INTRODUCCIÓN
El 28 de junio de
1914, los nacionalistas serbios asesinaron al archiduque Franz Ferdinand,
sobrino del emperador austrohúngaro Franz Josef, y heredero al trono en
Austria-Hungría, detonando una serie de acontecimientos que el imperialismo y
el rearme prepararon durante el último cuarto del siglo XIX y la primera década
del XX, pero que nadie en Europa efectivamente esperaba como algo que fuera a
suceder en el corto plazo. En los últimos días de julio, media Europa entró en
guerra, y en los meses siguientes, muchos otros países se unieron a esta brutal
carnicería humana.1
Muchos asumieron
que la guerra demarcaba un sistema binario en el que se debía tomar partido:
por un lado se oponía a las democracias contra los imperios, la libertad contra
el autoritarismo y el militarismo prusiano. Por otro, y en términos culturales,
la guerra oponía a una Civilización occidental, fruto del iluminismo, el
liberalismo y la Revolución Francesa, contra una Kultur enraizada
en las tradiciones de Alemania. Incluso en los países que no se involucraron
directamente en la guerra, que mantuvieron su neutralidad al menos los primeros
años, la opinión pública también se fragmentó entre aquellas fuerzas proclives
a la Entente (muchas veces ocultando a la Rusia zarista), y las que respondían
a los Imperios de Europa central.
Argentina era uno
de estos países. El censo nacional de 1914 reveló que la población extranjera
en el país era del 30% y en la capital federal ese porcentaje ascendía al 50
por ciento.2 Aunque la mayoría de los extranjeros
provenían de Italia y España, países que no participaron en la guerra durante
1914, esta enorme proporción de europeos puso a la sociedad argentina
expectante de los acontecimientos del Viejo Mundo. Con este panorama, el
mantenimiento de los vínculos comerciales con el conjunto de los países
europeos, seguramente fue lo que llevó a Victorino de la Plaza a mantener la
neutralidad del país en la conflagración, decisión que mantuvo el radical
Hipólito Yrigoyen.3
La posición ante
la guerra de la clase obrera, la condición social del grueso de los inmigrantes
de la capital, a todas luces iba a ser fundamental, y también lo iba a ser la
posición que tomaran las corrientes que se disputaban su representación: el
socialismo, el sindicalismo y el anarquismo, sobre todo este último, que hasta
1915 dominó a la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la central que
nucleaba a la mayoría de las asociaciones gremiales argentinas y que a partir
de su Quinto Congreso (1905) había adoptado el comunismo anárquico como
orientación.4 Sin duda, la historiografía no ha estudiado
equilibradamente el rol de estos tres movimientos, y esto se capta al sopesar
la bibliografía que estudia al socialismo durante la guerra, con la que estudia
al sindicalismo y al anarquismo. En efecto, los debates internos del Partido
Socialista entre rupturistas y neutralistas, las insinuaciones pro-Entente de
sus cuadros dirigentes y finalmente el llamado a la ruptura de relaciones con
Alemania, han sido temas trabajados intensamente por la historiografía, pero
mucho menos lo fueron las discusiones existentes en el seno del sindicalismo y
el anarquismo.5 Esto sin duda no es justificable a sabiendas
de la importancia que adquirirían los sindicalistas a partir de estos años, y
la que aún mantenían los anarquistas, incluso luego de la feroz represión que
sufrió el movimiento en el Centenario.6 Este trabajo intenta ayudar a remediar esta
situación analizando al anarquismo porteño. Estudiamos las múltiples posiciones
que albergó sobre la Gran Guerra, examinando las notas publicadas en La
Protesta -periódico fundado en 1897 como La Protesta Humana, y
que en 1903 se transformó en La Protesta, la publicación más
importante del anarquismo militante argentino, y la única de esa corriente que
alcanzó una regularidad diaria-, y en Ideas y Figuras -revista
cultural de arte y literatura anarquista, fundada en mayo de 1909 y dirigida
por Alberto Ghiraldo, que no tuvo el mismo éxito que La Protesta, ni
en el espacio militante -aunque fue rica en las discusiones culturales y
políticas- ni en los años de presencia, ya que dejó de publicarse en 1916,
cuando Ghiraldo se fue a España.7
Sin duda, la gran
cantidad de artículos publicados en La Protesta nos obliga a
restringir nuestro estudio hasta la navidad de 1914, periodo en el que sin
embargo se definieron las posturas que asumirían sus cuadros intelectuales
hasta el final de la contienda. El objetivo del trabajo será desarrollar
algunos ejes que resultan relevantes para el estudio del mundo de las ideas.
Buscaremos observar cómo los intelectuales libertarios:
a) Explicaron
las causas de la conflagración.
b) Decidieron
el rol a cumplir por la minoría revolucionaria.
Este trabajo lo
encuadramos en la historia intelectual.8 Intentamos dilucidar las posiciones
novedosas que construyeron los propagandistas libertarios al calor del incendio
europeo. Analizamos estos debates donde se cruzaron el materialismo, las
explicaciones centradas en la política y la ideología, e incluso cierto racismo
cultural; vemos publicaciones donde convergieron las explicaciones
multicausales o sistémicas, con las unilaterales. Encontramos anarquistas que
sintieron esperanzas con la guerra, y luego se desilusionaron, otros que la
detestaron desde un inicio y otros que rápidamente tomaron partido por Francia
cuestionando todo lo proveniente de Alemania.
Cierto es que en
el anarquismo, mucho más que en el socialismo, las explicaciones y las tomas de
posición fueron muy variadas. Esta multiplicidad de apreciaciones se explica
porque el anarquismo no respondía a una ortodoxia teórica incuestionable ni a
una dirigencia política ya instalada, es más, incluso podría decirse que
durante la guerra, y por sus tomas de posición, cayeron en desgracia muchos de
los líderes anarquistas. En cierto sentido, podría sostenerse que en el
movimiento hubo tantas explicaciones posibles de la guerra como anarquistas con
espacio editorial y ganas de explicarla.
LA REPERCUSIÓN
LOCAL DE UNA FRACTURA INTERNACIONAL
El anarquismo
europeo ante el estallido de la guerra se fracturó en dos tendencias claramente
delimitadas. La primera estuvo encabezada por un grupo de figuras radicadas en
Londres, entre ellas Malatesta, Goldman y Berkman; y la otra por Kropotkin y un
grupo de anarquistas franceses, entre éstos, Malato, Grave y muy
tangencialmente Faure.9 Brevemente reseñaremos algunos ejes de este
debate que partió aguas en el mundo libertario, a través de la lectura de los
principales documentos colectivos de ambas tendencias.
En Londres, en
febrero de 1915 se redactó y publicó un manifiesto firmado por Malatesta,
Goldman y otros, intitulado "La Internacional Anarquista y la
guerra", que pretendía responder a los artículos que Kropotkin y Grave
publicaban en Freedom defendiendo a la Entente. El conjunto
del manifiesto era una denuncia de la guerra, que se consideraba "la
consecuencia fatal de un régimen que se basa en la desigualdad económica y el
antagonismo". Para estos anarquistas, ningún gobierno en particular era
responsable de la guerra, ya que ésta era la consecuencia inevitable del
capitalismo y, en ese sentido, ni Francia ni Inglaterra ni Alemania se
distinguían en lo más mínimo. Tampoco consideraban que la Civilización
cabalgara a la batalla llevando un estandarte nacional, por supuesto no el de Alemania,
Austria y Rusia, pero tampoco el de Inglaterra y Francia, en cuyas colonias se
comportaban como gobiernos retrógados, y en sus países utilizaban las armas
para reprimir huelguistas. Los Estados y el capitalismo eran los responsables
de esta masacre, y los anarquistas no debían confiar en los gobiernos, sino
proclamar que sólo una guerra es valorable: la guerra que liberaría a los
oprimidos de los opresores.10
En febrero de
1916 salió a la luz el primer documento colectivo de los anarquistas
defensistas,11 el Manifiesto de los dieciséis. El
texto estaba firmado por Kropotkin, Grave y Malato, además de otros
intelectuales que sostenían su posición desde varios periódicos,12 y era abiertamente pro-Entente y belicista:
no había que dudar al confrontar contra los intereses de Alemania. El
manifiesto sostenía que el pueblo alemán había sido engañado, y lanzado por sus
dirigentes a una guerra de conquista. Lo ideal, para los firmantes del
documento, era que el pueblo alemán dejara de pelear, pero hasta que esto no
sucediera la guerra no podía cesar, Alemania debía ser arrojada por fuera de
las fronteras de sus vecinos y pagar por los daños ocasionados. En ese
contexto, "hablar de paz", sostenían éstos, "era hacerle el
juego a Alemania", y adscribían completamente a la teoría de la guerra
justa anglofrancesa: la guerra la había iniciado Alemania y Occidente sólo se
estaba protegiendo de un ataque bárbaro. Además, para estos anarquistas, y a
diferencia de los radicados en Londres, existía un abismo que separaba lo que
representaba Francia de lo que representaba Alemania: un triunfo alemán pondría
fin a la emancipación y la evolución humana, y retrasaría a la Civilización al
menos unas cuantas décadas; así, era deber del anarquismo colaborar en la lucha
hasta recomponer las fronteras y expulsar al conquistador teutón, porque sólo
así la Civilización sobreviviría.13 Por supuesto, el Manifiesto no
decía nada del zarismo aliado a Francia e Inglaterra, que claramente hubiera
complicado la justificación de su toma de partido "civilizatoria".
