del
pastel, y el material que recoge le será útil después. Tuvo algunos percances
durante el regreso: el más molesto fue cuando las autoridades británicas le
confiscaron las pinturas y los equipajes durante la travesía del canal de Suez,
y, aunque, por un azar, pudo recuperarlas en 1921, en Gran Bretaña, muchas
serían destruidas durante los bombardeos de Berlín al final de la Segunda
Guerra Mundial. Ese viaje aumentó su gusto por las figuras exóticas, indígenas
y máscaras africanas, que ya se había manifestado en 1911, y por siberianos y
rusos, en pinturas de los años 1914 y 1915. De sus inclinaciones y apuntes
surgirían Familia papúa, de 1914; y Salvajes de Nueva
Guinea, de 1915; así como El soberano, de 1914: una pintura
orientalista, con un visir ataviado con turbante, con odaliscas desnudas detrás
de él. O Desnudos y eunuco, de 1912, donde se aprecian a dos
mujeres y el eunuco. Pero sus mejores obras son las expresionistas, anteriores
a la gran guerra, como En el hostal del pueblo, de 1912. También
algunas, delicadas, como Nadja, de 1919, donde vemos un rostro de
mujer, con ojos azules y labios rojos. Algunas pinturas son inquietantes,
como Animal y mujer, de 1931-35, donde un enorme animal (¿perro,
león?) está sobre una mujer desnuda, sugiriendo un contacto sexual.
Los grandes
girasoles que Nolde pinta a final de los años veinte, y los paisajes marinos, a
veces encendidos, a veces tenebrosos, muestran su intimidad con la naturaleza y
el mar, que pinta antes de la gran guerra con mucha
frecuencia, con tendencia a presentarlo como un peligro, un mar bravío. En la
muestra de París podía verse Sol de los trópicos, de 1914, un
magnífico paisaje, con un sol rojo, en un cielo de cinabrio. Crepúsculo,
de 1916, que nos enseña un atardecer moribundo, verde y amarillento,
amenazador, donde, como en otras de sus telas de paisajes, parece encerrarse la
sabiduría y la tradición que llegaba al siglo XX desde Patinir y Carracci hasta
Turner y Constable, pasando por la escuela de Barbizon, sin olvidar la mirada
alemana de Philipp Otto Runge y de Caspar David Friedrich (que, curiosamente,
iría a morir a Dresden).
Su vejez es
amarga. En 1939, obras de Nolde son destruidas. Se convierte en una víctima del
nazismo, aunque en ningún momento su vida estará en peligro: recibe un trato de
favor, no en vano había colaborado con el régimen hitleriano, comportándose de
una forma oportunista. Para justificar esa actitud de Nolde, sus defensores y
quienes han intentado ser comprensivos con su trayectoria han hablado de la
senectud del pintor, de su ingenuidad, incluso de su inconsciencia, pero lo
cierto es que mientras otros intelectuales alemanes arrostraban el exilio,
incluso la muerte, Nolde ni siquiera se pronunció contra el nazismo, ni se
distanció del régimen. Al contrario.
En 1940, Nolde se
instala en Seebüll, junto a la frontera danesa, y, en el verano de 1941, le
notifican la prohibición de pintar: unos meses antes se había rebajado a enviar
a la Cámara de Bellas Artes del Reich sus obras más recientes para que fuesen
evaluadas. Muy a su pesar, ha pasado a ser un apestado, un pintor que no
acompaña a las glorias del III Reich, un artista que no puede aportar nada al
alma heroica que los jerarcas del régimen quieren que exprese el nuevo arte
alemán: Nolde está atrapado entre el nazismo y la pintura degenerada.
Se ve obligado a pintar clandestinamente, y, así, pintará más de mil acuarelas
de pequeño formato, que llamará los cuadros no pintados. Muchas,
son de una gran sencillez y belleza, como la que tituló Mar claro,
costa arbolada y dos veleros. En 1942, Nolde se va a Viena, controlado por
la Gestapo. Dos años después, en 1944, su taller en Berlín es bombardeado.
Pierde muchas obras, y pinturas de amigos como Klee, Feininger, Kandinski,
Kokoschka. La guerra termina, y Berlín se convierte en un océano de ruinas.
Nolde está en el final de su vida, aunque vivirá aún una década más. Después,
como signo de los nuevos aires de guerra fría que llegan de
Washington, es rehabilitado en 1951, y expone en la Biennale de Venecia y en la
Documenta de Kasel, pero es ya una sombra del pasado, porque, pese a la fuerza
de sus pinturas expresionistas, a la cólera de sus personajes de naufragio, a
sus colores rebosantes y airados y al empeño glacial con que quiso triunfar
enfangándose con el nazismo, tal vez Nolde no entendió nunca el mundo, ni la
vida.
El viejo topo, núm. 256, mayo 2009.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/web/revistas.php?numRevista=256
El viejo topo, núm. 256, mayo 2009.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/web/revistas.php?numRevista=256
_____
De REBELIÓN,
02/09/2009
No comments:
Post a Comment