Thursday, September 20, 2018

El impalpable fluir de la vida

ITALO CALVINO

En el siglo XVIII, Voltaire, partiendo de un total pesimismo objetivo, de una noción de naturaleza y de historia que no estaban iluminadas por el rayo de luz de alguna providencia, había sentado las bases para un optimismo subjetivo, confiado en las suertes de la batalla emprendida por la razón humana. Después de él, el pesimismo de las cosas corroe cada vez más los límites de este optimismo de la razón haciendo que la posición del hombre sea cada vez más precaria.

La derrota, la vanidad de la historia, la imposibilidad de comprender la vida dentro de un esquema racional, serán los motivos de fondo que dominarán en la gran narrativa de la mitad del siglo XIX en adelante, hasta llegar a nuestra época, en que la absurda atrocidad del mundo se convertirá en un punto de partida común para casi toda la literatura.

Es fácil interpretar esta parábola -desde el primer desbordamiento de energías humanas de los grandes escritores de las generaciones románticas hasta el sentido de inutilidad del todo que se extiende cada vez más- refiriéndose a la historia de una clase burguesa que va perdiendo el impulso inicial de su revolución económica y política y que ya no sabe expresar otras profecías más que las de su propia crisis. Pero esto nos limitaría a hacer una lectura achatada y sin sorpresas: el color de la concepción del mundo es casi siempre el del que los tiempos dan al escritor, pero sólo es un decorado, un escenario; lo que interesa es saber qué es lo que se le pide al hombre, y, partiendo de esto, qué fuerzas se demandan. Por lo demás, ni Stendhal, ni Pushkin ni Balzac, con toda su energía, eran optimistas; y de la misma forma queremos decir que también de los escritores más negativos y desolados se puede sacar una lección de firmeza y valor.

Es un hecho que cuando con Flaubert la literatura realista alcanza su cota máxima de fidelidad a los datos de la experiencia, el sentido que se desprende es el de la futilidad del todo. Tras haber acumulado minuciosos detalles y construido un cuadro de perfecta veracidad, Flaubert nos da en los nudillos mostrando que debajo está el vacío, que todo lo que ocurre no significa nada. Lo más terrible de esa gran novela que es La educación sentimental consiste en esto: durante centenares y centenares de páginas se ve transcurrir la vida privada de los personajes o la vida pública de Francia, hasta que se siente que todo se deshace entre los dedos como si fuera ceniza. Y hasta en Tolstói, el mayor realista que haya podido existir, hasta en Guerra y paz, el libro más plenamente realista que se haya escrito, ¿qué otra cosa es lo que realmente nos da ese soplo de inmensidad sino el pasar del charloteo de un salón principesco a las voces rotas de un campamento de soldados, como si estas palabras nos llegaran de otro planeta, a través del espacio, como un zumbido de abejas en una colmena vacía?

Vemos, pues que ya no son las acciones y las pasiones humanas la fuerza motriz de la narrativa, sino el impalpable fluir de la vida: los susurros y crujidos que se elevan en el límpido cielo entre las casas de los pescadores de Aci Trezza en la Malavoglia, o también el entrelazarse de los largos períodos de Proust, siguiendo el curso de las sensaciones, de los deseos: de las ansias perdidas, tratando de detener imágenes de rostros, de lugares y de días que tiemblan, se alargan y cambian de dimensión como el resplandor de la luz de una vela. En este fluir que es naturaleza e historia a la vez, la individualidad humana queda sumergida, pierde los contornos que la separan del mar del otro.

De: Naturaleza e historia en la novela

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De CALLE DEL ORCO, 22/07/2018

Imagen: Escena de Guerra y Paz, cine ruso (Bondarchuk)

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