Lo cierto es que
entre el grupo de Londres y los firmantes del Manifiesto de los
dieciséis había una diferencia conceptual: mientras los primeros
consideraban a la guerra como una consecuencia de un régimen social (el
capitalismo), los segundos consideraban que era un enfrentamiento cultural e
ideológico entre los representantes de la Civilización, de los que se veían
antes que opositores, profundizadores, y por otro, los representantes de los
imperios y los militarismos. El triunfo de la Entente, resultaba ser el mal
menor.14
Podríamos añadir
que esta experiencia traumática, no sólo golpeó al anarquismo sino también al
sindicalismo revolucionario europeo. Wayne Thorpe en "The European
Syndicalists and War, 1914-1918"15 ha sostenido que el defensismo de la
Confederación General del Trabajo francesa ha ocultado toda una rica práctica
internacionalista y opositora a la guerra que ha primado en el sindicalismo
revolucionario europeo, en especial en Alemania, España, Italia, Holanda y
Suecia, lo que le permitió convertirse en "el único movimiento que
sobrevivió a la guerra con sus credenciales revolucionarias intactas".16 De todas formas, Ralph Darlington matiza las
conclusiones de Thorpe y nos presenta un mapeo más variado, compuesto de
experiencias que no estudió Thorpe, como Gran Bretaña, Irlanda y Estados
Unidos. Darlington nos muestra que, en Irlanda y España, los sindicalistas se
mantuvieron opositores a la guerra, y con cierto auge entre la clase obrera,
mientras que en Italia y Francia, países beligerantes, el movimiento estuvo
plagado de luchas internas, siendo mayoría el defensismo, y reprimidas las
tendencias antibeligerantes; por otro lado, nos muestra una Gran Bretaña y
Estados Unidos, donde si bien el sindicalismo pudo organizar varias huelgas no
pudo imponerse como una oposición internacionalista a la guerra debido a su
tradición antipolítica que terminó minando su influencia.17 Este mapa variado y plagado de disputas
internas, con minorías que discutían a las opiniones mayoritarias, también lo
observamos entre los libertarios argentinos. Esto nos impide hablar de una posición
unívoca del anarquismo frente a la guerra, y nos obliga a pensar en la
existencia de múltiples apreciaciones y tomas de posición; y a discutir
sentencias como las del reciente libro de Ramón Tarruella, quien sostiene que
"[e]n la Argentina, el anarquismo se posicionó al lado de las ideas de
Malatesta [...] En el anarquismo vernáculo no había demasiadas divisiones al
respecto y se mantuvieron al margen del entusiasmo proaliado que surgió a
partir de 1917",18 desconociendo así los arduos debates que
ahora analizamos.
Efectivamente,
los intercambios que se produjeron en el anarquismo argentino no fueron menos
intensos que los que se dieron internacionalmente y, de hecho, tanto Kropotkin
como Malatesta contaban con una multiplicidad de discípulos a nivel local, el
primero por su teoría anarco-comunista de gran calado en el mundo libertario
porteño, a la que también adhería Malatesta, que además había residido en estas
tierras entre 1885 y 1889, editando La Questione Sociale y
haciendo una enorme labor organizando a los inmigrantes europeos.19 Ahora estos dos grandes referentes se
hallaban enfrentados.
Como en general
sucedió con los demás movimientos, la guerra tomó por sorpresa a los
anarquistas porteños que se encontraban intentando resolver la competencia
sindicalista de cara a la organización del movimiento obrero, y pendientes del
Congreso anarquista de Londres donde las internas internacionales buscaban
resolverse, aunque finalmente, por la misma guerra, no pudo desarrollarse. El
movimiento ya venía muy golpeado luego de la dura represión que se desplegó en
Argentina durante el Centenario de la Revolución de Mayo. Luego de la Semana
Roja de 1909, cuando se reprimió un acto por el 1 de Mayo organizado por el
anarquismo en la Plaza Lorea, se desarrollaron en Buenos Aires varios atentados
que las autoridades asociaron con el conjunto del movimiento anarquista (el más
resonante fue el atentado perpetrado por Simón Radowitzky contra el jefe de
Policía Ramón Falcón; luego, en 1910 una bomba estalló en el Teatro Colón, y
las autoridades rápidamente responsabilizaron del evento al anarquismo, aunque
nunca pudo probarse tal acusación) y que llevaron a la aplicación de la Ley de
Residencia (sancionada en 1902) y a la aprobación de la Ley de Defensa Social
de 1910, que fueron utilizadas para expulsar militantes al extranjero y
desarticular al movimiento localmente, mediante la prohibición de la propaganda
libertaria.20
Sin duda, el
Centenario significó un quiebre en la historia del anarquismo argentino.21 Juan Suriano nos menciona como causa de este
declive, no sólo la represión estatal, sino también la fuerte competencia
sindicalista en la organización del movimiento obrero, los cambios en las
dinámicas políticas de la Argentina a partir de la Ley Sáenz Peña y,
finalmente, las disputas en el seno del movimiento anarquista.22 Existen algunos trabajos que han puesto en
duda este declive del anarquismo, aunque resulta innegable que la enorme
influencia que tenían los libertarios en el movimiento obrero entró en crisis
en 1910 y se fue profundizando. En 1915, en el Noveno Congreso de la FORA, los
sindicalistas le arrebataron al anarquismo la dirigencia gremial.23
Sin duda, en este
contexto las discusiones generadas por la Gran Guerra no aflojaron tensiones
sino que las agudizaron. Apenas iniciado agosto, la reacción fue de
desconcierto, pero enseguida el anarquismo local se fracturó como también lo
hizo internacionalmente, entre aquella posición que pretendía convertir la
guerra en una revolución y la pro-Entente. De todas formas, estas dos
tendencias no tuvieron un espacio equiparable en las dos publicaciones aquí
analizadas: en La Protesta dominó claramente el neutralismo,
pero en algunas ocasiones publicó notas pro-Entente, mismas que tuvieron más
espacio en Ideas y Figuras, más que por su director, un claro
antibelicista, por el protagonismo que fue adquiriendo Juan Carulla.24
LAS
DIFERENCIAS INTERPRETATIVAS: LAS RAZONES DE LA GUERRA
El mundo
anarquista durante esos años fue un auténtico hervidero. Probablemente, entre
los libertarios hubo discusiones sobre cada una de las cuestiones relativas a
la Gran Guerra, por esa misma razón los dichos de Diego Abad de Santillán,
quien indicó que cuando estalló la guerra los anarquistas del país casi
unánimemente no vacilaron y mantuvieron un punto de vista en perfecta armonía
con las concepciones clásicas del anarquismo, apenas si son aplicables al
diario La Protesta y sólo sobre ciertos ejes.25
En las fuentes
rápidamente comprobamos que en el anarquismo hubo distintas explicaciones sobre
las causas de la conflagración, que se vincularon con diferentes maneras de
comprender la sociedad. Sin embargo, las explicaciones existentes no sólo
respondían a la distinción entre las concepciones marxistas (o
"economicistas" de la historia) y las anarquistas (relacionadas al rol
de la política y el Estado) sino también a la existente entre las visiones
monocausales, y las multicausales; es decir, entre aquellas que encontraban un
sólo responsable de la guerra y aquellas que encontraban más de una razón para
la conflagración. Sin embargo, probablemente la distinción más importante,
aquella que tuvo más incidencia política, fue la que existió entre las
explicaciones sistémicas (vinculada a cuestiones que fueran comunes a todos los
países involucrados en la guerra) y las explicaciones unilaterales.
Alberto Ghiraldo
fue una figura fundamental del anarquismo intelectual rioplatense. Se destacó
como poeta, periodista y dramaturgo, y fue director de Ideas y Figuras y
de La Protesta hasta 1906. Tuvo un pasado en la Unión Cívica
de Leandro N. Alem y en el socialismo (movimiento con el que siempre buscó
coincidencias, estando Ghiraldo en el espacio libertario), y se convirtió al
anarquismo en 1900 debido a la obra del criminólogo italiano y también
anarquista Pietro Gori, durante una campaña contra la pena de muerte. La de
Ghiraldo, fue una de las primeras voces que se manifestaron a favor del
monocausalismo en su versión economicista.26 El 21 de agosto, en su nota "Europa en
Guerra", presentó sus razones de la conflagración:
La causa
principal de esta guerra ha sido una causa económica, como la de las producidas
anteriormente en su mayoría. No el gesto del kaiser loco, pues; sí, la situación
crítica y sin perspectiva halagüeña de la industria alemana; no la necesidad de
la guerra por espíritu de revancha, por odio innato o por idiosincrasia de los
pueblos, sí el presupuesto elevadísimo para elementos bélicos, de peso
irresistible para las espaldas de los contribuyentes después de cuarenta años
de aumento progresivo; no el reto fanfarrón del oso blanco [Rusia] sino el
cálculo financiero y político de un gobierno tiránico que se encuentra frente a
un conflicto interno [... ] acallado fiera y aviesamente con la guerra.27
Como vemos, su
explicación no solamente fue economicista sino sistémica, y esto orientó su
toma de posición política. El mismo día en La Protesta, Fernando
Gonzalo publicó una nota intitulada "El hambre del hierro", donde
descartó las explicaciones de la guerra centradas en las razones personales e
indicó: "la guerra es un hecho perfectamente económico".28 Casi un mes después, Eduardo Gilimón les
respondió, especialmente al director de Ideas y Figuras. Gilimón
fue un militante que, como Ghiraldo, antes del anarquismo tuvo paso por el
socialismo, aunque a diferencia de este último, tuvo una ruptura más traumática
con el Partido Socialista, ya que desde La Protesta Humana (periódico
antecesor de La Protesta) cuestionó constantemente la opción
parlamentarista y conciliadora del socialismo. Fue una de las figuras fuertes
del equipo de redacción de La Protesta, y por su relevancia,
también fue víctima de varias deportaciones fruto de la represión del
Centenario a los libertarios porteños. Entre tantas idas y vueltas, entre
España, Uruguay y Buenos Aires, en 1920 se le perdió el rastro.29
De razones
económicas de la guerra, Gilimón no quería ni hablar. Cuestionó duramente el
economicismo de Ghiraldo, reavivando una vieja lucha interna que había
comenzado en 1906 y que terminó con el alejamiento de Ghiraldo de La
Protesta: "nada más equivocado que la aseveración hecha
irreflexivamente en una revista bonaerense por su director, sobre la situación
crítica y sin perspectiva halagüeña de la industria alemana", y afirmó que
consideraba "errónea la causal económica aludida". De todas formas,
Gilimón no pudo despegarse de la explicación monocausal de la guerra, la diferencia
estuvo en que lejos de encontrar su causa en la economía, lo hizo en la
ideología. El 25 de septiembre publicó en La Protesta un
análisis en el que el "principal factor de esta guerra (era) el
patriotismo", que según el autor es una "pasión que los gobernantes
estimulan en las escuelas cada vez más y que sustituyen con ventajas a la
pasión religiosa".30 ¿Por qué Gilimón rechazó el reduccionismo
económico? Porque no encontraba un "interés económico capaz de declarar la
guerra", ni capaz de querer mantener la "paz armada". Para éste,
la guerra era pesada y costosa, y nadie la iniciaría para buscar un beneficio.
