Thursday, September 20, 2018

Ramón Acín


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Me acuerdo de aquel «erúdito» que en los ochenta no se atrevía a escribir que a Ramón Acín lo habían fusilado porque eso era conflictivo y echó mano del «a consecuencias de la Guerra Civil»... De aquellos polvos, el pozo negro rebosante que ha venido luego. 

LOS BUENOS VECINOS DE HUESCA
«¡Ay, Ramón Acín, fusilado y fusilada su mujer por culpa de sus buenos vecinos de Huesca!»
Max Aub, “La gallina ciega. Diario español”

La represión se había iniciado frenéticamente en la ciudad desde el mismo 19 de julio, pero la mayor impresión se hizo presente con el fusilamiento del artista y profesor anarcosindicalista Ramón Acín, hecho que tuvo lugar el 6 de agosto. Un detenido que no se anotó en registro alguno, ya que desde su casa pasó a la comisaría y de allí, tras ser brutalmente apaleado, al cementerio u otro lugar del entorno urbano, donde un tiro acabó con su vida.

La denuncia de alguno de los «buenos vecinos» del artista anarcosindicalista llevó a diario a la gran casa de la calle Las Cortes a policías y jóvenes joseantonianos deseosos de prender y acabar con uno de los más significados antifascistas de la ciudad. Acín y su compañero Juan Arnalda, zapatero e igualmente ácrata, se escondían en una suerte de zulo, un habitáculo oculto tras una enorme consola, pero desde allí podían escuchar cómo Conchita no solo era interrogada y amenazada, también golpeada delante de sus hijas Katia y Sol.

La situación se hacía cada vez más difícil y peligrosa, provocando además un sufrimiento insoportable para todos, de tal manera que Ramón determinó que Arnalda se pusiera a salvo y, si volvían a maltratar a Conchita, se entregaría. Juan Arnalda abandonó la casa en la penumbra de la llegada de la noche uno de los primeros días de agosto, llevaba ropajes que confundían su aspecto y no levantó las sospechas de los guardias. Llegó a la casa de sus suegros en la calle San Jorge y al día siguiente escapó de la ciudad escondido en un carro cargado de paja.

Pero Ramón no se dio esa oportunidad. El día 6 salió de su encierro, se encaró a los policías que apaleaban a Conchita y de este modo se entregó a una muerte segura. La reacción de Concha, desesperada al intuir la suerte de su marido, fue de una enorme agresividad verbal contra sus captores, de tal manera que también ella quedó detenida. Las hijas del matrimonio, Katia y Sol vivían con espanto la escena en el piso inferior, en la casa de su tía Enriqueta fallecida pocas semanas antes.

Ese mismo día de la detención, Katia y Sol contemplaron cómo policías y falangistas cargaban sus vehículos con libros, cuadros, objetos de todo tipo, documentos, muebles… El universo de intimidad, cultura y progreso de los Acín era esquilmado y la familia destruida por unos verdugos de codicia insaciable. Incluso Katia llegará a ser desposeída hasta de su nombre al final de la guerra y deberá adoptar el de Ana María, acorde con el imaginario nacionalcatólico.

Desde la Escuela Normal, el conserje del centro, casualmente, pudo ver a Ramón Acín cuando subía a un vehículo en la puerta de la comisaría. El aspecto del entrañable profesor de Dibujo no podía ser peor, probablemente habría sido sometido a un intenso y metódico interrogatorio en los calabozos policiales, donde las torturas y la brutalidad anunciaban los tiempos venideros. Los guardias celebraban de este modo la captura del gran enemigo del nuevo orden.

Murió en las tapias del cementerio, probablemente a manos de los jóvenes falangistas aplicados en la estremecedora «limpieza» de la ciudad, y fue enterrado en el cuadro número 1, de acuerdo con las anotaciones del conserje del recinto, Carlos Casales. Posteriormente fueron trasladados sus restos al lugar en el que se reuniría con Conchita, su inseparable compañera, abatida en el mismo escenario trágico el 23 de agosto.

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De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 06/08/2018


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