MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Me acuerdo de
aquel «erúdito» que en los ochenta no se atrevía a escribir que a Ramón Acín lo
habían fusilado porque eso era conflictivo y echó mano del «a consecuencias de
la Guerra Civil»... De aquellos polvos, el pozo negro rebosante que ha venido
luego.
LOS BUENOS
VECINOS DE HUESCA
«¡Ay, Ramón Acín,
fusilado y fusilada su mujer por culpa de sus buenos vecinos de Huesca!»
Max Aub, “La gallina ciega. Diario español”
Max Aub, “La gallina ciega. Diario español”
La represión se
había iniciado frenéticamente en la ciudad desde el mismo 19 de julio, pero la
mayor impresión se hizo presente con el fusilamiento del artista y profesor
anarcosindicalista Ramón Acín, hecho que tuvo lugar el 6 de agosto. Un detenido
que no se anotó en registro alguno, ya que desde su casa pasó a la comisaría y
de allí, tras ser brutalmente apaleado, al cementerio u otro lugar del entorno
urbano, donde un tiro acabó con su vida.
La denuncia de
alguno de los «buenos vecinos» del artista anarcosindicalista llevó a diario a
la gran casa de la calle Las Cortes a policías y jóvenes joseantonianos
deseosos de prender y acabar con uno de los más significados antifascistas de
la ciudad. Acín y su compañero Juan Arnalda, zapatero e igualmente ácrata, se
escondían en una suerte de zulo, un habitáculo oculto tras una enorme consola,
pero desde allí podían escuchar cómo Conchita no solo era interrogada y
amenazada, también golpeada delante de sus hijas Katia y Sol.
La situación se
hacía cada vez más difícil y peligrosa, provocando además un sufrimiento
insoportable para todos, de tal manera que Ramón determinó que Arnalda se
pusiera a salvo y, si volvían a maltratar a Conchita, se entregaría. Juan
Arnalda abandonó la casa en la penumbra de la llegada de la noche uno de los
primeros días de agosto, llevaba ropajes que confundían su aspecto y no levantó
las sospechas de los guardias. Llegó a la casa de sus suegros en la calle San
Jorge y al día siguiente escapó de la ciudad escondido en un carro cargado de
paja.
Pero Ramón no se
dio esa oportunidad. El día 6 salió de su encierro, se encaró a los policías
que apaleaban a Conchita y de este modo se entregó a una muerte segura. La
reacción de Concha, desesperada al intuir la suerte de su marido, fue de una
enorme agresividad verbal contra sus captores, de tal manera que también ella
quedó detenida. Las hijas del matrimonio, Katia y Sol vivían con espanto la
escena en el piso inferior, en la casa de su tía Enriqueta fallecida pocas semanas
antes.
Ese mismo día de
la detención, Katia y Sol contemplaron cómo policías y falangistas cargaban sus
vehículos con libros, cuadros, objetos de todo tipo, documentos, muebles… El
universo de intimidad, cultura y progreso de los Acín era esquilmado y la
familia destruida por unos verdugos de codicia insaciable. Incluso Katia
llegará a ser desposeída hasta de su nombre al final de la guerra y deberá
adoptar el de Ana María, acorde con el imaginario nacionalcatólico.
Desde la Escuela
Normal, el conserje del centro, casualmente, pudo ver a Ramón Acín cuando subía
a un vehículo en la puerta de la comisaría. El aspecto del entrañable profesor
de Dibujo no podía ser peor, probablemente habría sido sometido a un intenso y
metódico interrogatorio en los calabozos policiales, donde las torturas y la
brutalidad anunciaban los tiempos venideros. Los guardias celebraban de este
modo la captura del gran enemigo del nuevo orden.
Murió en las
tapias del cementerio, probablemente a manos de los jóvenes falangistas aplicados
en la estremecedora «limpieza» de la ciudad, y fue enterrado en el cuadro
número 1, de acuerdo con las anotaciones del conserje del recinto, Carlos
Casales. Posteriormente fueron trasladados sus restos al lugar en el que se
reuniría con Conchita, su inseparable compañera, abatida en el mismo escenario
trágico el 23 de agosto.
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 06/08/2018
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