Siguiendo con la
óptica monocausal, el 21 de agosto de 1914 Martínez Paiva manifestó en Ideas
y Figuras una visión fatalista donde la guerra no era otra cosa que
"una tácita obediencia a las leyes de la evolución histórica y nada
más", en el que el militarismo tenía el protagonismo. Para
Martínez Paiva, esta era una guerra esperada porque "Europa había
trabajado cincuenta años para la muerte", y sólo se necesitaba "el
soplo de la fatalidad [... ] para que la razón desapareciese y diese paso a la
locura". La guerra resultaba así la clara consecuencia de "medio
siglo de parasitismo militar, en el que no se ha economizado fuerza
ninguna", que agotó las "fuentes productivas, malogró el progreso y
detuvo su evolución ante la enorme muralla de bayonetas".31
Juan Carulla, de
quien nos ocuparemos luego con más detalle, en el mismo número de Ideas
y Figuras, compartió la opinión de Paiva sobre la bélica Espada de
Damocles que desde hacía años cundía sobre Europa. En ese artículo, lamentó que
las mayorías "se hayan dejado arrastrar por el chauvinismo de los
gobernantes y de las clases superiores" y luego negó que la guerra haya
sido producto "solamente [de] los intereses y las especulaciones
financieras de unos cuantos potentados".32 De este modo se alejó del economicismo
vinculado al materialismo y consideró que la guerra se debía a una
"multitud de contingencias imposibles de prever, ni de evitar",
acercándose así a una posición multicausal de la contienda:
Antiguas
cuestiones de raza y de religión, y modernas diferencias de civilización y de
ideales progresivos han venido a hacer de la guerra que se desarrolla ante
nuestros ojos, uno de los más grandes acontecimientos que registra la historia
humana.33
Sin embargo, una
vez asumida su posición pro-Entente, encontró una nueva causa de la guerra en
el "agresivo militarismo alemán" que había invadido Francia y
Bélgica, lo que significó su giro al monocausalismo.
Por otro lado,
una de las más completas críticas al monocausalismo (en sus distintas
versiones) la encontramos en un editorial de La Protesta del 5
de noviembre de 1914, titulado "Los simplificadores".34 Ahí se cuestionó a todas las explicaciones
unilaterales que no tenían una visión del conjunto. Se indicaba que para
algunos pensadores "el materialismo histórico [...] explica(ba)
suficientemente la colosal hecatombe" y que "la guerra actual tiene por
motivo motor un interés puramente económico", pero se los cuestionaba ya
que esta explicación "quita a los actores principales de la tragedia, a
los gobiernos, toda responsabilidad". Era claro que para los autores, la
economía no era más importante que la política a la hora de explicar la
conflagración. Tampoco dejaban de criticar a aquellos "otros [que]
explican la guerra teniendo en cuenta solamente los factores de raza y la
diferencia de cultura", los que oponían el latinismo con el germanismo, el
primero fuerte y el segundo débil, ya que esto significaba caer en el fatalismo
de la raza, y la conquista de una nación por la otra. También la crítica de los
redactores alcanzaba a los "partidarios del hombre heroico" que
"atribuyen al carácter enérgico de pocos hombres todos los sucesos de la
vida que conmueven a los pueblos". Para los redactores de La
Protesta no había que "hablar de la responsabilidad de los
héroes", no podía explicarse la guerra por un único factor, y de hecho se
proponía todo lo contrario, "en todos los fenómenos históricos intervienen
un cúmulo de factores diversos que no pueden ser encerrados en una
fórmula".35
Esta visión
multicausal de la guerra puede ser considerada dominante en La
Protesta. De hecho, anteriormente también Blas Barri se había
manifestado en contra de considerar que la guerra pudiese ser explicada
únicamente por un factor;36 para él resultaba "un error considerar
al factor económico como causa principal de la guerra actual y sostener que los
demás factores son secundarios", porque "el Hombre y los grupos
humanos combaten también impulsados por la ambición o por ideas; no importa que
éstas sean prejuicios como el de casta, de raza, el patriótico, el religioso,
etcétera".37 Sin embargo, Blas Barri reconoció que
existió un factor principal a la hora del estallido de la contienda: "los
sueños de grandeza de los mandones rusos y prusianos"; otras causas
"han contribuido a ello pero ésta es la principal".38
Finalmente,
consideramos relevante para este análisis no excluir la obra del doctor Víctor
M. Delfino, porque ésta era promocionada con mucha insistencia en La
Protesta, y nos revela la clara elección por el multicausalismo de sus
redactores. Esta obra es un claro representante de la explicación multicausal
de la guerra; en las primeras páginas, al momento de describir su método de
análisis, advierte al lector:
Cuidaremos de no
ser unilaterales, haciendo el estudio de un sólo factor. Intentaremos presentar
la contextura geográfica, política, económica, etnográfica, religiosa,
diplomática, histórica y sociológica de Europa contemporánea. Esperamos que de
todo este estudio surja, no como una fatalidad sino como lógica consecuencia de
la situación creada por esos factores orientados en cierta dirección, la guerra
europea.39
Concluyó, al
igual que los redactores de La Protesta, que:
Las causas
anteriores de la historia, la evolución de la diplomacia, los preparativos
bélicos, la configuración geográfica, que los congresos han otorgado a la
Europa; los odios concentrados y ancestrales de raza y religión; la política
exterior; el militarismo; la rivalidad estratégica de los estados mayores
militares; los nacionalismos morbosos y desplantes apasionados hasta el delirio
de un patriotismo malsano y estúpido; todo ese conjunto enorme y complejo de
causas, actuando juntas, que involucran la vida entera de la humanidad, son las
que han precipitado y preparado al Continente europeo la lucha trágica.40
Estos debates nos
alertan sobre las diferencias interpretativas que existieron en el seno del
mundo libertario a la hora de explicar el suceso. El problema se agudizó cuando
estas diferencias hermenéuticas se tornaron diferencias políticas. En efecto, y
esto no podía ser de otro modo, algunas explicaciones de la guerra convergieron
en determinadas tomas de posición política: aquellos que vieron las razones de
la guerra en causas sistémicas, como el capitalismo, el patriotismo y el
militarismo, se volcaron hacia el neutralismo, lo mismo ocurrió con aquellos
que explicaron la guerra desde una multiplicidad de causas. En cambio, aquellos
que explicaron la guerra en términos culturales o por el ansia de conquista
alemán, no tardaron en apoyar a la Entente. Sin embargo, vale aclarar que no es
fácil saber si en el caso de los pro-Entente, su compromiso político se derivó
de una explicación de la guerra, o si la explicación se moldeó a su compromiso.
Probablemente, lo segundo. A continuación observamos cómo se partió
políticamente el espacio libertario.
LAS
DIFERENCIAS POLÍTICAS: NEUTRALISTAS REVOLUCIONARIOS Y ANARQUISTAS PRO-ENTENTE
Los
neutralistas revolucionarios: "convertir la guerra en una revolución"
La tormenta de
acero que estalló en Europa no siempre se presentó al orbe anarquista como un
hecho negativo. Efectivamente, las primeras apreciaciones que aparecieron en la
prensa libertaria fueron optimistas ante el desastre que se desataba, y sin
duda esto se vinculaba a las enseñanzas de Bakunin relativas al acto creativo
que va unido a la destrucción. Muchos propagandistas llegaron a celebrar el
estallido de la contienda al considerar que esta sería la última gran guerra
que padecería la humanidad, y el final de las masacres en gran escala.41 Para el anarquismo las formas de alcanzar la
"última guerra" eran múltiples: mientras algunos críticos del
capitalismo, los más idealistas, consideraron desde un mirada no-pacifista que
esta sería la última guerra porque instantáneamente se desataría una revolución
que acabaría con los causantes de todas las guerras (el capitalismo y el
militarismo) otros anarquistas llegaron a la misma conclusión desde un sendero que
no estaba determinado por el giro revolucionario: esta sería la última guerra
porque después de tamaño desastre y riego de sangre, nadie en el mundo querría
nunca más levantar un fusil. En este último caso, la salida revolucionaria ya
no era una certeza sino apenas una posibilidad.
Con el correr de
los meses, la posibilidad de convertir la guerra en una revolución, y que así
esta conflagración se convirtiera en la última de las guerras, se fue diluyendo
en el océano de los acontecimientos. Esto no quiere decir que en la prensa no
siguieran apareciendo textos que llamaban a la revolución, pero esta
posibilidad aparecía cada vez más alejada de la realidad, con menores certezas
que en el primer mes de la guerra. Dos fenómenos fueron fundamentales para que
esto sucediera:
a) El primero fue el inconmovible sentimiento
patriótico y belicoso de los pueblos europeos que parecían no aceptar razones
para abandonar los frentes de lucha. Podríamos definirlo como "el triunfo
del nacionalismo" en los pueblos.
b) El segundo motivo fue el sorpresivo
compromiso de muchos líderes del movimiento ácrata internacional con los
intereses de las potencias de la Entente, entre ellos Kropotkin, Grave y
Malato.
