Monday, August 21, 2017

De piloto y porteño

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES

Abordar la máquina en la garita -una casucha para las necesidades básicas de los pilotos-, guardar el boleto estiradito en el bolsillo del pantalón (para la colección) y asumir que semejante bullicio indicaba el inicio del viaje. Un motor semejando el choque de fierros, marca registrada Pegaso y carrocería Thomas. Sucesión de carrerones por el pasillo para ganar un asiento, cortes de boletos y monedas chocando dentro de la pecera. Eructos Diesel confundidos con los alegatos del borracho recogido en un paradero en declive y con la tiritona palanca de cambios empujada hacia atrás por un brazo robusto y arremangado, como pidiendo clemencia. Descender calles siempre más angostas, pedazos de plazas sin adoquines, la nariz casi dentro de las casas: perdón a los vecinos por pasar tan cerca del comedor. Recorrer a tranco lento el plan de la ciudad, mirando por ventanas cuadriculadas, veredas angostas, oficinistas terneados y saltarines, locales apretujados, bancos internacionales, casas de cambio, importadoras, comercio, fuentes de soda, callejones, brisa de marisco podrido. Abuelas con pesadas bolsas de malla transportadas unas cuadritas, gratis y por pura piedad. En un nuevo ascenso, las luces de los postes cubriendo, de segundo a segundo, las calles de cerros colindantes anunciando el anochecer y una legislación más salvaje. Volver a subir calles angostas hasta la garita de destino -por lo general, otro cerro de Viña del Mar o Valparaíso- y, tras marcar la tarjeta del reloj, comenzar el recorrido inverso, nunca uno igual a otro, siempre un detalle que extravía la mente en peores vericuetos siderales. Como soñar con pilotear una de estas máquinas. Manosear dinero de la pecera, cortar uno, dos, tres boletos a la primera y con un puro movimiento de muñeca. Con la otra mano, girar el manubrio (forrado con tiritas plásticas, coloridas o con un género) para evitar el choque, el atropello o el desbarranco. Empujar hacia adelante la palanca de cambio, sobre la cáscara hirviente del motor. Lucirse sentado y móvil entre calcomanías, banderines, espejos, amuletos y colgantes. Tazar una porteña en segundos, deslizar la uña terrosa por la palma de su mano al entregarle el vuelto y recibir de recibir un bofetón de respuestas. Seguir intentando, jamás bajar la guardia, mostrar con el labio dolorido la pecera rebosante de plata producto de tantas vueltas, invitarla a sentarse junto al vidrio del parabrisas –cuando de tanta ofensa ya no quedaba nada- y recomendarle afirmarse bien en cada curva con un cariñoso mijita. Ante la amenaza de un choro cualquiera de otra micro, nunca arrugar, sino bajar de la máquina de un salto con un fierro empuñado en la mano. Morir asesinado en un turno de madrugada.    

(Imagen tomada del perfil Facebook 
Yo me subi a las micros Verde Mar en Valparaiso!!
)

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De EVOLUCIÓN DE LA ESPECIE (blog del autor), 12/06/2017


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