Pronto los
redactores de La Protesta, los principales promotores en
Argentina de convertir la guerra en una revolución, le quitaron vehemencia a
esta esperanza y fue la lucha interna con los pro-Entente la que dominó las
discusiones sobre la guerra. En Ideas y Figuras, la crisis de
lo que se podría considerar la "tercera posición" revolucionaria de
la contienda fue contemporánea a La Protesta, aunque a
diferencia de esta última, donde la crisis se correspondió más a una
frustración que a un cambio de perspectiva, en Ideas y Figuras su
principal redactor sobre el acontecimiento bélico, indicó que el deber del
anarquismo era abandonar el idealismo y sumarse a las fuerzas de Occidente. A
continuación desarrollamos los argumentos, las variantes, y el ocaso durante el
primer año de guerra, de esta tercera posición que invitaba a convertir la
guerra nacional en una guerra revolucionaria.
En los primeros
días de agosto sorpresivamente se presentó una guerra que no parecía tan
negativa. El 4 de agosto, un artículo firmado por Dante (p),42 enunció las posibilidades que abría el
estallido europeo:
Si la guerra y
sus consecuencias son un medio propicio para la liberación de los pueblos, en
buena hora aceptémosla como un augurio de victoria para la realización de
nuestras caras aspiraciones. Una revuelta política, o una declaración de
guerra, pueden ser muy bien la chispa iniciadora de una saludable revolución
social.43
Dingo (p), el 6
de agosto mencionó la posibilidad de que las minorías anarquistas dirigieran un
ataque contra los causantes de la guerra,44 y el día 8, Eduardo Gilimón redactó una nota
intitulada "¡Al fin...!", que era un alegato sobre las posibilidades
que abría la guerra.45 Esta nota comenzaba con una demostración de
satisfacción ante el acontecimiento: "¡Al fin la guerra! La esperaba como
los creyentes al Redentor, cual los náufragos atisban en el horizonte la vela
salvadora". Gilimón aseguraba que la guerra "es la liberación, es el
poderío brutal que va a quebrarse", y obrará felizmente: "sólo la
guerra puede destrozar al militarismo, su mayor enemigo es él mismo"; esta
guerra también será la última, porque con el capitalismo caerá el militarismo: "en
la catástrofe, en la singular hecatombe, caerán tronos y gobiernos,
capitalistas y ejércitos. Es el parto de la sociedad capitalista. Es el
nacimiento de la anarquía ¡al fin!". Sin duda, Gilimón era de los más
hábiles propagandistas anarquistas, y este alegato además de ser muy optimista,
tenía grandes ribetes literarios. Además de Gilimón, Dingo (p) y Dante (p),
Lino Nema (p) también coincidió en que de la guerra saldría la revolución,46 y E. Sanchez, el 14 de agosto definió el rol
que debía cumplir la minoría revolucionaria: "nuestro deber nos llama
también a la guerra, pero hacia la guerra final que terminará con todos los
Estados y sus privilegios instaurando en definitiva sobre la tierra la
verdadera paz universal: la anarquía".47 El 30 de agosto, Petit Gavroche (p) indicó
que la obra de los anarquistas no debía ser tomar partido por alguno de los
países enfrentados, sino esperar que el desgaste de los bandos dejara la
situación propicia para la revolución. "¿Qué haríamos entonces?", se
preguntó: "aprovechar sencillamente del cansancio y de la sorpresa que le
causaría nuestra intervención inesperada, para asestarle el golpe de gracia.
Esta y no otra deberá ser nuestra actitud".48 La guerra, en este sentido, para muchos
anarquistas en este momento de incertidumbres, generó optimismo.
De todas formas,
otros anarquistas, como Blas Barri, no parecían tan exultantes e indicaban que
era necesario esperar y ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.49 Lino Nema (p) ya en la primera semana
sostenía que aunque era deber del anarquismo convertir la guerra en una
revolución, sería trabajoso batallar contra la "sugestión de las
masas", quitar al pueblo de la "fiebre nacionalista", convencido
además de que esas semanas eran clave, ya que la revolución sólo sería posible
en los inicios de la guerra y no después.50 Este temor se hizo concreto cuando
transcurrieron los meses y los pueblos acrecentaron su compromiso con la
contienda, que Michael Neiberg explica por los efectos de la propaganda
patriótica y el deseo de vengar las bajas.51
Esta posición
alternativa dominó los sentimientos de los anarquistas hasta fines de
septiembre, incluso en la más heterodoxa Ideas y Figuras.
En el número 114
del 21 de agosto de 1914, C. Martínez Paiva fue el encargado de expresar este
sentimiento en Ideas y Figuras. Su nota se titulaba "La
última hecatombe" y comenzaba de la siguiente manera:
Por encima del
dolor y por encima aun de la visión macabra que origina la actual contienda,
hay que poner el corazón para que libre el cerebro de ataderos sentimentales
pueda ver a través de esta hemorragia que la Humanidad se salva, y como nadie
lo previó, gracias al baño de sangre en que hoy se anega el mundo. Porque de
esta guerra colosal, la más hermosa porque será la última y la más
trascendental, el hombre saldrá de ella maldiciendo de su error.52
Auguraba para las
naciones nuevos gobiernos, que por supuesto devendrían de la acción popular: la
república para Alemania, una confederación de Comunas para Francia, y concluía:
"Europa arde, pero qué importa si de ese fuego saldrá purificado el mundo.
¡Miremos el incendio!". Juan Emiliano Carulla, tampoco despreciaba las
posibilidades que abría la guerra, pero no por la confianza en la existencia de
un giro revolucionario, sino porque de ella todos saldrían maldiciendo al
militarismo, esto era lo que explicaba que "esta hecatombe guerrera sea la
última de las de su índole":
Así como ciertas
enfermedades curan de golpe, después de una evidente reagravación de todos los
síntomas, así Europa y con ella nuestra América, herida también por el cáncer
militarista, advendrán al ritmo normal de la verdadera paz, después que los
mares y las tierras se tiñan abundantemente de sangre y después que en los
campos devastados y en las ciudades reducidas a escombros haya resonado el
primer quejido del hambre, de las mujeres y los niños.53
Cuando le tocó
mencionar la posibilidad de una revolución, Carulla ya no estaba tan seguro:
"nuestras previsiones no pueden ir tan lejos". Carulla, por supuesto,
no fue el único que vio la posibilidad de la última guerra en un
"despertar de conciencias" antes que por una obra de política
revolucionaria. Max J. en La Protesta, pronto sostuvo
que:
[...] algo está
muriendo entre el estrépito de la guerra y ese algo es la guerra misma [y que]
era preciso un periodo de locura universal, en que la vida se hallara frente a
frente con la muerte, para que la terrible pesadilla, impuesta por algunos
hombres, exaltados defensores de las ideas ancestrales, se disipara como un mal
sueño.54
Carulla fue de
los primeros en abandonar la opción antimilitarista, y pronto sumó sus
esfuerzos al bando anglo-francés, en tanto que las figuras de La
Protesta, sin nunca renegar de la posición contraria a los dos bandos,
fueron haciéndose más pesimistas a la hora de imaginar un quiebre
revolucionario de la guerra. El 10 de septiembre, Gilimón, el mismo que un mes
antes celebraba el estallido de la guerra, ahora indicaba:
Me debato
impaciente, cual si luchara contra fantasmas imaginados en molesta pesadilla,
sin lograr que esa muchedumbre poseída por sus prejuicios, acalle sus gritos de
irrazonable neurasténica [...] Y al ver cómo el sentimiento (el patriotismo)
perdura y se sobrepone al raciocinio, me invade un pesimismo torturador, y dudo
a veces que algún día pueda la razón guiar a los hombres sensata y cuerdamente,
poniendo freno al instinto primitivo, a todos esos sentimientos que hoy los
arrastran a la barbarie de la guerra y al gozar con el relato horrible de las
escenas de sangre y dolor.55
Gilimón así
comenzaba a notar que el patriotismo no era algo que pudiese subestimarse. Unos
días después, el problema fue otro. El 24 de septiembre, Blas Barri indicó que
la guerra y la posición de los socialistas y sindicalistas ante ella resultaban
sorprendentes, pero según él, era más sorprendente la postura de ciertos
anarquistas que estaban tomando partido por Francia: "cosas inauditas
pasan en estos tiempos nuestros, un huracán de locura arrastra y perturba hasta
los cerebros más equilibrados; por eso nos sorprenden noticias que si son
ciertas son sorprendentes de veras. Y por eso los burgueses se ríen, por ahora".56 Los días de la algarabía revolucionaria se
esfumaban. Ahora los anarquistas buscaban explicar por qué los pueblos no
abandonaban la confrontación y declaraban la revolución.
Algunos como
Gilimón buscaban la explicación en el nacionalismo inculcado al pueblo, otros
al plantear que la guerra capitalista se había convertido en una guerra
civilizatoria. El 1 de noviembre de 1914, Pierre Quiroule (p)57lo explicó haciendo hincapié en la estrategia de
la guerra como una "guerra defensiva". Pierre Quiroule, había nacido
en Francia en 1867, y llegó a la Argentina a muy temprana edad. Como Ghiraldo,
tuvo un breve paso por la Unión Cívica aunque pronto se acercó al anarquismo,
colaborando con los primeros periódicos de esa orientación. Dentro de La
Protesta era uno de los redactores más importantes, junto a Gilimón,
Sux y González Pacheco, aunque como algunos de ellos, tuvo varias idas y
vueltas con el diario. En 1917 escribió una obra con un claro mensaje
antimilitarista, El gran crimen europeo, y luego, como muchos
otros anarquistas, abrigó esperanzas con la Rusia soviética, la primera
experiencia que rompió con la Gran Guerra en Europa. En noviembre de 1914 ya se
preguntaba: ¿por qué la guerra moviliza tanto?, ¿cómo los gobiernos la
justificaron frente a los pueblos?:
¡Se aprovecharon
de los sentimientos antiguerreros de las masas para incitarlas en la lucha
contra el militarismo! (del militarismo alemán, se entiende) [...] Una vez que
presentaron la guerra como una guerra defensiva [...] afirmaron que no habría
paz hasta que quede aplastado para siempre el poder militar alemán.58
El 12 de
noviembre los redactores de La Protesta hablaban de un triunfo
de la diplomacia, ya que había convertido a los pacifistas en auténticos
belicosos:
[...] hay que
reconocerlo, aunque ello sea vergonzoso, la diplomacia ha engañado a las
inteligencias más elevadas, a los hombres más confiados en su personalidad: ha
hecho ver lo blanco negro y aún esta haciéndolo ver [...] la adhesión de los
hombres intelectualmente más avanzados; era necesario esto para librarse de
responsabilidades terribles, de juicios desfavorables que pusieran en peligro
sus planes [...] los hombres libres, los de claro ingenio, los que nos dieron
pruebas de inteligencia, deberían sonrojarse; la diplomacia ha logrado
engañarlos, a ellos, a los grandes, a los inteligentísimos.59
En noviembre, no
sólo el pesimismo minaba la posibilidad de una revolución en Europa, sino la
posibilidad de que esta guerra fuera la última de su naturaleza. El 15 de
noviembre, los redactores de La Protesta publicaban un
editorial titulado "La guerra futura", donde se sostenía que
"algunos dicen que esta será la última guerra, pero si el Estado y el
capitalismo quedan en pie, nos parece que en el futuro, y no en un futuro
lejano, se desarrollará una guerra que dejará chiquita a la actual",
porque la competencia entre países se intensificará y crecerán el nacionalismo
y el racismo.60 Proféticamente indicaban que "se tiende
a una división hostil, a hacer que gane terreno la idea de la superioridad de
una raza sobre otra".
[Todo esto,
sumado a los factores económicos] que ya hemos hablado, encenderán la guerra
más espantosa que conozca la historia [... ] si después de la guerra actual
prevalecen el Estado y el capitalismo, la guerra que profetizamos será un
hecho, una fatalidad ineludible, una imposición de las cosas que habrán llegado
a un punto sumamente difícil.
Con el mismo
pesimismo se expresó F. Canosa, cuando explicó que pasado el temblor inicial el
sistema se ha estabilizado, lo que hacía más difícil convertir la guerra
nacional en una guerra social:
El caso es que
con esta enorme sangría, ya salvado el momento crítico, el régimen se ha
estabilizado por el nuevo vigor adquirido [... ] Y el sistema, rejuvenecido
después de esta sangría, con sólo relativas transiciones con el pueblo, salva y
asegura la perduración del privilegio [...] Ahora hay que esperar una nueva
conflagración que determine nuestra guerra social.61
El pesimismo y la
desesperanza comenzaron a dominar estas mentes, que antes de ser pacificistas
agitaron "guerra a la guerra", que quisieron que la contienda
derivara en revolución, y que sin capitalismo se anularan las contradicciones
sociales. El triunfo del nacionalismo y que figuras del anarquismo tomaran
partido, les hizo darse cuenta que no sólo los socialistas y los sindicalistas
franceses e italianos habían claudicado, sino que ellos mismos habían fallado a
la hora de dar una respuesta contundente al militarismo europeo.62 A partir de octubre, los artículos
estuvieron destinados a cuestionar que fueran auténticos anarquistas aquellos
que tomaban partido por Francia, a denunciar a "aquellos que preferían los
monumentos en pie antes que a las vidas",63 o bien a intentar convencerlos de que la
Civilización no se ponía en riesgo. En enero de 1915, J. Albar, abierto
partidario de la Entente, directamente menospreció esta idea que sinceramente
dominó el primer mes y medio de la guerra en el mundo anarquista, cuestionando
además a todos aquellos que denunciaban la posición de Kropotkin, Grave,
Malato, y otros célebres anarquistas europeos:
Nuestros
angelicales idealistas parecen habitar en la luna. Hasta han llegado a suponer
que era posible declarar la revolución social al pronunciarse la conflagración
[y al anatemizar] la actitud asumida por la minoría revolucionaria, llegan a
decir que el pueblo nunca perdonará su claudicación. ¡Pobres ilusos! [conminaba
al mundo anárquico] Dejémonos de precipitaciones irreflexivas y desconfianzas
injustas.64
La mayor parte de
los propagandistas de La Protesta, aunque fueron víctimas del
pesimismo al ver que la guerra, lejos de modificarse se consolidaba y que la
posibilidad de la revolución se diluía, no corrieron en manada a tomar partido
por Francia, y se mantuvieron en una posición neutralista, recuperando a las
figuras de Bakunin y Malatesta, contra los anarquistas franceses, italianos y
Kropotkin.65 Como afirma Darlington para el caso de los
sindicalistas revolucionarios, que el país no estuviera involucrado en la
contienda favorecía la salida neutralista. Pero una minoría que tenía más
espacio en Ideas y Figuras, en cambio decidió seguir el rumbo
de Kropotkin, y privilegió el lazo que unía al anarquismo con el legado de
Occidente.
Los
anarquistas tomando partido. Los pro-Entente
En octubre
comenzaron a aparecer en la prensa libertaria las primeras posiciones amistosas
con la Entente. Esta toma de posición tan temprana nos revela que ésta no se
debió a una simple imitación del compromiso de los líderes anarquistas
franceses, sino que tuvo un origen local, y quizás fue una opción ineludible
para aquellos anarquistas heterodoxos ligados mediante su
profesión con la cultura inglesa, y sobre todo la francesa. En cierta medida,
no resulta tan sorprendente que en Ideas y Figuras, una
revista de arte y literatura libertaria, la posición dominante haya sido más
proclive a la Entente que a los Imperios de Europa Central y el neutralismo, ya
que la cultura libertaria hundía sus raíces en la cultura francesa posterior a
la Revolución Francesa. En cambio La Protesta, un diario de
denuncia más vinculado con la propaganda y la organización del movimiento
obrero que con las obras puramente culturales, dio menor cabida a las
posiciones pro-Entente, siendo preponderante el neutralismo negativo, por
momentos más belicoso y por momentos más pacifista. En Ideas y Figuras, la
tendencia pro-Entente no la originó Alberto Ghiraldo, su director, que era un
pacifista contrario a cualquier toma de posición, sino Juan Emiliano Carulla,
un escritor cuya profesión era la medicina, un oficio que mayoritariamente
estaba más vinculado con la cultura francesa que con la alemana.
La historia de
Carulla es bastante singular: en 1916 no sólo continuaba apoyando los esfuerzos
franceses mediante el trazo de su pluma, en la que se destacaba notablemente,
sino que partió hacia Francia para estar en el frente desempeñándose como
médico. Una vez en Francia, y ya culminada la guerra, renegó de la izquierda
política y se acercó fuertemente a la derecha morrasiana (la Action
française) nacionalista y monárquica. De regreso en Argentina, tejió
vínculos con Leopoldo Lugones, Ernesto Palacio y los hermanos Irazusta, y trabajó
desde la tribuna periodística para el derrocamiento de Yrigoyen, y el ascenso
de Uriburu. Renegando de todo su pasado progresista, además cuestionó a la
democracia y la consideró un legado de la Revolución Francesa, que era poco
adaptable a estas tierras.
Sin embargo,
hasta 1916 Carulla fue un anarquista con un peso no menor. En 1910 colaboró
con El Libertario, una publicación de corta vida que se
publicó casi íntegramente en la clandestinidad. Supo establecer una estrecha
relación de amistad con Ghiraldo, y desde 1914 tan sólo se dedicaba a escribir
artículos sobre la guerra europea, que volcaba en su serie "Alemania debe
ser vencida". Siempre había sido muy crítico de lo que consideraba un
sectarismo autoritario de ciertos anarquistas que encerrados en las teorías
estaban completamente alejados del mundo real, pero eso no hacía prever que una
década después estaría defendiendo ideas de derecha.
Carulla no fue el
único que tomó partido por la Entente. Hasta enero también lo hicieron Julio
Barcos, el pedagogo anarquista, impulsor de las escuelas racionalistas creadas
por Francisco Ferrer, que luego de terminada la guerra se alejó del anarquismo
para acercarse al comunismo primero y luego al yrigoyenismo, y J. Albar
en Ideas y Figuras.66 En La Protesta este rol le
cupo a Roberto D'Angio. Este viejo anarquista italiano llegó a Buenos Aires a
comienzos de 1907, como un viejo militante, amigo de Jean Grave, que había sido
propagandista en muchos otros países, como Francia y Egipto. A finales del
mismo año fue expulsado del país aunque siguió colaborando con La
Protesta, siendo responsable de las noticias italianas. Se retiró de
la vida política a comienzos de la década de 1920, probablemente motivado por
el fracaso de un proyecto tendiente a agrupar a los anarquistas pro-Entente
luego de culminada la contienda (publicación La Protesta, 1919).
Las diferencias
entre neutralistas y pro-Entente, además de políticas eran conceptuales.
Mientras que los primeros consideraron que la guerra era producto o bien del
capitalismo o bien del militarismo —pero ambos comunes a Francia y Alemania—,
para los segundos la guerra había estallado por un deseo conquistador alemán, y
ésta definiría el lugar de la Civilización en el mundo. Para unos, la guerra
había tenido causas sistémicas, para otros la guerra tenía una causa
unilateral: el militarismo alemán. Para los neutralistas, esta guerra no tenía
nada que ver con la Civilización, a la que, por cierto, también cuestionaban
por hipócrita; en cambio, para Carulla y Albar esta guerra oponía a la
Civilización francesa con el barbarismo teutón. Por otro lado, si los
redactores de La Protestaconsideraban que en esta guerra no había
víctimas, porque las guerras son siempre entre Estados, Roberto D'Angio,
también en La Protesta, consideró que el imperio alemán no
había atacado al Estado francés sino directamente a su pueblo, por eso había
que apoyar a la Entente.67 Finalmente, si para Gilimón tomar partido
implicaba el triunfo del sentimiento irracionalista, para los pro-Entente lo
racional era tomar partido por los países que habían elevado a la Razón a la
altura de guía de todo pensamiento válido.
El 22 de octubre,
en Ideas y Figuras, Juan Carulla inició el compromiso de un
sector del anarquismo argentino con los países de la Entente. En su artículo
"La guerra y la revolución. Reflexiones de un internacionalista",
Carulla consideró que la contienda ya no era una guerra común y corriente, sino
que se había convertido en una guerra civilizatoria que enfrentaba a las
fuerzas del progreso contra las de la reacción.68 Con las cosas puestas de ese modo, era
bastante evidente que Carulla defendería la postura de los avanzados franceses
e incluso cuestionó a aquellos que igualaban a los socialistas franceses con la
socialdemocracia alemana. Para Carulla, los primeros fueron obligados a ir a la
guerra, siendo pacifistas hasta el último segundo, mientras que la
socialdemocracia rápidamente se rindió a los intereses del Kaiser.
Otra cuestión era
fundamental para un espacio interesado en medir la pureza doctrinaria de cada
militante: "¿Tomar partido a favor de Francia, nos haría menos
anarquistas?". Carulla negaba la pertinencia de tal acusación:
No por eso
morirán nuestros ideales. Al contrario, es seguro y ello se está comprobando a
medida que se desarrollan los acontecimientos, que la intervención de una parte
de los revolucionarios contribuirá a acentuar el aspecto libertario de cruzada
contra el militarismo y el espíritu de autoridad que ya tiene de por sí esta
guerra.69
Por último,
Carulla cerraba su artículo haciendo notar una diferencia sustancial entre una
Alemania materialista y una Francia humanitaria. Una lucha que, en efecto,
enfrentaba un bien contra un mal:
Un imperioso sentido
de humanidad, o mejor dicho de conservación de todo aquello que los pueblos
tienen de noble y de bueno, parece haber empujado a todos los pueblos de Europa
contra el crudo materialismo guerrero de Alemania.70
En su serie
"Alemania debe ser vencida", Carulla profundizó su compromiso con el
bando anglofrancés, que era básicamente un compromiso culturalista.71 Efectivamente, cuando Carulla defendía a
Francia lo hacía por su cultura, a la que consideraba, por un lado,
diametralmente opuesta a la alemana (materialista) y, por otro, un patrimonio
de la humanidad; en concreto, bien valía tomar las armas por ésta. Por otro
lado, el 12 de diciembre explicó porqué consideraba obtuso que los anarquistas
mantuvieran la neutralidad, y porqué había que descartar el purismo en los
tiempos difíciles:
Las protestas y
las declaraciones de los pocos obstinados en permanecer dentro de las fórmulas
rígidas de los programas, que si bien pueden ser acatados durante las épocas de
desarrollo normal, resultan estrechos e inhumanos en el momento en que un
acontecimiento de la magnitud del que presenciamos viene a alterar lo que
podría llamarse la monotonía de la historia.72
En La
Protesta encontramos un solo texto pro-Entente durante todo el año
1914, lo que nos revela el poco calado que tuvo esta opción en el medio
mayoritario del anarquismo. Incluso al día de publicarse esta nota, los
redactores de La Protesta saltaron con los tapones de punta a
cuestionarla.73 En concreto hablamos de la nota del 6 de
noviembre, de Roberto D'Angió, donde se cuestionó una premisa que era común
entre los neutralistas revolucionarios: que en las guerras no existían víctimas
y sólo se enfrentaban Estados.74 En esta nota, D'Angió sostuvo que si bien
los anarquistas no debían tomar partido a favor de las burguesías nacionales,
sí debían hacerlo a favor de los pueblos que eran atacados por los Estados. Por
otro lado, también hizo una defensa de Kropotkin, y llamó a no confundir el
apoyo a un pueblo que se autodefiende, con la defensa de los intereses de la
burguesía francesa, lo que pese a las denuncias habidas, nunca había hecho el
longevo anarquista ruso.
A MODO DE
CONCLUSIÓN
En este trabajo
hemos presentado las diversas posturas que asumieron los principales
propagandistas e intelectuales de la corriente anarquista en Buenos Aires
durante los primeros meses de la guerra. Hemos visto que las diferencias no
sólo se concentraron en las formas de comprender las causas de la guerra, sino
que se trasladaron a los compromisos políticos, y entre unas y otros, creemos
hubo cierta conexión. Observamos que aquellos que encontraron razones
sistémicas (principalmente el motivo económico, el nacionalista, o el
militarista) y multicausales para la guerra, que eran la mayoría y tenían el
control de La Protesta, con convicción eligieron como
estrategia política el neutralismo. Por otro lado, la minoría que estaba
convencida que la guerra debía ser analizada como un conflicto cultural y
civilizatorio entre dos opuestos irreconciliables, y que había estallado por un
deseo de conquista alemán, decidió apoyar a la Entente, que se concentró
en Ideas y Figuras.
También hemos
visto que si bien en un comienzo la contienda despertó esperanzas en el
conjunto de los intelectuales libertarios, y se llegó a sostener seriamente la
posibilidad de que ésta fuera la última guerra del capitalismo, ya sea o bien
debido al viraje revolucionario de la contienda, o bien a la toma de conciencia
pacifista que generaría tal masacre; pronto ese optimismo se disipó debido a la
voluntad popular de seguir luchando, y a que un sector del anarquismo tendió
lazos hacia los intereses guerreros anglo-franceses.
Como vimos, las
luchas internas que nunca dejaron de existir en el anarquismo, se manifestaron
durante la guerra. Esto nos reveló que el anarquismo se mantuvo lejos de la
cohesión neutralista que presentó Diego Abad de Santillán en el Certamen
Internacional de La Protesta. En efecto, en este trabajo buscamos
desmitificar la idea de la "unanimidad de posiciones" entre los
anarquistas durante la Primera Guerra Mundial, que ciertos intelectuales del
mundo libertario (como Abad de Santillán) quisieron mostrar frente a la quiebra
de otros movimientos de izquierda, en especial el socialismo de la Segunda
Internacional. Aquí pudimos ver que el anarquismo experimentó fracturas no sólo
internacionalmente sino también localmente, asemejándose de esa forma a las
experiencias de la socialdemocracia y el sindicalismo revolucionario, que no
sólo se quebraron internacionalmente entre el defensismo y el neutralismo, sino
también en sus estructuras nacionales, como ya lo demostraron los trabajos de
Thorpe y Darlington analizando al sindicalismo francés e italiano. Aun con esta
ruptura, el neutralismo fue mayoritario entre los intelectuales anarquistas
argentinos, y si tuviéramos que buscar explicaciones para esta situación, entre
las muchas mencionadas deberíamos hacer hincapié en la vieja tradición
antimilitarista del anarquismo (que en la Argentina se manifestó particularmente
en las críticas al Servicio Militar Obligatorio), y en que Argentina no
solamente no fue un teatro de operaciones bélicas, como sí lo fue Francia e
Italia, sino que se declaró neutral hasta el final de la contienda bélica.
Los anarquistas
pro-Entente argentinos, si bien fueron claramente una minoría, de ninguna forma
fueron figuras irrelevantes en el mundo libertario porteño. Barcos se destacó
en la educación racionalista, y Carulla no solamente era amigo de Ghiraldo,
sino también su vocero al momento de desarrollarse el Congreso de Londres. Por
supuesto, también era la voz destacada sobre el acontecimiento bélico en la
revista Ideas y Figuras, la segunda publicación más importante
del anarquismo durante aquellos años.
La guerra estalló
en un periodo sensible del anarquismo argentino. La represión del Centenario
había ocasionado la expulsión al extranjero de muchos de sus militantes, y la
clausura de su prensa y sus asociaciones. Las luchas internas por razones
políticas y gremiales, además de las más banales pero no menos intensas
rencillas personales, venían desgastando al movimiento. Las críticas de La
Protesta a la presencia de Ghiraldo en el Congreso anarquista de
Londres (que finalmente no se desarrolló) por una cuestión de fondos, ilustran
la situación. En este contexto, las discusiones en torno a la guerra se colaron
entre los múltiples problemas internos, que luego se agravaron con la llegada
al poder de la Unión Cívica Radical en 1916, y en especial con la Revolución
Rusa. Si debiéramos mencionar a la represión, a los sindicalistas, a los
radicales, y a los revolucionarios rusos como causantes de periódicas sangrías
en el anarquismo, no se podría omitir a la Gran Guerra como una gran
experiencia traumática: ocasionó en algunos intelectuales la revisión de su
compromiso político libertario (Carulla); coincidió con la clausura de ciertas
experiencias editoriales (Ideas y Figuras); y llevó a ciertas
figuras al ostracismo, como al mismo Kropotkin en el movimiento anarquista
internacional.
Con el correr de
los años, el debate se fue estancando. Pocos anarquistas abandonaron la
posición que habían asumido en esos primeros meses de la guerra. Si bien los
debates continuaron, nada novedoso apareció hasta que en 1917 estalló la
revolución en Rusia, lo que trastocó irremediablemente el mundo de las
izquierdas. La revolución le devolvió la esperanza a aquellos anarquistas que
en los primeros meses de la guerra creyeron que ésta sería la última guerra del
capitalismo. Al final, la realidad no fue tan benévola con estos libertarios.
La revolución sólo se concentró en Rusia, y el comunismo en muchos países se
convirtió en una alternativa tanto al socialismo como al anarquismo, ya que se
mostró muy radical y exitoso.
En cuanto al
anarquismo argentino, su época de esplendor fue consumiéndose. En 1915, en el
IX Congreso de la FORA perdió la dirección de la federación gremial a manos de
los sindicalistas. Por otro lado, muchos de sus intelectuales se apartaron de
la escena política durante la Gran Guerra. Carulla, como se dijo, partió hacia
Francia, y regresó siendo de derecha; Ghiraldo partió hacia España en 1916,
dando por finalizada la experiencia de Ideas y Figuras en
Argentina, y así también, por supuesto, a la tribuna proEntente del anarquismo
argentino. Gilimón también se fue a España, y ahí se le perdió el rastro. El
anarquismo, aunque mermado, llegaría a la década de 1920; también sus luchas
internas, pero éstas serían aún más violentas. La década de su auge (1900-1910)
nunca más se volvió a recuperar.
1 En Michael Neiberg, Dance of the
Furies. Europe and the Outbreak of World War I, Cambridge, MA.,
Harvard University Press, 2011, pp. 10-233.
[ Links ] Véanse
también los clásicos: Marc Ferro, La Gran Guerra (1914-1918), Madrid,
Alianza Universidad, 1984;
[ Links ] Michael Howard, La
Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2009, pp. 29-37;
[ Links ] Eric Hobsbawm, La era
del imperio, Barcelona, Crítica, 2009, pp. 310-336.
[ Links ]
2 Guy Bourdé, Buenos Aires:
urbanización e inmigración, Buenos Aires, Huemul, 1977, pp. 156-157.
[ Links ]
3 Véase Carlos Goñi Demarchi, Yrigoyen
y la Gran Guerra: aspectos desconocidos de una gesta ignorada, Buenos
Aires, Ciudad Argentina, 1998, pp. 121-134.
[ Links ] Un buen artículo que aclara
la historiografía de la Gran Guerra y Argentina: Emiliano Sánchez, "Ecos
argentinos de la contienda europea. La historiografía sobre la Gran Guerra en
la Argentina", Política y Memoria, núm. 10, 11 y 12,
[ Links ] Historia Intelectual
"homenaje a José Sazbón", 2011-2012. Para estudiar las reacciones de
la sociedad civil porteña véase Hernán Otero, La guerra en la sangre:
los franco-argentinos ante la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires,
Sudamericana, 2009, pp. 111-184. [ Links ] Véanse también, María Inés
Tato, "El llamado de la patria. Británicos e italianos residentes en la
Argentina frente a la Primera Guerra Mundial", en Centro de Estudios
Migratorios Latinoamericanos, Buenos Aires, 2011, pp. 273-292;
[ Links ] y "La disputa por la
argentinidad. Rupturistas y neutralistas durante la Primera Guerra
Mundial", Temas de historia argentina y americana, Buenos
Aires, 2008, pp. 227-250. [ Links ]
4 Véase Diego Abad de Santillán, La
FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero en la Argentina, Buenos
Aires, Libros de Anarres, 2005, pp. 51-295.
[ Links ]
5 Aquí sólo citaremos dos trabajos:
Magalí Chiocchetti, "La vanguardia y la Primera Guerra Mundial. Una
construcción y confrontación de identidades políticas", Cuadernos
de H Ideas, vol. 1, núm. 1, La Plata, 2007, pp. 59-90;
[ Links ] y Melisa Aita Camps y Sabrina
Asquini, "El Partido Socialista Argentino y la cuestión nacional:
conflictos partidarios en torno a la Primera Guerra Mundial
(1914-1917)", Trabajadores. Ideologías y experiencias en el
movimiento obrero, año 1, núm. 2, Buenos Aires, 2011, pp. 157-178.
[ Links ]
6 Para la historia del movimiento
anarquista argentino véanse: Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento
obrero en la Argentina, Buenos Aires, Imago Mundi, 2013, pp. 174-424;
[ Links ] Gonzalo Zaragoza
Rovira, Anarquismo argentino 1876-1902, Madrid, Ediciones de
la Torre, 1996, pp. 233-452;
[ Links ] Juan Suriano, Auge y
caída del anarquismo. Argentina, 1880-1930, Buenos Aires, Capital
intelectual, 2005, pp. 15-100;
[ Links ] Juan Suriano, Anarquistas:
cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos
Aires, Ediciones Manantial, 2001, pp. 15-104;
[ Links ] Fernando López
Trujillo, Vidas en rojo y negro. Una historia del anarquismo en la
"Década Infame", La Plata, Letra Libre, 2005;
[ Links ] Mariana di Stefano, El
lector libertario. Prácticas e ideologías lectoras del anarquismo argentino
(1897-1915), Buenos Aires, Eudeba, 2013;
[ Links ] Andreas Doeswijk, Los
anarco-bolcheviques rioplatenses (1917-1930), Buenos Aires, CeDInCI
Editores, 2014. [ Links ]
7 Para la trayectoria de Ideas
y Figuras véase Armando V. Minguzzi (ed.), La revista Ideas
y Figuras de Buenos Aires a Madrid (1909-1919), Buenos Aires,
Cedindi, 2014, pp. 4-56.
[ Links ]
8 Para analizar las reacciones de los
intelectuales europeos frente a la Gran Guerra pueden resultar útiles las
siguientes obras: Aviel Roshwald, European culture in the Great War, Cambridge,
Cambridge University Press, 1999,
[ Links ] introducción y capítulos 2,
12, 13 y 14, Christophe Prochasson, Les intellectuels, le socialisme et
la guerre, 1900-1938, París, Seuil, 1993;
[ Links ] Anne Rasmussen, Au
nom de la patrie. Les intellectueles et la Premiere Guerre Mondiale
(1910-1919), París, La Dècouverte, 1996;
[ Links ] Pascal Ory y Jean-François
Sirinelli, Los intelectuales en Francia. Del Caso Dreyfus a nuestros
días, Valencia, Publicacions U. de València, 2007,
[ Links ] en especial el capítulo 2.
9 Para consultar varios de los textos
que hicieron al debate sobre la guerra, véase sitio web [http://anti.mythes.voila.net/a_propos_du_mouvement_anarchiste/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale.html], fecha de consulta: 3 de octubre de
2014.
10 Véase texto completo en [http://anti.mythes.voila.net/a_propos_du_mouvement_anarchiste/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale/londres_02_15.pdf], fecha de consulta: 1 de octubre de
2014.
11 En el sentido de plantear la guerra
como una guerra "defensiva".
12 Michael Confino, "Anarchisme et
internationalisme. Autour du Manifeste des Seize. Correspondance
inédite de Pierre Kropotkine et de Marie Goldsmith, janvier-mars
1916", Cahiers du Monde russe et soviétique, vol. 22,
núm. 2/3, abril-septiembre, 1981, pp. 231-249.
[ Links ]
13 Véase texto íntegro en [http://anti.mythes.voila.net/a_propos_du_mouvement_anarchiste/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale/manifeste_des_seize.pdf], fecha de consulta: 1 de octubre de
2014.
14 Paul Avrich, Los anarquistas
rusos, Madrid, Alianza, 1967, pp. 15-124.
[ Links ] Dolores Marin, Anarquistas:
un siglo de movimiento libertario en España, Madrid, Ariel, 2010.
[ Links ]
15 Wayne Thorpe, "The European
Syndicalists and War, 1914-1918", Contemporary European History, 10(1),
2001, pp. 1-24. [ Links ]
16 AA.VV., A History of
Anarcho-Syndicalism, Unit 13: "Going Global. International Organisation, 1872-1922", 2001
[http://www.selfed.org.uk/node/2856], fecha de consulta: 3 de octubre de
2014. [ Links ]
17 Ralph Darlington, "Revolutionary
syndicalist opposition to the First World War: An international comparative
reassessment", Revue Belge De Philologie Et D'Histoire, 12(4),
2006, pp. 983-1003. [ Links ]
18 Ramón Tarruella, 1914,
Argentina y la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Aguilar, 2014, p.
115. [ Links ]
19 Juan Suriano, Anarquistas:
cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos
Aires, Ediciones Manantial, 2001, pp. 33-94 y 179-201.
[ Links ]
20 Sobre la represión del anarquismo
véanse Gabriela Costanzo, Los indeseables. La Ley de Residencia y la
Ley de Defensa Social, Buenos Aires, Ed. Madreselva, 2009, pp. 19-119;
[ Links ] Gabriela Costanzo, "El
Diario de Sesiones y los debates sobre las leyes de Residencia y de Defensa
Social: la criminalización del anarquismo", en Stella Martini y Marcelo
Pereyra (comps.), La irrupción del delito en la vida cotidiana.
Estudios sobre comunicación, opinión pública y cultura, Buenos
Aires, Biblos, 2009; [ Links ] Iaacov Oved, "El
trasfondo histórico de la Ley núm. 4.144 de Residencia", en Desarrollo
Económico, núm. 61, vol. 6, Buenos Aires, 1976, pp. 123-150;
[ Links ] Juan Suriano, Trabajadores,
anarquismo y Estado represor: de la Ley de Residencia a la Ley de Defensa
Social (1902-1910), Buenos Aires, CEAL, 1991, pp. 1-36;
[ Links ] Diego Echezarreta,
"Represión del anarquismo en Buenos Aires. El rol de la policía de la
capital en los orígenes de la Ley de Defensa Social de 1910", Revista
Contenciosa, núm. 2, segundo semestre, Rosario, 2014;
[ Links ] Julio Frydenberg y Miguel
Ruffo, La Semana Roja de 1909, Buenos Aires, RyR, 2012, pp.
147-209. [ Links ]
21 Pueden verse las obras de Iaacov
Oved y Juan Suriano ya citadas, además de los clásicos textos: Julio
Godio, El movimiento obrero y la cuestión nacional. Argentina:
inmigrantes asalariados y lucha de clases. 1880-1910,Erasmo, La Plata,
1972; [ Links ] Edgardo Bilsky, La
FORA y el movimiento obrero (1900-1910), Buenos Aires, 1985;
[ Links ] Jorge Solomonoff, Ideologías
del movimiento obrero y conflicto social, Buenos Aires, Tupac, 1971.
[ Links ]
22 Juan Suriano, Auge y caída
del anarquismo. Argentina, 1880-1930, Buenos Aires, Capital
intelectual, 2005, pp. 59-99.
[ Links ]
23 Algunos de los trabajos que ponen en
discusión la crisis del anarquismo en 1910 son: Luciana Anapios,
"Compañeros, adversarios y enemigos. Conflictos internos en el anarquismo
argentino en la década del 20", Entrepasados, núm. 32,
2007, pp. 27-28; [ Links ] María Migueláñez Martínez,
"1910 y el declive del anarquismo argentino. ¿Hito histórico o hito
historiográfico?", en XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles, pp.
436-452. [ Links ]
24 Vale la pena aclarar la diferencia
entre dos tipos de neutralismo. Mientras que uno lo fue en sentido positivo
(como con matices lo fue el neutralismo argentino) ya que deseaba mantener
buenas relaciones con ambos bandos, el neutralismo revolucionario del
anarquismo lo fue en sentido negativo, ya que iba tanto contra la Entente como
contra Alemania y Austria.
25 Diego Abad de Santillán, Certamen
Internacional de La Protesta, Buenos Aires, La Protesta, 1927, p. 62.
[ Links ]
26 Véase entrada "Ghiraldo,
Alberto", en Horacio Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la
izquierda argentina,Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 256-258.
[ Links ]
27 Alberto Ghiraldo, "Europa en
Guerra", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 21 de
agosto de 1914, p. 3. [ Links ]
28 F. Gonzalo, "El hambre del
hierro", La Protesta, Buenos Aires, 21 de agosto de 1914,
p. 2. [ Links ]
29 Véase entrada "Gilimón,
Eduardo" en Horacio Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la
izquierda argentina, op. cit., p. 260; Eduardo Gilimón, Hechos
y comentarios y otros escritos. El anarquismo en Buenos Aires (1890-1910),Buenos
Aires, Terramar Ediciones, 2011, pp. 25-100.
[ Links ]
30 Eduardo Gilimón, "El factor
principal de la guerra. Lo que se puede esperar", La Protesta, Buenos
Aires, 25 de septiembre de 1914, p. 1.
[ Links ]
31 Martínez Paiva, "La última
hecatombe", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 21
de agosto de 1914, p. 4.
[ Links ]
32 Juan Carulla, "La guerra vista
por un internacionalista", Ideas y Figuras, núm. 114,
Buenos Aires, 21 de agosto de 1914, p.
5 [ Links ]
33 Idem.
34 Editorial, "Los
simplificadores", La Protesta, Buenos Aires, 5 de
noviembre de 1914, p. 1.
[ Links ]
35 Idem.
36 Blas Barri, "Causas de la
guerra europea", La Protesta, Buenos Aires, 5 de agosto
de 1914, p. 1. [ Links ]
37 Blas Barri, "Causas de la
conflagración", La Protesta, Buenos Aires, 29 de agosto
de 1914, p. 3. [ Links ]
38 Idem.
40 Ibid., p. 28.
41 Otras figuras del mundo intelectual
mencionaron previa, durante y posteriormente a 1914, la posibilidad de una
"última guerra", entre ellas Émile Zola en Travail: "La última
guerra, ¡la última batalla!, fue tan terrible que los hombres para siempre
rompieron sus espadas y sus cañones". Émile Zola, "La última guerra.
Fragmento de un capítulo de Trabajo", Ideas y Figuras, núm.
119, Buenos Aires, 12 de diciembre de 1914, pp. 6-7;
[ Links ] o H.G. Wells, que en "La
guerra que pondrá fin a las guerras", hacía depender esta posibilidad de
la derrota del militarismo prusiano. The War That Will End War, Londres,
Frank & Cecil Palmer, 1914, p. 110.
[ Links ]
42 A partir de ahora, utilizaremos la
(p) cuando el nombre remita a un pseudónimo, y no a los nombres reales de los
redactores, los cuales, en muchos casos desconocemos.
43 M. Dante, "La hecatombe
europea", La Protesta, Buenos Aires, 4 de agosto de 1914,
p. 1-2. [ Links ]
46 Lino Nema, "De la guerra y de
nosotros", La Protesta, Buenos Aires, 8 de agosto de
1914, p. 1. [ Links ]
48 Petit Gavroche,
"¡Preparémonos!", La Protesta, Buenos Aires, 30 de
agosto de 1914, p. 2. [ Links ]
49 Blas Barri, "Actualidad
europea", La Protesta, Buenos Aires, 12 y 13 de agosto de
1914, p. 4. [ Links ]
51 Michael Neiberg, Dance of the
Furies, Europe and the Outbreak of World War I, op. cit., pp. 180-207
(capítulo 7: "Hardening Attitudes").
52 Martínez Paiva, "La última
hecatombe", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 12
de agosto de 1914, p. 4.
[ Links ]
53 Juan Carulla, "La guerra vista
por un internacionalista", Ideas y Figuras, núm. 114,
Buenos Aires, 12 de agosto de 1914, p. 5.
[ Links ]
54 Max J.A., "La
matanza", La Protesta, Buenos Aires, 25 de octubre de
1914, p. 4. [ Links ] De todas formas, estos
artículos podían coincidir en las revistas con otros muy distintos. De hecho,
cuando Carulla y Martínez Paiva publicaron esto, Ideas y Figuras también
publicó un artículo de Jean Jaurés donde se vaticinaba que de esta guerra no
saldría una paz duradera, ya que ni Francia ni Alemania tolerarían una
rendición sin honor, y pronto harían los preparativos para una guerra aún peor.
55 Eduardo Gilimón, "Los
sentimientos contra la razón", La Protesta, Buenos Aires,
10 de septiembre de 1914, p. 1.
[ Links ]
56 Blas Barri, "Las sorpresas de
la guerra", La Protesta, Buenos Aires, 24 de septiembre
de 1914, p. 3. [ Links ]
57 El verdadero nombre de Pierre
Quiroule era Joaquín Alejo Falconnet.
58 Pierre Quiroule, "La causa que
los impulsa", La Protesta, Buenos Aires, 1 de noviembre
de 1914, p. 4. [ Links ]
60 Editorial, "La guerra
futura", La Protesta, Buenos Aires, 15 de noviembre de
1914, p. 1. [ Links ]
61 Francisco Canosa, "La
conflagración europea y la minoría revolucionaria", Ideas y
Figuras, núm. 118, Buenos Aires, 19 de noviembre de 1914, p. 3.
[ Links ]
62 "La innegable influencia de los
grandes pensadores anarquistas está produciendo, con su extraña actitud del
momento en favor de uno de los dos grupos de países que se hallan en guerra, un
efecto desastrozo y nocivo entre buen número de partidarios de la
anarquía". E. Gilimón, "La guerra y nosotros", La
Protesta, Buenos Aires, 13 de diciembre de 1914, p. 1.
[ Links ]
63 Luis Rezanno, "La guerra y el
arte", La Protesta, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1914,
p. 3. [ Links ]
64 J. Albar, "Idealismo y
realidad. La minoría revolucionaria y la conflagración europea", Ideas
y Figuras, núm. 120, Buenos Aires, 4 de enero de 1915, p. 3.
[ Links ]
65 "Invito, pues, a los
anarquistas y sobre todo a la prensa libertaria del mundo, a que se manifieste
de una manera terminante sobre el proceder indigno de estos sociólogos que han
perdido la cabeza" (Kropotkin, Grave, Malato, y D'angio). Alsupro,
"El anarquismo y la guerra", La Protesta, Buenos
Aires, 1 de diciembre de 1914, p. 2.
[ Links ]
66 Véase el texto de Julio Barcos,
"En el umbral de dos civilizaciones", Ideas y Figuras, núm.
121, Buenos Aires, 27 de enero de 1915, p. 3.
[ Links ] Para un estudio sobre la
pedagogía racionalista de Barcos véase Martín Acri y María Cáceres, La
educación libertaria en Argentina y en México (1861-1945), Buenos
Aires, Ediciones Terramar, 2011, p. 182-190.
[ Links ] J. Albar, "Idealismo y
realidad...", op. cit., p. 3.
67 Roberto D'Angió, "La
neutralidad italiana y los anarquistas", La Protesta, Buenos
Aires, 6 de noviembre de 1914, p. 2.
[ Links ]
68 Juan Carulla, "La guerra y la
revolución. Reflexiones de un internacionalista", Ideas y Figuras, núm.
117, Buenos Aires, 22 de octubre de 1914, p. 3.
[ Links ]
69 Idem.
70 Idem.
71 Juan Carulla, "Alemania debe
ser vencida", Ideas y Figuras, núm. 120, Buenos Aires, 4
de enero de 1915, pp. 11-12.
[ Links ]
72 Juan Carulla, "La guerra
europea", Ideas y Figuras, núm. 119, Buenos Aires, 12 de
diciembre de 1914, p. 3. [ Links ]
73 Editorial, "La guerra actual y
los anarquistas", La Protesta, Buenos Aires, 7 de
noviembre de 1914, p. 1.
[ Links ]
74 Roberto D'Angió, "La
neutralidad italiana y los anarquistas", op. cit., p. 2.
* Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina[dechezarreta@gmail.com] [neoalejandro2020@hotmail.com].
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De SciELO,
diciembre 2014
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